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La Nueva Atlántida

LA NUEVA ATLANTIDA

Zarpamos del Perú (donde habíamos permanecido durante todo un año) hacia China y Japón, por el mar del Sur, llevando provisiones para doce meses; tuvimos vientos favorables del Este, si bien suaves y débiles, por espacio de algo más de cinco meses. No obstante, luego el viento vino del Oeste durante muchos días, de tal modo que apenas podíamos avanzar, y a veces, incluso, pensamos en regresar. Pero más adelante se levantaron grandes y fuertes vientos del Sur, con la ligera tendencia hacia el Este, que nos llevaron hacia el Norte; por este tiempo las provisiones nos faltaron, aunque habíamos hecho buen acopio de ellas. Al encontrarnos sin provisiones, en medio de la mayor inmensidad de agua del mundo, nos consideramos perdidos y nos preparamos para morir. Sin embargo, elevamos nuestros corazones y voces a Dios, al Dios que “mostró sus milagros en lo profundo”, suplicando de su merced que así como en el principio del mundo descubrió la faz de las profundidades y creó la Tierra, descubriera ahora también la Tierra para nosotros, que no queríamos perecer.

Y sucedió que al día siguiente por la tarde vimos ante nosotros, hacia el Norte, a poca distancia, una especie de espesas nubes que nos hicieron concebir la esperanza de encontrar tierra; sabíamos que aquella parte del mar del Sur era totalmente desconocida, y que podría haber en ella islas o continentes que todavía no se hubieran descubierto. Por consiguiente, viramos hacia el lugar donde veíamos señales de tierra, y navegamos en aquella dirección durante toda la noche; al amanecer del día siguiente pudimos comprobar con claridad que era tierra, en efecto, llana y cubierta de bosque; y esto la hacía aparecer más obscura. Después de hora y media de navegación penetramos en un buen fondeadero, que era el puerto de una bella ciudad; no era grande, ciertamente, pero estaba bien edificada y ofrecía una agradable perspectiva desde el mar. Y figurándose los largos los minutos hasta que estuviéramos en tierra firme, llegamos junto a la costa. Pero inmediatamente vimos a muchas personas, con una especie de duelas en las manos, que parecían prohibirnos desembarcar; no obstante, sin exclamaciones ni signos de fiereza, sino sólo como avisándonos mediante signos de que nos alejáramos. Entonces, bastante desconcertados, nos consultamos unos a otros acerca de lo que deberíamos hacer.

Durante este tiempo nos enviaron un pequeño bote con unas ocho personas a bordo, de las cuales una llevaba en la mano un bastón de caña, amarillo, pintado de azul en ambos extremos; subió el hombre a nuestro barco sin la menor muestra de desconfianza, Y cuando vio que uno de nosotros se hallaba ligeramente destacado de los demás, sacó un pequeño rollo de pergamino (un poco más amarillo que el nuestro, y brillante como las hojas de las tablillas de escribir, pero suave y flexible), y se lo entregó a nuestro capitán. En este rollo estaban escritas en hebreo y griego antiguos, en buen latín escolástico y en español las siguientes frases: “No desembarque ninguno de ustedes y procuren marcharse de esta costa dentro de un plazo de dieciséis días, excepto si se les concede más tiempo. Mientras tanto, si desean agua fresca, provisiones o asistencia para sus enfermos, o bien alguna reparación en su barco, anoten sus deseos y tendrán lo que es humano darles.” El texto se hallaba firmado con un sello que representaba las alas de un querubín, no extendidas sino colgando y junto a ellas una cruz. Después de entregarlo, el funcionario se marchó dejando sólo a un criado con nosotros para hacerse cargo de nuestra respuesta.

Consultando esto entre nosotros nos encontrábamos muy perplejos. La negativa a desembarcar, y el rápido aviso de que nos alejáramos, nos molestó mucho; por otra parte, el saber que aquellas personas dominaban algunos idiomas, y poseían tanta humanidad, nos confortaba no poco. Y, sobre todo, el signo de la cruz en aquel documento nos causaba una gran alegría, como si constituyera un presagio cierto de buena fortuna. Dimos nuestra respuesta en espaííol: “Que nuestro barco estaba bien, ya que nos habíamos encontrado mucho más con vientos suaves y contrarios que con tempestad alguna. Que respecto a nuestros enfermos, había muchos, y en muy mal estado; de modo que si no se les permitía desembarcar, sus vidas corrían peligro.” Expresamos en particular nuestras otras necesidades añadiendo. “que teníamos un pequeño cargamento de mercancías, de modo que si querían comerciar con nosotros podríamos así remediar nuestras necesidades sin constituir una carga para ellos.” Ofrecimos como recompensa algunos doblones al criado y una pieza de terciopelo carmesí para que se la llevara al funcionario; pero el criado no las aceptó; apenas las miró; así, pues, nos dejó, regresando en otro pequeño bote que había acudido por él.

Unas tres horas después de haber enviado nuestra contestación vino hacia nosotros una persona que, al parecer, poseía autoridad. Vestía una toga de amplias mangas, hecha de una especie de piel de cabra, de un magnífico color azul celeste y mucho más llamativa que las nuestras; la ropa qué llevaba deba o era verde, lo mismo que el sombrero; tenía éste la forma de un turbante, estaba muy bien hecho, y no era tan grande como los turbantes turcos; los rizos de su pelo sobresalían por los bordes. Era un hombre de aspecto venerable. Venía en un bote, dorado en algunas partes, acompañado sólo de cuatro personas; lo seguía otro bote con unas veinte. Cuando estuvo a un tiro de flecha de nuestro barco, nos hicieron indicaciones de que enviáramos a algunos de los nuestros a su encuentro en el agua, cosa que hicimos mandando al segundo de abordo y acoinpañándolo cuatro de nosotros.

Cuando estuvimos a seis yardas de su bote, nos ordenaron detenernos, y así lo hicimos. Y entonces el hombre a quien he descrito antes se levantó y en alta voz preguntó en español: “¿Son ustedes cristianos?”. Respondimos afirmativamente, sin miedo a que pudiera sernos perjudicial, a causa de la cruz que habíamos visto en el manuscrito. Al oir esta respuesta, la mencionada persona levantó su mano derecha hacia el cielo, la bajó suavemente hasta su boca (que es la señal que ellos hacen cuando dan cracias a Dios), y después dijo: “Si todos ustedes juran, por los méritos del Salvador, que no son piratas ni han derramado sangre, legal o ilegalmente, en los cuarenta últimos días, tendrán permiso para desembarcar”. Contestamos que estábamos dispuestos a prestar juramento. Entonces uno de sus acompañantes que, según parecía, era notario legalizó el hecho mediante acta. Realizado esto, otro de los acompañantes del personaje, que se encontraba con él en el mismo bote, y después de escuchar las palabras que su señor le murmuró, dijo en voz alta: “Mi señor quiere hacerles saber que no se debe a orgullo o dignidad el hecho de que no haya súbido al barco; sino porque en su respuesta ustedes declararon que tenían muchos enfermos, por cuyo motivo el Director de Sanidad de la ciudad le advirtió que mantuviera cierta distancia”. Le hicimos una reverencia, respondiendo que nos consideráramos sus humildes servidores, y que estimáramos como un gran honor y una singular muestra de humanitarismo lo que ya había hecho por nosotros; no obstante, esperábamos que no fuera infecciosa la enfermedad que padecían nuestros hombres. Se volvió él y poco después subió a bordo de nuestro barco el notario, llevando en la mano un fruto del país, parecido a una naranja, pero de un color entre morado y escarlata, y que desprendía un perfume excelente. Lo empleaba, según parecía, para preservarse de una posible infección. Nos tomó juramento “en nombre y por los méritos de Jesús”, diciéndonos a continuación que hacia las seis de la mañana del día siguiente se nos llevaría a la Casa de los Extranjeros (así la llamó él) , donde se nos acomodaría a todos, a los sanos y a los enfermos. Cuando se iba a marchar le ofrecimos algunos doblones, pero sonriendo dijo que no se le debía pagar dos veces por un solo trabajo; quería decir con esto (según me pareció cornprender) que le bastaba con lo que el Estado le pagaba por sus servicios, según supe más adelante, al funcionario que acepta gratificaciones le llaman “Pagado dos veces”.

A la mañana siguiente, muy temprano, llegó el mismo funcionario del bastón que ya conocíamos y nos dijo que venía a conducirnos a la Casa de los Extranjeros y que había anticipado la hora “para que pudiéramos tener libre todo el día con objeto de dedicarnos a nuestras ocupaciones. Pues -añadió- si siguen mi consejo, deben venir primero sólo unos cuantos de ustedes, examinar el lugar y ver qué es lo que les conviene; y después pueden enviar por sus enfermos y los hombres restantes para que desembarquen.” Se lo agradecimos diciéndole que Dios le premiaría la molestia que se tomaba con los desolados extrangeros que éramos nosotros. Así, pues, desembarcamos con él seis de nosotros; cuando estuvimos en tierra, él, que marchaba delante, se volvió y nos dijo que no era sino nuestro servidor y guía. Nos condujo a través de tres bellas calles, y a todo lo largo del camino que seguimos había reunidas personas, a ambos lados de la calle, colocadas en fila; pero se mantenían tan corteses que parecía que no estaban allí para maravillarse de nosotros sino para darnos la bienvenida; muchas de ellas, a medida que pasábamos, extendían ligeramente los brazos, cosa que hacen cuando dan la bienvenida.

