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El desarrollo del motín de 1766 en Elche

Detrás del motín de Elche de 1766 aparece la figura de José Beltrán Esclapes, el cual, junto a Bautista Blasco, Francisco Romero y José Vázquez, se parecieron reunir para orquestar los acontecimientos que se desarrollarían a partir del 13 de abril de 1766.

El motín se inició de buena mañana en el arrabal de San Juan, cuyo cabildo estaba procediendo a las subastas de regalías y derechos señorías del Duque de Arcos. Entre la gran cantidad de gente el ya citado Bautista Blasco, conocido como “el venerable viejo”, levanto la voz y diciendo hablar en nombre del común procedió a declararse contrario a cualquier subasta, iniciando así una acalorada discusión con el procurador, don Ricardo Sánchez, al cual acuso de ser un “segundo Esquilache”. Fue en este contexto, y al grito de “Viva el rey, muera el Duque de Arcos y don Ricardo Sánchez, segundo Esquilache”, cuando se inició la revuelta señorial.

En Elche fueron depuestos los dos justicias, el alcalde mayor, Tomas Andres Gusema, y los otros dos ordinarios el mismo día 13 por la tarde. El lunes 14 llego la revuelta a Almoradí, el 16 a Catral, el 20 a Crevillente y Novelda, el 21 a Albatera; finalmente, el día 22, se produjo el asalto al Castillo de Santa Pola, el cual pertenecía al Duque de Arcos, siendo la toma bastante sencilla, pues el alcaide del castillo, llamado Ortiz, no opuso resistencia alguna. Como se puede observar, en términos generales el movimiento se dirigió contra el régimen feudal, centrándose especialmente contra el Duque de Arcos. El citado duque, participó el 23 de marzo en el consejo de guerra que reunió Carlos III ante los sucesos acontecidos en Madrid, mostrándose en tal consejo en una actitud bastante beligerante, siendo de la opinión de que la revuelta debía de combatirse con una dura represión, mostrando de esta forma su severo carácter.

La revuelta se extendió hasta el 3 de mayo, cuando Beltrán Esclapes y las restantes cabezas del motín cayeron apresados.

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Los protagonistas del motín de 1766

El motín urbano de 1766, que ya hemos tratado en otras entras de este mismo blog,  tuvo a diversas fuerzas sociales y políticas implicadas, Pero, ¿quienes eran? ¿cuales eran sus objetivos?.

Tratando este mismo tema, P. Vilar habla de que, durante el motín, los propietarios luchaban por la tierra, los trabajadores por la subsistencia y los comerciantes por la libertad. Se ve evidente que las medidas reformistas favorecieron a los propietarios y comerciantes exportadores; estos propietarios eran la pequeña nobleza ilicitana, el clero y los cultivadores acomodados, pero también lo era el Duque, viéndose claramente condicionada su acción política por sus propios intereses.

En cuanto a los comerciantes, la estructura social del XVIII reflejaba la existencia de dos tipos de comerciantes; por un lado, los grandes importadores/exportadores, residentes en el puerto de Alicante, por el otro, los pequeños comerciantes ilicitanos, quienes obtienen sus beneficios del mercado local o comarcal y que además sufren la competencia de los primeros; son estos pequeños comerciantes los que participan en el motín por su lucha contra los monopolios que dificultaban su libertad de comercio tanto a escala local como comarcal.

Estos pequeños comerciantes, muchos miembros de la pequeña burguesía, se presentaron como una de las fuerzas de este motín. Pese a lo anterior, el principal objetivo de la pequeña burguesía era tumbar la reglamentación feudal coactiva que impide la libre formación de un mercado local, siendo de esta forma un motín burgués de carácter antifeudal. El motín muestra que, al moverse bajo estas razones, nunca tuvo un peso destacable el motivo económico frente al motivo político, pues la principal motivación de la pequeña burguesía era la de echar abajo el todavía vigente feudalismo que le impedía desarrollarse de forma plena. Estas pretensiones se dejaron de lado una vez la audiencia cedió frente ciertas peticiones de la pequeña nobleza.

Por último, no se deben olvidar las reivindicaciones populares del pueblo, dirigidas a recuperar lo que las oligarquías autóctonas y foráneas habían arrebatado a al comunidad campesina desde finales del siglo XVII.

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Elche durante la Guerra de Sucesión Española

El siglo XVIII español se inauguró con el conflicto sucesorio que enfrento al futuro Felipe V de España y al futuro emperador Carlos IV; este enfrentamiento dinástico entre borbones y austracistas afecto a muy diversos territorios, entre los que se encontraba la villa valenciana de Elche. A continuación pasaremos a realizar un rápido repaso sobre lo que supuso este acontecimiento para las tierras ilicitanas del silo XVIII.

Dependiendo de la fuente consultada (Sempere y Pastor, 1992. p. 36), Elche fue ocupada por los astracistas entre junio y julio de 1706, extendiéndose ésta ocupación hasta octubre del mismo año; el único documento conservado de este periodo data del 1 de agosto de 1706, y en él se habla del envío de 72 mulas y varios hombres para ayudar a desembarcar algunos cañones de la armada inglesa, la cual se encontraba anclada en la bahía de Alicante. Pese a las interpretaciones tradicionales, que hablan del apoyo ilicitano a la causa del Archiduque, hay diversos indicios que nos llevan a pensar que la estancia austracista en Elche estuvo más cercana a la invasión que a la aceptación voluntaria de los ilicitanos; uno de los indicios comentados es una carta del Consell a fecha de 6 de enero de 1706, la cual está firmada por don Francisco de Ávila e insta a las gentes de Elche a prestar su obediencia a Carlos III.

La llegada de las tropas de Berwick y del Cardenal Belluga el 21 de octubre de 1706 supuso el fin del periodo austracista en Elche y la implantación de los Decretos de Nueva Planta en el Reino de Valencia, produciéndose a partir de estos mismos ciertas anomalistas institucionales. Con la batalla de Almansa del 25 de abril de 1707, el bando austracista recibió un duro golpe, sin embargo, el conflicto siguió vivo en otras zonas del país. Finalmente, en 1713 se firmó la Paz de Utrech, quedando solamente por capitular el último reducto austracista, Barcelona.

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Señores y propietarios del Elche del XVIII

La propiedad de Elche durante el siglo XVIII estaba repartida entre los pequeños propietarios, los cuales eran cultivadores directos, normalmente enfiteutas, los propietarios de tipo medio, y la cúspide social, la cual estaba compuesta por la Iglesia, el Duque de Arcos y los Santacilia; los miembros de esta cúspide social percibían la mayor parte de las renta de la tierra, combinando la propiedad compartida de estas con los privilegios y jurisdicciones particulares que el feudalismo, todavía vigente, les permitía disfrutar.

El Duque de Arcos, junto a la familia de los Santacilia, poseían el dominio directo de las tierras de Elche. El Duque, aunque poseía el señorío jurisdiccional, no tenia como enfiteutas suyos a todos los propietarios del término de Elche, pues éste no era el único señor de la villa. En la partida rural de Asprillas se elevaba un señorío sin jurisdicción que era propiedad de un viejo linaje nobiliario local, los Santacilia; esta familia eran los verdaderos señores de la citada partida rural, percibiendo de la misma todos los censos enfitéuticos y el tercio de diezmo, aunque, a diferencia del Duque, no aparecían en los padrones del siglo XVIII como grandes propietarios; pero ello no nos debe de llevar a engaño, pues pese a no aparecer en estos, gozaban de tan importantes derechos y rentas que no sería correcto omitirlos, pues son precisamente ellos, como señores feudales, los que en calidad de sus privilegios se presentan como verdadera cúspide de la estructura social, siendo por esta razón por la que no constan a efectos fiscales en los padrones mencionados previamente.

Aparte del Duque de Arcos y de los Santacillia, en el Elche de mediados del siglo XVIII encontramos otra institución que poseía una gran cantidad de censos en su haber; se trataba de las iglesias de Santa María y del Salvador, parroquias que no aparecen, al igual que no lo hacían los Santacillia, entre los grandes propietarios de Elche. Las iglesias de Santa María y del Salvador contaban con una porción muy importante de los propietarios de las tierras, los cuales pagaban escrupulosamente un censo anual al clero en virtud del derecho que este poseía sobre sus tierras; la razón de la existencia de este elevado numero de propietarios endeudados con las dos parroquias hay que buscarla en el papel financiero desarrollado por la Iglesia durante la Edad moderna, ofreciendo prestamos a campesinos y cediendo tierras a cambio de un rédito anual.

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Evolución de la pequeña nobleza ilicitana

La pequeña nobleza ilicitana del siglo XVIII estaba representada por distintos individuos que compartían el poder político y económico con los “hermanos mayores” de su estamento. A continuación haremos un breve recorrido por los pequeños nobles más destacables del Elche del XVIII.

José Vaillo de Llanos era uno de estos pequeños nobles, en 1730 era uno de los hombres más ricos de Elche, pocos años después, en 1745, recibiría el título de Torrellano de mano de Carlos II. Torrellano era una zona rural colonizada durante el siglo XVII, la Torre de Carrús, zona rural también colonizada en ese mismo siglo, fue ofrecida como título a los Millares de Imperial en 1690, presentados en la villa en 1701.

Pero de todos los pequeños nobles ilicitanos del momento, la familia que mejor representa la evolución de este colectivo son, sin lugar a dudas, los Perpiñán. Andrés Perpiñán, el primero del linaje en asentarse en tierras ilicitanas, llegó a Elche de la mano de Jaime I, obteniendo tierras y asentándose allí. Linaje de gran prestigio durante la Edad Media, gozaron de privilegios diversos, además de poder político, destacando algunos de los individuos pertenecientes al linaje, como sería un obispo en Mallorca en torno al año 1330. Las mujeres del linaje Perpiñán solían emparentarse con otras familias nobles o bien entrar en conventos con su correspondiente dote; en cuanto al primogénito, era el que recibía la totalidad del patrimonio. La rama principal de la familia quedo en Elche, donde fue aumentando su patrimonio considerablemente durante el siglo XVII. Llegados al 1642, la familia Perpiñán se dividió en dos ramas, la más importante, encabezada por Salvador Perpiñán, y la segundona; el título de nobleza y exento se vinculo con la rama de Salvador Perpiñán, la cual tendría una gran importancia dentro del municipio de Elche durante la primera mitad del siglo XVIII, desempeñando el propio Salvador el cargo de regidor. Fue tal la importancia que tuvieron los Perpiñán en su haber que, tanto la rama principal como la segundona, llegaron a entrar en conflicto con el propio Duque de Elche, siendo especialmente tensas las relaciones durante la segunda mitad del siglo XVIII.

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Un paralelo con la nobleza ilicitana a través de los Soler de Cornerllá

De acuerdo con su rango social y su status, los Soler de Cornerllá aspiraron a un papel destacado en la vida del Elche del siglo XVIII. La nobleza ilicitana de la época, relativamente poco numerosa, a pesar de tratarse de una villa (Townsend estimó que habrían en Elche unos 200 caballeros, cantidad que vendría a representar aproximadamente el 1,2 % del total de la población), había hecho desde antiguo patrimonio propio de la “defensa de la patria”, y aspiraba en consecuencia al papel protagonista en la dirección de la sociedad local (Ruiz, 1981. pp 72-75; 194-195).

