Los artesanos de Segorbe en el s. XV

Muchos de los artesanos del Alto Palancia del siglo XV eran, también, propietarios de tierra, unos con mayor número de parcelas que otros. La dualidad de las labores agrarias junto a otras manufactureras parece evidente, surgiendo el problema al tratar de observar gasta qué punto era el trabajo agrícola o el artesanal es que determinaba el carácter dominante en la estructura económica familiar.

Posiblemente, el desarrollo de la manufactura de carácter rural, generalmente relativa al ámbito textil, no deba relacionarse tanto con la obligada parada estacional del ciclo agrario, como defendía la historiografía tradicional, sino mas bien en la emergencia de unas capas campesinas que tendían a la desigualdad y el desequilibrio, puesto que unos iban acaparando mayor numero de parcelas, mientras que los pequeños propietarios tenían que buscar en la producción manufacturera un complemento económica necesario para el mantenimiento de su núcleo familiar. En algunos casos, cuando el trabajo agrícola era no solo insuficiente sino que generaba una situación insostenible, estos artesanos-campesinos marchaban a la ciudad de Segorbe un busca de una oportunidad, con un conocimiento de producción artesanal muy básico.

En la ciudad de Segorbe, la localización preferente de las casas de artesanos se sitúan en el arrabal. En muy pocos casos se documentan artesanos con casas en el interior de los muros y en la mayoría de ellas sin especificar la calle o la ubicación exacta. Observamos una cierta concentración en el entorno del mercado, posiblemente el lugar más idóneo para comercializar su propia producción. Es notorio que a la hora de elegir una instalación, los artesanos pensaban más en las relaciones de parentesco o de amistad que en la concurrencia en un área profesional especializada. Esto favorecerá la relativa separación topográfica y física de los talleres, reforzada por la continua presencia de recién llegados que trastocaban el tejido productivo de la ciudad. Por tanto en Segorbe no parece existir una topografía artesanal clara que diferencie barrios que concentren a un determinado número de vecinos desempeñando el mismo oficio, debido posiblemente a que el tejido industrial todavía estaba formándose en el transcurso del siglo XV, no siendo aun posible una ordenación premeditada o una diferenciación localizada en oficios

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El clero en la ciudad de Segorbe

Desde su conquista en la edad media, la diócesis de Segorbe fue unida perpetuamente a la de Albarracín por el arzobispo toledano Cerebruno, que en 1176 cambió el título al obispo de Santa María de Albarracín concediéndole las iglesias de una Segorbe todavía no conquistada. En 1500, la diócesis se halla ya plenamente establecida y dirigida por el obispo Fray Gilberto, un monje jerónimo procedente de Alcira.

Segorbe, ciudad episcopal, tenía como iglesia principal la catedral de Santa María. A su cabildo pertenecían el deán, arcediano mayor y arcediano de Alpuente, el chante, el tesorero y ocho canónigos, dos de los cuales ejercían la cura de almas en la ciudad, por lo que la seo tenía funciones parroquiales además de catedralicias. El clero catedralicio se complementaba con los cinco oficios de obrero, escolastre, enfermero, sochantre, arcipreste y los beneficiados. Esta situación, unida a la existencia de más iglesias en la ciudad, así como al desarrollo de un clero regular que comentaremos más adelante, conllevó una fuerte presencia clerical, alcanzando a principios del siglo XVII el 8% de la población. Así mismo también conllevó una fuerte influencia religiosa que tendrá reflejos en las clases populares, sobre todo a través de las cofradías, un ejemplo claro de religiosidad popular.

Respecto al clero regular, si bien ya en torno a 1415 encontramos presencia de franciscanos en los extramuros de Segorbe, con la fundación del convento de San Blas. En 1601 se fundaría también tras los muros de la ciudad un convento de monjes capuchinos que acabarían extendiéndose a Jérica.

Será a partir de mediados del siglo XVII cuando se establezcan las primeras órdenes en el interior de la ciudad. En 1612 los dominicos se establecieron en la actual parroquia de Santa María, cercana a la catedral. Si bien se establecen en ese momento, su influencia como predicadores cuaresmales es mucho anterior. Poco después, a mediados de ese mismo siglo, los mercedarios se asentaron en la iglesia de Santa Ana de Segorbe.

Los jesuitas estaban presentes en Segorbe desde 1617, predicando la cuaresma en la catedral, pero los deseos del obispo de fundar un colegio se demoraron hasta que Don Pedro Miralles lo hizo posible, estableciéndose definitivamente en 1630. Los padres de la compañía ejercieron la docencia y dieron clases de moral en su colegio. Las constituciones introdujeron una lección sobre los casos de conciencia en los colegios, aunque no era obligatoria. Anularon de tal forma al lectoral que este suprimió sus conferencia en la seo.

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La comunidad morisca en el Segorbe del siglo XV

Si bien la mayoría de la población morisca en el reino de Valencia en el siglo XV estaba asentada en el ámbito rural y ejercía labores agrícolas, en la ciudad de Segorbe encontramos una comunidad morisca consolidada, sobre todo orientada a los oficios de la construcción y la alfarería En el ámbito de la construcción en Segorbe, a diferencia de lo que ocurría en lugares de Aragón como Daroca, no se daba el caso de que la minoría de albañiles musulmana fuese tan apreciada en base a una alta cualificación en técnicas constructivas de carácter mudéjar. En Segorbe simplemente eran albañiles que compartían el trabajo con sus homónimos cristiano. De hecho, ni siquiera suponían un porcentaje altamente considerables del total de los individuos dedicados a la construcción, ya que si a finales del siglo XV encontramos un total de 56 personas dedicadas a esta profesión, únicamente 14 de ellos eran moriscos.