La Casa de los Extranjeros es un edificio bello y espacioso, construido de ladrillo, de un color algo más azul que el nuestro; tiene elegantes ventanales, unos de cristal y otros de una especie de batista impermeabilizada. Nos llevó primero a un saloncito del primer piso y nos preguntó entonces cuántos éramos y cuántos enfermos había. Le respondimos que en total unas cincuenta personas, de las cuales diecisiete estaban enfermas. Nos recomendó que tuviéramos un poco de paciencia y que esperáramos hasta que volviera, lo que, en efecto, hizo una hora más tarde; nos condujo entonces a ver las habitaciones que habían preparado, y que eran diecinueve en total. Al parecer habían sido dispuestas para que cuatro de ellas que eran mejores que las restantes, albergaran a los cuatro hombres principales de entre nosotros, individualmente; las otras quince para los demás, dos por cada habitación. Eran los cuartos elegantes, alegres y muy bien amueblados. Nos condujo luego a una larga galería, parecida al dormitorio de un convento, donde nos mostró a todo lo largo de un lado (pues el otro estaba constituido por la pared y las ventanas) diecisiete celdas, muy limpias, separadas unas de otras por madera de cedro. Como en total había cuarenta celdas (muchas más de las que necesitábamos) se destinaron a enfermería para las personas enfermas. Nos dijo, además, que cuando alguno de nuestros enfermos se sintiera bien se le trasladaría de su celda a una habitación; con este objeto habían preparado diez habitaciones disponibles, además del número de que hablamos antes. Realizado esto, nos llevó de nuevo al saloncito, y levantando un poco su bastón (como suelen hacer cuando dan una orden o un encargo), nos dijo: “Deben ustedes saber que nuestras costumbres disponen que pasado el día de hoy y de mañana (días que les dejamos para que todas las personas desciendan del barco) , permanezcan sin salir de esta casa durante tres días. Pero no se molesten ni crean que se trata de una restricción de su libertad, sino para que se acomoden y descansen. No carecerán de nada, y hay seis personas que tienen la misión de atenderlos respecto a cualquier asunto que necesiten resolver en la calle.” Le dimos las gracias con el mayor afecto y respeto, y dijimos: “Dios, con seguridad, está presente en esta tierra.” Le ofrecimos también, veinte doblones, pero sonrió y dijo únicamente:

“¿Cómo? ¡Pagado dos veces!”. Y se marchó.

Poco después nos sirvieron la comida, que fué muy buena, tanto el pan como la carne; mejor que en cualquier colegio universitario que yo haya conocido en Europa. Nos dieron también tres clases de bebidas, todas ellas sanas y buenas; vino, una bebida hecha de grano, como nuestra cerveza, pero más clara, y una especie de sidra elaborada con frutas del país; bebida ésta maravillosamente agradable y refrescante. Nos trajeron, además, gran cantidad de las naranjas escarlata, a las que ya me he referido, para nuestros enfermos; nos dijeron que constituían un eficaz remedio para las enfermedades adquiridas en el mar. Nos dieron también una caja de pequeñas pildoras grises o blanquecinas, pues querían que nuestros enfermos tomaran una cada noche antes de dormirse; aseguraron que les ayudaría a curarse rápidamente.

Al día siguiente, después que cesaron las molestias ocasionadas por el transporte de nuestros hombres y equipajes desde el barco, y que estuvimos instalados y algo más tranquilos, consideré razonable reunir a todos los hombres, y cuando lo estuvieron les dije: “Queridos amigos: vamos a examinar nuestra situación y a nosotros mismos. Cuando nos considerábamos encerrados en las profundidades marinas, he aquí que nos encontramos arrojados en tierra, como Jonás del vientre de la ballena; y ahora que estamos en tierra nos hallamos, sin embargo, entre la vida y la muerte, pues nos encontramos más allá del viejo y del Nuevo Mundo; si hemos de volver a contemplar de nuevo a Europa, sólo Dios lo sabe. Una especie de milagro nos ha traído aquí, y algo así tendría que suceder para sacarnos. Por lo tanto, en agradecimiento por nuestra pasada liberación y por nuestro peligro presente y los futuros, veneremos a Dios, y que cada uno de nosotros haga un acto de contrición. Además, nos encontramos entre un pueblo cristiano, piadoso y humano: presentémonos ante ellos con la mayor dignidad posible. Pero aún hay más; puesto que nos han encerrado entre estas paredes (aunque muy cortésmente) durante tres días, ¿no es acaso con objeto de observar nuestra educación y comportamiento? Y si lo encuentran malo, alejarnos; si bueno, concedernos más tiempo. Estos hombres que nos atienden tal vez nos vigilan. ¡Por amor de Dios, puesto que amamos el bienestar de nuestras almas y cuerpos comportémonos como Dios manda y hallaremos gracia ante los ojos de este pueblos!.

Todos, unánimemente, me agradecieron la advertencia, prometiendo vivir sobria y pacíficamente, sin dar la menor ocasión de ofensa. Así pues, pasamos nuestros tres días alegremente, despreocupados, esperando saber qué harían con nosotros cuando expiraran. Durante aquel tiempo tuvimos la satisfacción constante de ver mejorar a nuestros enfermos, quienes se creían sumergidos -en alguna fuente milagrosa, ya que mejoraban con tanta naturalidad y rapidez.

Cuando hubieron transcurrido los tres días, a la mañana siguiente, se presentó un hombre, al que no habíamos visto antes, vestido de azul como el primero, excepto su turbante que era blanco con una pequeña cruz roja en lo alto. Llevaba también una esclavina de lino fino. A su llegada se inclinó ligeramente ante nosotros y extendió sus brazos. Por nuestra parte lo saludamos humilde y sumisamente, pareciendo que recibiríamos de él una sentencia de vida o muerte. Deseaba hablar con algunos de nosotros. Sólo permanecimos seis y el resto abandonó el aposento. Dijo: “Por mi profesión soy Gobernador de esta Casa de los Extranjeros, y por vocación sacerdote cristiano; y por esto, dada vuestra condición de extranjeros, y principalmente de cristianos, es por lo que vengo a ofrecerles mis servicios. Puedo decirles algunas cosas, que creo escucharán de buena gana. El Estado les concede permiso para que permanezcan aquí durante seis semanas; y no se preocupen si sus necesidades exigen un plazo más amplio, pues la ley no es muy precisa acerca de este punto; y no dudo de que yo mismo podré conseguirles el tiempo que sea conveniente. Sabrán ustedes que la Casa de los Extranjeros es rica ahora, ya que conserva ahorradas las rentas de estos últimos treinta y siete años, y en este tiempo no ha llegado aquí ningún extranjero; no se preoctipen, el Estado costeará todo durante su estancia entre nosotros. Por esto, no tengan prisa. Respecto a las mercancías que han traído se emplearán, y cuando regresen tendrán.el equivalente en mercancías, o en oro y plata; pues para nosotros es lo mismo. Si tienen que hacer alguna petición, no la oculten, pues observarán que, sea cualquiera la respuesta que reciban, no dejarán de hallarse protegidos. Sólo debo advertirles que no deben retirarse más de un karan (milla y media entre ellos) de las murallas de la ciudad sin un permiso especial.”

Respondimos, tras de mirarnos los unos a los otros durante corto tiempo, admirando este trato gracioso y paternal, que no sabíamos lo que decir, ya que no teníamos palabras bastantes para expresarle nuestro agradecimiento; y que sus nobles y desinteresados ofrecimientos hacían innecesario preguntar nada. Nos parecía que teníamos ante nosotros un cuadro celestial de nuestra salvación; habiéndonos hallado muy poco tiempo antes en las fauces de la muerte, nos veíamos ahora en un lugar dond.e sólo encontrábamos consuelos. Respecto a la orden que se nos había dado no dejaríamos de obedecerla, aunque era imposible, a menos de que nuestros corazones se inflamaran, que intentáramos ir más allá del límite en esta tierra sagrada y feliz. Agregamos que primero nos quedaríamos mudos que olvidar en nuestras plegarias su reverenda persona o a todo su pueblo. Le rogamos también humildemente que nos considerara sus verdaderos servidores, con el mismo derecho con que estuviera obligado cualquier hombre sobre la tierra; y que poníamos a sus pies, tanto nuestras personas como cuanto poseíamos. Contestó que él era un sacerdote y que sóla buscaba la recompensa propia de un sacerdote: nuestro fraternal cariño y el bien de nuestras almas y cuerpos. Se separó de nosotros con lágrimas de ternura en sus ojos, dejándonos confundidos con una mezcla de alegría y afecto, diciéndonos entre nosotros que habíamos llegado a una tierra de ángeles, que se nos aparecían a diario, y nos anticipaban unas comodidades que no pensábamos, ni, mucho menos, esperábamos.

Al día siguiente, a las diez, el Gobernador vino otra vez y después de saludarnos nos dijo familiarmente que venía a visitarnos; pidió una silla y se sentó, y nosotros, que éramos unos diez (los demás eran subalternos, y otros habían salido), nos sentamos con él; cuando estuvimos todos acomodados empezó así: “Los habitantes de esta isla de Bensalem (así la llaman en su lengua) nos encontramos en la situación siguiente: debido a nuestra soledad y a la ley del secreto que mantenemos para nuestros viajeros, y a causa de la poco frecuente admisión de extranjeros, conocemos bien el mundo habitado y a nosotros no se nos conoce. Por esto, como lo corriente es que interrogue el que sabe menos, me parece más razonable que, para distraernos, que ustedes me pregunten en lugar de preguntarles yo a ustedes.”

Respondimos que le agradecíamos humildemente que nos diera permiso para hacerlo así, y que pensábamos, a juzgar por lo que ya sabíamos, que en todo el universo no había cosa más merecedora de conocerse que el estado de esta tierra feliz. Pero sobre todo -dijimos- puesto que nos habíamos encontrado procedentes de tan diferentes confines del mundo, y con seguridad esperábamos que volveríamos a encontrarnos un día en el reino de los cielos (ya que todos éramos cristianos)., deseábamos saber (teniendo en cuenta que esta tierra está tan remota y separada por vastos y desconocidos océanos de la tierra donde vivió nuestro Salvador) quién fué el apóstol de esta nación, y cómo se convirtió a la fe. Nuestra pregunta hizo brillar la satisfacción en su rostro. Respondió: “Al hacerme esta pregunta en primer lugar, mi corazón se siente más ligado al vuestro, ya que muestra que buscáis ante todo el reino de los cielos; con gusto, y brevemente, contestaré a vuestra demanda.

“Unos veinte años después de la ascensión de nuestro Salvador, los habitantes de Renfusa (ciudad de la costa oriental de nuestra isla) vieron a la distancia de unas millas ( la noche era nubosa y tranquila) un gran pilar de luz en el mar; tenía la forma de una columna o cilindro y ascendía del mar hacia el cielo; en lo alto se veía una gran cruz luminosa, más brillante y resplandeciente que el fuste del pilar. Ante tan extraño espectáculo las gentes de la ciudad se concentraron rápidamente en la playa para admirarlo; luego se embarcaron en cierto número de pequeños botes con objeto de aproximarse más a aquella maravillosa vista. Pero cuando estaban a unas sesenta yardas del pilar se encontraron con que no podían avanzar, aunque podían moverse en otras direcciones; las personas permanecieron en los botes en una actitud contemplativa, corno en un teatro, mirando aquella luz, que era como un signo celestial. Sucedió que en uno de los botes se hallaba uno de nuestros hombres más sabios, de la Sociedad “La Casa de Salomón”, casa o colegio, mis queridos hermanos, que constituye el alma de este reino; habiendo mirado y contemplado atenta y devotamente durante un rato el pilar y la cruz, este sabio cayó sobre su rostro, y luego, irguiéndose y elevando sus manos al cielo, oró de esta manera:,

“Señor, Dios del cielo y de la tierra, por tu gracia nos has permitido conocer la creación, tu obra, y sus secretos; y discernir (en cuanto le es posible al hombre) entre los milagros divinos, las obras de la naturaleza, las artísticas, y las impostoras e ilusiones de todas clases. Doy fe ante este pueblo que en lo que estamos contemplando en estos momentos se halla tu dedo, y es un verdadero milagro. Y como, según hemos aprendido en nuestros libros, realizas milagros con vistas a un fin excelente y divino (pues las leyes de la naturaleza son tus propias leyes, y tú no las varías a no ser por un gran motivo), te suplicamos humildemente que nos sea posible interpretar este gran signo; lo cual parece que lo prometes, al enviárnoslo”.

