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Contexto histórico

La Captura de Atahualpa por Pizarro

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Cajamarca, 16 de Noviembre de 1532

Los españoles pasaron la noche a la vista del Real de Atahualpa y en constante guardia temiendo un ataque sopresivo, sin embargo nadie los molestó. Al día siguiente, al atardecer, Atahualpa se decidió a entrar al pueblo. Precedieron al Inca unos cuatrocientos hombres, todos con vestimentas iguales, cuya misión era limpiar de piedras y pajas el camino.

Mientras tanto, Pizarro dividió sus huestes en cuatro partes que se escondieron en los edificios que rodeaban la gran plaza. En el primero esperaba agazapado Hernando Pizarro con catorce o quince jinetes, en el segundo estaba Soto con quince o dieciseis caballos, en el tercero se situaba un capitán con otros tantos soldados mientras Francisco Pizarro con veinticinco efectivos de a pie y dos o tres jinetes esperaban en un galpón. En medio de la plaza, en una fortaleza que probablemente era un usno (epecie de trono) estaba el resto de la gente con Pedro de Candia y ocho o nueve arcabuceros más un falconete.

Pedro Pizarro, al narrar los episodios de Cajamarca, señala que hasta entonces los españoles no habían luchado contra los naturales y no sabían cómo se enfrentaban en la guerra pues los acontecimientos de Tumbes y de La Puná eran meras escaramuzas. Según este cronista, el gobernador dividió su gente de a caballo en dos partes, comandadas por Hernando Pizarro y por Soto, respectivamente. Pedro de Candia y unos cuantos soldados fueron apostados en la pequeña estructura en medio de la plaza.

Lenta y pausadamente entró el Inca a la plaza después de que sus soldados la ocuparan parcialmente y se sorprendió de hallarla vacía. Al preguntar por los españoles le dijeron que de miedo permanecían escondidos en los galpones. Entonces, con mucha solemnidad, avanzó el dominico Valverde con una cruz entre las manos, acompañado por Martinillo el “lengua”, y pronunció el requerimiento formal a Atahualpa de abrazar la fe católica y servir al rey de España, al mismo tiempo que le entregaba el evangelio. El diálogo que siguió es narrado de modo distinto por todos los testigos; es posible que la tremenda angustia vivida en esos instantes impidiera recordar después las frases exactas que se cruzaron entre los diversos actores de la tragedia.

Tras el Inca, y en otras andas, era llevado el señor de Chincha. En ese momento el gobernador vaciló no sabiendo cuál de los dos era el soberano, sin embargo, ordenó a Juan Pizarro dirigirse hacia el curaca, mientras él y sus soldados avanzaron en dirección al Inca.

A una señal de Pizarro el silencio cargado de amenazas que envolvía la plaza se transformó en la más tremenda de las algaradas. Estallaron el trueno, el estampido del falconete, y retumbaron las trompetas, era el aviso para que los jinetes salieran al galope de los galpones. Sonaban los cascabeles atados a los caballos, disparaban ensordecedores los arcabuces; los gritos, alaridos y quejidos eran generales. En esa confusión los aterrados indígenas, en un esfuerzo por escapar, derribaron una pirca de la plaza y lograron huir. Tras ellos se lanzaron los jinetes, dándoles el alcance mataron a los que pudieron, otros murieron aplastados por la avalancha humana.

Mientras tanto Juan Pizarro se abalanzó en dirección del señor de Chincha y lo mató en sus mismas andas. Por su parte Francisco Pizarro con sus soldados masacraban a los indígenas que desesperadamente sostenían el anda del Inca, caían unos y eran reemplazados por otros. Al ver la situación, un español sacó un cuchillo para victimar a Atahualpa, pero Pizarro se lo impidió, saliendo herido en una mano y ordenando que nadie tocase al Inca. Por fin, los españoles asidos a un costado del anda lograron ladearla y cogieron al soberano.

Al caer la noche aquel aciago 16 de noviembre de 1532 había terminado para siempre el Tahuantinsuyu, el Sapa Inca estaba cautivo y con su prisión llegaba a su fin la autonomía del Estado indígena. Desde ese momento, cambios trascendentales transformaron el ámbito andino, cambios que no sólo afectaron a los naturales, sino que produjeron profundas consecuencias en Europa. *

Pedro Pizarro señala en su crónica que hasta el memorable día de Cajamarca, los españoles no habían combatido a los naturales fuera de unas cuantas escaramuzas en Tumbes y La Puná. En ningún momento del recorrido desde la costa hasta el real de Atahualpa habían hallado los españoles el menor estorbo; muy al contrario, en todo momento les fueron ofrecidos guías y víveres de los depósitos estatales. Atahualpa no cayó ante una guerra abierta, lo que aconteció fue una atrevida y audaz emboscada.