De igual manera, y por lo que respecta a los jornales, eran generalmente contratados a soldada, pagando al maestro y a los peones una cantidad en metálico por jornada de trabajo realizada, cuya suma dependía del tipo de labor realizada y de la cualificación profesional. Además, tanto el almuerzo y la merienda como la provisión de materiales para las obras corrían a cargo del cliente. No queda claro que existieran diferencia entre los salarios percibidos por el personal cristiano y el musulmán, sino que ese matiz venia dado en función de la diferente cualificación profesión y el tipo de trabajo a realizar.

Por lo que respecta al trabajo de los moriscos en el ámbito de la alfarería, esta es también una constante que se atestigua además por todas partes en la franja mediterránea peninsular. En Segorbe, el trabajo de la alfarería, a diferencia de la construcción, mostrará el predominio del artesanado musulmán, quedando desvinculados en gran medida los cristianos, que preferían orientarse a otras actividades productivas como el textil o el cuero. Los musulmanes segorbinos complementaban su presencia en el ámbito de la alfarería monopolizando paralelamente el arrendamiento del derecho de las ollerías en el transcurso del siglo XV. En las primeras décadas del siglo XVI aparecen otros individuos que no son tildados de musulmanes y que trabajaban el sector de la alfarería. No se trataría de habitantes de la ciudad de Segorbe y su número no sería muy elevado. Ambas actividades acabarían definitivamente en 1609 con la expulsión de la comunidad morisca.

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La reapertura del conflicto municipal y la consolidación del control señorial

Las buenas relaciones entre la ciudad y el duque se truncarían en 1626, llegado el momento de renovar los jurados. Todo parece indicar que el motivo fue la decisión ducal de modificar la lista de los propuestos y la no aceptación por los oficiales locales de los consignados por la parte señorial. Ello dará origen a un nuevo momento de enfrentamientos y crisis.
En junio de ese mismo año, en una reunión del Consejo Particular, los Jurados se rebelan contra la forma de elección de oficiales que figura en las ordenanzas vigentes. El 22 del mismo mes, el sindico y procurados de Segorbe presentaba ante la Real Audiencia de Valencia una petición en la que manifestaba que en su día el Consejo Particular de la ciudad hizo ciertas ordenanzas sin autorización del Consejo General, contradiciendo inclusive lo acordado en una supuesta reunión de este órgano.
La posición de la ciudad de aclaraba en un escrito presentado a la Real Audiencia en agosto, en el que se negaba la validez de todo lo realizado por parte del duque y se insinuaba que no tenía ningún efecto el acuerdo de 1619, pues el duque no había cumplido sus compromisos.
Mientras los temas se trataban en la Audiencia, se acercaba la fecha de elección del Justicia. El procurados del duque solicitó que la elección de realizase conforme a lo dispuesta en las ordenanzas que la ciudad cuestionaba. Sin embargo, esta pugnaba por conseguir convocar el Consejo General, en base a lo solicitado a la Real audiencia, pero esta no accedió a dicha solicitud dado que significaría desautorizar la posición ducal.
Finalmente la Real Audiencia se desentendía del conflicto, alegando que no se consideraba una instancia competente y que el tema debía trasladarse al Consejo Supremo de Aragón. Entre tanto, el duque seguía manteniendo su posición de señor jurisdiccional y la vigencia de sus ordenanzas.
En septiembre de 1628, el Consejo de Aragón dictaba sentencia, haciendo saber a las autoridades de Segorbe que se mantenía la vigencia del acuerdo entre las dos partes. Fue por tanto una clara victoria ducal y la consolidación del poder señorial en Segorbe, que acto seguido y como represalia decretó la revocación del aumento salarial a los oficiales municipales acordado en 1623.
Se pasó pues a una convivencia difícil que daba signos puntuales de que se había roto el clima que hizo posible la promulgación y aceptación inicial de las ordenanzas. El marco legal quedaba definitivamente fijado en una posición de predominio del duque sobre la ciudad a través no solamente de sus representantes en el territorio, sino por la existencia de una legislación que favorecía la creación de una clientela ducal, recompensada con su inclusión en la élite municipal.

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La reforma institucional del poder municipal en Segorbe