“Cuando acabó su oración notó que el bote podía moverse sin impedimento, mientras que los demás permanecían quietos; y considerando que ello significaba permiso para aproximarse, hizo que, remando silenciosamente, el bote se acercara al pilar. Pero cuando llegó cerca de él, el pilar y la cruz luminosa -se esfumaron, rompiéndose, por así decirlo, en un firmamento de estrellas, que también se desvaneció poco después; y nada más se vio a no ser un pequeño cofre o caja de cedro, seco, y no húmedo aunque flotaba en el agua. En su parte anterior, la que estaba más cerca de él, crecía una pequeña rama verde de palma; cuando el sabio tomó el cofre en sus manos, con toda reverencia lo abrió y se encontraron dentro un libro y una carta, escritos ambos en fino pergamino y enrollados en trozos de tela. El libro contenía todos los libros canónicos del Viejo y del Nuevo Testamento, tal como los tienen ustedes (pues sabemos que su Iglesia los recibió), y el Apocalipsis; también había otros libros del Nuevo Testamento, aunque en aquel tiempo aún no habían sido escritos. La carta contenía estas palabras:

“Yo, Bartolomé, siervo del Altísimo y apóstol de jesucristo, fui avisado por un ángel que se me apareció en una gloriosa visión para que depositara este cofre sobre las olas del mar. Por consiguiente, declaro y doy fe de que el pueblo al que llegue este cofre, por voluntad de Dos, el día mismo de su llegada obtendrá la salvación, la paz y la bienaventuranza tanto del Padre como de Nuestro Señor jesucristo.”

“Con estos escritos, tanto con el libro como con la carta, ocurrió un gran milagro parecido al de los apóstoles: el del primitivo don de lenguas. Viviendo ei aquel tiempo, en esta tierra, hebreos, persas e indios, además de los nativos del país, todos ellos pudieron leer el libro y la carta como si estuvieran escritos en su propia lengua. De este modo, y por el arca o cofre, se salvó esta tierra de la infidelidad (como parte del mundo antiguo se salvó del diluvio) mediante la milagrosa y apostólica evangelización de San Bartolomé.”

Hizo una pausa, llegó en este instante un mensajero y se marchó. Esto fué cuanto sucedió durante la reunión.

Al día siguiente vino otra vez el mismo Gobernador, inmediatamente después de comer, y se excusó diciendo que el día anterior se separó de nosotros con cierta brusquedad, pero que ahora quería recompensarnos y pasar algún tiempo con nosotros si su compañía y conversación nos agradaba. Le respondimos que nos gustaba y agradaba tanto que dábamos por bien empleados los peligros pasados y futuros sólo por haberle oído hablar; y que creíamos que una hora pasada con él valía más que años enteros de nuestra antigua vida. Se inclinó ligeramente, y tras habernos sentado exclamó: “Bien, ahora les corresponde a ustedes preguntar.”

Después de una corta pausa, uno de nosotros dijo que había algo que teníamos tanto deseo de saber como miedo de preguntar, por temor a ser indiscretos. Pero que animados por su singular amabilidad hacia nosotros (de tal modo que siendo sus fieles y sinceros servidores apenas si nos considerábamos extranjeros) nos atrevíamos a proponerle la cuestión; le rogábamos humildemente que si creía que la pregunta no era pertinente nos perdonara, aunque la rechazara. Le dijimos que habíamos tenido muy en cuenta las palabras que pronunció anteriormente acerca de que esta isla en la que nos encontrábamos era conocida de muy pocos, y que, sin embargo, ellos conocían a la mayoría de las naciones del mundo; que sabíamos que esto era cierto, puesto que conocían los idiomas de Europa y estaban bastante enterados de su organización y asuntos; y que, no obstante, nosotros en Europa (a pesar de todos los descubrimientos de tierras remotas y de todas las navegaciones realizadas en los últimos tiempos) nunca tuvimos el menor indicio de la existencia de esta isla. Hallábamos esto asombrosamente extraño ya que todas las naciones se conocían entre sí, por viajes realizados a los diversos países; y aunque el viajero que visita un país extraño aprende mucho más mediante la vista que el que permanece en la patria y escucha el relato de aquél, sin embargo, ambos métodos son suficientes para alcanzar un conocimiento mutuo, en cierto grado, por ambas partes. Pero respecto a esta isla, jamás se nos dijo que ningún barco procedente de ella hubiera sido visto arribar a las costas de Europa; tampoco a las costas de las Indias orientales u occidentales, ni que ningún barco de cualquier parte del mundo hubiera vuelto de esta isla. Y sin embargo, lo maravilloso no es esto, ya que la situación de la isla (como dijo su señoría) en la secreta inmensidad de tan vasto océano debe ser la causa de ello. Pero el hecho de que conocieran los idiomas, libros y asuntos de países tan distantes, nos hacía no saber qué pensar, ya que nos parecía condición y propiedad de potestades divinas y de seres que permanecen escondidos e invisibles para los demás y a quienes, sin embargo, todas las cosas se les revelan abiertamente.

Al oir este discurso el Gobernador sonrió con benevolencia y dijo que hacíamos bien en pedir perdón, por nuestra prégunta, debido a lo que ella implicaba, ya que parecía como si pensáramos que ésta tierra era una tierra de encantadores, que enviaba espíritus por todas partes para que regresaran con noticias e información de otros países. Con la mayor humildad posible, pero con expresión de que comprendíamos, contestamos que sabíamos que él hablaba en broma; que pensábamos que existía algo sobrenatural en esta isla, pero algo más bien angélico que mágico. Con objeto de que su señoría supiera realmente qué era lo que nos hacía temerosos y dudosos en hacer esta pregunta, teníamos que decir que no se trataba de tal fantasía, sino porque recordábamos que en las primeras palabras que le oímos aludió a que esta tierra tenía leyes secretas respecto a los extranjeros.

A esto respondió:

“Su recuerdo es acertado, por esto en lo que voy a decirles, he de reservarme algunos detalles, que no es legal que revele, pero con lo que les diga tendrán ustedes bastante para su satisfacción.

“Sabrán ustedes (y quizá les parecerá increíble) que hace unos tres mil años, o algo más, la navegación mundial (especialmente respecto a los viajes laigos) era mucho mayor que en la actualidad. No piensen ustedes que yo ignoro el aumento que ha experimentado dentro de los últimos ciento veinte años; lo sé bien, y sin embargo afirmo que era mayor entonces que ahora; puede ser que el ejemplo del arca, que salvó a los pocos hombres que quedaban del Diluvio Universal, diera confianza a los hombres para aventurarse sobre las aguas; el caso es que ésta es la verdad. Los fenicios, y en especial los tirios, poseyeron grandes flotas; los cartagineses fundaron una colonia más hacia Occidente. Hacia el Este, la navegación por las aguas de Egipto y Palestina era, igualmente, intensa. También China y la Gran Atlántida (que ustedes llaman América), que ahora sólo cuentan con juncos y canoas, abundaba en grandes embarcaciones. Esta isla (según consta en documentos fidedignos de aquellos tiempos) contaba entonces con mil quinientos grandes barcos de gran tonelaje. Ustedes apenas si conservan recuerdo de esto, pero nosotros sabemos bastante.

“En aquel tiempo esta tierra era conocida y frecuentada por los barcos y navíos de todas las naciones que he citado anteriormente. Y, como suele ocurrir, venían a veces con ellos hombres de otros países que no eran marinos; persas, caldeos, árabes, hombres de casi todas las naciones potentes y famosas se reunían aquí; actualmente existen entre nosotros pequeños grupos y familias que descienden de ellos. Y respecto a nuestros barcos, hicieron varios viajes tanto al estrecho que ustedes llaman las Columnas de Hércules, como a otras partes del Océano Atlántico y del mar Mediterráneo; fueron a Pekín (ciudad a la que nosotros llamamos Cambaline) y a Quinzy, en los mares de Oriente, y llegaron hasta los confines de la Tartaria oriental.

“Al mismo tiempo, y después de algo más de una generación, prosperaron los habitantes de la Gran Atlántida. Pues aunque la narración y descripción que hizo uno de vuestros grandes hombres (Platon en el Critias) acerca de que en ella se establecieron los descendientes de Neptuno, de la magnificencia del templo, del palacio, la ciudad y la colina; de los múltiples y grandes ríos navegables (que como cadenas rodeaban al lugar y al templo); las diversas escalinatas por las que los hombres ascendían a él, como si fuera una Scala coeli; aunque todo esto sea poético y fabuloso, sin embargo, gran parte es cierto ya que el susodicho país, la Atlántida, así como el Perú, que entonces se llamaba Coya, y Méjico, llamado entonces Tyrambel, fueron poderosos y soberbios reinos por sus armas, barcos y riquezas: tan poderosos que una vez (o por lo menos en el espacio de diez años) realizaron dos grandes expediciones los hombres de Tyrambel al mar Mediterráneo a través del Atlántico; y los de Coya a nuestra isla por el Mar del Sur; de la expedición que fue a Europa, según parece, ese mismo autor tuvo alguna noticia por un sacerdote egipcio, a quien cita. Pues con seguridad esto fue un hecho. No puedo decir si la gloria de resistir y rechazar a aquellas fuerzas correspondió a los primitivos atenienses, pero lo cierto es que de aquel viaje no regresó ningún hombre ni ningún barco. Tampoco hubiera tenido mejor fortuna el viaje que los hombres de Coya realizaron contra nosotros de no haber tropezado con enemigos de mayor clemencia. El rey de esta isla, llamado Altabin, hombre sabio y gran guerrero, conociendo bien su propia fuerza y la de sus enemigos maniobró de forma que, con fuerzas inferiores, separó a las tropas de desembarco de sus navíos, apoderándose de éstos y del campamento y obligándoles a rendirse sin necesidad de combatir; cuando estuvieron a su merced se contentó con su juramento de que no volverían a empuñar las armas contra él y los puso en libertad.