Según Pedro Ruis Torres, en la centuria del setecientos, la pequeña nobleza se configura en Elche como una clase propietaria de tierras, que explota mediante arrendamientos a corto plazo y utilizando jornaleros, enriquecida con el cultivo, elaboración y comercialización del aceite y de la barrilla, productos destinados a ser exportados. Este autor considera estos métodos de explotación como capitalistas (sin que pueda decirse que lo sean plenamente), y atribuye a esta clase una mentalidad que califica de “preburguesa”, buscando extraer al máximo beneficios de sus propiedades, si ben se valen todavía de instituciones del Antiguo Régimen, como la vinculación. Los nobles ilicitanos se enturan situados en los puestos de control del municipio, tanto al frente del ayuntamiento como de las milicias locales, y forman un grupo tradicionalmente enfrentado a los señores de Elche. (Baldaqui y Predells, 1992. p. 39).

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El enlace de Francisco Soler y María Rafaela Juan Ximénez

Francisco Soler de Cornerllá, hijo de Don Leonardo Solar de Cornerllá y Vaillo de Llanos y de Doña Vicenta Ros Ursinos y Barbera y hermano del eclesiástico Leonardo Soler, era el primogénito varón y heredero de su linaje. No contrajo matrimonio hasta los 37 años debido a razones de índole económica, pues no entro en posesión de sus bienes hasta la muerte de su padre en noviembre de 1762.

Para buscar a su esposa no se alejó demasiado de su ámbito familar; María Rafaela Juan Ximénez de Urrea, que contaba con 21 años al casarse, era hija de Nicolás Juan Pascual del Pobil, hermano consanguíneo de Margaríta, Bernardo y de aclamado humanista Jorge Juan Santacilia, quienes, a su vez, eran primos segundos de Francisco Soler.

Jorge Juan Santacilia, como miembro destacable de su familia debido a su trayectoria profesional e influyente posición, participó activamente en los preparativos nupciales. Estando su residencia en Madrid acudió a los mejores comerciantes y artesanos, consiguiendo artículos cuya adquisición de debía ser fácil en Alicante o en Elche; además, cumplió la labor de intermediario entre Francisco y su hermano Nicolás.

Hacia octubre Francisco viajo a Valencia acompañado de su hermano Dionisio, el cual era Guardia de Corps, de allí compro, entre otras cosas, los tejidos que una vez estando en Elche envió a Alicante con el fin de que comenzara la confección de los trajes para Rafaela.

No se conoció la fecha de la boda hasta nueve días antes de la celebración de la misma. Francisco se esforzó para que la boda se celebrara antes de Navidad, deseando que su hermano Leonardo oficiara la ceremonia, pues éste, pasadas esas fechas, debía de volver sin falta a la parroquia de Almoradí. Por otro lado, para alegría de Francisco Soler, finalmente se pudo confirmó la asistencia de Jorge Juan a la ceremonia.

De esta forma, Francisco Soler y Rafaela Juan contrajeron matrimonio el día 18 de diciembre de 1763 en la Iglesia Colegial de San Nicolás de Alicante, siendo la ceremonia presidida por Dr. D. Leonardo Soler, actuando como testigos don Jorge Juan, don Bernardo Juan y don Pedro Soler, entre otros.

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Sociedad

La figura de D. Leonardo Soler de Cornerllá

El primer antepasado conocido de D. Leonardo Solar de Cornerllá es Pedro Soler, quien ya se encontraba instalado en Elche en 1483. Con el hijo de Pedro Soler, Juan Soler y Portes, arranca el linaje nobiliario y el apellido compuesto de la familia, pues éste fue armado caballero en Monzón por Felipe II y contrajo matrimonio en segundas nupcias con Violante Cornerllá.

Ya entrados en el siglo XVIII, nos encontramos con que al frente de la familia en Elche se encuentra D. Leonardo Soler de Cornerllá y Vaillo de Llanos, padre del eclesiástico protagonista de esta entrada, se casó con doña Vicenta Ros de Ursinos y Barberá en diciembre de 1724.

D. Leonardo Soler de Cornerllá fue un eclesiástico cuya carrera responde al arquetipo del clérigo con inquietudes de su época. Nacido en Elche el 10 de Abril de 1736 y muerto en Orihuela en 1796, fue un hombre atraído por la predicación, a cuyo menester estaba volcado.

Soler es un buen exponente de la generación que entre 1760 y 1770 intento tímidamente introducir en Orihuela las ideas ilustradas. Catedrático de Sagrada Escritura, y regente de estudios del Seminario orcelitano, párroco sucesivamente de Almoradí y de la iglesia de San Juan Bautista del Arrabal de Elche y canónigo magistral en la catedral oriolana desde 1777, sus inquietudes intelectuales le llevaron entre 1775 y 1776, a realizar excavaciones en el yacimiento de la Alcudia, próximo a su villa natal, las cuales adquirieron cierta resonancia y dieron lugar a que se enzarzara en una agria polémica con el conde de Lumiares, que impulso a este a escribir su Casta al Sr. D. Juan Antonio Mayans y Siscar… dándole noticia de los descubrimientos hechos en la Alcudia inmediata a la Villa de Elche. (Baldaquí y Pradells, 1992. pp 25-26).

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El motín de Esquilache (II): las consecuencias

Las consecuencias de las protestas de abril de 1766 se dejaron ver en el verano del mismo año, en una serie de acontecimientos que recoge Ruiz Torres en su obra sobre el tema (1979: 104). El 25 de agosto acabaron las obras de un mercado de granos en la villa ilicitana. Más tarde, el 17 de septiembre se dejó total libertad de acceso de aceite y vino; y casi un mes después, el 16 de octubre, se suprimió de forma definitiva el estanco de harina y el derecho de molienda, permitiendo al final a vecinos y extranjeros la introducción y venta de harina. Años más tarde, durante el invierno de 1772, una real provisión abolía el arbitrio de tiendas que capitaneaban los diputados ilicitanos y el propio Duque de Arcos. Este hecho comportó la supresión de los monopolios, provocando casi al instante el descenso de los precios de todos los productos.

La nueva política reformista de finales de siglo promovida por los ministros del estado central, otorgaban éstas y más disposiciones a esa pequeña burguesía que reclamó en ese proceso conocido hoy como el motín de Esquilache. Sin embargo, como bien indica Ruiz Torres (1979: 105), la política reformista concede algunos recortes al intervencionismo municipal, privando al municipio de algunas de sus principales fuentes de ingresos y contentando a esa incipiente burguesía. Sin embargo, los derechos señoriales que impedían también el libre comercio persistirán en el tiempo.

No obstante, las medidas a favor de la burguesía, aunque no fueron todas, tuvieron consecuencias trascendentales para la burguesía ilicitana. En primer lugar, gracias al cese de una parte importante del gravamen, una pequeña capa de comerciantes ilicitanos, que ahora se verán enriquecidos progresivamente, irá engrosando esa pequeña burguesía. Esta nueva burguesía será la que a posteriori luchará contra el régimen señorial de nuevo, especialmente por la desvinculación y desamortización, uniendo fuerzas hasta romper definitivamente con el Antiguo Régimen y convertirse en la oligarquía (compuesta principalmente por propietarios de tierras) que se deja entrever en el estudio del patrón ilicitano de mediados del siglo XIX (Ruiz Torres, 1979: 105 – 106).

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El motín de Esquilache (I): las causas

A pesar del carácter eminentemente histórico-político de este acontecimiento, creemos que es importante analizar la revuelta acontecida en Elche en marzo de 1766 (al mismo tiempo que en otros puntos de la península) desde el punto de vista administrativo. La razón de este interés radica principalmente en el carácter antiseñorial que adquirió esta revuelta (calificada a priori como un motín de subsistencia) que enmascaraba una realidad añadida que estaba sufriendo el pueblo ilicitano: las excesivas taras e impuestos administrativos sobre los productos comerciales.

Siguiendo a Ruiz Torres (1979: 92), la mala coyuntura económica no estuvo definida únicamente por la crisis cerealista, sino también por la crisis comercial que sufrían las exportaciones más rentables para los ilicitanos: el aceite, la barrila, la piedra salicor y la sosa. Esta recesión venía marcada, principalmente, por el excesivo gravamen de estos productos, impuestos de tipo señorial principalmente, pero también municipal. Por ello, el motín de 1766 era una reacción ante el hambre que estaba sufriendo la población, pero también a favor de un desarrollo comercial libre y sin obstáculos señoriales y/o municipales.

Tanto es así que, prácticamente desde el primer día de la revuelta, las protestas se centraron en la villa contra esos privilegios feudales del señor y del municipio, que constreñían los intercambios comerciales, así como contra los impuestos que encarecían el precio de venta de los artículos y reducían las ganancias comerciales (Ruiz Torres, 1979: 93). Sí es cierto que estas primeras protestas fueron las protagonizadas por la incipiente burguesía urbana, principal afectada por el gravamen de los productos comercializados. Será más tarde cuando se una el grueso de la población afectado, principalmente, por la carestía alimenticia.

En este aspecto, el de las primeras reivindicaciones, la pequeña burguesía reclamaba el cese de impuestos administrativos que hemos visto en otras entradas. Es el caso de las taras sobre el comercio de comestibles; la abolición del carácter monopolístico de las tiendas, tabernas, panaderías, y demás, tanto de la villa como del arrabal; o la famosa Sisa Mayor de la villa o la Aduana del señor, que impedían casi completamente el desarrollo comercial de la Elche del XVIII.

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Rentas públicas: municipales

En cuanto a las rentas municipales, cabe primero un breve comentario sobre vida cotidiana en la villa. Los campesinos cubrían las necesidades de los residentes en la villa, llevando sus cosechas y pagando, por ende, el precio por cruzar sus murallas. A cambio, obtenían manufacturas y otros productos que no tienen en sus huertos. Todo este mercado diario está convenientemente regulado y vigilado por las ordenanzas municipales y señoriales, que imponían derechos gravosos que encarecían los productos y permitían la extracción de rentas comerciales por parte de los señores, el municipio y/o los arrendatarios de los impuestos (Irles, 1991: 151).

Muchos aspectos tan cotidianos como el comercio diario estaban completamente institucionalizados y, por ende, estaban sujetos a rentas. La apertura de negocios estaba limitada a la voluntad del municipio y a la posibilidad o no de pagar las correspondientes rentas. La venta de productos también estaba limitada, al igual que todo lo que salía de la villa para comerciarse fuera.

En este último aspecto, destacan dos impuestos: la sisa mayor y el derecho nuevo. Ambos gravaban toda clase de artículos que se introducían, por ejemplo, en la ciudad de Alicante. Estos dos impuestos podían ser arrendados por privados. La sisa mayor gravaba un 2’5% de su valor todas las mercancías, mientras que el derecho nuevo era del 1% (Irles, 1991: 153). No obstante, estos impuestos duraron hasta agosto de 1717, cuando Felipe V ordenó que Elche dejase de administrar estos impuestos para que pasasen a la propiedad de la Real Hacienda. A pesar de la oposición del Cabildo, la superintendencia sentenció en 1718 dicha medida real, suprimiendo estos impuestos.

El 29 de diciembre de 1732, se decretó la suspensión de las alcabalas en Elche, como recoge el Libro de Cabildos de la villa. A partir de este momento, se haría el reparto del equivalente entre los vecinos, pues hasta ese momento sólo se había podido repartir la mitad del impuesto, ya que se consideró que el resto lo cubrían las alcabalas y el derecho municipal de molienda (Irles, 1991: 155). Este último, el derecho de molienda, era susceptible de arrendarse y nos han llegado testimonios de este hecho, recogidos en la obra de M. C. Irles (1991: 155 – 156). Otro arriendo relacionado con la harina era el de las panaderías, un verdadero monopolio que se situaba en la calle de los Árboles y la Puerta de Orihuela.

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Rentas públicas: estatales

El arriendo de rentas públicas puede ilustrar, a efectos teóricos, todo el aparato administrativo de la villa ilicitana. Por ello, en base un excelente estudio realizado por la doctora M. C. Irles (1991), analizaremos los dos tipos de rentas públicas, estatales y municipales, cuyos datos ofrece la documentación de la villa de Elche.