El acuerdo de 1619 marca un paréntesis en el generalizado e intenso ambiente antiseñorial predominante en Segorbe, creando un clima de entendimiento, facilitado por la existencia de un bando favorable al duque entre los ciudadanos. Lo cierto es que, eliminado el motivo para preservar la autonomía política respecto al duque, no podía mantenerse una situación que impidiese el control del señor sobre las instituciones del poder local.
Se va a introducir pues un nuevo marco legar, regulador de las instituciones y oficios que componían el poder local, así como la forma de designación de sus integrantes, poniendo como excusa la gran confusión que generaban las viejas ordenanzas.
La nueva estructura institucional consideraba oficios mayores a los que integraban el llamado Consejo Particular, es decir, el Justicia, los Jurados, Sindico, Mayordomo, Racional, Clavario, Obrero y doce Consejeros. Además de estos, tenían condición de oficiales los Procuradores de Miserables y del Hospital, los Guardianes de la Huerta, el Cambrero, el Comprador de trigo, los Guardianes del Monte, los Cequieros y el Tablajero de penas, siendo considerados oficios menores.
El sistema de elección de los oficiales regulado en las ordenanzas fijaba tres modelos. El primero estaba basado en el nombramiento final por el duque o su representante y se daba en los casos de elección de Jurados, Consejeros, Mayordomo, Justicia, Racional, Clavario y Obrero. Existían dos formulas ordenadas, la simple consistía en que los Jurados y el Consejo proponían al duque tres nombres y este elegía uno de ellos. Si no le satisfacían los propuestos, podía designar a otra persona a su elección. La segunda forma, más protocolaria en la forma, consistía en que los Jurados confeccionaban una lista con un número de integrantes no superior a doce ni inferior a nueve. Dicha lista se remitía al duque, que tenía la potestad de aceptarla o modificarla según su criterio, devolviéndola al consejo y realizándose después un sorteo. Finalmente el duque elegía entre las personas salidas de ese sorteo al Justicia, al Mayordomo y a los Jurados.
El segundo sistema afectaba a aquellos oficios regidos por oficiales cesantes. El Síndico será quien el año anterior hubiese sido Jurado Mayor, si es aceptado por el duque, en caso contrario, este tenía la capacidad de nombrar libremente a otra persona. Por último, el tercer sistema era el de los oficios designados por los propios oficiales. Este grupo era electo y concordado por los Jurados salientes y entrantes y afectaba a los procuradores de miserables y del Hospital.
Quedaba claro, por tanto, el contundente control del duque sobre los oficiales de la ciudad y el poder municipal.

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El secuestro real y el pleito de incorporación de 1575- 1619

La muerte del duque don Francisco de Aragón en 1575 sin heredero directo abrió un nuevo episodio en el conflicto por el señorío de Segorbe que se alargaría hasta el siglo XVII. Las hermanas del duque entraron en una serie de pleitos para que se fijase la forma de reparto de la herencia. Sin embargo, la nueva circunstancia también provocó la reacción de los acreedores que exigieron el cobro de las deudas del ducado. Esto provocó la intervención real decretando que el señorío fuese secuestrado y puesto bajo la administración de funcionarios reales. La ciudad aprovechó este momento para plantear un pleito de incorporación a la Corona que se prolongaría durante casi cinco décadas.
En 1581 una sentencia fijaba la graduación de acreedores y, en consecuencia, podía empezar a plantearse la recuperación del señorío por su legítima heredera la duquesa doña Juana. Sin embargo, la prosecución del pleito de la ciudad de Segorbe retraso e impidió que este hecho se produjera tan fácilmente.
En las cortes de Monzón de 1585, la duquesa consiguió que el monarca aceptase la devolución del patrimonio y se procediese al fin del secuestro, sin embargo, esto no afectó a la ciudad de Segorbe, que quedaba fuera de los territorios que podía recuperar la duquesa. En 1596 nuevamente doña Juana pretendió recuperar la ciudad y el ducado, pero el pleito continuaba sin resolverse.
La expulsión de los morisco en 1609 y la posterior repoblación del territorio que estos ocupaban generó una coyuntura favorable para plantear nuevamente la recuperación de la ciudad de Segorbe. En 1611 el duque don Enrique de Aragón, nieto de doña Juana, solicitaba al monarca que le permitiese tomar posesión de Segorbe. La voluntad real no fue de oposición frontal, sino que pretendió garantizarse económicamente la situación con fianzas por parte del duque antes el caso de que la sentencia fuera favorable a la incorporación de Segorbe a la Corona, por lo que la petición quedó finalmente en nada.
La ciudad se movilizó llevando al Consejo Supremo de Argón un nuevo conflicto contra el duque sobre un censal, mientras que la familia de don Enrique resolvía problemas de patrimonio. En 1615 el duque ordenaba a sus agentes que prosiguiesen todos los pleitos para recuperar las propiedades.
Este es el contexto en el que se llega a 1619, cuando el Consejo de Aragón resuelve finalmente un dictamen en el que, si bien no se definía por la devolución total, tampoco se oponía a que el rey permitiese la toma de posesión de Segorbe por el duque, siempre y cuando se continuase el pleito hasta su sentencia definitiva. Felipe III aceptó la sugerencia del Consejo y el 5 de marzo de 1619 firmaba una cédula real que levantaba el secuestro de la ciudad y del ducado, mandando a sus autoridades que dicen posesión del mismo a don Enrique de Aragón, poniendo como condición que este acordase con la ciudad las condiciones de la toma de posesión.
La ciudad de Segorbe vivió momentos de gran tensión y enfrentamiento. Los dos bando se organizaron entre quieres pretendían negarse a dar la posesión al duque y los que aceptaban pasar a formar parte del señorío. Estos últimos, recompensados generosamente por los agentes ducales, fueron los que dominaron finalmente la asamblea. Así, el 17 de marzo el duque don Enrique firmaba la escritura pública de aceptación de las condiciones presentadas por la ciudad de Segorbe, tomando posesión de la misma.