“Poco después de estas arrogantes expediciones cayó sobre ellos la venganza divina. En menos de un siglo la Gran Atlántida quedó destruida; no por un gran terremoto, como dice vuestro escritor (puesto que la región era poco propensa a terremotos), sino por un diluvio extraordinario con inundación, ya que en aquellos tiempos esos países tenían las aguas procedentes de ríos mucho más grandes y montañas mucho más elevadas, que cualquier parte del Viejo Mundo. Lo cierto es que la inundación no fué profunda, pues no llegó a más de cuarenta pies de altura sobre la tierra, de forma que aunque destruyó en general a los hombres y a los animales, sin embargo algunos hombres salvajes de los bosques consiguieron escapar. También se salvaron los pájaros volando a las ramas altas de los árboles. Respecto a los hombres, aunque en muchos sitios tenían viviendas más elevadas que la altura del agua, sin embargo, la inundación, aunque superficial, se prolongó mucho tiempo por cuyo motivo los habitantes de los valles que no habían muerto ahogados perecieron por falta de alimentos y de otras cosas necesarias.

“Así pues, no se maravillen de la escasa población de América, ni de la rudeza e ignorancia de sus habitantes, pues hay que considerarlos como a un pueblo joven, mil años menor que el resto del mundo, pues tanto tiempo transcurrió entre el Diluvio Universal y esta extraordinaria inundación. Los pobres supervivientes del género humano que quedaron en las montañas repoblaron de nuevo el país lentamente, poco a poco, y como eran personas sencillas y salvajes (distintas a Noé y sus hijos, que constituían la familia principal de la Tierra) fueron incapaces de dejar a su posteridad alfabeto, arte o civilización; y estando habituados, igualmente, a vestirse en sus montañas ( a causa del riguroso frío de aquellas regiones) con pieles de tigres, osos y cabras de largo pelo que tenían en aquellas tierras, cuando descendieron a los valles y se encontraron con el intolerable calor que allí reinaba, y no sabiendo cómo hacerse vestidos más ligeros, forzosamente se acostumbraron a ir desnudos, y así continúan hoy. Unicamente eran aficionados a las plumas de las aves, hábito heredado de sus antepasados de las montañas, quienes se sintieron seducidos por ellas debido al vuelo de las infinitas aves que ascendían a las tierras altas mientras las aguas iban ocupando los terrenos bajos. Como ven, a, causa de este gran accidente, perdimos nuestra relación con los americanos, con quienes teníamos más que con otros, un comercio más intenso debido a nuestra mayor proximidad.

“En las demás partes del mundo es evidente que en los tiempos que siguieron (bien fuera debido a las guerras, o por la evolución natural del tiempo) la navegación decayó grandemente en todos los sitios: especialmente los viajes largos (en parte, a causa del empleo de galeras y barcos que apenas podían resistir la furia del mar) dejaron de realizarse. De este modo, la comunicación que podían tener con nosotros otras naciones cesó desde hace largo tiempo, a no ser que ocurriera algún accidente extraño como el de ustedes. Respecto a la comunicación que podíamos nosotros tener con los otros países, debo decirles la causa de que no haya ocurrido así. Puedo confesar, hablando con franqueza, que nuestras embarcaciones, potencia, marinería y pilotos, así como todo cuanto pertenece al arte de navegar, son tan grandes como lo fueron siempre; por lo tanto, voy a contarles por qué hemos permanecido en nuestro país, con lo que, para su satisfacción personal, se hallarán más cerca de su pregunta principal.

“Hace aproximadamente mil novecientos años reinaba en esta isla un soberano cuya memoria, entre todos los reyes, adoramos en mayor grado; no lo hacemos de un modo supersticioso sino considerándolo como un instrumento divino, aunque era un hombre mortal; se llamaba Salomona, y lo reputábamos como el legislador de nuestra nación. Este rey tenía un gran corazón, un inextinguible amor al bien y una inclinación fervorosa por hacer felices a su reino y a su pueblo. Considerando él que esta tierra era lo suficientemente autárquico para mantenerse sin ayuda extranjera, pues tenía 5,600 millas de diámetro y era de una rara fertilidad en su mayor parte; y hallando también que podría activarse mucho la navegación mediante la pesca y la navegación de cabotaje, e igualmente por el transporte hacia aIgunas islas pequeñas que no se hallan lejos de nosotros, y que se encuentran bajo la corona y leyes de este Estado; teniendo en cuenta el feliz y floreciente estado en que la isla se hallaba entonces, y que en todo caso podría empeorar pero diñcilmente mejorar, aunque personalmente nada deseaba, dadas sus nobles y heroicas intenciones, quiso perpetuar la situación que tan firmemente había establecido en su tiempo. Por consiguiente, entre otras leyes fundamentales que promulgó se hallan las que prohiben la entrada de extranjeros, entrada que en aquellos tiempos (aunque fue después de la calamidad de América) era frecuente; lo hizo por temor a las novedades y a la mezcolanza de costumbres. Es cierto que una ley parecida contra la admisión de extranjeros sin autorización es una ley antigua en el reino de China, que -aún continúa en vigor. Pero allí es algo lamentable, ya que ha convertido a China en una curiosa nación, ignorante, temerosa y necia. Nuestro legislador dio otro carácter a su ley. Ante todo, tuvo buen cuidado de que se mostrara el mayor humanitarismo hacia los extranjeros afligidos por la desgracia, como ustedes han podido comprobar.”

Al escuchar estas palabras todos nos levantamos, como era lógico, inclinándonos. Continuó él:

“Queriendo también aquel rey unir la humanidad y la prudencia, y pensando que era una falta de lesa humanidad detener aquí contra su propia voluntad a los extranjeros, y de prudencia el que volvieran y revelaran su descubrimiento de este Estado, adoptó las medidas siguientes: ordenó que todos aquellos extranjeros a los que se les hubiera permitido desembarcar podían partir cuando quisieran; y que los que desearan permanecer tuvieran buenas condiciones de vida y se les dotara de medios para vivir a costa del Estado. Previó en tan gran medida el futuro, que en tantos años como han transcurrido desde la prohibición no recordamos que retornara ningún barco, excepto trece personas, en épocas diferentes, que prefirieron volver. Ignoro qué es lo que contarían los que volvieron. Hay que creer que lo que relataran en cualquier parte que llegaran fuera considerado un mero sueño. Respecto a los viajes que nosotros pudiéramos realizar desde aquí al extranjero, nuestro legislador creyó conveniente limitarlos. No ocurre así en China, ya que los chinos navegan adonde quieren o adonde pueden; esto demuestra que su ley prohibiendo entrar a los extranjeros es producto de la pusilanimidad y del miedo. Esta restricción nuestra tiene sólo una excepción, la cual es admirable: aprovechar el bien que resulta de la comunicación con los extranjeros y evitar el daño. Y ahora se lo mostraré a ustedes; pero aquí voy a hacer una pequeña digresión que pronto encontrarán pertinente.

“Sabrán, queridos amigos, que entre todos los excelentes actos de aquel rey uno de ellos tuvo la preeminencia. Fué la fundación e institución de una orden o sociedad, a la que llamamos Casa de Salomón; fué la fundación más noble que jamás se hizo sobre la Tierra, y el faro de este reino. Está dedicada al estudio de las obras y de las criaturas de Dios. Creen algunos que lleva el nombre, algo corrompido, de su fundador, como si debiera ser Casa de Salomona. Pero los documentos lo citan tal como se pronuncia hoy. Lleva el nombre del rey de los hebreos, que es bastante famoso entre ustedes; conservamos parte de sus obras, que ustedes no poseen; a saber, la Historia Natural, en la que habla de todas las plantas, desde los cedros del Líbano hasta el musgo que crece en las paredes; y lo mismo de todo cuanto tiene vida y movimiento. Esto me hace pensar que nuestro rey hallándose de acuerdo en muchas cosas con aquel rey de los hebreos (que vivió muchos años antes que él lo honró con el nombre de esta fundación. Y me induce bastante a ser de esta opinión el hecho de que en los documentos antiguos esta orden o sociedad es llamada unas veces Casa de Salomón, y otras Colegio de la Obra de los Seis Días; por lo que deduzco que nuestro excelente rey aprendió de los hebreos que Dios creó el mundo y todo cuanto encierra en seis días, y que, por lo tanto, al fundar esta casa para la investigación de la verdadera naturaleza de todas las cosas (por lo cual Dios tendría la mayor gloria, como hacedor de ellas, y los hombres mayor fruto en su uso) le dió también este segundo nombre.

“Pero volvamos a nuestro asunto. Cuando el rey prohibió a su pueblo que navegara fuera de sus aguas jurisdiccíonales, hizo, no obstante, esta salvedad: que cada doce años salieran del reino dos barcos con objeto de realizar varios viajes, y que en ellos fuera una comisión compuesta de tres miembros o hermanos de la Casa de Salomón para que pudieran dar a conocer el estado de los asuntos de los países que visitaban; especialmente las ciencias, artes, manufacturas e invenciones de todo el mundo; además, traernos libros, instrumentos y modelos de toda clase de cosas; dispuso que los barcos volvieran después de haber desembarcado a los hermanos, y que éstos permanecieran en el extranjero hasta la llegada de la nueva misión. Estos barcos se hallaban cargados de avituallamientos y llevaban también bastante oro para que la comisión pudiera comprar cosas necesarias y recompensar a las personas que, a su juicio, lo merecieran. Ahora bien, no puedo decirles a ustedes cómo evitamos que se descubra el desembarco de los marineros, de qué modo residen en tierra durante cierto tiempo bajo el disfraz de otra nacionalidad, qué lugares fueron los elegidos para realizar estos viajes, y en qué países se proyectan las citas de las nuevas misiones, y las circunstancias que rodean a todo esto; no puedo decirlo, por mucho que lo deseen. Como ustedes pueden observar mantenemos comercio, no de oro, plata o joyas, ni tampoco de sedas, especias o mercancías parecidas, sino de la primera creación de Dios, que fué la luz: deseamos tener luz, por así decirlo, de los descubrimientos realizados en todos los lugares del mundo.”