* La economía europea se vio afectada por el impacto del arribo de los enormes contingentes de oro peruano, y más adelante por la adaptación de la papa, tubérculo que permitió el crecimiento demográfico europeo y acabó con el hambre que periódicamente amenazaba al viejo continente cada vez que menguaban las cosechas.

Textos tomados del libro “Historia del Tahuantinsuyo”
de María Rostworowski de Diez Canseco

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Contexto histórico

El Conquistador (poesía)

Acurrucado en la sombra,

Que el trópico le ofrece,
Reposa el conquistador,
De la lucha que merece,

Con su caballo andaluz,
Con su intrépido lebrel,
Director de la hueste,
De hispánica sed,

Hueste vasca y extremeña,
Andaluza, leonesa, castellana,
Y alguno hay que también porta,
Su barretina catalana,

También va algún negrito,
Fuerte como un roble,
Hueste de espíritu hidalgo,
Heroísmo de coraje noble,

Morrión, espada y arcabuz,
Con las picas de Flandes,
De la Florida a Nuevo México,
Antillas, Amazonas, Andes,

Arrullan las ágiles armas,
Del pendón católico y real,
Nuevo Mundo de las Indias,
Frontera de caballería medieval,

La gran cruz de Santiago,
Guía al jefe conquistador,
Parecen sus enmarañadas barbas,
Motivo de fuerza de Sansón,

El fraile, capitán espiritual,
Dale su bendición evangélica,
Exhortando al apostolado,
En la española América,

Descansa, bravo guerrero,
Reposa para retomar fuerzas,
Sangre de Hispania fecunda,
Ideal vivo de entereza,

Conquistador español,
Cristocéntrica historia,
Tu fe es para Dios,
Tus andares para la gloria.

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Guerra Civil entre Huáscar y Atahualpa

El conflicto surgido entre Huáscar y Atahualpa marca la decadencia del imperio de los incas. Al término de esto el monarca triunfante, Atahualpa, no disfrutaría mucho de su victoria pues ya los españoles pisaban territorios del Tahuantinsuyo y, posteriormente, llevarían a efecto el procesamiento del soberano iniciando con ello la conquista y dominación española en nuestro suelo.atahualpa y huascar

La sucesión del trono

El legítimo heredero, designado por Huayna Cápac, era su hijo el príncipe Ninan Kuyuchi, quien murió casi al mismo tiempo que su padre, victima de una extraña peste que asoló la región ecuatoriana (probablemente fue la viruela traída por los españoles y que se propagó desde Panamá). Pero como aún en vida, Huayna Cápac había designado a Huáscar como segundo sucesor al trono imperial, entonces este se ciñó la Mascapaicha que le acreditaba como gobernante del Tahuantinsuyo al que, también, aspiraba su hermano bastardo Atahualpa, que habiendo nacido en el Cusco había asinilido a la nueva nobleza de Quito y que, de esta forma, veía postergadas sus ambiciones.

La guerra

Encolerizado, a su vez, Huáscar porque su hermano no había acompañado los restos de su padre, de Quito al Cusco, y porque tampoco había acudido a rendirle homenaje de sumisión y pleitesía, castigó con la muerte a la embajada que Atahualpa le había enviado para presentarle sus excusas por su inasistencia al Cusco. Pensó, de esta manera, Huáscar, hacer sentír su autoridad. No lo consiguió ya que esta acción del gobernante cusqueño provocó la sublevación de Atahualpa, desencadenandose la guerra civil.

En el curso de los acontecimientos, Huáscar consiguió exitos iniciales. El general Atoc, enviado por él, logró derrotar a la huestes de Atahualpa en la batalla de Tumi-Pampa. Atahualpa fue hecho prisionero pero logró escaparse. Reorganizó su ejercito y cerca al Cusco derrotó al ejercito de Huáscar en la batalla de Quepay-Pampa. El ejercito triunfante de Atahualpa se volcó sobre la ciudad imperial, la que fue saqueada y destruida completamente. Huáscar fue hecho prisionero y obligado a presenciar esta destrucción. Se buscaba no dejar vestigios de lo que había sido la ciudad del Cusco, así como de su arrogante nobleza imperial.