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El señorío de Segorbe: desde la conquista hasta el siglo XVI

La historia de Segorbe, desde la conquista cristiana del territorio valenciano hasta el fin de la edad moderna, va a estar fuertemente condicionada por dos conflictos estrechamente vinculados entre sí. Por un lado la disputa político-administrativa sobre su posesión que fluctuará constantemente entre una Corona tibia al respecto, que empleará el dominio de Segorbe y el secuestro real más como un arma política que por un interés real, y una nobleza que intentará asegurarse un dominio total y contundente, sin grandes éxitos en un principio. Por otro lado, se va a dar un conflicto político-social entre la nobleza que pretendía controlar la ciudad y la oligarquía municipal segorbina que lucho intensamente para poder gozar de las libertades y ventajas que presentaba el realengo.
Durante el proceso de conquista, Jaume I reservó para la Corona algunas poblaciones cuyo control era determinante para el control y vertebración del territorio valenciano. Este era el caso de Segorbe, cuya repoblación pasaría a depender del consejo municipal de Daroca. Sin embargo, durante los primero años de la ocupación cristiana la ciudad de Segorbe pasó a manos del infante Pedro de Portugal y, posteriormente, a las de Berenguer Alfonso. Ninguna de las dos pasaría a ser más que una mera cesión de rentas.
En 1297 el rey Pedro III cedería Segorbe a su hijo natural Jaime Pereza, pasando esta finalmente de ser una posesión personal de los monarcas aragoneses a un condado feudal regulado por el ordenamiento catalán de los Usos de Barcelona. El nuevo señor gozaba por tanto de las rentas y el poder jurisdiccional civil, mientras que la justicia criminal permanecía en manos del rey.
La boda de la hija de Jaime Perez con Artal de Luna en 1299 supondrá el inicio de un siglo de intensa y provechosa relación entre Segorbe y la casa de Luna, que encontrará su momento cumbre con la boda de María de Luna con el infante y posteriormente rey Martín I.
La muerte en 1409 de Martín de Sicilia, hijo del rey Martín I, suponía la desaparición del último descendiente legítimo de los Luna. El rey intentará durante sus últimos meses de vida legitimar Fadrique, hijo bastante del fallecido, como conde de Luna y señor de Segorbe. Sin embargo, el apoyo de Fadrique de Luna en 1429 a Juan II de Castilla en su conflicto con Alfonso V de Aragón dará un nuevo giro a la situación, ya que el monarca hizo que las posesiones del conde en Aragón y Valencia fuesen confiscadas por la Corona. De esta forma en 1430 el baile general Joan Mercader se hacía cargo del real secuestro de la ciudad y escasos días después el rey la incorporaba a sus posesiones.
Alfonso el Magnánimo cederá la ciudad de Segorb en 1435 a su hermano el infante Enrique, mediante una donación temporal hasta que le fueran restituidas sus posesiones en Castilla. Sin embargo, en 1459, el nuevo rey Juan II confirmará la posesión del señorío de Segorbe para el hijo del infante Enrique, conocido como el infante Fortuna. A pesar de que este no podrá tomar posesión de la ciudad hasta 1478 debido a la férrea resistencia antiseñorial de los segorbinos.

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Religión y muerte en el Segorbe moderno

A través del estudio de los testamentos (en especial, de la onomástica, las invocaciones y otros aspectos) se ha podido reconstruir para la comarca del Alto Palancia un cuadro acerca de la religiosidad popular y la percepción de la muerte.

Pere Saborit Badenes ha sido capaz de establecer hasta cuatro periodos en la evolución de la religiosidad popular -sobre todo, aunque no únicamente, respecto a la muerte-.

En un primer estadio, entre 1500 y 1560, nos encontramos todavía en el mundo de la piedad medieval, auqnue participa de la mentalidad erasmista en muy pequeña proporción. Se afirma la solidaridad comunitaria con el difunta. La Iglesia sabe que el cuerpo es caduco y corruptible, pero con igual certeza conoce el triunfo de la vida y de la iglesia de Cristo sobre la fragilidad y la condición pecadora de la persona. La celebración proviene de las tradiciones cluniacenses; los principales medios de socorrer a las almas son la misa, la oración y la limosna. Santos, ángeles y mártires vienen en nuestro auxilio: María, los apóstoles y San Miguel serán los preferidos.

En un segundo estadio, de Trento al barroco (1560-1650), nos hallamos ante una poda de algunas tradiciones. Se afianza a su vez la liturgia oficial, cae lo tradicional y empiezan a seguirse las orientaciones tridentinas. Es una fase de control ideológico y de afirmación de los valores católicos frente a los reformadores y erasmistas; se insiste en la muerte, com cierta e incierta, en un intento de que la vida sea preparación para la muerte.

Durante la plenitud barroca (1650-1740), la reforma católica está plenamente estabilizada.  Su característica más definida es el culto a los santos en la liturgia. El Barroco prefiere invocar a la Madre del Señor como virgen sacrantísima e inmaculada abogada de los pecadores. Los santos están muy presentes, pero también lo estarán en el periodo siguiente. La devoción a los santos, contestada por Lutero, es signo de catolicismo.

Por último, durante la época ilustrada (1740-1799), se afirma la fe concretada en la fidelidad a la Iglesia romana, contraponiéndose al deísmo. Aunque en algunos aspectos se aprecia cierto cambio, básicamente persisten los rasgos barrocos: la Ilustración no llega al ámbito rural y deprimido del Alto Palancia.

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La religiosidad de los moriscos

Más allá de las razones económicas que subyacen a la expulsión de los moriscos, es evidente que los cristianos recelaban de aquellos musulmanes conversos que, en la privacidad de sus vidas, mantenían sus viejas costumbres y practicaban su ancestral religión.