Cuando acabó permaneció silencioso, y así estuvimos todos; nos hallábamos asombrados de haber escuchado tan sorprendentes nuevas. Observando él que deseábamos decir algo, pero que aún no sabíamos qué, cambió de conversación cortésmente y nos hizo diversas preguntas acerca de nuestro viaje y destino, concluyendo finalmente por aconsejarnos que deberíamos pensar en nosotros mismos, cuánto tiempo de estancia pensábamos solicitar del Estado, y que no nos limitáramos en nuestra solicitud, ya que él procuraría que se nos concediera tanto tiempo como deseáramos. A continuación nos levantamos todos, y nosotros intentamos besar los bordes de su capa, pero él lo impidió y se marchó. Mas cuando nuestros hombres supieron que el Estado acostumbraba ofrecer condiciones a los extranjeros que decidieran permanecer en la isla, tuvimos bastante trabajo en conseguir que algunos de ellos cuidaran del barco, e impedirles presentarse inmediatamente al Gobernador para solicitar las condiciones; lo evitamos con mucho trabajo, hasta que pudiéramos estar de acuerdo acerca de qué partido adoptar.

Nos consideramos libres viendo que no había peligro de perdición extrema, y desde entonces vivimos con más alegría, saliendo a la calle y viendo todo cuanto era digno de visitarse en la ciudad y lugares cercanos, dentro de los límites que nos estaban permitidos; nos relacionamos con muchas personas importantes, y encontramos en ellas tanta afabilidad que parecía que formaba parte de su condición recibir a extranjeros. Y esto fue bastante para hacernos olvidar cuanto nos era más querido en nuestros propios países. Continuamente hallábamos cosas que valía la pena observar o relacionarse un ellas. Sin duda alguna, si existiera un espejo en el mundo merecedor de que el hombre se fijara en él, éste sería aquel país.

Un día, dos de los nuestros fueron invitados a una Fiesta de la Familia, según ellos la llaman; es una costumbre muy sencilla, piadosa y sagrada, que muestra que aquella nación se compone de todos los bienes. Consiste en lo siguiente. A cualquier hombre que alcance a ver vivos a treinta de sus descendientes, mayores de tres años, se le concede celebrar una fiesta a costa del Estado. El padre de la familia, a quien llaman el Tirsán, dos días antes de la fiesta lleva con él a tres amigos que guste elegir, siendo acompañado también por el Gobernador de la ciudad o lugar donde la fiesta se celebre; se citan también para que concurran a todas las personas de la familia de ambos sexos. Dos días antes el Tirsán celebra consulta sobre el buen estado de la familia. En ella se resuelven las discordias o litigios que hayan podido surgir entre los miembros. Si alguno de la familia se halla en mala situación, se procura ayudarle o ponerle remedio. Se censura y reprueba al que ha adoptado una mala vida. Se dan normas respecto a los matrimonios y al porvenir de los familiares, junto con otros avisos y órdenes. Asiste al final el Gobernador para ejecutar, mediante su autoridad pública, los decretos y órdenes del Tirsán, por si fueran desobedecidos; aunque, como reverencian y obedecen tanto las leyes de la naturaleza, raras veces se necesita esta medida. El Tirsán elige uno de sus hijos para que viva con.él en la casa; se le conoce desde entonces con el nombre de Hijo de la Vid. La razón de ello aparecerá luego.

El día de la fiesta, el padre o Tirsán, después del servicio divino, penetra en el gran cuarto donde se celebra; esta habitación tiene una plataforma en el extremo. junto a la pared, en medio de la plataforma, hay un sillón para él, con una alfombra y una mesa delante. Encima del sillón se encuentra un dosel redondo u ovalado hecho de hiedra, hiedra algo más blanca que la nuestra, como las hojas de los álamos blancos pero más brillante; se conserva verde durante todo el invierno. El dosel está curiosamente adornado con plata y seda de diversos colores, colgadas y mezcladas en la hiedra; es una obra realizada por alguna de las hijas de la familia; se halla cubierta en la parte superior por una bella red de seda y plata. No obstante, el armazón está hecho de auténtica hiedra; una vez que se desmonta, los amigos de la familia desean conservar una ramita o una hoja.

Aparece el Tirsán con toda su generación o linaje, los varones precediéndole, y las hembras siguiéndole; si vive la madre de la que descienden todos, entonces, a la derecha del sillón, en un piso superior, hay un apartamiento con una puerta privada y una ventana de cristal tallado, emplomada en oro y azul, donde se sienta, oculta a todas las miradas. Cuando el Tirsán entra se sienta en el sillón; todos sus descendientes se colocan junto a la pared, tanto a su espalda como a los lados de la plataforma, y permanecen de pie, por orden de edades, sea cualquiera el sexo que tengan. Una vez que se ha sentado, con la habitación llena de personas pero sin desorden alguno, luego de una pausa penetra por el otro extremo del aposento un Taratán (que es tanto como decir un heraldo) con un muchacho a cada lado, uno de los cuales lleva un rollo de pergamino amarillo brillante y el otro un racimo con el tallo y las uvas de oro. El heraldo y los niños visten mantos de satén verde agua; el del heraldo tiene franjas doradas y lleva cola.

Luego el heraldo, haciendo tres reverencias o inclinadones, se acerca a la plataforma y allí, en primer lugar, toma en sus manos el rollo. Este rollo es la carta de privilegio real que contiene donaciones de renta y muchos privilegios, franquicias y títulos honoríficos concedidos al padre de la familia. Siempre va dedicada y dirigida: “A fulano de tal, nuestro amado amigo y acreedor”, título adecuado sólo para este caso, pues dicen que el rey no es deudor nunca de ningún hombre a no ser por la propagación de sus súbditos. El sello impreso en la carta real representa la imagen del rey, en relieve o moldeado en oro; aunque tales cartas se conceden como un derecho, sin embargo se varían a discreción según el número y dignidad de la familia. El heraldo lee en voz alta la carta, y mientras la lee, el padre o Tirsán permanece de pie. apoyado en dos de sus hijos elegidos.previamente por él. Sube el heraldo a la plataforma y le.entrega la carta, todos los que se hallan presentes prorrumpen entonces en una aclamación en su lengua, que viene a clecir: “Felices las personas de Bensalem.”

A continuación el heraldo toma en sus manos, del otro muchacho, el racimo de uvas de oro. Se encuentran éstas bellamente esmaltadas; si se hallasen mayoría el número de varones de la familia, las uvas están esmaltadas de púrpura, con un pequeno sol engastado en la parte superior; si la mayoría la constituyen las hembras, entonces están esmaltadas de un amarillo verdoso, con una media luna en lo alto. Hay tantas uvas como descendientes de la familia. El heraldo entrega también al Tirsán este racimo dorado, quien lo da a su vez al hijo que ha elegi para que lo acompañe en la casa; éste lo sostiene ante su padre cuando aparece’ en público poco después; de aquí que se le llame el Hijo de la Vid.

Una vez acabada la ceremonia se retira el padre o Tirsán, y poco después regresa para comer, sentándose solo bajo el dosel, lo mismo que antes; ninguno de sus descendientes se sienta con él, sea cualquiera su dignidad o grado, excepto si es miembro de la Casa de Salomén. Es servido por sus propios hijos vanones, que se arrodillan ante él, en tanto que las mujeres se hallan de pie a su lado, recostadas en la pared. A los lados del dosel hay mesas para los invitados, a quienes se sirve con gran gentileza; después de comer (en las fiestas más importantes la comida nunca dura más de hora y media) se canta un himno, que se diferencia de los demás según la inventiva del que lo compuso (pues tienen excelentes poetas); el tema del himno es siempre un elogio de Adán, Noé y Abraham; se debe esto a que los dos primeros poblaron al mundo y el tercero fué el padre de la fidelidad misma; al final, siempre se dan gracias por la natividad de nuestro Salvador, con cuyo nacimiento se sántificaron los nacimientos de todos los hombres.

Levantados los manteles, el Tirsán se retira de nuevo; y habiéndole hecho a un lugar donde reza unas oraciones privadas, vuelve por tercera vez para dar la bendición a todos sus descendientes que lo rodean como al principio. Después los va llamando uno a uno, por su nombre y según le parece, invirtiendo a veces el orden de edad. La persona llamada (la mesa se ha quitado de en medio) se arrodilla delante del sillón, el padre apoya su mano sobre la cabeza de él o de ella, y le da su bendición con estas palabras: “Hijo de Bensalem (o hija de Bensalem), tu padre te dice que el hombre por el que tú vives y respiras habla la palabra de la salvación; la bendición del Padre Eterno, del Príncipe de la Paz, del Espíritu Santo, descienda sobre ti, y haga que sean muchos y felices los días de tu peregrinación en la Tierra.” Tal es lo que les dice a cada uno de ellos; y acabado esto, si algunos de sus hijos tienen especial mérito y virtud (no suelen ser más de dos) los llama otra vez, y poniendo su mano sobre sus espaldas, mientras ellos permanecen de pie, les dice: “Hijos míos, dad gracias a Dios porque habéis nacido, y perseverad en el bien hasta el fin.” Y entrega, además, a ambos una joya que representa una espiga de trigo, que en adelante ellos llevan en la parte delantera de su turbante o sombrero. Acabada esta ceremonia, durante el resto del día hay música, baile y otras diversiones típicas. Tal es el orden completo de la fiesta.

Transcurridos unos seis o siete días, entablé estrecha amistad con un comerciante de la ciudad, llamado Joabin. Era judío y circunciso, pues existen allí algunas familias judías a quienes dejan conservar su religión propia. Y hacen bien porque estos judíos son muy distintos de los que viven en otros países. En tanto que éstos odian el nombre de jesucristo y poseen un rencor innato contra las personas entre quienes viven, aquéllos, por el contrario, conceden a nuestro Salvador muchos y elevados atributos, y aman en gran medida a Bensalem. Ciertamente este hombre de quien hablo reconocía que Cristo nació de una Virgen y que fué más que un hombre; que Dios le hizo reinar sobre los serafines, que guardan su trono; estos judíos llaman también a jesucristo la Vía Láctea, el Elías del Mesías, y otros muchos y elevados nombres, que aunque sean inferiores a su majestad divina, sin embargo están muy lejos de constituir el lenguaje de otros judíos.

Respecto al país de Bensalem, este hombre no acababa de elogiarlo; constituía una tradición entre los judíos la creencia de que las gentes del país descendían de Abraham, a través de otro hijo, al que llaman Nachoran; y que Moisés ordenó las leyes de Bensalem mediante una doctrina secreta, leyes que rigen actualmente; creen también que cuando venga el Mesías y se siente en su trono en jerusalem, el rey de Bensalem se sentará a sus pies, mientras que los otros reyes mantendrán una gran distancia. Pero prescindiendo de estos sueños judíos, el comerciante era un hombre docto y sabio, de una gran cortesía y muy conocedor de las leyes y costumbres de aquella nación.