Este arriendo de rentas públicas concede al particular que la compra el derecho a percibir ciertas rentas de carácter público durante un tiempo determinado. Entre los arrendatarios, se percibe una notable presencia de la pequeña nobleza y burguesía urbana, únicos sectores sociales que podían pujar por estas rentas.

Dentro de las rentas estatales, encontramos diferentes tipos. Por ejemplo, el estanco de azogue, solimán y alcanfor es uno de ellos. Hay constancia de uno de esos arrendatarios, José Casa, que es poseedor de las rentas de estos tres productos en Elche, Crevillente, Aspe, Monforte, Novelda y Elda en el año 1719. Además, esta noticia habla de la cesión de José Casa a otras personas de los arriendos de Elda, Crevillente y Novelda por cuatro años. En este contexto, se detallan las cantidades y los precios correspondientes.  Las libras han de ser de 16 onzas y las cantidades se han de sustraer por tercias (de cuatro meses), pagando al contado lo que retirara (Irles, 1991: 148).

Otro ejemplo es el estanco de pólvora, del que disponemos una noticia de alguien llamado Cayetano Muñoz, habitante de Aspe, quien cede el estanco de Elche y otras poblaciones. El tiempo de dicha cesión es de cinco años. Las condiciones de las que habla el documento llevan a pensar en una cantidad de 2000 libras de pólvora consumida en estos lugares en su conjunto (Elche, Biar, Castalla, Onil, etc.). Cada libra de pólvora si pagaría a tres reales, pudiéndola vender a precios inferiores, pero no superiores a dichos reales (Irles, 1991: 149). Para el caso específico de Elche, se establece que el subarrendatario debía despachar todos los años cerca de 1250 libras de pólvora, vendida a 3 reales la libra.

Finalmente, otra renta estatal era el derecho real de la nieve y naipes. Para este caso, disponemos del testimonio de D. Juan Bautista Lavanini, administrados de dicho derecho. En Elche, el arrendatario del derecho de nieve podría cobrar por cada arroba que se consumiera en el término de Elche, un real, teniendo además la obligación de adquirir todos los años sesenta docenas de barajas de naipes, cuarenta finas y veinte corrientes que se venderían a dos reales y tres sueldos respectivamente (Irles, 1991: 150 – 151).

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Las rentas del Marquesado de Elche

Dentro de las cuestiones administrativas, llama la atención el estado de las rentas del dominio directo ejercido sobre la villa de Elche. Dicho dominio no generaba grandes cantidades económicas, como muestran los registros, y era ampliamente superado por la participación en diezmos como por las regalías (Gil y Canales, 1993: 227 – 228).

En total, las rentas del marquesado ilicitano muestran una productividad relativamente baja a mediados – finales del siglo XVIII. Aunque, como hemos visto, se produjo a principios de siglo un aumento de la productividad, no perduró demasiado en el tiempo (como muestra la crisis de los años 60 de este siglo o la de principios de siglo XIX). Ello se debe, en parte, a la ausencia de más parcelas enfitéuticas, presentes únicamente en la tratada colonización de los Carrizales/Bassa Llarguera; además de la gran cantidad de tierras francas.

Este bajo nivel de las rentas del dominio directo es consecuencia de diversos factores, aunque dos son los más importantes: la carencia ya comentada de parcelas enfitéuticas y los bajos réditos de los censos. Estos estaban fijados en 6 dineros/libra para las propiedades de cristianos viejos y de 8 dineros/libra para las parcelas establecidas después de la expulsión de los moriscos (Gil y Canales, 1993: 228).

Como se ha comentado anteriormente, la principal fuente de ingresos para el marquesado era el cobre del terciodiezmo, por la contribución de cultivos como, sobre todo, el olivar, pero también los cereales y la barrilla. Sin embargo, es necesario apuntar que todas las cosechas eran inferiores al décimo, quedando la siguiente proporción, según Gil y Canales (1993: 229 – 231): doceava parte de cereales, treceava de aceitunas y dieciseisava de la barrilla.

Por otra parte, otra de las fuentes principales de ingresos eran las regalías, que englobaban a todos los vasallos ilicitanos e incluían diversos derechos exclusivos, prohibitivos o incluso privativos. Ejemplo de ellos es el monopolio de la pesca en la albufera de Elche; o también el de aduana, que consistía en obrar el 5% del importe del género vendido en la villa ilicitana.

Es decir, la mayoría de los ingresos del marquesado era producto de otros conceptos no relacionados con el dominio directo, sino de diezmos y regalías. Es por ello que, tras la supresión de los primeros y la abolición de las segundas, se explica la crisis económica que atravesó el Marquesado de Elche.

POST 4 Paisaje ilicitano

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La reforma fiscal

Tras los cambios políticos y administrativos, la siguiente prioridad del nuevo monarca Felipe V fue la reforma de la fiscalidad. Varios eran los objetivos de esta reforma, destacando principalmente la equiparación de los impuestos de los distintos territorios de la corona y el control de las haciendas municipales, y de forma paralela la modernización del sistema tributario. Para ello, el monarca necesitaba eliminar un código de leyes que impedía cumplir estos objetivos: el régimen foral de la corona aragonesa.

Una vez eliminado dicho impedimento, la reforma fiscal necesitaba cierta infraestructura sobre la que asentarse. Por ello, se crearon nuevos cargos y se readaptaron las competencias de los ya presentes. Por ejemplo, la gestión de las haciendas municipales y del reino pasó a ser administrada por los comisarios militares. Un nuevo organismo creado en este contexto fue la Superintendencia General de Rentas Reales (1709), cuya función principal era introducir el modelo fiscal castellano con sus respectivos impuestos (como la alcabala, cientos, tercias reales, etc.). Sin embargo, este organismo nunca llegó a funcionar bien, por lo que se buscaron nuevas alternativas. Una de ellas fue la creación de la Intendencia Militar (1711), un funcionario con máxima autoridad provincial en todos los ámbitos (fiscal, financiero, judicial, político, etc.), que recaía sobre el corregidor de Valencia. Este nuevo cargo, reflejo de la preferencia del monarca por la vía militar, tuvo más éxito que el anterior, produciéndose la absorción de la Superintendencia General en 1713.

Sin embargo, la medida que cumplió con el principal objetivo de la reforma fiscal fue la creación del equivalente: una contribución única (pues se eliminaron todos los impuestos anteriores) basada en el rendimiento de las rentas provinciales castellanas, calculándose en proporción con la población del reino. Sin ánimo de entrar demasiado en su procedimiento, sí podemos decir que fue un sistema bastante flexible, siempre que se alcanzase la cantidad estipulada. Los efectos de este nuevo impuestos fueron notables: incrementaron los ingresos reales, al tiempo que se simplificaron los mecanismos de recaudación.

Este impuesto no tuvo demasiada repercusión en el territorio que aquí nos ocupa, pues no fue una medida excesivamente agresiva y tampoco fluctuó demasiado a lo largo del siglo. Sí es cierto que la progresiva inflación provocó que fuese perdiendo valor.

 POST 3 moneda Felipe v

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La nueva administración del XVIII

Como se ha visto anteriormente, la Nueva Planta se tradujo en cambios importantes para la administración de los antiguos reinos aragoneses. El objetivo principal de estas medidas era la subordinación de la Audiencia, así como de los gobiernos municipales, a la autoridad real y el poder militar. Para ello, el nuevo monarca establecerá una serie de cláusulas de índole administrativa que alterarán por completo la situación anterior.

La primera medida fue la degradación de la Chancillería a Audiencia, supeditándola a la voluntad del capitán general. Esta figura, la del capitán, será de vital importancia en este proceso de transformación. Posee una tropa permanente, asentada en los alrededores de su circunscripción, y no tiene que rendir cuentas ante la Cámara de Castilla. Estos dos factores lo convierten en el protagonista principal del organigrama institucional, obteniendo del rey la completa hegemonía sobre su territorio.

Por otra parte, se produjo la conversión de los gobernadores de los distritos militares en corregidores. Estos tenían como función principal la de unir al capitán general con las magistraturas locales, articulándose en una vía de comunicación entre ambos poderes. Los corregidores eran además nombrados por el propio monarca y estaban al margen de las posibles intromisiones de la Audiencia o del Consejo de Castilla. Eran trece los corregimientos que podíamos encontrar en los territorios valencianos: Orihuela, Alicante, Denia, Alcoy, Jijona, Játiva, Montesa, Cofrentes, Alcira, Valencia, Castellón, Peníscola y Morella. Las competencias del corregidor pueden resumirse en autoridad militar, control de la hacienda municipal y del orden público, fijación de precios, responsable del abato de bienes de primera necesidad y, aspecto importante, la delegación de funciones públicas en alcaldes mayores o asesores letrados. Este cargo irá adquiriendo importancia progresivamente, como se ha documentado en la villa de Elche, ante la incompetencia de los corregidores en asuntos jurídicos y el absentismo de estos últimos.

Finalmente, otra pilar fundamental de la nueva administración, producto de los anteriores, es el fin de la autonomía de los municipios. El monarca nombrará a los regidores, de carácter vitalicio, en base a las propuestas de la Audiencia (que serán principalmente oligarcas locales); y por otra parte, los corregidores y alcaldes mayores ejercerán un férreo control de las deliberaciones del gobierno municipal y la gestión de rentas y bienes propios.

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La Guerra de Sucesión: de reino a provincia

Como es bien sabido, la Guerra de Sucesión trajo consigo cambios y consecuencias que afectaron gravemente lo que hoy conocemos como el País Valenciano. El malestar popular fermentado durante años salió a la luz gracias a los partidarios del Archiduque Carlos, que incitaban a la población valenciana a la lucha contra el Borbón y la nobleza, quienes se habían decantado por este último. Sin embargo, el resultado de la contienda significó una derrota colectiva que tuvo como primera manifestación el fin del ordenamiento foral del reino.

Los Decretos de Nueva Planta recogen las medidas que a partir de ahora caracterizarán el territorio valenciano, incluyendo a la población ilicitana. Tras la abolición de los fueros y privilegios, junto con la lógica transformación del reino en provincia, llegó la imposición de leyes, costumbres y administración que regían en Castilla. Todo un paquete de medidas que cambió radicalmente la vida cotidiana de la población valenciana (y aragonesa en general). Teniendo en cuenta la alineación con el Archiduque de gran parte de la población, se instauró un orden público caracterizado principalmente por la ocupación militar, inspirado en el modelo absolutista francés, muy autoritario y, sobre todo, centralizado.

En cuanto a la administración, este nuevo orden se traduce en una administración fuertemente jerarquizada y centralizada, sometida sin ninguna restricción a la voluntad del rey. Además, dado el contexto beligerante valenciano, se implantó un extenso paquete de impuestos fiscales para incrementar los ingresos de la corona. De esta forma, las autoridades locales y territoriales valencianas perdieron todo su poder, asentado principalmente en la autonomía política y, especialmente, financiera que les otorgaba el régimen foral.

A grandes rasgos, esto es lo que aconteció tras la Guerra de Sucesión en todos los reinos aragoneses. Estas medidas fueron impuestas en todos los territorios bajo la corona de Aragón, incluyendo el que aquí nos atañe. Sin embargo, es cierto que, con el paso de los años, algunas villas y ciudades disfrutaron de ciertas exenciones por determinados motivos. Por ello, lo más acertado sería realizar un estudio del contexto de cada población, para comprender mejor cómo se instauró la Nueva Planta. No obstante, este objetivo topa con las dificultades inherentes a la investigación, como es la falta de registros o su dispersión en diferentes archivos.