Con la finalidad de advertir a las comunidades moriscas del peligro que corrían si no abrazaban el cristianismo y obedecían al Monarca, el clérigo Feliciano de Figueroa visitó los arrabales y aldeas moriscas en 1596, en 1600 y -ya como obispo- en 1609, dejándonos un vivo relato de aquellas gentes. El domingo de Pentecostés por la mañana congregó a todo el pueblo en la iglesia y, antes de empezar la misa, les advirtió que la siguiesen con atención. Les mandó que durante la elevación adorasen la hostia y el cáliz y “se hiriessen todos en los pechos”, es decir, se diesen golpes de pecho, lo que hicieron con “notable demostración”. Acabada la misa se sentó el obispo junto al altar y les predicó durante más de una hora, explicándoles el sacrificio de la cruz y el misterio de la Santísima Trinidad.  Su secretario anotó que “oyeron la plática con mucha atención”.  Figueroa fue repasando el padrenuestro, el avemaría, todos los ministerios del credo, los diez mandamientos, etc., dando buena prueba de que carecían de la instrucción más básica en la fe católica. A su vez, les hizo una recomendación: que se habituasen a hablar la lengua castellana en sus casas para que sus mujeres e hijos pudiesen ser enseñados, lo que da buena prueba que probablemente continuaran hablando en sus propias lenguas, ni siquiera en catalán. Varios días después, el obispo fue a la iglesia y mandó llamar a los doce “más principales y de buenos entendimientos”, por los que “todos los demás se gobiernan”, y les dio dos meses de plazo para que aprendiesen lo que no habían sabido acerca de la fe.

En general, todo este relato no pasaría de anecdótico si no mostrara de forma clara la pervivencia de la cultura y la religión islámica entre los moriscos, así como la superficialísima cristianización a que habían sido sometidos tras las Germanías. En general, la impersión que se recoge es que vivían segregados, mantenían su propia lengua, cultura, religión e incluso sistema gerontocrático de gobierno, en paralelo a la organización cristiana del señorío de Segorbe.

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Cofradías en la Segorbe moderna: un ejemplo de religiosidad popular

El asociacionismo es un buen medio para introducirse en la mentalidad y la cultura de la Segorbe moderna, de modo que estudiaremos en primer lugar las cofradías. Estas organizaciones son básicamente asociaciones de fieles que se reúnen para distintos fines: caritativos, benéfico-sociales, religiosos, piadosos, penitenciales o festivos. Suelen regirse por unas normas o estatutos, y son fundamentalmente igualitarias; reciben cofrades de ambos sexos y a veces también clérigos y religiosos.

Las cofradías radican en una iglesia conventual o parroquial su sede; allí se encuentra el santo patrón de la misma. En ocasiones, cuando alcanzan el dinero suficiente, cuentan con sus propias iglesias. En razón de los participantes o del objetivo que se proponen podemos hablar de distintas clases de cofradías: gremiales, sacramentales o caritativas.

La cofradía más antigua de Segorbe era la cofradía de la Virgen, que data del siglo XIV. Tenía como puntos más característicos el celebrar las fiestas de María, de la Purificación, la Encarnación, la Asunción y la Natividad. Pero también tenía una función asistencial: recogía limosnas para la redención de cautivos, par atender a los pobres vergonzantes, para casar doncellas pobres y, a veces, aunque la cofradía radicaba en la catedral, socorría a los franciscanos de San Blas. Al morir un cofrade, sus herederos debían pagar 10 sueldos incluso si el viudo o la viuda continuaba perteneciendo a la cofradía. A su vez, después de morir un cofrade se tocaban las campanas de la cofradía para avisar; los andadores les daban un cirio a los cofrades y con él encendido asistían a la procesión de clérigos que llevaría a enterrarlo, así como al oficio y sepultura.

Segorbe contaba con numerosas cofradías de este tipo. Otra de las más curiosas es la Cofradía de las Ánimas, vigente durante toda la Edad Moderna, que se encargaba de celebrar misas por las almas de purgatorio los lunes y viernes. Para ello recaudaba dinero mediante el bacín de las almas, que en Segorbe estaba en los hornos y posadas. Por tanto, nos encontramos que las cofradías son un elemento esencial de la religiosidad popular, pues no sólo realizan labores sociales o asistenciales, sino que articulan las ceremonias  y ofrecen un soporte para la práctica religiosa y la oración.

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La cultura en el área de Segorbe: perspectivas generales

Antes de abordar el estudio detallado de la cultura en el área de Segorbe debemos emprender la ineludible tarea de definir qué entendemos por cultura. Los historiadores han tenido habitualmente problemas para consensuar un término que fuera útil para todas las escuelas y especializaciones: la historia tradicional ha tendido a considerar únicamente la alta cultura, mientras que en otras ocasiones se confunde con la historia social. Si seguimos la opinión del antropólogo Marvin Harris, la cultura alude a las tradiciones de pensamiento y conducta aprendidas y socialmente adquiridas que aparecen en las sociedades humanas. Nos referimos, por tanto, al estilo de vida total, socialmente adquirido, de un grupo de personas, que incluye los modos pautados y recurrentes de pensar, sentir y actuar.