Un día que conversábamos le dije que me hallaba muy impresionado por el relato que me había hecho uno de mis compañeros de la fiesta de la familia, pues, según me parecía, jamás había sabido de una solemnidad semejante en donde la naturaleza presidiera en tan alto grado. Y a causa de que la propagación de la especie procede de la cópula nupcial, deseaba que me dijera qué leyes y costumbres tenían sobre el matrimonio, si se mantenían fieles a él y estaban ligados a una sola esposa. Y le preguntaba esto porque en los países donde se desea vivamente el aumento de natalidad, por lo general hay permiso para tener varias mujeres.

A esto me respondió: “Tiene usted razón en elogiar esa excelente institución de la fiesta de la familia; sin duda alguna tenemos la experiencia de que aquellas familias que participan de las bendiciones de esta fiesta medran y prosperan continuamente de un modo extraordinario. Pero escúcheme ahora, y le diré lo que sé. Comprenderá que no existe bajo los cielos una nación tan casta como la de Bensalem, ni tan libre de toda corrupción o torpeza. Es la nación virgen del mundo. Recuerdo haber leído en uno de vuestros libros europeos la historia de un santo ermitaño que deseaba ver al Espíritu de Fornicación, y se le apareció un impuro y feo enano etíope. Pero si hubiera querido ver al Espíritu de Castidad de Bensalem, se le habría aparecido un bellísimo querubín. No existe nada entre los mortales más bello y admirable que el casto espíritu de este pueblo. Sepa usted que entre ellos no existen burdeles ni cortesanas ni nada que se le parezca. Se maravillan, detestando el hecho, de que se permitan tales cosas en Europa. Dicen que ustedes han destrozado el matrimonio, ya que éste está ordenado como remedio contra la concupiscencia ilícita, y la concupiscencia natural parece un incentivo para el matrimonio; pero cuando los hombres tienen a su alcance un remedio más agradable para su corrompida voluntad, el matrimonio casi desaparece. Por esto existen infinitos hombres que no se casan, y que prefieren una vida de soltero, impura y libertina, al yugo del matrimonio; y muchos que se casan, lo hacen tarde, cuando ya ha pasado el vigor y la fuerza de los años. Y cuando se casan, el matrimonio es para ellos un mero negocio mediante el que se busca un enlace ventajoso, dinero o reputación, yéndose a él con un vago deseo de reproducción y no con la recta intención de una unión entre marido y mujer, que es para lo ve fue instituido. También es posible que quienes han derrochado tan bajamente su vigor estimarán muy poco a sus hijos, a diferencia de los hombres castos. ¿Se enmienda mucho más la situación durante el matrimonio, como debería ser, si estas cosas se toleran sólo por necesidad? No, sino que continúan siendo aún una afrenta para el matrimonio. El hecho de frecuentar estos lugares disolutos no se castiga más en los casados que en los solteros. Y la depravada costumbre de cambiar, y los placeres de las aventuras con meretrices (en las que el pecado se convierte en arte) hacen que el matrimonio sea algo triste, parecido a una especie de contribución o de impuesto. Les oyen a ustedes defender, con el pretexto de evitar mayores males, cosas tales como los adulterios, estupros, deseos contra naturaleza, y así sucesivamente. Ellos dicen que ésta es una sabiduría absurda, y la llaman La oferta de Lot, quien para evitar los abusos de sus invitados, les ofreció sus hijas; no, aseguran que con esto se gana POCO, ya que permanecen y aumentan los mismos vicios y apetitos; el deseo ilícito se parece a un horno, en el cual si se detienen por completo las llamas, se apaga, pero si se dejan, crecen más. La pederastia no existe entre ellos, y naturalmente eso no obsta para que sean los mejores amigos del mundo; hablando en términos generales, como dije anteriormente, creo que no hay ningún pueblo tan casto como éste. Es un dicho usual entre ellos que “quien no es casto no puede respetarse a sí mismo”; dicen también que “después de la religión, el respeto a sí mismo es el freno principal de todos los vicios.”

Cuando acabó de pronunciar estas palabras el buen judío hizo una pausa; entonces, aunque tenía más interés en oírlo que en hablar yo mismo, pensando que sería correcto, después de su interrupción, decir algo, le advertí que nos recordaba nuestros pecados, como la viuda de Sarepta se los recordó a Elías; y que reconocía que la rectitud de conducta de Bensalem era mayor que la de Europa. Al escuchar mis palabras inclinó la cabeza y continuó del modo siguiente:

“Poseen también muchas y excelentes leyes respecto al matrimonio. No permiten la poligamia. No pueden casarse o celebrar el contrato matrimonial previo hasta que ha transcurrido un mes después de su primera entrevista. No invalidan el matrimonio celebrado sin consentimiento paterno, pero lo castigan con una multa a los herederos; los hijos de estos matrimonios no pueden heredar más de una tercera parte de los bienes de sus padres.”

Continuábamos nuestra charla cuando entró una especie de mensajero, vestido con una rica capa y habló con el judío; entonces, éste se volvió a mí exclamando: “Perdóneme, pero tengo orden de salir con urgencia.”

A la mañana siguiente vino hacia mí, alegre al parecer, y dijo: “El Gobernador de la ciudad ha sabido que uno de los padres de la Casa de Salomón va a llegar hoy; no hemos visto a ninguno de ellos desde hace doce años. Su llegada se celebrará con gran pompa, pero la causa de su venida es secreta. Les facilitaré a usted y a sus amigos un buen sitio para presenciar su entrada.” Le di las gracias, diciéndole que me alegraban mucho las noticias.

Hizo su entrada al día siguiente. Era un hombre de edad y estatura media, de aspecto gentil, y parecía como si compadeciera a los hombres. Vestía ropas de buen paño negro, con amplias mangas y.una esclavina; la ropa de debajo era de excelente hilo blanco, le llegaba hasta los pies y estaba ceñida por un cinturón; una estola le rodeaba el cuello. Calzaba unos bellos guantes con piedras preciosas engarzadas en ellos y zapatos de terciopelo color melocotón. El cuello lo tenía desnudo hasta el comienzo de los hombros. Su sombrero parecía un casco, o una montera española; sus bucles le caían por detrás con naturalidad. La barba, un poco más clara que su pelo obscuro, la tenía recortada en forma redonda. Venía en una rica carroza, sin ruedas, a modo de litera, con dos caballos a cada lado ricamente enjaezados con terciopelo recamado de azul, y dos palafreneros a cada lado vestidos del mismo modo. La carroza era toda de cedro, dorada, y adornada de cristal, excepto en la parte delantera donde tenía paneles de zafiros, engastados en los bordes de oro, y en la parte posterior lo mismo pero en esmeraldas de color Perú. En lo alto, en la mitad, había un sol radiante dorado; también en lo alto, en primer término, se veía un pequeño querubín de oro con las alas desplegadas. La carroza estaba cubierta con un paño dorado bordado en azul. Ante él iban cincuenta servidores, todos jóvenes, vestidos con casacas, hasta la rodilla, de satén blanco; medias de seda blancas, zapatos de terciopelo azul, y sombreros de terciopelo azul con bellas plumas de diversos colores colocadas alrededor en forma de bandas. Delante de la carroza iban dos hombres, descubierta la cabeza, con túnicas hasta los pies, ceñidas, y zapatos de terciopelo azul; uno de ellos llevaba un báculo, el otro un cavado de pastor; no eran de metal sino el báculo de madera de bálsamo, y el cayado de pastor, de cedro. No se veía ningún hombre a caballo, ni delante ni detrás de la carroza; al parecer era para evitar cualquier tumulto o molestia. Detrás de la carroza marchaban todos los funcionarios y jefes. de las corporaciones de la ciudad. El recién llegado estaba sentado solo, sobre almohadones de una excelente felpa azul; sus pies descansaban en curiosas alfombras de diversos colores, mucho más bellas que las persas. Llevaba levantada una mano como si bendijera al pueblo, pero permanecía en silencio. La calle estaba maravillosamente organizada, tanto que el orden que mantenían las personas era superior al orden de batalla en que pudiera estar cualquier ejército. La gente no se amontonaba tampoco en las ventanas, sino que cada persona se hallaba en ellas como si hubiera sido colocada de antemano.

Cuando hubo acabado el desfile, el judío me dijo: “Lamento no poder atenderlo como quisiera, pero la ciudad me ha encargado que prepare los agasajos en honor de este personaje.”

Tres días después el judío me buscó de nuevo y me anunció: “Tienen ustedes suerte; al saber el padre de la Casa de Salomón que se hallan aquí, me envía para que les diga que los recibirá a todos y que mantendrá una entrevista privada con una persona elegida por ustedes; los cita para pasado mañana. Y como tiene intención de bendecirlos, lo hará por la mañana.”

Fuimos el día y a la hora indicados, y fuí yo el elegido para la entrevista privada. Lo encontramos en un bello aposento, ricamente tapizado y alfombrado hasta la plataforma misma. Estaba sentado en un trono bajo, muy bien adornado y le cubría la cabeza una rica tela bordada en satén azul. Unicamente le acompañaban dos pajes de honor, uno a cada lado, bellamente vestidos de blanco. La ropa de debajo era la misma que llevaba cuando lo vimos en la carroza, pero en lugar de la toga llevaba un manto con una esclavina, del mismo bello color negro, ceñida alrededor. Al entrar, según se nos había indicado, nos inclinamos, y cuando estuvimos más cerca de su sillón se levantó y extendió su mano desnuda bendiciéndonos; volvimos a inclinarnos todos y besamos el borde de su vestido. Hecho esto los demás se fueron y yo permanecí con él. Despidió a los pajes, me invitó a sentarme a su lado y habló en español en los siguientes términos:

“Dios te bendiga, hijo mío; voy a hacerte partícipe de la joya más preciosa que poseo, pues por amor a Dios y a los hombres te haré una relación del verdadero estado de la Casa de Salomón. Hijo mío, con objeto de que la conozcas bien guardaré el orden siguiente. En primer lugar, te haré saber la finalidad de nuestra fundación. En segundo lugar, las posibilidades e instrumentos con que contamos para nuestros trabajos. En tercer lugar, los diversos empleos y funciones asignados a los colaboradores. Y por último, las ordenanzas y ritos que observamos.

“El fin de nuestra fundación es el conocimiento de las causas y movimientos secretos de las cosas, así como la ampliación de los límites del imperio humano para hacer posibles todas las cosas.