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Economía y vida cotidiana en el Elche del XVIII

Después de observar detenidamente las cifras de la producción agraria, podemos llegar a otro tipo de conclusiones sobre las características de la agricultura ilicitana en el siglo que nos ocupa. Si añadimos además otros datos de índole propiamente agrario, como los cultivos específicos, ganado, etc, obtendremos como resultado una vista general de la economía y vida cotidiana de la Elche del XVIII.

El primer factor que se confirma con seguridad es la preponderancia de la agricultura sobre la ganadería. Los datos disponibles nos permiten confirmar este hecho, con una proporción, planteada por Ruiz Torres (1978: 80), de 1 cabeza de ganado por cada 3 habitantes ilicitanos, de lo que se deduce que tanto la carne como la leche eran productos muy alejados del consumo habitual. En cuanto a los datos para el ganado destinado a la labor, la proporción sería exactamente 1 animal por cada 6 labradores, lo que también explica la abundante oferte de trabajo jornalero en Elche, ya que la fuerza para trabajar el campo era, casi de forma exclusiva, la humana.

Hablando ya de la agricultura, los tres cultivos clave de la economía ilicitana eran la cebada, el olivo y la barrilla. La primera era propia de tierras de secano y el olivo de regadío. Ambas ocupan las tres cuartas partes de los campos de Elche. La barrilla, en menor frecuencia, estaba vinculada también al regadío. El trigo fue siempre muy escaso y se importaba para la minoría que lo consumía.

Sin embargo, también encontramos otros productos agrícolas que eran muy abundantes, sobre todo las palmas y los dátiles, aunque también higos, vid, algarrobas y, especialmente a finales de siglo, almendras. El esparto y el comino, muy populares en otros tiempos, decaen a principios de siglo, mientras que la paja y la alfalfa ganan terreno a mediados del mismo. Los frutales, verduras y algunas legumbres como garbanzos y lentejas nunca dejaron de cultivarse en el agro ilicitano.

Otro dato interesante es la alimentación. Según fuentes de archivo, que hablan de la dieta cotidiana, la alimentación habitual en esta época estaba compuesta por pan de cebada, legumbres, arroz y pescado. Salvo el arroz (que se importaba, pero era más popular que el trigo), los otros tres se producían en Elche y su territorio con abundancia.

 

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La sequía: el problema eterno del campo ilicitano

Como apunta Brotons García (2000: 113), las tierras del campo de Elche eran secanos hasta principios del siglo XX. Como tales, los cultivos allí plantados estaban supeditadas a una lluvia escasa, que cuando llegaba casi no se notaba o inundaba los campos. Si se revisan los datos pluviométricos, puede entenderse hasta qué punto los agricultores ilicitanos estaban condicionados por el régimen meteorológico, pues, como se ha dicho anteriormente, más de la mitad que regaba estos campos procedía de fuertes tormentas que conllevaban torrenteras y aluviones.

Esta adversidad del clima puede rastrearse durante toda la historia del territorio ilicitano, ya sean épocas antiguas y clásicas, como medievales y modernas. En el caso que nos ocupa, trataremos de sintetizar la información disponible para el siglo XVIII. Lo primero que se recoge (Brotons García, 2000: 115) es que estuvo caracterizado por una extrema aridez y sequía. El primer síntoma de ello es el conjunto de casi cuarenta referencias en las Actas de Cabildos a esta sequía, en los que recogen, entre otros, las rogativas realizadas, sacando a los santos a recorrer las calles para propiciar la lluvia.

Pueden establecerse cuatro períodos de largas sequías anuales que afectaron el agro ilicitano:

–          1727 – 1741  (14 años)

–          1763 – 1783  (20 años)

–          1786 – 1789  (4 años)

–          1797 – 1804  (8 años)

Destaca especialmente la segunda mitad de siglo, en la que prácticamente estos períodos de extrema aridez se solapan entre ellos, causando verdaderos estragos en la población. Prueba de ello es una noticia recogida en dicho libro, en la que “…por la pertinaz sequia, principia la migración de gente jornalera y algunos hacendados”

Sin embargo, estos períodos de largas sequías iban unidos de forma inherente con la llegada de fuertes lluvias torrenciales, acarreando inundaciones en los campos, pero también cuantiosos desperfectos en la urbe. Para este siglo, contamos con la referencia de dos de estas lluvias: una el 31 de octubre de 1751, que afectó gravemente al Puente de la Virgen; y otra el 8 de septiembre de 1793, principal causante de la caída de la presa del Pantano de Elche y el casi derrumbe del Puente de la Virgen, por aquel entonces muy afectado aún por las lluvias anteriores.

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El Elche del XVIII que vio Cavanilles

En el año 1791, el por entonces rey de España, Carlos IV, le ordenó al botánico Antonio José Cavanilles recorrer todos los territorios de la corona hispánica para estudiar detalladamente la flora que en ellos habita. Esta ingente labor que tardó en realizar unos cuantos años, tuvo como resultado la obra Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, población y frutos del reyno de Valencia. Con el título ya puede deducirse que Cavanilles hizo algo más que recoger información sobre plantas. A día de hoy, esta obra sigue siendo una obra de referencia para cualquier estudio botánico o paisajístico.

Ciñéndonos al caso que nos ocupa, sabemos que Cavanilles llegó a Elche durante el verano de 1793. Procedente de Aspe, en su obra queda recogida la primera impresión que tuvo de la urbe ilicitana:

“Cuando se perciben las inmediaciones de Elche, y en ellas aquel bosque dilatado de olivos, precedido de tanto campo cultivado; cuando en el centro de los olivos se ve aquella multitud de empinadas palmas que ocultan los edificios y parte de las torres y cúpulas de la Villa más populosa del Reino, es tanta la sorpresa, tan dulce la sensación, que el espectador desea llegar a aquel nuevo país, para conocer a fondo su valor, su hermosura, sus producciones y habitantes, digno todo de ser escrito exactitud”

Cavanilles cuenta cómo las tierras ilicitanas son regadas por las aguas salobres del Pantano, donde se obtiene mucho aceite, vino, trigo, palmas, dátiles y algodón. También señala los problemas clásicos del agro de Elche, entre los que destaca la falta de agua, causante principal de años con escasez de frutos y poco rentables para sus propietarios. Elogia por ello a estos últimos, apegados a sus terruños y que “no se desalientan, porque conocen la bondad del suelo que cultivan, y saben que acudiendo las aguas, les faltaran graneros para guardar el fruto”.

El autor también trata de forma exhaustiva las características de las palmeras ilicitanas, hablando de su reproducción, la variedad de dátiles y cómo éstas se cultivan en los huertos.

Por otra parte, cifra en 20.000 los habitantes de Elche, añadiendo que la población había aumentado en los cuarenta últimos años.

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La colonización de los Carrizales (II)

La séptima condición de la Real Cédula (1748) que regulaba la colonización de los Carrizales, establecía los derechos y condiciones a los que estaban sujetos los enfiteutas: “…por cada cien tahúllas de tierra que se establezcan, ofrece y se obliga vuestro patrimonio (del Duque de Arcos) a dar tres trahullas señaladas en el sitio que elija la persona que (se) establezca para que en ellas pueda formar barraca y criar aquellas legumbres o alfalfa que necesite, al consumo de su casa y caballerías o para los fines que le parezca…” (Brotons García, 2000: 94 – 95).

Por otra parte, el proyecto de colonización de los Carrizales ilicitanos llevaba consigo la construcción de un caserío en la Sierra del Molar destinada al asentamiento de los enfiteutas. La ubicación del mismo quedaba sujeto a la elección del Duque de Arcos y su erección quedaba en manos de los nuevos habitantes. La cédula fijaba la construcción de este edificio en un máximo de tres años, un plazo que no se llegó a cumplir. Las razones de esta demora (Brotons García, 2000: 95) parecen radicar en la posesión de casas de los enfiteutas cerca de estos territorios (o incluso en la misma Elche), por lo que no había un interés apremiante en su construcción, como también manifiesta el tardío inicio (1791) de la iglesia del caserío.

Otro aspecto tratado en la cédula, muy interesante para estudiar la evolución de la agricultura ilicitana, es la variedad de cultivos que podían plantarse en las nuevas tierras por colonizar. Se estipula de forma clara y precisa la obligación de plantar exclusivamente olivares y viñedos, excluyendo bajo todo concepto cualquier variedad de árbol frutal. Sin embargo, estas restricciones se aplican a la mayoría de la tierra cultivable, excluyendo aquellos márgenes más estériles, donde sí podían plantarse “…aquellos arboles frutales que le parezcan de mas provecho, como también álamos blancos, mimbres, …”.

Estos y otros muchos aspectos quedaron estipulados en esta Real Cédula de 1748. Sin embargo, la colonización de los Carrizales fue más dificultosa de lo que pudiese parecer en un principio. Gran parte del tiempo se destinó a las construcciones relacionadas con el riego, como los canales para el riego, drenaje, etc.

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La colonización de los Carrizales (I)

Los Carrizales de Elche, también conocidos como la Balsa Llarguera, se situaban en la zona meridional del término municipal ilicitano. Eran un conjunto de tierras comunales, cuya posesión residía en el señorío real, formadas por un erial freático y pantanoso, cubierto de maleza donde habitaban diversas aves acuáticas y peces. Dado su carácter comunal, estas tierras servían de sustento principal a aquellas personas particularmente pobres, aportando caza menor y pesca.

No obstante, tras la Guerra de Sucesión, el Duque de Arcos, poseedor del señorío ilicitano y favorecido por el resultado de la guerra, consiguió del rey la jurisdicción sobre los Carrizales y la Albufera. En el año 1730, se produjo la correspondiente delimitación de estos territorios, ahora posesión del duque, mediante mojones señalizadores. Años después, más concretamente en el 1748, el Duque de Arcos se hizo, de la manos de Fernando VI, con la real cédula que establecía la colonización de los Carrizales de Elche.

En esta cédula, compuesta por cerca de cuarenta condiciones, se establece la cesión de estas tierras en enfiteusis a los futuros colonos, que tomarían posesión de ellas siguiendo un proceso paralelo (siguiendo el propio texto real) al de las Fundaciones Pías, proceso colonizador iniciado por el Cardenal Belluga, cuyas tierras colindaban con el territorio de los Carrizales ilicitanos.

El Duque de Arcos pasaba a ser Señor Solariego de estas tierras, reforzando así sus derechos de propiedad, ya concedidos antaño con la cesión de la jurisdicción. Sin embargo, se establece en la cédula la obligación del duque a construir los azarbes, puentes y partidores que sean necesarios, así como su compromiso al consiguiente mantenimiento de esta infraestructura (Brotons García, 2000: 93).

En cuanto a la irrigación para los cultivos, la real cédula aclara que estas tierras se regarán “…con las aguas que se recogan por dichos azarbes principales, sobras de las Fundaciones Pías del Cardenal Belluga, contiguas a los referidos al marjales, y que si alguna mas pudiesen adquirirse del rio Segura, a que tiene derecho el Marquesado de Elche, en la presa de Rojales”. No obstante, en los documentos no consta que se llegasen a utilizar nunca las aguas del Segura, ciñéndose únicamente a las aguas sobrantes de las Fundaciones Pías (Brotons García, 2000: 94).

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El aumento de la producción agraria en el siglo XVIII: cifras y datos

El crecimiento de la producción agrícola en Elche durante el siglo XVIII es un hecho innegable. Como se ha visto anteriormente, la Guerra de Sucesión provocó un cambio en el modelo económico, pero no su colapso. Son numerosas las fuentes que nos hablan de este aumento productivo, pero a día de hoy es difícil cuantificarlo.