Acotando esta definición al área de Segorbe en la Edad Moderna, el campo sería tan amplio que casi podríamos abarcar todos los apartados de este blog. Pero para captar el tono de la cultura segorbina debemos tener en cuenta, sin duda, la estructura social del área: convertida en señorío de realengo desde su conquista, y más adelante entregada en ducado a la nobleza, como hemos visto en las anteriores entradas del blog, la población era eminentemente rural y homogénea, con escasas diferencias internas (especialmente antes de la expulsión de los moriscos). La clase urbana, concentrada básicamente en el municipio de Segorbe, era cuantitativa y cualitativamente débil; a penas mostraba interés en invertir en la agricultura con fines comerciales, sino que se trataba de individuos que básicamente vivían de las rentas o de comercializar el excedente rural, sin mayores expectativas fuera del área local -inclusive en una época tan avanzada como el s. XVIII-. Por este motivo, nos encontramos con una cultura eminentemente rural e iletrada, sin una burguesía dinámica que promueva transformaciones en el campo, o financie y consuma la nueva cultura laica en el ámbito urbano.

En consonancia con eso, las manifestaciones culturales que vamos a tratar son eminentemente populares y propias del Antiguo régimen: giran en torno a los ciclos agrícolas y vitales, y responden a una visión religiosa de la sociedad. Por ese motivo estudiaremos a continuación la religiosidad popular y las cofradías, por un lado; y la pervivencia cultural de los moriscos, por el otro.

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La expulsión de los moriscos en el área de Segorbe.

A pesar de la derrota de Espadán en 1526 y la desaparición formal de la minoría mudéjar, los moriscos siguieron conservando rasgos propios de identidad, e incluso llegaron a adquirir redoblado protagonismo con episodios de bandidaje y saqueo en la región. En parte como consecuencia de estas actividades, pero también por el motivo puramente religioso que había predominado previamente, los obispos predicaban con mucha frecuencia a favor de la expulsión y del exterminio, enviando incluso cartas al Rey en ese sentido, si bien es cierto que en otras ocasiones, por el contrario, reconocían el valor económico que suponían estas poblaciones, al tiempo que se mostraban partidarios de la predicación pacífica, conscientes de que muchos de ellos acudían regularmente a misa y se habían convertido de buena fe al cristianismo.  En 1603, el obispo Feliciano de Figueroa escribe a la Santa Sede una misiva donde muestra su absoluta preocupación por los más de 300 fieles moriscos que asisten regularmente a oír misa y a las fiestas religiosas.

Hacia 1609, Agustín Mexía, anteriormente comandante de los tercios de Flandes y famoso en toda España, llegó a la capital valenciana con la intención oficial de revisar las fortificaciones del Reino. Las reuniones secretas con magistrados y obispos no hicieron sino avivar los reuniones de una inminente expulsión, de modo que los señores y los moriscos enviaron emisarios al monarca Felipe III para conocer la situación. Sin embargo, no obtuvieron respuesta.

Durante los años siguientes, la incertidumbre se acrecentó hasta límites insoportables en la sierra de Espadán, pero lejos de producirse ataques como los que sí se sufrían en la ciudad de Valencia o el camino real de Castilla, las fuentes señalan que en las semanas previas al inicio de la expulsión, en Segorbe y la Sierra de Espadán, el principal problema al que hubo de enfrentarse la justicia real no fue la violencia antimorisca o el bandolerismo morisco, sino el aumento significativo de la fabricación clandestina de moneda. Los moriscos, en previsión de la expulsión, empezaron a almacenar la buena moneda y a fabricar falsificaciones para pagar sus últimas compras. Todo aquello que no podía transportarse fácilmente lo vendieron a bajos precios.

La Corona, consciente del carácter estratégico de la sierra de Espadán y de anteriores resistencias en esta región (como en la famosa guerra del siglo anterior que hemos comentado en posts anteriores), fortificó esta región y mandó estacionar allí a los tercios italianos recién desembarcados, que ocuparon a su vez distintas posiciones alrededor de los pueblos de Valencia y Castellón. Así, cortada cualquier posibilidad de rebelión, los moriscos fueron acompañados entre octubre y diciembre de 1609 por las tropas hasta Vinaròs, donde embarcaron al norte de África para no volver nunca más.

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La guerra de Espadán (II): una cruzada en el ducado de Segorbe

El duque de Segorbe, a pesar de sus reticencias a la medida de Carlos V, terminó por acatar sus órdenes, obligando a los mudéjares de sus dominios al bautismo. La guerra, por tanto, consistió en un principio en la resistencia de los musulmanes de Benaguacil, Cortes y Espadán frente a su señor. Los motines, pensaron las autoridades, podrían apaciguarse con amenazas o, en caso extremo, mediante una sencilla exhibición militar, pero tanto el Gobierno imperial como sus agentes en Valencia se equivocaban. La determinación de los musulmanes era mucho más fuerte que todo eso.

En la búsqueda de refugio seguro, los musulmanes huyeron en 1526 a morerías fortificadas, como la de Benaguacil, o a sierras impenetrables, como la de Espadán. La reina Germana se asustó tanto por la resistencia de los mudéjares que llegó a pedir al duque de Segorbe que acudiera con gente y artillería para hacerles entrar en razón; sin embargo, al duque le pareció demasiado pronto para entrar en violencia y decidió cosultarlo con Carlos V. Al mismo tiempo, don Alfonso practicaba requisas arbitrarias y conversiones forzosas contra los mudéjares; algunos creen que para excitar la cólera de sus vasallos y moverlos a adoptar medidas de fuerza contra la conversión, pero más probablemente con la finalidad de controlar el proceso y evitar la intromisión de los comisarios inquisitoriales.