“Los dispositivos e instrumentos con que contamos son éstos. Tenemos grandes y profundas cuevas (le diversa extensión; las más profundas tienen seiscientas brazas, y algunas se hallan excavadas bajo grandes colinas y montañas; si se mide la profundidad de la colina y la de la cueva, algunas de ellas pasan de las tres millas. Creemos que es lo mismo la profundidad de una colina y de una cueva a partir de la parte llana; y ambas están igualmente lejos del sol, de las radiaciones celestes y del aire libre. Llamamos a estas cuevas la región inferior, y las empleamos para realizar coagulaciones, endurecimientos, refrigeraciones y conservación de cuerpos. Del mismo modo, las usamos como imitación de minas naturales, y para producir también nuevos metales artificiales, mediante composiciones y materiales que empleamos, y que permanecen allí durante muchos años. Utilizamos las cuevas también (por extraño que pueda parecer) para curar enfermedades y para prolongar la vida de algunos ermitaños que eligieron vivir allí, provistos de todo lo necesario, e indudablemente viven largo tiempo; a través de ellos aprendemos también muchas cosas.

“Contamos con terrenos donde enterramos varias especies de cementos, como aquellos con que hacen sus porcelanas los chinos. Pero los tenemos en una variedad más extensa, y algunos de ellos son más bellos. Tenemos también una extensa variedad de tierras y abonos para hacer más fértil la tierra.

“Poseemos altas torres, la más elevada de media milla de altura, y algunas de ellas se asientan en elevadas montañas, de modo que la colina más elevada, con la torre en la cima, tiene por lo menos tres millas de altura. Y a estos lugares los llamamos la región superior, considerando el aire que existe entre los lugares altos y los bajos como la región media. Empleamos estas torres, según sus situaciones y alturas, para aislamiento, refrigeración y conservación de productos así como para la observación de fenómenos atmosféricos diversos: vientos, lluvia, nieve, granizo, etc. En ellas, en algunos puntos, existen viviendas de ermitaños, a quienes visitamos, a veces, y nos instruyen en lo que observan.

“Disponemos de grandes lagos, salados y frescos, en los que pescamos peces y cazamos aves. Los usamos también para enterrar determinados cuerpos naturales, pues encontramos que existe gran diferencia entre enterrar las cosas en la tierra, o en el aire de debajo de la tierra, y enterrarlas en el agua. Tenemos también lagunas de las que algunas personas extraen agua potable, dulce, y otras, mediante artificios convierten el agua dulce en salada. Tenemos también rocas en medio del mar, y en algunas bahías de la costa, para efectuar trabajos en los que se necesita aire y vapor de agua del mar. Poseemos, igualmente, violentas corrientes y cataratas, que nos sirven para producir muchos movimientos; también máquinas que aprovechando la fuerza del viento producen movimientos diversos.

“Tenemos también cierto número de pozos y fuentes artificiales, a imitación de manantiales y baños naturales, y que contienen en disolución vitriolo, sulfuro, acero, plomo, salitre y otros minerales; y además, poseemos pequeños pozos donde mezclamos muchas cosas, con lo que las aguas adquieren la virtud más de prisa y mejor que en vasijas o en estanques. Entre éstas tenemos un agua que llamamos Agua del Paraíso, remedio soberano. para conservar la salud y prolongar la vida.

“Tenemos también grandes y espaciosas casas, donde imitamos y hacemos demostraciones de fenómenos atmosféricos,.como nieve, granizo, lluvia, caídas artificiales de cuerpos que no son agua, truenos, y relámpagos; igualmente, engendramos cuerpos en el aire, como ranas, moscas y otros diversos.

“Tenemos también ciertas cámaras, a las que denomitiamos cámaras de salud, donde preparamos el aire para que sea adecuado y bueno para la curación de diversas enfermedades, y para la conservación de la salud.

“Tenemos también grandes y magníficos baños, con mezclas diversas, para curar enfermedades y restablecer al cuerpo humano del exceso de sequedad; y otros para aumentar la fuerza de los nervios, de las partes vitales, y de la substancia y jugo corporales.

“Contamos igualmente con varios huertos y jardines, en los cuales más que a su belleza atendemos a la variedad del terreno y del suelo, adecuados para distintas clases de árboles y hierbas; algunos de ellos son muy espaciosos, plantándose árboles, fresas, moras etc., con las que hacemos diferentes clases de bebidas, además del vino. Realizamos toda clase de injertos, así como hacemos experimentos para convertir los árboles silvestres en frutales; todo esto da lugar a la producción de muchos efectos. En los mismos huertos y jardines conseguimos por medios artificiales que los árboles y las flores florezcan antes o después de su estación correspondiente, y que den fruto con más rapidez que lo harían siguiendo su evolución normal. Logramos también que adquieran un tamaño mayor que el natural, y que su fruto sea mayor y más dulce, y de un gusto, olor, color y forma distintos a los que poseen por naturaleza. Muchos de ellos pueden emplearse corno medicinales.

“Conocemos medios Para obtener diversas plantas y desarrollar su crecimiento mediante mezclas de tierras, sin semillas, e igualmente para producir plantas nuevas distintas a las corrientes, y para lograr que un árbol o planta se convierta en otro.

“Tenemos también parques y recintos con toda clase de animales, a los cuales empleamos no sólo como espectáculo por su rareza sino para disecciones y experimentos; de este modo podemos averiguar por analogía muchos males del cuerpo humano. Hemos hallado muchos efectos extraños, como por ejemplo que la vida continúa en ellos aunque partes que se consideran vitales perezcan o se amputen; resucitar a algunos que en apariencia estaban muertos, y casos parecidos. Probamos también en ellos toda clase de venenos y medicamentos, para bien de la medicina y de la cirugía. Los hacemos artificialmente más grandes o más altos de lo que es su especie, y al contrario, los empequeñecemos y detenemos su crecimiento; los hacemos más fecundos y fructíferos de lo que es su especie y, al contrario, estériles e incapaces de fecundar. De muchas formas, cambiamos su color, tamaño y actividad. Hemos encontrado medios para realizar cruces de diversos géneros, que han dado como resultando muchas especies nuevas, que no son estériles como supone la opinión general. Hacemos cierto número de especies de serpientes, gusanos, moscas, peces, de materia en putrefacción, y a partir de su especie algunas se convierten, en efecto, en seres más perfectos, como bestias o pájaros, que poseen su propio sexo y se multiplican. Todo esto no lo realizamos al azar, ya que sabemos de antemano qué seres surgirán a partir de un cruce y materia determinados.

“Tenemos también estanques para hacer experimentos con peces, como dijimos antes respecto a los pájaros y demás animales.

“Contamos igualmente con lugares para la alimentación y generación de las especies de gusanos y moscas que tienen una utilidad especial, como los gusanos de seda y las abejas de ustedes.

“No lo entretendré mucho con la descripción de nuestras cervecerías, panaderías y cocinas, donde se fabrican, diversas bebidas, panes y carnes, raras y de especiales efectos. Tenemos vinos de uva y bebidas de otros jugos de frutos, de granos, de raíces, y mezcladas con miel, azúcar, maná, y frutos secos y condensados; igualmente del jugo destilado por las incisiones practicadas en los árboles y de la pulpa de las cañas. Estas bebidas tienen edades diversas, algunas hasta de cuarenta años. Poseemos también bebidas combinadas con diversas hierbas, raíces y especias; también con carnes variadas, de modo que estas bebidas tienen el alimento de la carne y de la bebida a la vez; así pues, especialmente las personas de edad avanzada pueden vivir a base de ellas, sin necesidad de tomar carne o pan. Nos esforzamos, sobre todo, en obtener bebidas muy sutiles, que se introduzcan en el cuerpo sin hacer daño, de tal modo que algunas de ellas si se ponen sobre el dorso de la mano, después de unos momentos, pasan a la palma, y no obstante son suaves al paladar. Tenemos también aguas preparadas para que tengan propiedades alimenticias, de forma que, sin duda algtina, son excelentes bebidas, y muchas personas no beben ninguna otra. Tenemos pan de diversas clases de granos, raíces y simientes, y algunos de pescado y carne secos; como están hechos con diversas clases de fermentos y condiiaentos excitan mucho el apetito, de tal forma que quienes viven a base de él, sin comer ninguna otra carne, viven largo tiempo. Respecto a la carne la prepáramos tan bien, logramos que sea tan tierna, sin que se corrompa, que un débil esfuerzo del estómago la convierte en un buen quilo, así como un esfuerzo demasiado fuerte lo haría con carne preparada de otro modo. Tenemos también clases de carne, pan y bebidas que capacitan a los hombres para vivir largo tiempo; otras que logran que el cuerpo del hombre sea sensiblemente más fuerte y resistente, y que su fuerza sea mucho mayor que lo sería de otro modo.

“Tenemos dispensarios o tiendas de medicinas, en las que puede verse que contamos con más variedad de plantas y de seres vivos que ustedes tienen en Europa (pues sabemos las que tienen); las hierbas medicinales, drogas e ingredientes para medicinas se encuentran, igualmente, en gran variedad. Las tenemos de diversas épocas y de largas fermentaciones. Respecto a sus preparaciones, no sólo tenemos. aparatos para llevar a cabo toda clase de delicadas destilaciones y separaciones, sino también formas exactas de composición, por las cuales incorporan todos los productos de modo tal que parecen ser elementos naturales.

“Tenemos también artes mecánicas de las que ustedes carecen; materiales fabricados por ellas, como papel, lino, seda, tisú, delicados trabajos en piel de un brillo maravilloso, excelentes tintes, y otras muchas cosas; hay asi mismo tiendas, tanto corrientes como de lujo. Debe usted saber que muchos de los artículos que he enumerado circulan y se usan en todo el país pero, como son producto de nuestra inventiva conservamos ejemplares y modelos de ellos.

“Tenemos hornos muy variados y con diversa intensidad de calor: ígneo y vivo; fuerte y constante; templado y suave; mantenido, lento, seco, húmedo, etc. Pero, sobre todo, tenemos clases de calor a imitación del calor del sol y de los cuerpos celestes que pasan por diversos grados de intensidad, y, por decirlo así, sujetos a órbitas, adelantos y atrasos, y que producen admirables efectos. Además, tenemos calores de estiércoles, de entrañas y vísceras de seres vivos y de sus sangres y cuerpos, de heno y hierbas húmedas, de cal viva, etc. Poseemos también instrumentos que generan calor mediante el movimiento y lugares destinados a fuertes insolaciones. Más aún, lugares para aislar por – completo a los cuerpos, y sitios subterráneos que de un modo natural o artificial producen calor. Empleamos estos diversos calores para la operación que intentamos realizar.