De lo primero que tenemos noticias es de la necesaria roturación y ampliación de tierras para poder desarrollar ese aumento. Según las fuentes estudiadas, las roturaciones  de baldíos, montes y pantanos iniciaron tras la Guerra de Sucesión y a mitad de siglo ya alcanzaban proporciones notables (Ruiz Torres, 1978). En varios documentos de archivo fechados en torno a los años 1760 y 1770 se entiende que apenas quedan lagunas o dehesas para ampliar el territorio, al igual que tampoco quedan más bosques para talar o tierras para pasto.

Disponemos de ciertas cifras que ilustran muy bien este aumento productivo. Según el estudio de V. González realizado en base a dos padrones hallados en el archivo ilicitano. Si bien es cierto que hay que tomar estos datos con cierta cautela, la extrapolación de datos ofrece una imagen realmente espectacular. En torno al primer tercio del siglo XVIII, se calcula una superficie cultivada de 123.000 tahúllas (cerca de 11.707 hectáreas), mientras que a finales de siglo encontramos cerca de 234.200 tahúllas (22.318 hectáreas). Es decir, un incremento del 91% de la superficie cultiva en menos de medio siglo. Un crecimiento que sólo tiene comparación con el aumento demográfico experimentado también en Elche.

De esta forma, el crecimiento productivo del siglo XVIII estuvo íntimamente vinculado con el crecimiento de la superficie cultivada, fácilmente observable en los datos anteriores. La población ilicitana explotó al máximo los recursos naturales de su entorno, aprovechando el impuso demográfico y los intereses de la nueva clase terrateniente, producto de la reciente guerra.

Por otra parte, estos datos ilustran, de forma paralela, la transformación casi total del paisaje ilicitano, resultado sobre todo de las exhaustivas roturaciones llevadas a cabo en el territorio circundante, incluidas tierras marginales, saladas y pantanosas.

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Antecedentes económicos: Elche en el siglo XVII

Durante el siglo XVII, la economía ilicitana fue recuperándose progresivamente tras las adversidades de épocas anteriores. Sin embargo, a pesar del auge agrícola experimentado por determinados cultivos (como el olivo o la barrilla), la recuperación no hubiese sido posible sin el rendimiento de tres actividades económicas paralelas: la fabricación y exportación de jabones; la ganadería; y la pesca y caza en las proximidades de la urbe (Ruiz Torres, 1978).

El inicio de la lenta recuperación agrícola arrancó a finales de siglo, gracias al estímulo del alza de precios iniciada en torno al 1680. Promovida principalmente por la nobleza local (terratenientes en gran parte) y un pequeño sector de agricultores con un nivel económico más alto junto con algunos comerciantes, esta bonanza económica atrajo a la población del territorio circundante.

La férrea reglamentación del municipio foral dificultaba el libre comercio de los excedentes agrarios. Este código defendía principalmente la pequeña industria local de jabones y la economía agrícola de subsistencia. Esta política tenía por objetivo mantener el equilibrio entre las fuerzas productivas de la ciudad, esto es, la agricultura, ganadería, y la industria jabonera. La pequeña producción campesina se mantenía principalmente por el uso de tierras comunales y a la incorporación del incipiente capital industrial, procedente de las manufacturas. Por otra parte, el municipio velaba por la ganadería ilicitana regulando los pastos y controlando el ganado de la urbe, así como la trashumancia aragonesa (Ruiz Torres, 1978). De esta forma, esta reglamentación impedía el crecimiento de la superficie cultivada, afectando gravemente a los grandes propietarios; así como el desarrollo del comercio exterior, dificultando la plantación de cultivos enfocados a ello, como la barrilla, el aceite o la cebada, cuyos excedentes encontraban grandes problemas para incorporarse a los circuitos comerciales exteriores.

Este panorama coincide con la Guerra de Sucesión y, por ende, con el enfrentamiento entre aquellos sectores partidarios de un centralismo que conllevaba la desaparición del sistema foral (vertiente apoyada sobre todo por la nobleza local); y los que defendían el antiguo sistema instaurado por la Corona de Aragón, con las autoridades municipales como principales garantes (Ruiz Torres, 1978). El resultado de la guerra, por lo tanto, fue decisivo. Tras la victoria borbónica, el municipio tradicional que hasta el momento había sido Elche, entró en una profunda crisis que conllevó la pérdida de las tierras comunales, gracias al proceso de enajenación de tierras en favor de la oligarquía local; y la caída de la producción jabonera, en decadencia progresiva tras la desaparición de las instituciones que protegían estas manufacturas. Sin embargo, de forma coetánea, Elche conoció la expansión agrícola protagonizada por esa oligarquía beneficiada con la guerra; así como la orientación casi completa de los cultivos ilicitanos al comercio exterior, siendo el aceite, la barrila y la cebada los principales productos exportados.

Es decir, tras la Guerra de Sucesión (inicio de este blog), se consolida en Elche el denominado “modelo castellano”, caracterizado principalmente por la hegemonía de los grandes propietarios terratenientes y los comerciantes dedicados a las exportaciones, eliminando todo el sector artesanal y manufacturero que tuvo la urbe (Ruiz Torres, 1978).

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Aproximación a la economía ilicitana: las principales fuerzas económicas

No es fácil establecer una diferenciación precisa de las diferentes fuerzas productivas en el Elche del XVIII. Sabemos que, como en gran parte de la península en época moderna, la principal actividad económica de la ciudad era agraria. Sin embargo, mediante el estudio exhaustivo de la documentación de archivo, han sido documentadas otro tipo de actividades productivas que enriquecen el panorama económico ilicitano.

No obstante, las fuentes disponibles son escasas e imprecisas en este aspecto, por lo que poco podemos saber más allá de la aparición nominal de diferentes profesiones en la documentación de archivo. Aun así, podemos afirmar la existencia en la urbe de profesiones destinadas a cubrir las necesidades de la vida cotidiana, como los carpinteros, sastres, zapateros, horneros, albañiles, herreros o molineros. Sin embargo, también se han documentado otras labores menos comunes, como chocolateros, alpargateros o coheteros.

En este aspecto, llaman la atención dos industrias fuertes en la ciudad ilicitana: la jabonera y la textil. La fabricación de jabones nunca formó un gremio definido y, aunque en esta época estaba en decadencia, aún seguía dando trabajo a gran número de ilicitanos. Por otra parte, la documentación de archivo muestra una cantidad notoria de profesiones relacionadas con la industria textil, como sastres, tejedores, sogueros o cordeleros. Sin embargo, la industria textil sufrirá un gran revés a mediados del siglo XIX.

Siguiendo el estudio de los padrones del siglo XVIII realizado por Ruiz Torres (1978), podemos establecer una relación estadística de las principales fuerzas económico – productivas de Elche. No obstante, este tipo de análisis debe tomarse con cierta flexibilidad dada la ambigüedad de las fuentes, así como la certeza de la presencia de datos incompletos en las mismas. Como se ha dicho arriba, la actividad principal de la ciudad era la agricultura, estimada en un 70%. Las profesiones descritas anteriormente, es decir, todas aquellas relacionadas con las artesanías y las manufacturas representarían un 10%. Por otra parte, ha sido posible aislar un 4% de la población que vivía esencialmente del comercio, ya sea de su excedente agrícola, como de manufacturas, ganado, etc. En el extremo superior de la pirámide social, encontramos un 2% que representa la nobleza local de la ciudad, compuesta principalmente por grandes terratenientes que viven de rentar sus territorios, así como del pequeño clero afincado en la ciudad. Finalmente, en el extremo opuesto, hallamos un 14% de población carente de propiedades y trabajo, supervivientes gracias a la caridad, y calificados como “pobres” en los padrones.

De esta forma, como señala Ruiz Torres, en el siglo XVIII existían en Elche condiciones más que favorables para el surgimiento de un capital industrial auspiciado por un equilibrio en el sector agrario y mantenido por una rica heterogeneidad de artesanías tradicionales. Sin embargo, la crisis agraria del siglo XIX afectará gravemente a estos oficios, volviendo a un sector primario mayoritario que acabó por dinamitar la riqueza artesanal de la ciudad.

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La estructura social por Edad, Sexo y Estado civil

“Una comparativa entre Elche y Crevillente”

La estructura de la población ofrecida en el censo de 1786 nos indica una población muy joven, con una alta natalidad y la consiguiente elevada mortalidad, sobre todo infantil. Dentro de la comarca, la pirámide de Crevillente se caracteriza por un vigor bastante superior al de la población ilicitana. La natalidad aparece mucho más elevada, fenómeno en todo acorde a la curva de nacimientos de esta población, que aventaja, sin duda, a la de cualquier población valenciana: es un fenómeno que está en directa relación con una mayor precocidad matrimonial, junto a una soltería mucho más reducida que en Elche. Así, en el grupo de dieciséis-veinticinco años, los solteros de Crevillente suponen el 4,4% de los varones y el 2,8% de las mujeres, mientras que en Elche dicho s porcentajes suman el 6 y el 4,4%, respectivamente, aunque a nivel comarcal la nupcialidad es realmente elevada, casi total dentro del periodo procreativo, es decir, antes de los cuarenta años de edad.

El porcentaje de los varones, que se mantiene más elevado hasta los dieciséis años, cambia de signo de un modo brusco en el escalón dieciséis-veinticinco, lo cual hay que relacionarlo, posiblemente, con el servicio militar o, tal vez, aunque menos probable, con una emigración temporal, ya que en el grupo veinticinco a cuarenta años los varones vuelven a predominar en ambas poblaciones. En las mujeres, el mayor entrante, el de veinticinco-cuarenta años, obedece a las enfermedades propias de la maternidad, señaladas como importantes y “endémicas” en los documentos de la época (Gozalvez, 1976. pp. 207-208).

Gozalvez, 1976. p. 208

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Distribución superficial de la población urbana en Elche en el XVIII

Según los Vecindarios en 1730 (AME, Sala I, leg. “Estadística”, 1730) la población urbana de Elche sumaba 1.700 vecinos, es decir, 7.650 habitantes, según el coeficiente 4,5, con la siguiente distribución parroquial: Santa María, 1.869 habitantes; El Salvador, 2.709: Arrabal de Santa Teresa, 270, y 2.803 habitantes en el Raval de Sant Joan. En 1761 la población urbana había ascendido a 14.787 habitantes, lo que supone un incremento del 93% durante los últimos 30 años. Este crecimiento, a nivel parroquial, ofrece ciertas desigualdades: Parroquia de Santa María es de 2.06% anual, en el Salvador, es de 1,59%, y en Arrabal de Santa Teresa, del 5,40%. El crecimiento anormal de este último barrio se explica por la urbanización que surge aquí en los años cuarenta, como se explicó en su lugar correspondiente.

Gozalvez, 1976. p. 89.jpeg

La antigua Morería, pese alguna fuga que pudiera haber hacia el nuevo barrio -poco probable por la mayor pobreza de sus habitantes-, tiene un incremento del 2,42% anual acumulativo entre 1733 y 1761, lo que implica necesariamente una considerable inmigración, a la vez que tan gran aumento de vecinos se explique conjuntamente por una mayor minuciosidad en la realización del segundo recuento.

En 1730, dentro de la antigua vila murada, destaca la gran concentración existente en la calle de San Jaime, seguida de las calles que bordean la muralla, mientras que las manzanas centrales albergan a escasos habitantes, tal vez, como resultado de los extensos lotes de repartos urbanos a raíz de la Reconquista y los consiguientes absentismos.

El gran incremento demográfico de los treinta años siguientes afecta de modo desigual a las calles de Elche. Las que mayor crecimiento experimentan son, lógicamente, las de más bajo nivel económico,  que en general corresponden a las periferias, como se comprueba en los mapas. Allí es en donde había una mayor oportunidad de aumentar la densidad, tanto por un mayor espacio vacío como por unos precios mucho más asequibles.