El primer punto de la sierra donde se concentró la resistencia islámica fue Vall de Almonacid, muy cerca de la ciudad de Segorbe, y los musulmanes, cuantificados en unos mil hombres de armas y cuatro mil en total, llegaron a controlar un territorio que se calcula en 100 kilómetros cuadrados. En Benaguacil resistieron un mes de asedio, hasta que los cristianos comenzaron a bombardear furiosamente las murallas, y en Espadán no sólo sería mayor la resistencia, sino que la agresividad de los rebeldes se plasmó en audaces golpes de mano y correrías por los alrededores de la sierra, que aconsejaban acciones expeditivas. Entre el duque de Segorbe, las villas del norte del reino y la administración real se trataría de organizar un ejército para disuadir a los musulmanes de su resistencia, pero los problemas de coordinación entre las diferentes autoridades alentarían las esperanzas mudéjares.

Una vez reprimida la revuelta de Benaguacil, las tropas se concentraron en la represión de Espadán. Vista la fuerza de los musulmanes en este punto, que habían llegado a poner bajo asedio pequeños pueblos, la administración real y el emperador acordaron contratar tropas mercenarias para complementar a las milicias locales, con las que poner fin en pocos días a la revuelta.  Sin embargo, las tropas cristianas fueron derrotadas en la batalla del Miércoles Santo de 1526, a lo que siguieron cuatro meses de decisiones erráticas por las autoridades militares. El ejército cristiano, reducido a casi 600 hombres, contenía a duras penas las envestidas musulmanas. Finalmente, en el verano de ese mismo año se reunió una fuerza de más de 6000 hombres, con varios contingentes alemanes, que puso sitio a la sierra de Espadán y conquistó su cima el día 19 de septiembre. Sería el punto y final al mudejarismo valenciano.

 

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La guerra de Espadán (I): una cruzada en el ducado de Segorbe

La guerra de Espadán (1527) fue un conflicto que enfrentó a la Corona y a los estamentos cristianos del Reino de Valencia contra los musulmanes de la Sierra de Espadán, situada en la actual provincia de Castellón y colindante con el término de Segorbe.

Los orígenes de esta guerra se encuentran en la pluralidad religiosa de la Valencia medieval. La conquista del reino, realizada por Jaime I entre 1233 y 1245, se había asentado en amplios  acuerdos con las comunidades locales musulmanes. La población se quedó con la tierra en usufructo conservando la mayor parte de sus derechos, incluidos los religiosos; a cambio, el conquistador se hacía con el poder político, colocándose una estructura de dominio cristiana sobre un territorio musulmán. A partir de entonces comenzó el movimiento repoblador. Con la afluencia de pobladores del norte en territorios previamente musulmanes y la paulatina consolidación de la aristocracia feudal, comenzó a desarrollarse una sociedad de marcado carácter cristiano. Conforme el equilibrio demográfico se fue inclinando del lado cristiano (siglos XIV y XV), la población islámica fue viendo paulatinamente socavadas las libertades pactadas en las capitulaciones (de emigración, religiosas, de llevar armas, etc.), al tiempo que sufrió una creciente discriminación y segregación.

Simultáneamente, las clases populares desarrollaron una creciente hostilidad hacia la comunidad musulmana. Si bien las relaciones no tenían por qué ser conflictivas en principio, los roces eran frecuentes debido a los distintivos físicos, al hecho de que los musulmanes conservaban una ley y una religión distintas y, sobre todo, a que constituían una mano de obra dócil dispuesta a pagar más tributo a sus señores a cambio de conservar su religión, razón por la cual eran preferidos a la hora de realizar las labores del campo. En el Reino de Valencia, la convivencia entre las comunidades cristiana y musulmana se habái deteriorado tanto que, en 1521, los agermanados, cristianos todos ellos y rebeldes contra la Corona y la nobleza, forzaron a muchos musulmanes a bautizarse. Este episodio, ocurrido sobre todo en las comarcas que caen entre la Ribera y la Marina (lejos, pues, de la sierra de Espadán), constituye el precedente claro de la guerra que nos proponemos explicar. Carlos V se sirvió de este suceso para extender el bautismo a todo el reino y a los demás de la Corona de Aragón.  En 1525 ordenó la conversión, pero muy pronto se topó con la oposición del duque de Segorbe, don Alonso de Aragón, uno de los mayores terratenientes y señores de mudéjares en el Reino,. Consciente de que, “a causa de la conversión he de quedar destruido”, el duque trató de diferir la medida tanto como pudo, al tiempo que enviaba quejas a Su Majestad exponiendo su problemática. La guerra estaba a punto de estallar.

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La historia política de Segorbe en la Edad Moderna: una introducción

Ubicada en el sur de la actual provincia de Castellón,  Segorbe ha sido gracias a su situación geográfica un punto de encuentro de varias regiones políticas y culturales desde sus inicios, lo que ha marcado de manera sustancial su desarrollo histórico.

Al trazar una historia política del municipio y su región inmediata en la Edad Moderna no podemos hacer una historia diplomática y militar al uso, dado que desde la conquista de Jaime I en 1238, Segorbe formará parte de la Corona de Aragón y -una vez creado- del Reino de Valencia, englobándose más adelante en la Corona Hispánica tras el matrimonio de los Reyes Católicos. Tampoco podemos hacer una historia estructural de la política, dado que este aspecto se confunde con la historia de la administración, de la que se encarga extensamente mi compañero Pablo Cepeda. Por ese motivo, en este apartado vamos a desarrollar una historia política que abarca las consecuencias que la política central (desde Valencia, desde la Monarquía aragonesa o la española) ha tenido sobre el señorío de Segorbe y su región, así como a las relaciones políticas de este señorío con el exterior. Como es natural, esto nos lleva a la historia del status jurídico de Segorbe y a la historia de las casas nobiliarias que gobernaron su jurisdicción, pero también a la Guerra de Espadán (1526), auténtica cruzada en esta parcela del reino de Valencia; así como a la vertiente política de la expulsión de los moriscos en estas tierras.