“Tenernos laboratorios donde hacemos toda clase de ensayos sobre la luz, las radiaciones y los colores; partiendo de objetos incoloros y transparentes podemos representar todos los diversos colores, no los del espectro (como ocurre en las gemas y en los prismas) sino cada uno en particular. Representamos también multiplicidades de luces, que podemos llevar a gran distancia y hacerlas tan potentes como para distinguir pequeños puntos y líneas. También todas las colocaciones de la luz; todas las ilusiones y engaños de la vista, en tamaños, magnitudes, movimientos, colores; todas las demostraciones de sombras. Hemos hallado igualmente diversos procedimientos, que ustedes desconocen, para producir luz a partir de diversos cuerpos. Tenemos medios para ver los objetos muy lejanos, en el firmamento y en los lugares remotos; también para contemplar las cosas cercanas como si estuvieran muy distantes, y las cosas muy distantes como. si estuvieran cercanas, de modo que las distancias quedan fingidas. Para ver tenemos auxiliares mejores que las gafas y lentes corrientes. Tenemos también lentes y artificios para ver perfecta y distintamente cuerpos muy diminutos: las formas y colores de moscas y gusanos pequeños, defectos e imperfecciones en las gemas que no se pueden ver de otro modo, hacer observaciones en la orina y en la sangre que de otra forma no se podrían hacer. Hacemos arcos iris artificiales, aureolas y círculos luminosos. Representamos toda clase de reflexiones, refracciones, y multiplicamos los rayos visuales de los objetos.

“Tenemos también piedras preciosas de todas clases, muchas de ellas de gran belleza, y que ustedes desconocen; del mismo modo, cristales, y lentes de diversos géneros; entre éstos, metales cristalizados, y otros materiales, además -de aquellos con los que se hace cristal. Igualmente, minerales imperfectos y fósiles que ustedes no tienen. También, imanes de prodigiosa virtud y otras piedras raras, tanto artificiales como naturales.

“Tenemos también laboratorios de acústica, en los que practicamos y hacemos demostraciones con todos los sonidos y cómo se producen. Tenemos armonías que ustedes no tienen, de cuartas e intervalos menores, Diversos instrumentos musicales, que ustedes desconocen, algunos mucho más dulces que los que puedan ustedes poseer, junto con campanas y timbres delicados y armoniosos. Los sonidos bajos los convertimos en altos y profundos, del mismo modo, a los altos los hacemos bajos y agudos; a sonidos que originalmente son continuos los convertimos en susurrantes y gorjeantes. Representamos e imitamos todas las letras y sonidos articulados, y los gritos y notas de pájaros y bestias. Poseemos ciertos aparatos que aplicados al oído logran que se pueda escuchar mejor y más alto. Tenemos también diversos, extraños y artificiales ecos que reflejan la voz muchas veces, como si la rebotaran; otros que devuelven la voz más alta que fué enviada, otros más, aguda, y otros más profunda; algunos devuelven la voz, que difiere en las retraso sonidos de la que recibieron. Contamos también con medios para conducir los sonidos pon tubos y conductos, a través de extrañas líneas, a grandes distancias.

“Tenemos también laboratorios de perfumería, donde practicamos diversos ensayos. Multiplicamos los olores, lo cual puede parecer extraño; imitamos olores, haciendo que tengan un perfume diferente del de las substancias que lo forman. Igualmente, realizamos diversas imitaciones del sabor, de tal forma que pueden engañar al paladar de cualquier hombre. En este laboratorio tenemos también un departamento de confitería donde fabricamos toda clase de dulces, sólidos y líquidos, y diversas clases de agradables vinos, leches, caldos y ensaladas en mucha mayor variedad que puedan ustedes tener.

“Contamos también con salas de máquinas, en las que preparamos máquinas e instrumentos para realizar toda clase de movimientos. En ellas practicamos e imitamos movimientos más rápidos que los que ustedes producen, bien con sus mosquetes o con cualquier otro instrumento que posean; y esto con objeto de hacerlos y multiplicarlos con más facilidad y mediante una fuerza menor, por medio de ruedas y de otras formas, y así hacerlos más potentes y más violentos que los de ustedes, para que sobrepasen a vuestros más grandes cañones. Experimentamos con artillería, instrumentos de guerra y máquinas de todas clases; igualmente, hacemos nuevas mezclas y combinaciones de pólvora, fuego griego inextinguible, y también cohetes de todo género, por placer y para emplearlos. Imitamos también el vuelo de las aves; hemos logrado éxitos al conseguir volar en el aire. Tenemos barcos y barcas para navegar bajo las aguas del mar, cinturones para nadar y salvavidas. Poseemos diversos relojes curiosos, aparatos con movimientos de vuelta y algunos con movimiento perpetuo. Imitamos también los movimientos de seres vivos, como hombres, bestias, aves, peces y serpientes; conocemos.también un gran número de otros movimientos, raros por su igualdad, finura y sutileza.

“Poseemos también un departamento de matemáticas, donde están representados todos los instrumentos, tanto de geometría como de astronomía, exquisitamente fabricados.

“Tenemos también casas de ilusiones de los sentidos, donde hacemos juegos de prestidigitación, falsas apariciones, impostoras, ilusiones y falacias. Usted creerá fácilmente, con seguridad, que nosotros, que poseemos tantas cosas naturales que inducen a admiración, podríamos engañar a los sentidos si mantuviéramos ocultas estas cosas, y arreglárnoslas para hacerlas aparecer como milagrosas. Pero odiamos tanto las impostoras y mentiras que hemos prohibido severamente a nuestros ciudadanos, bajo pena de ignominia y multa, que muestren cualquier obra natural adornada o exagerada, debiendo mostrarla en su pureza original, desprovista de toda afectación.

“Tales son, hijo mío, las riquezas de la Casa de Salomón.

“Para atender a las necesidades suscitadas por los empleos y oficios de nuestros ciudadanos, doce de ellos navegan hacia países extranjeros bajo la bandera de otras naciones (pues nosotros ocultamos la nuestra), trayéndonos libros, resúmenes y modelos de experimentos realizados en todas partes. A estos hombres los llamamos los Mercaderes de la Luz,

“Tres de ellos reúnen los experimentos que se encuentran en todos los libros. A éstos los llamamos los Depredadores.

“Tres reúnen los experimentos llevados a cabo en las artes mecánicas, en las ciencias liberales, y aquellas prácticas que no se incluyen en las artes. A éstos los llamamos. los Hombres del Misterio.

“Tres ensayan nuevos experimentos, según lo juzgan conveniente. Los llamamos Pioneros o Mineros,

“Tres catalogan los experimentos de los cuatro grupos anteriormente enumerados en títulos y tablas, para iluminar mejor la deducción de las observaciones y axiomas extraídos de ellos. Los llamamos Compiladores.

“Tres examinan los experimentos de sus compañeros, concentrándose en el intento de deducir de ellos cosas útiles y prácticas para la vida y el conocimiento del hombre; e igualmente para sus obras, para la demostración paténte de las causas, medios de adivinación natural, y el rápido y claro descubrimiento de las virtudes y partes de los cuerpos. Los llamamos Donadores o Benefactores.

“Luego, después de diversas reuniones y consultas de todos los miembros para considerar las investigaciones y síntesis realizadas en primer lugar, contamos con tres de ellos que se preocupan de supervisar y dirigir los nuevos experimentos, desde un punto de vista más elevado, y penetrando más -en la naturaleza que los anteriores. A éstos los, llamamos Lámparas.

“Otros tres ejecutan los experimentos así dirigidos, y dan cuenta a aquéllos. Los conocemos con el nombre de Inoculadores.

“Por último, tenemos tres que sintetizan los descubrimientos logrados mediante los experimentos en observaciones, axiomas y aforismos de más, amplitud. Los llamamos Intérpretes de la Naturaleza.

“Como puede comprender, contamos también con principiantes y aprendices, para que no se hustre la sucesión de los primeros hombres empleados; tenemos, además, un gran número de criados y sirvientes, hombres y mujeres. Hacemos también lo siguiente: celebramos consultas para acordar cuáles son las invenciones y experiencias descubiertas que se han de dar a conocer, y cuáles no; se toma a todos juramento de guardar secreto respecto a las que consideramos que así conviene que se haga, y a veces unas las revelamos al Estado y otras no.

“Para nuestras ceremonias y ritos, tenemos dos larguísimas y bellas galerías; en una de ellas colocamos modelos y ejemplares de todas clases de los inventos más raros y mejores; en la otra, las estatuas de los principales inventores. Tenemos allí la estatua de vuestro Colón, que descubrió las Indias occidentales; al inventor del barco; al monje vuestro que inventó la artillería y la pólvora: al inventor de la música; al inventor de las cartas; al inventor de la imprenta, al inventor de la astronomía; al inventor de los trabajos en metal; al inventor del cristal; al descubridor de la seda de los gusanos; al inventor del vino; al inventor del pan de maíz y de trigo; al inventor del azúcar, y a todos aquellos que por tradición sabemos que lo fueron. Contamos luego con diversos inventores propios de obras magníficas que, puesto que usted no las ha visto, me llevaría demasiado tiempo describírselas; además, podría equivocarlo con facilidad al intentar que comprendiera rectamente estas obras a través de mis descripciones. Al inventor de una obra valiosa le erigimos una estatua y le damos una recompensa digna y generosa. Las estatuas son de bronce, de mármol y jaspe, de cedro y de otras maderas doradas y adornadas; otras son de hierro, de plata o de oro.

“Tenemos ciertos himnos y servicios religiosos de alabanza y agradecimiento a Dios por sus maravillosas obras, que los decimos diariamente. También oraciones para implorar su ayuda, y bendición en nuestros trabajos, y para que les dé aplicaciones buenas y santas.

“Por último, realizamos determinados circuitos o visitas a las principales ciudades del reino, en lasque damos a conocer, según juzgamos conveniente, las más nuevas y provechosas invenciones. Anunciamos también las predicciones verosímiles de enfermedades, plagas, invasiones de animales dañinos, años de escasez; tempestades, terremotos, grandes inundaciones, cometas, las temperaturas del año, y otros fenómenos diversos; por consiguiente, les aconsejamos acerca de lo que deben hacer para evitar los males y remediarlos.”

Cuando acabó de decir esto se levantó; según me habían enseñado yo me arrodillé ante él; puso su mano derecha sobre mi cabeza, y dijo: “Dios te bendiga, hijo mío, y que bendiga igualmente mi relato. Te autorizo para qué lo publiques en bien de todas las otras naciones, pues la nuestra permanece aquí, en el seno de Dios, como una tierra desconocida.” Y me dejó, después de haberme concedido una asignación de dos mil ducados, para mí y mis compañeros.

En las ocasiones que se presentaron, todos ellos se mostraron muy generosos.

[el resto del manuscrito estaba incompleto]

BACON

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