En 1761 gran parte de las calles de la ciudad, en especial al sur de la Corredora, ofrecen valores paralelos en cuanto al número de personas por unidad de longitud de fachadas. Ahora bien, las superficies interiores de las manzanas, ofrecen valores muy dispares entre la antigua Morería y el resto de la ciudad, con lo que resulta una ocupación real mucho más intensiva en el primer caso, con espacios interiores inexistentes o muy reducidos y viviendas con menos metros de fachada. A ellos habría que añadir el deterioro que esta parte de la ciudad sufriría a raíz del abandono morisco, precisamente sobre unas construcciones de muy baja calidad, con lo que el hacinamiento resultaría doblemente negativo (Gozalvez, 1976. pp. 87-90).

Gozalvez, 1976. p. 88.

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El abastecimiento de agua en el siglo XVIII en Elche

Hasta el último cuarto del siglo XVIII, cuando el casco urbano sobrepasaba las 15.000 almas, el agua utilizada por la ciudad se reducía a la salobre del Vinalopó, suministrada por la Séquia Major y otras a su paso por las calles y la almacenada en aljibes, circunstancia observada ya por Al-Edrisi: “Para beber los habitantes tienen necesidad de traer de otros puntos agua de lluvia, que conservan en aljibes” (García, 1952. p. 194).

Para los casos de extrema necesidad, la villa poseía cisternas junto al Alcázar, plaza de Santa Isabel y plaza de la Fruta. También existían fuentes, aunque de agua salobre. En 1678 se cita una fuente en la plaza de la Magdalena, refiriéndose probablemente a una plazoleta al norte de la desaparecida ermita de San Jaime.

Los primeros proyectos de traída de aguas potables que conocemos datan de 1722, en que se pretende traer agua desde Monforte, del pozo de San Pascual, y de 1736, en que se intentaba traerla desde Yecla, aunque las obras efectivas a tal fin datan de los años ochenta, gracias a la intervención del obispo José Tormo. (Ramos, 1970. p. 343).

En 1778 el Ayuntamiento nombraba a Miguel Francia, de Crevillente, y Gregorio Sanchez, de Elche, para realizar el proyecto de abastecimiento desde las fuentes de Boriza y Urchell, de Aspe.

De inmediato el obispo ofreció 2.000 ducados para las obras necesarias al abastecimiento, pero dos años después, en 1782, se descubría la fuente de Barrenas, en Aspe, cuyo mayor caudal haría abandonar el primer proyecto. En 1784 Francia y José Gonzálvez realizaban el nuevo proyecto, al año siguiente se compraba el manantial y se empezaban las obras, en 1789 el agua potable llegaba por primera vez a Elche. Las obras fueron sufragadas con las aportaciones del obispo Tormo, el importe total ascendió a 906.989 reales de vellón, con una cañería de 18.000 varas (16,4 km de longitud y 21 cm de diámetro). El agua se distribuyó en la ciudad en cuatro fuentes, aparte una de agua salobre (Gozalvez, 1976. pp. 85-86).

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El siglo XVIII y las grandes realizaciones urbanísticas en Elche

El siglo XVIII es para Elche el de mayor desarrollo urbano de toda su época moderna. Se completa el relleno entre los antiguos vila y raval -barrios de Saravia y Conrado-, al mismo tiempo que el caserío se ensancha por el Norte -la Illeta- y, sobre todo, por la derecha de la Rambla, con el barrio de Santa Teresa, cuya consolidación se realiza mediante la construcción de un puente de piedra en 1705.

El incremento de la población es paralelo al de la comarca y pueblos de habla catalana.En sesenta y tres años la población aumenta en más de 7.000 habitantes (un 50%), por lo que el aumento en el entramado urbano tuvo que incrementarse de forma paralela. Además, hay que contar con un mayor número de componentes por familia respecto al siglo anterior. Las nuevas calles y los solares de las viviendas también serán más desahogados, la población no se encontraría tan hacinada (Gozalvez, 1976. p. 65).

Los Nuevos Barrios

El nacimiento del Arrabal de Santa Teresa o del Pla se proyecta a partir de 1689. Los motivos para explicar el “salto” de la Rambla son dos: los precios de las tierras del palmeral y el continuo aumento de la población. Además, la construcción de un nuevo y rico edificio conventual para los franciscanos, que, como siempre, actuaría de polo urbanizador.

Por otro lugar, tenemos el nacimiento del primer barrio, que tomará el nombre de su promotor, el coronel de caballería Tomás de Saravia y Horcasitas. La información y proyecto para edificar el huerto de palmeras sobre el que se levantó fue presentado en 1770. El cabildo de 5 de septiembre de 1770 contestaba favorablemente al propietario, aprobándose la construcción del nuevo barrio (Gozalvez, 1976. pp. 65-69).

Finalmente en Elche, en 1776 será el clero de Santa María el que se decida a urbanizar su correspondiente huerto de palmas, movido, como expresamente se explica: “por el inmediato éxito que han alcanzado los establecimiento de Saravia y Conrado, y para constituir casa de habitación a los labradores de los partidos de Torrellano, Santa Barbara y Vallongas…” (AME, Libro de Cabildos, Nº101, 17-VII-1771).

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El paludismo en del siglo XVIII en la ciudad de Elche

En primer lugar, el carácter endémico del paludismo o fiebres tercianas, se vincula en las centurias modernistas tanto a la expansión de los cultivos arroceros como a la proliferación de áreas pantanosas y encharcadas. Si el arroz favoreció el incremento de la población valenciana durante este siglo, en muchas ocasiones, provocó la muerte de sus cultivadores.

Arrozales, lagunas y pantanos tenían buena culpa de esta situación de permanente peligro, pero no menos responsabilidad cabe achacar a las deficientes infraestructuras higiénico-sanitarias observables en pueblos y ciudades, así como la inexistencia de una adecuada política asistencial, ya que resultaba evidente que la enfermedad se cebaba en los grupos humanos más desvalidos. Si bien, aunque el paludismo no resultaba ser mortal, sí que originaba una morbilidad elevada que repercutía negativamente sobre las actividades agrícolas.

En el verano de 1746 las fiebres atacaron con crueldad a los más desvalidos que se concentraban en los arrabales de la ciudad de Elche. Las condiciones de insalubridad y la pobreza en que se hallaban gran parte del vecindario fueron las causas desencadenantes de la epidemia.

Durante la década de los sesenta las tercianas se dejaron sentir con inusitada intensidad, a juzgar por las innumerables referencias al problema que podemos hallar en las actas capitulares.

Ya en las década de los ochenta el paludismo desbordó sus límites naturales para extenderse por la totalidad del país, elevando así su carga mortífera. La epidemia de 1786 no alcanzó graves proporciones a tenor de las cifras manejadas. Los contagiados fueron, en la mayoría de los casos, jornaleros que habían contraído las tercianas en Castilla. Un ejemplo de esta epidemia lo hallamos en Elche en 1787, donde los afectados tornaron a ser “los pobres miserables que carecen del alimento preciso y medicinas necesarias para su debida curación” (AMO, nº 71, 28-9-1787).

En cuanto a la actuación de los poderes públicos contra la epidemia, el recurso de la limosna que habitualmente prodigaba la Iglesia en estos casos solía representar un respiro, ya que muchas poblaciones carecían de recursos en su partida presupuestaria para atajar la enfermedad, como queda demostrado en la insolvencia mostrada por la ciudad de Elche en 1787, incapaz el ayuntamiento de cumplir las disposiciones relativas al empleo de determinados fondos en caso de necesidad.

Uno de los remedios para las fiebres tercianas fue el empleo de la corteza de quina. El uso de esta planta americana como remedio para las fiebres, se generalizó en las últimas décadas del siglo XVIII, tras las recomendaciones hechas por el Real Protomedicato en su informe emitido en 1785.

Por lo tanto, el carácter endémico y recurrente de las tercianas quedaba así manifiesto especialmente en aquellos sectores de la población que, por ubicación geográfica y condición social, estaban más expuestos a la perniciosa picadura del mosquito transmisor de la enfermedad (Alberola y Bernabé, 1998-99. pp. 95-112).

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Población

Censos y Demografía en la villa de Elche en el siglo XVIII

Elche como asentamiento humano se remonta al periodo Eneolítico, si bien, no dispondremos de datos demográficos hasta la época musulmana. Para conocer la población de la ciudad de Elche en el siglo XVIII, hemos de recurrir a los censos. En el siglo XVIII, se realizaron 5 censos.

Los primeros 3 censos fueron realizados en los años (1739, 1761 y 1781), por el propio municipio de Elche. Los fondos documentales los podemos encontrar en el Archivo Municipal de Elche.

Floridablanca

El censo de 1787 fue realizado a nivel nacional, por el Conde de Floridablanca. El primer paso para la ejecución de este Censo se dio cuando, por Real orden de 1785, se ordenó a los intendentes de las diferentes provincias que remitiesen una relación de todos los pueblos de las mismas a fin de crear un Nomenclátor que delimitase el campo de actuación. Los trabajos para la ejecución del Censo de Floridablanca se iniciaron en 1787 de acuerdo con las instrucciones contenidas en la Real Orden del 28 de julio de 1786. En este caso, se encomendó la ejecución del mismo a los intendentes de cada provincia que se encargarían de hacer llegar a las autoridades civiles de cada lugar (alcaldes y regidores) un cuestionario único en el que se debían de consignar los datos solicitados. En el cuestionario se debía de resumir la población en una tabla de doble entrada similar a la utilizada en 1768. Además se debía clasificar la población de acuerdo con una tabla de ocupaciones de 23 clases (http://www.ine.es/censo2001/historia.htm).

cavanilles

El último censo, el de 1794, fue llevado a cabo por Antonio José de Cavanilles, en sus “Observaciones sobre la Historia Natural”. En este trabajo Cavanilles abarca gran parte de las disciplinas técnicas y científicas de la época como la botánica, la agronomía, la geología, la hidrología, la medicina, la geografía, la cartografía, la arqueología y muchos de los principales campos de la industria (González, 2002.)

Por lo tanto, analizando los datos de los censos podemos concluir que el siglo XVIII junto con el siglo XIX, será el que registre los mayores crecimientos demográficos de la historia documentada de Elche. Entre las dos cifras censales más fiables de este siglo (1739 – 1794) la población aumentará en 7.380 personas, es decir, en poco más de medio siglo el crecimiento es de un 56%. Este elevando crecimiento de la población tiene su origen a finales del siglo anterior y se estanca durante las dos primeras décadas del XVIII como consecuencia de la Guerra de Sucesión. A pesar de ello y de la plaga de langosta, de la sequía y de la epidemia de tercianas sufridas, el siglo se cierra con un total de 20.430 habitantes (Mora, 2008. 57-58).

Evolución población. Elche 1572-1897

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Cultura

La villa del Elche y el palmeral vista por los viajeros del XVIII

El siglo XVIII, especialmente en la segunda mitad, es la época de la “Ilustración”. Se había despertado la curiosidad de los eruditos, que les hacía investigar en los archivos y recorrer el país en busca de noticias concretas. La Naturaleza, tan olvidad en los siglos perecederos, interesaba muchísimo a los hombres del siglo XVIII, que fue recordémoslo, el siglo de Rousseau. La revolución científica, el inicio de la industrialización en Inglaterra y el asentamiento del racionalismo como producto del movimiento ilustrado, son sus notas más destacadas. Valores libertarios, fraternidad, nacionalismo y un exacerbado sentir individual e imperialista, junto con el espíritu universalista de los escritores y lectores del setecientos, explica que esta centuria se convirtiera en la edad de oro de los libros de viajes.