En esta forma se precipitaba la ruina del Tahuantinsuyo. El poderío imperial estaba debilitado. Atahualpa, luego de la victoria de sus generales retornó hacia el norte, deteniéndose en Cajamarca. En estas circunstancias hacian su aparición los españoles en las costas de Tumbes. Más tarde, Atahualpa fue hecho prisionero por los españoles y, desde allí, mandaría matar a su hermano Huáscar que aún se encontraba en prisión. A su vez, él fue ajusticiado el 26 de julio de 1533.

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Guerra civil entre los conquistadores del Perú

ANTECEDENTES

Las guerras civiles entre los invasores, estallaron a los pocos años de la caída del tahuantinsuyo. Estas guerras se pueden dividir en dos etapas: la primera, en la cual se enfrentan pizarristas contra almagristas por la disputa del poder y la posesión de las tierras recién invadidas. La segunda etapa está marcada por las rebeliones de los invasores españoles contra los intentos de la corona española por imponer su autoridad en América.
PRIMERA ETAPA
El Rey de España Carlos I estableció las gobernaciones como sistema de gobierno para las colonias, entregándolas a los propios conquistadores, así los principales líderes de la conquista recibieron del Rey: La Gobernación de Nueva Castilla; la cual se ubicó en el Perú y fue concedida a Francisco Pizarro por la Capitulación de Toledo 1529 y La Gobernación de Nueva Toledo; se ubicó en chile y fue concedida a Diego de Almagro por Ordenanza Real 1534, luego que éste reclamó por los escasos beneficios obtenidos en la Capitulación de Toledo. Sin embargo el Rey no había definido a quien correspondería el Cuzco, pues esta ciudad se ubicaba justo en el límite de ambas gobernaciones. Esta fue la causa fundamental de la guerra, cuyo antecedente remoto lo encontramos en el resentimiento de Almagro hacia Pizarro generado después de la inequidad en el reparto de honores y metales que tuvo lugar con la Capitulación de Toledo (1529).
GUERRA DE LAS FRONTERAS (1537-1538):
Almagro luego de haber realizado una expedición hacia su gobernación en 1535 se percató que el territorio era muy escaso en riquezas y que la población indígena, liderada por caciques como Lautaro o Colo Colo, era extremadamente belicosa frente a la presencia de los europeos. Ante una situación adversa, el viejo manchego sintió que nuevamente había sido objeto de un engaño por Pizarro; es así, que tras el fracaso de Chile, Almagro intentó resarcirse capturando el Cuzco. Las fuerzas pizarristas ubicadas en el sur andino, dirigidas por Alonso de Alvarado, intentaron reaccionar a la agresión almagrista, pero terminaron siendo derrotados en la Batalla de Abancay (12 de Julio de 1537) por el almagrista Rodrigo de Ordoñez. Francisco Pizarro que se encontraba en Lima, al enterarse de lo que sucedía en el sur de su gobernación decidió buscar una solución pacífica al conflicto. Así se van a producir las conversaciones de Mala y Lunahuana entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro . Los dos más importantes líderes de la invasión española acordaron designar al abogado Francisco de Bobadilla como árbitro para que decidiera sobre la suerte del Cuzco. El fallo de Bobadilla resultó favorecer a los Pizarro, fue entonces que Francisco, en muestra de buena voluntad, decidió que Almagro mantuviese el Cuzco hasta que el Rey decidiese lo definitivo. Mientras esto sucedía, Hernando Pizarro lograba escapar de su prisión en el Cuzco y agrupó a las fuerzas pizarristas en el sur andino para enfrentarse a las fuerzas de Diego de Almagro. Los pizarristas derrotaron al almagrista Rodrigo de Ordoñez en la Batalla de Huaytará y luego de algunos días nuevamente vencen a las fuerzas almagristas en la Batalla de las Salinas (6 de abril de 1538); luego de la batalla Almagro fue apresado por Hernando Pizarro y llevado al Cuzco en donde fue sometido a juicio sumario y condenado a muerte, sentencia que se cumplió el día 8 de julio de 1538. Luego de la ejecución, el cuerpo de Almagro fue sepultado en la iglesia La Merced del Cuzco.
REBELION DE DIEGO DE ALMAGRO “EL MOZO” (1541-1542)
Al morir Diego de Almagro dejó como único heredero a su hijo mestizo llamado Diego de Almagro, conocido como “el mozo”, a quien los pizarristas no quisieron reconocerle sus derechos de herencia. Ante esto, los almagristas decidieron vengar la muerte de Diego de Almagro “el viejo” y de luchar por los derechos del joven Almagro.
El 26 de junio de 1541 un grupo de almagristas al mando de Juan de Rada ingresaron a Palacio de gobierno y asesinaron a Francisco Pizarro. Una mortal estocada del almagrista Narváez, le atravesó la garganta para luego destrozarle el cráneo con un pesado jarrón. Sus restos fueron recogidos por su fiel criado Juan de Barbarán y enterrados en el huerto de los naranjos, a un costadote la catedral. Luego de la muerte de Francisco Pizarro los almagristas proclamaron a Diego de Almagro “el mozo” como nuevo gobernador de Nueva Castilla.
Un año más tarde llegó al Perú el licenciado Cristóbal Vaca de Castro, enviado por la corona para investigar las causas de la muerte de Diego de Almagro “el Viejo”. Sin embargo, al tomar conocimiento de la muerte de Francisco Pizarro a manos de los alamagristas, terminó por combatir a éstos. Vaca de Castro, apoyado por los pizarristas derrotó a las fuerzas de almagro “el mozo” en la Batalla de Chupas, cerca de Huamanga el 16 de setiembre de 1542. El Joven Almagro terminó siendo apresado y conducido al Cuzco en donde fue sometido a juicio y sentenciado a morir decapitado. Los restos del mestizo fueron sepultados en la Iglesia la Merced junto a los de su padre.