Los viajeros del setecientos anotaban minuciosamente todo aquello que observaban, recopilando todas las noticias sobre arqueología e historia que podían encontrar, e incluso hacían propuestas concretas para el fomento de la agricultura y la industria, para un repartimiento equitativo de la riqueza. (Sanchís, 1985. p. 54).

Una de las instituciones culturales más significativas de mediados y fines del siglo XVIII fue el Grand Tour (un itinerario de viaje por Europa, antecesor del turismo moderno). España quedó fuera del “tour ” hasta el último tercio del siglo XVIII.

En esta entrada nos centraremos en las impresiones recogidas sobre elche y su palmeral, por tres grandes viajeros del siglo XVIII: Jean François Peyron, Henry Swinburne y Alexandre-Louis-Joseph, conde de Laborde. Como veremos a través de una serie de extractos de las obras de estos viajeros, observaremos como la palmera produce siempre al viajero una intensa sensación de orientalismo (Sanchís, 1985. p. 54).

gravado de Gustave Dore

Jean-François Peyron, traductor, historiador y diplomático francés, dejó constancia de su viaje por España en dos volúmenes publicados en Ginebra, Essais sur l’Espagne obra. Dentro de su obra traemos este fragmento donde nos habla de su visión sobre Elche y su entorno natural:

A deux lieues environ d’Alicante, le voya geurie trouve dans une forêt de palmiers; cet arbre porte avec lui un caractere de noblesse & de ſimplicité , mais il e trie : cependant lorſqu’il e au multiplié que dans les environs d’Elche , il orne la campagne & produit un bel eet. Je me croyois tranſporté dans les plaines d’Alexandrie ou du grand Caire: je confidérois avec un plaiſir nouveau pour moi, la grappe dorée & touue où la datte e ſuſpendue; un horizon ſans ceſſe varié, des vallées vertes & coupées de mille ruiſſeaux, un ciel pur & brillant, égayoient cette ſcene, & la rendaient une des plus intéreſſantes de ma vie, par les idées qu’elle m’inſpiroit”.(Peyron, 177-1778. p. 104)

Henry Swinburne, escritor, viajero e hispanista inglés, nació en Bristol en 1743. Visitó España en 1775 acompañado de su amigo Sir Thomas Gascoigne. Las impresiones de su viaje quedaron recogidas en un libro, Travels through Spain in the years 1775 and 1776. Swinburne, nos ofrece una hermosa descripción de un palmeral en plena explotación fenicicola, el oficio de palmerero y la artesanía de la palma blanca. (Guerreo, 1990. pp. 65-67).

“We stopped at Elche, a large town be longing to the duke of Arcos, built on the skirts of a wood, or rather fore, of palm trees, iwhere the dates hanging on all ſides in cluers of an orange colour, and the men ſwinging on baſs ropes to gather them, formed a very curious and agreeable ſcene. The palms are old and lofty; their number – is ſaid to exceed two hundred thouſand”. (Swinburne, 1779. p. 184)

Alexandre Louis Joseph, conde de Laborde, nació en París, hijo de un rico financiero de origen español. Entre sus obras más célebres el Voyage pittoresque et historique de l’Espagne (1806-1820, 4 grandes tomos con 349 grabados) y el Itinéraire descriptif de l’Espagne (1808, 5 volúmenes y 1 atlas). Estos libros contribuyeron decisivamente, a difundir en el extranjero una visión de España más fiel a la realidad, rompiendo con algunos de los anteriores tópicos por los que era conocido nuestro país en Europa. Laborde hace mención a la industria del jabón y la tintorería, pero importancia industrial de la ciudad era algo mayor de la que cita Laborde, la ciudad contaba con industrias de almidón, aguardiente, curtidos, platería, cantería, confitería y chocolate.

“Palmas y dátiles. Las hay en diferentes partes del reino, y abundan principalmente en el recinto de Elche, cuyos habitantes se han aplicado con un particular esmero a su cultivo, que forma su principal riqueza. El fruto que dan se consume ordinariamente en España, menos alguna parte que se exporta a Francia. Su pro ducto más considerable es el de las palmas, de las cuales además de las que aquí se consumen, se envían a Italia grandes remesas para la ceremonia del domingo de Ramos. Aprovechan igualmente sus hojas para esteras, banastos, sillas y otros utensilios. (Laborde, 1820. p. 129)

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Cultura

Los Bienes Inmuebles en la villa de Elche en el siglo XVIII

Basílica de Santa María

La basílica se encuentra situada en el centro de la vila murada, donde hubo una iglesia anterior que fue construida sobre una mezquita. Debido a su gran volumétrica posee un gran protagonismo urbano dentro de la ciudad.

El templo actual comenzó a construirse en 1672 bajo las órdenes de Francesc Verde, sucediéndole en el cargo de maestro mayor de las obras Pere Quintana y Ferrán Fouquet, y desde 1758 continuaron las aportaciones arquitectónicas con el arquitecto Marcos Evangelio. Las obras acabarían definitivamente en 1784.

         http://www.cult.gva.es/SVI/Imagenes/03.33.065/001/F0002.jpg (tomadas 26/10/2013)

Esta es el escenario del Misteri d’Elx que se celebra cada 14 y 15 de agosto desde el siglo XV. Hecho que según algunos autores influyo en la concepción espacial de la iglesia. Finalmente nos gustaría destacar las fases constructivas de la basílica en el siglo XVIII, siendo creada la cúpula entre 1720-1727 y en 1783 la capilla comunión (Anuario de Patrimonio Cultural Monumenta 2008, p. 228)

Castillo Palacio de Altamira

En la denominada actualmente como Diagonal del Palau se encuentra el Palacio de Altamira, monumento singular de la ciudad de Elx, que alberga en su interior el gran Museo Arqueológico Municipal. Es conocido también como el “Alcàsser de la Senyioria”, por ser la residencia oficial de lujo de los señores de Elx entre los siglos XV y XIX. La denominación de Palacio de Altamira es por haber pertenecido muchos años su propiedad a los condes de Altamira.

               

http://www.cult.gva.es/dgpa/bics/Detalles_bics.asp?IdInmueble=505 Tomadas 16/10/2013

La tercera fase es la que corresponde a la gran fachada sur, del siglo XVIII, y que tapa el antiguo acceso medieval. La planta es poligonal, con ángulos definidos en cubos circulares, en salientes, salvo la zona ocupada por la torre, que es de planta cuadrada, y que tiene tres alturas (Anuario de Patrimonio Cultural Monumenta 2008, p. 231)

Iglesia del Ex-convento de San José

Situado en la actual plaza de los Reyes Católicos de Elx, se encuentra la Iglesia del ex Convento de San José. Este antiguo convento de frailes franciscanos fue construido en 1561, a petición de la marquesa de Elche, Juana de Portugal. En ese templo tomó los hábitos San Pascual Bailón.

        

http://www.cult.gva.es/dgpa/bics/Detalles_bics.asp?IdInmueble=507  (tomada 26/10/2013)

La decoración de sus capillas comprende dos corrientes. Una a base de pinturas al fresco, realizada entre los años 1735 y 1746. Una segunda es con decoraciones al yeso, incluidos los retablos de las capillas. Por último, destaca el altar mayor, con talla dorada y enriquecido con pinturas sobre tabla; parece que es de comienzos del siglo XVIII y relacionado con la obra de Bussi (Anuario de Patrimonio Cultural Monumenta 2008, p. 229)

Palacio de Jorge Juan

De planta trapezoidal en la calle Puente de los Ortissos de la capital ilicitana, más allá de la vila murada, se encuentra el Palacio Jorge Juan, construido según las premisas del la arquitectura de estilo barroco.

 

http://www.cult.gva.es/dgpa/bics/Detalles_bics.asp?IdInmueble=511 (tomada 26/10/2013)

Ocupa una esquina que une las dos fachadas exteriores del palacio, dimensiones diferentes. El edificio conserva un aspecto magnífico, que se ha mantenido desde que fuera construido entre los siglos XVII y XVIII, en plena efervescencia del barroco (Anuario de Patrimonio Cultural Monumenta 2008, p. 232)

Pantano de Elche

La obra actual es la construida en el siglo XVII, con las posibles reformas que entre 1782 y 1786 efectuó Vicente Gascó y las reparaciones llevadas a cabo en el siglo XIX. Se trata de una potente pared cuyo núcleo está formado por rellenos y el revestimiento externo con terminación de sillería que se puede considerar isodoma; dado que los sillares son casi todos de similares características geométricas. Su capacidad es algo mayor que el embalse de Almansa y ligeramente menor que el de Alicante. Las dimensiones que proporcionan diversos autores son iguales antes y después de la destrucción, producida por el efecto de una avenida de agua el día 3 de septiembre de 1793 (Anuario de Patrimonio Cultural Monumenta 2008, p. 230)

    

http://www.cult.gva.es/dgpa/bics/Detalles_bics.asp?IdInmueble=4067 (tomadas 26/10/2013)

Casa de la Torre Cañada

La Torre Cañada es una construcción de 1631 cuando se erige estrictamente la torre que se encuentra junto a una casa del  siglo XVIII en la Partida Torrellano Bajo del Elche. Pertenece a la categoría de edificios defensivos y ha tenido diversas intervenciones a lo largo de su historia.

    

http://www.cult.gva.es/dgpa/bics/Detalles_bics.asp?IdInmueble=616 (tomada 26/10/2013)

De planta cuadrada su alzado es prismático con cuatro plantas que se comunican con una escalera de caracol. Está adosada a una casa de grandes dimensiones y otras construcciones de carácter agrícola.

Está realizada en mampostería con piedra en los cantos y el remate está formado por una ménsula en voladizo sobre un coronamiento que hoy se presenta con hilera de almenas (Anuario de Patrimonio Cultural Monumenta 2008, p. 225).

Torre Vigía Santa Bárbara

Dos elementos, una casa y una ermita del siglo XVIII, acompañan a la torre vigía de Santa Barbara con funciones como su nombre indica en el Camino Olmet de Elche. Parece ser una construcción del siglo XVI, con interior dividido en dos niveles y realizada en mampostería con los cantos reforzados en piedra o sillería.Tiene forma de cubo, dado que su altura es similar a la base y carece de remate (Anuario de Patrimonio Cultural Monumenta 2008, p. 227)

http://www.cult.gva.es/dgpa/bics/Detalles_bics.asp?IdInmueble=621 (Tomada 26/10/2013)

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Cultura

El Texto del Misteri d’Elx

El texto literario del Misteri d’Elx, se encuentra escrito en valenciano -con un salmo y algunos versos latinos-, es relativamente breve si lo comparamos con otras representaciones de similares características. La brevedad del texto se debe a la menor importancia que a lo largo de la historia se le ha concedido a la parte literaria, frente a la musical y a la escénica. Las referencias conservadas apuntan hacia el siglo XVII como la época en que tuvo lugar la definitiva fijación de la parte literaria del drama ilicitano.

Los textos literarios y musicales, así como las acotaciones escénicas que permiten la representación de la obra, son debidos a unos manuscritos denominados consuetas. La primera referencia concreta a uno de estos libretos no aparece hasta 1625. En esta fecha el Llibre de la Festa de Nostra Senyora de la Sumptió llamada vulgarmente La Festa de la vila de Elig, fue copiado para la inquisición por Soler Chacón, pero este, únicamente copió los versos de los cantos y las acotaciones teatrales -pero no la partitura- del consueta oficial que custodiaba el Consejo de la villa en su “arca de tres llaves” o caja fuerte. Por otro lado, el manuscrito fue enriquecido con una serie de anotaciones históricas referidas a la ciudad y a los festejos relacionados con la representación asuncionista, obra del mismo Soler Chacón.

Portada Consueta Misteri 1709 (hoy logotipo del Patronato del Misteri)

En 1706, el archivo del Consejo ilicitano fue saqueado por las tropas borbónicas, en plena guerra de Sucesión. En tal incidente sufrió graves desperfectos el consueta original que fue copiado tres años más tarde por el beneficiado Joseph Lozano y Roiz, presbítero, en dicho año 1709. Esta copia de Lozano -que incluye acotaciones y los textos musical y literario- es el libreto más antiguo que se conserva siendo, además, el único que permanece en una institución pública, concretamente en el Archivo Histórico Municipal de Elche. El mismo Lozano y Roiz realizó en 1722 una nueva copia del consueta que resulta ser prácticamente idéntico al anterior, aunque no conserva el título.

El último de los consuetas -cronológicamente hablando- de los que se tienen noticia está fechado en 1751 y se trata de una copia realizada por Carlos Tàrrega i Caro del texto de 1625 ya mencionado anteriormente. No contiene, por tanto, la partitura de la obra, aunque sí una serie de anotaciones de acontecimientos ocurridos en las representaciones del Misterio entre los siglos XVI y XVIII que resultan de gran utilidad para analizar la historia y la evolución escénica del drama asuncionista. (Castaño y Sasano, 1992. pp. 93-99).

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Cultura

La Música del Misteri d’Elx

La característica artística más importante del Misterio de Elche es la musical. El drama ilicitano es totalmente cantado y contiene melodías que, por sus características intrínsecas, posiblemente procedan de diversas épocas.

Los cantos del Misteri pueden clasificarse, grosso modo, en monódicos y polifónicos. De las veintiséis piezas musicales que recogen los consuetas históricos de 1709 y 1722, concretamente diez son monódicas y dieciséis polifónicas, aunque en ambos casos existen repeticiones de melodías con diferentes textos literarios (Gómez. 1986. pp. 255-163).

Por el lenguaje utilizado, elemento que ha sido estudiado por Massip o Ferrando, entre otros, se puede delimitar una parte del texto más antigua: la primera jornada contiene más arcaísmos filológicos que la segunda. Esto nos puede ayudar a detectar un texto de la segunda mitad del siglo XV, donde encontramos palabras como mies, fonch, trob, vullc, preg, e, etc. (Ferrando, 1989. pp. 75-89).

Cantoral del oficio de la Asunción (s. XVIII)

Por otro lado, la versificación es bastante uniforme:

Predominan las cuartetas octosílabas «aabb», más conocidas por noves rimades, forma métrica muy utilizada en la Edad Media.

Déu vos salve Verge imperial,

Mare del Rei celestial,

jo us port saluts e salvament

del vostre Fill omnipotent

(àngel nunci)”

También se utiliza la otra forma clásica: el decasílabo cesurado (4+6) en cuartetas «abab».

De grat prendré la palma preciosa

e compliré lo que haveu manat,

puix que haveu potestat copiosa

de condemnar e delir tot pecat.

(resposta de Joan a Pere)

Y el heptasílabo en cuartetas «abba», «aabb» y «abab».

Vos siau ben arribada,

a reinar eternalment,

on tantost, de continent,

per Nos sereu coronada.

(coronació)

Pregam vos, cos molt sagrat,

que de nostra parentat

vos acord tota vegada

quan sereu als cels pujada.

(cant de lloança de l’apostolat)

Oh, poder de l’Alt Imperi,

Senyor de tots los creats!

Cert és aquest gran misteri

ser ací tots ajustats.

(Ternari).

Por otro lado, hay constancia documental de la existencia de una capilla de instrumentistas y cantores en la iglesia de Santa María de Elche que alcanzó su máximo esplendor en el siglo XVIII. Entre tales músicos, cuya presencia en el Misteri resumen los consuetas con el genérico termino de “ministriles”, sin aportar más datos ni partituras, se hallaban tañedores de chirimía, corneta, flauta, oboe, sacabuche, trompa, violín, etc., así como cantores profesionales. Esta capilla musical profesional desapareció en 1835 con el fin de asegurar la continuidad de la representación del Misteri.

musica-3

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Cultura

El Misteri d’Elx en el siglo XVIII

El Misteri d’Elx, no es una obra de arte plástica sino lírica, si bien de una categoría auténticamente monumental. Es lógico, por tanto, que la gente en lugar de considerarlo una obra humana, quisiera atribuirle un origen prodigioso junto a la imagen de la Asunción, patrona de esta ciudad.

mare de deu, y el arca

La tradición, por todos conocida pero no documentada hasta el 1710, nos cuenta la llegada de un arca con una inscripción antigua (Soch pera Elig) a la playa de Santa Pola en el año 1226. Dentro de aquella arca se encontraron la imagen de “La Mare de Déu” y el texto del “Misteri de su muerte i ascensión”. Este Misteri, como es sabido, se canta en valenciano antiguo y es una de las joyas de la literatura catalana (Sanchís, 1995. p. 48).

Los problemas para la representación del Misteri i la Festa, fueron numerosos y diversos, así pues, en los últimos años del siglo XVI, el hecho de no poseer suficientes recursos económico y de que no hubiera personas dispuestas a regir la Cofradía, provocó que el Misteri estuviese en peligro de desaparición. Pero fue en el año 1609 cuando, de manera definitiva, el Consejo de la villa tomó el acuerdo de hacerse cargo de la organización y financiación de la Festa. Para ello, estableció una serie de impuestos municipales, entre los que hay que destacar el de la moltura de granos y el de la venta de carnes.

Más problemas acaecieron en los años 1700  y 1734. A causa de una cuestión de exención de tasas municipales al clero y por una pugna sobre el nombramiento del Maestro de Capilla respectivamente. Las fricciones entre ambos estamentos subieron de tono de manera alarmante aunque, finalmente, prevalecieron los derechos del Consejo fundamentados en las costumbres y tradiciones históricas conservadas en la ciudad.

En los últimos años del siglo XVIII -con la prohibición de la escena de la “Judiada” a causa de los altercados que ocasionaba- y en los primeros del XIX -con la supresión de la capilla musical ilicitana- el Misteri entró en un periodo de clara decadencia artística. Decadencia que se acentuó en el último tercio del ochocientos, tanto por la escasez de recursos económicos dedicados a la obra y la inestabilidad en los cargos municipales -el Maestro de Capilla, por ejemplo-, como, sobre todo, por la escasa importancia que concedían a la representación los propios ilicitanos, incluyendo las autoridades políticas. (Castaño i Sasano, 1992. pp. 93-99).

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Cultura

La enseñanza en la Villa de Elche durante el Siglo XVIII

Llegado al periodo de 1700, las construcciones de tipo religioso van frenando en su crecimiento por considerar el Concejo que ya había suficientes en la villa. Su actividad debió de ser aceptable, al menos en aquellos conventos en los que se albergó la docencia y el estudio de las humanidades y las Sagradas Escrituras, como parece que así fue en la Merced y San José.

Encontramos en estas fechas algún documento curioso como lo es aquel de 1716 (11 de agosto) que alude a la Merced y en el que el Soberano Maestro de la escuela de Nuestra Señora de la Esclavitud del Religiosísimo convento del  merced pide que se le traslade a la ermita de San Jerónimo (cercana a Santa María) porque en el convento hace mucho calor y por su vecindad con la plazuela en donde abundan las herrerías y carpinteros, no hallaba el sosiego para la oración. Y así suplica que no haya en San Jerónimo escuela de niños o Gramática que le puedan estorbar. Lo que nos indica que este convento estaba dedicado a la enseñanza.

La ciudad de Elche alcanza, pues, su mayor momento urbano en el s. XVIII de modo que su configuración moderna surge de la planificación de entonces.

Frente al auge urbanístico y  la buena actividad social, parece que las mejoras en la enseñanza civil quedaron más en proyectos que en realidades. Vemos como en 1700 se tramita la fundación de un colegio regido por jesuitas en el que, de ser aceptados, se enseñaría escritura, lectura, gramática y filosofía; para ello el Ayuntamiento debería ceder la ermita de San Antonio Abad y sus propiedades, pero esta propuesta no pasó de proyecto.

El 18 de agosto de 1738 encontramos una nueva petición que se hace en estos términos: “por la escasa educación que se observa entre la gente joven, y con el fin de remediarlo, se acuerda que se exponga el caso al Eximo. Sr. Duque de Arcos para que, siendo de su agrado, arbitre los medios para que se planifique y se enseñe en nuestra Villa, en casa de los Padres de las Escuelas Pías, quienes bien pudieran dedicarse  a este menester”. Se creó una junta con el fin de madurar el proyecto, que tampoco llegó a cuajar. Por fin, en 1772, el Cabildo dotaba a la Villa de una nueva escuela masculina y contrata a dos mujeres, con el nombre de costurareas, como maestras de niñas…

Encontramos un documento datado el 8 Enero de 1790 que trata sobre la educación de niños y niñas y su aplicación en las escuelas y costuras. Es en realidad una llamada de atención por parte de las autoridades al observar el desinterés que los estudiantes muestran por sus tareas escolares y le advierten de lo peligrosa que puede resultar la ociosidad, así que se les conmina a asistir a la escuela y con ello evitar la mala educación. Con la misma fecha se aprobaba una escuela de dibujo bajo la dirección del Marques de Diezma. Eran bastante más usuales y bien aceptados este tipo de estudios de arte, tal vez porque se considerara la pintura como un oficio y, por tanto, más rentable que la mera gramática. De hecho, en Elche siempre ha existido una tradición artística generalmente subvencionada por el Ayuntamiento (Gil, 2000. pp. 17-24).

Escuelas Elche 1773

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Cultura

Excavaciones arqueológicas en el Elche del XVIII

La actividad arqueológica desarrollada en el siglo XVIII en Elche es bastante  importante.

En 1752, Don Ascensio de Morales, delegado por Su Majestad para el Estudio de la Historia del Obispado de Orihuela y comisionado para «averiguar las antigüedades de estos Reynos», nos manifiesta en un acta capitular de 18 de noviembre de dicho año, certificado por él mismo, su servicio extraordinario, el cual mereció la atención de Su Majestad «por las muchas, repetidas y costosas excavaciones que hizo en todo el término, especialmente en La Alcudia, donde se hallaron diferentes edificios antiguos de «romanos» y se extrajeron muchos trozos de columnas, una cabeza de mármol, restos de estatuas y muchas monedas» Morales mandó colocar las columnas y las estatuas en el lienzo de la pared de la Casa Capitular, donde actualmente se conservan.

Tres años más tarde, don José Camaño, sargento de Infantería, juntamente con Don Leonardo Soler, cura párroco de San Juan, y otros, hicieron excavaciones -en La Alcudia y descubrieron varios pavimentos de edificios arruinados, «conociéndose calles y plazas de una antigua población»; además, aparecieron restos de estatuas de «cobre» y de mármol, columnas, lámparas y fragmentos de otros utensilios, así como anillos, medallas y piedras grabadas.

En la Gaceta de Madrid del 26 de marzo de 1776 se insertó un interesante comunicado de fecha 12 de los mismos mes y año, en el que se nos dice que unos curiosos dispusieron hacer una excavación en La Alcudia, para satisfacer su loable deseo de algún descubrimiento importante, y desde fines del año anterior habían descubierto varios edificios con pavimento de argamasa y con columnas de piedra, encontrando, en uno de ellos, seis pedazos de una estatua «de cobre, de tamaño de un hombre más que regular»; un baño con cuatro gradas; un fragmento de columna con la leyenda L. PAB; vestigios de un anfiteatro de figura elíptica, alto, por partes, de tres pies, cuyo mayor diámetro es de 81 pies y el menor de 57; y varias piedras grabadas, monedas y fragmentos de esculturas (Ramos, 1970. pp. 5-9).