SEGUNDA ETAPA

LA REBELION DE GONZALO PIZARRO (1546-1548)
Se rebeló contra el intento del Virrey Blasco Núñez de Vela por querer aplicar en el Perú la Leyes Nuevas de 1542. El Virrey llegó al Perú en 1544 buscando someter a los encomenderos bajo las leyes del Rey de España, sin embargo la actitud de los encomenderos, dirigidos por Gonzalo Pizarro, fue de total rechazo a Núñez de Vela. Finalmente en 1545, la Audiencia de Lima, ante la presión de los pizarristas, decidió expulsar al Virrey y deportarlo a Panamá para que de ahí regrese a España. Pero ya estando en pleno viaje rumbo a Panamá, Núñez de Vela decidió desembarcar en Guayaquil y desde ahí avanzar hacia Quito, en donde procedió a armar un ejército para regresar al Perú. Al enterarse de las acciones del Virrey, los encomenderos avanzaron hacia el norte a cerrarle el paso, derrotándolo en la Batalla de Iñaquito el 18 de noviembre de 1546; luego del enfrentamiento el Virrey fue capturado y decapitado.
Así, Gonzalo Pizarro fue proclamado gobernador del Perú y se declaró en franca rebeldía contra la corona. Algunos de los más allegados colaboradores de Gonzalo Pizarro, como Francisco de Carvajal, le Propusieron desposarse con una princesa incaica y así proclamarse rey del Perú, de esta manera conseguirá ganarse el apoyo de las élites indígenas y así poder enfrentar la contraofensiva de la Corona Española.
El Príncipe Felipe de España se hizo cargo de la situación en el Perú y decidió enviar al Pacificador Pedro de la Gasca, el cual llegó previamente a Panamá en 1547 con la misión de ofrecer indultos reales y premios para aquellos encomenderos que decidiesen traicionar a Gonzalo Pizarro. El primero en levantarse contra Gonzalo Pizarro fue Diego Centeno, quien cayó derrotado por Francisco de Carbajal en la Batalla de Huarina(1548).
La Gasca, con poderosos refuerzos y muchas deserciones de pizarristas desembarcó en Tumbes, siguió el camino de Jauja y en Jaquijahuana (cerca del Cusco) en 1548, sorprendió a Gonzalo Pîzarro. La acción no fue propiamente una batalla sino un desbande ante el cual Carvajal se puso a cantar “estos mis caballicos maire, uno a uno se los lleva el aire”. Luego Gonzalo Pizarro y Francisco de Carbajal fueron decapitados en el Cusco.
Derrotado Gonzalo Pizarro el pacificador Gonzalo Pizarro procedió a realizar el llamado “reparto de huaynarima”, mediante el cual reparte premios entre todos aquellos que lo habían apoyado a derrotar a los rebeldes pizarristas. Sin embargo, hubo muchos que no llegaron a recibir ninguna recompensa por haber defendido la causa real.