A modo de introducción cabe proporcionar algunos datos para situar al lector en la evolución cronológica de Segorbe. Conquistada por Jaime I en 1238, como ha quedado dicho, Segorbe fue declarada señorío de realengo en poder de la casa real de Aragón-Barcelona, con prolongación en la Casa de Luna entre 1279 y 1410. En 1436, Alfonso V el Magnánimo concedió a su hermano el infante Don Enrique, el castillo y la ciudad de Segorbe, junto con las baronías y lugares de la Vall d’Uixó, Sierra de Eslida, Paterna, Benaguasil y la Pobla de Vallbona; y con ellos la jurisdicción civil y militar, mero y mixto imperio. Al fallecer dicho infante, la esposa de Alfonso V reincorporó para la Corona en 1445 las citadas poblaciones, pero al morir el monarca (1458) y sucederle su hermano Juan II, éste la cedió en compensación a su sobrino Enrique de Aragón y Pimentel, despertando una viva oposición entre la población, que cristalizará en una insurrección popular. El estado de Segorbe fue elevado a ducado en 1475 por privilegio de Fernando el Católico, recayendo el título de primer duque en la persona del propio Enrique de Aragón y Pimentel, también conocido como ‘El infante Fortuna’. En 1516 se produjo la unión de las casas de Segorbe y Cardona en virtud del enlace matrimonial de sus respectivos herederos; un episodio clave en la tendencia de las distintas casas a emparentarse para acrecentar su patrimonio conjunto y, por tanto, su peso político y económico dentro de la monarquía.

Al morir en 1575 sin sucesión masculina Don Francisco Ramón Folch de Cardona, duque de Segorbe, la propia población de Segorbe presentó un pleito de incorporación a la Corona. Sin embargo, el rechazó de la Corona a semejante petición daría lugar al matrimonio entre Doña Juana de Folch de Cardona con Don Diego Fernández de Córdoba, de la Casa Medinaceli, en 1578, quedando desde entonces el ducado de Segorbe en manos de dicha casa hasta las revoluciones liberales y la consiguiente desamortización.

La historia política de Segorbe en la Edad Moderna, por tanto, está presidida por la casa de Medinaceli, de origen castellano, en una muestra del proceso de sincretismo de las casas aragonesas y castellanas, con tendencia al predominio de estas últimas.

 

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Situación demográfica de Segorbe durante el siglo XVIII.

La elevada representatividad social del cabreve de 1737 avala las afirmaciones anteriormente expuestas en la entrada que precede a esta misma. El número de declarantes segorbinos consignados era de 423, es decir, nada menos que un 76 % del vecindario de 1735. Pero mucho más interesante resulta comprobar el incremento general de los dominios enfitéuticos en Segorbe entre 1661 y 1737. En general, el numero de enfitéuticas había aumentado cerca de un 21 %, pasando de los 349 declarantes de 1661 a los 423 de 1737.

El censo de 1747 continúa siendo una pieza inapreciable y muy precisa para el crecimiento de la realidad demográfica de Segorbe a mediados del siglo XVIII. Pese a su gran cantidad de detalles, el registro no contiene información alguna acerca de la población eclesiástica de la ciudad y tampoco sobre los niños de edades comprendidas entre los 0 y los 12 años, dado que se trata de un listado de comulgantes. Aunque el conocimiento de este sector de la población segorbina nos hubiera ayudado a entender mejor su potencial demográfico y el impacto real de su vertiginoso crecimiento hasta 1768, el censo de 1747 permite vislumbrar la naturaleza esencialmente periférica y rural del incremento demográfico segorbino en los años centrales del siglo XVIII, efecto y causa, a la vez, de la notable transformación de los cultivos que hemos podido detectar en el cabreve de 1737 y que ,seguramente, se mantuvo hasta finales de la centuria.

El incremento demográfico del segundo tercio del XVIII había permitido reforzar al consistorio segorbino los flancos más débiles de la hacienda local: el endeudamiento que venía arrastrando desde la Guerra de Sucesión y el déficit general de sus finanzas. Pero la ampliación del número de contribuyentes no fue la única clave del enderezamiento de su tesorería municipal. La rigurosa y sostenida actualización de los arrendamientos de propios y servicios también había contribuido a paliar el lastimoso estado en el que se hallaban las finanzas locales en 1747.

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Situación económica segorbina a mediados del siglo XVIII.

Aunque la Guerra de Sucesión había tenido graves y muy importantes consecuencias económicas, éstas habían afectado más al dominio fiscal y hacendístico que al terreno propiamente productivo y financiero. De hecho, el conflicto bélico no parecer haber supuesto más que un paréntesis entre las magnificas perspectivas económicas de finales del siglo XVII y el proceso de crecimiento iniciado tras los últimos años de la contienda. Todos los indicadores macroeconómicos, desde la demografía al comercio de larga distancia ya se hallaban en franca recuperación hacia 1715.

Antes que integrarse en la red de distribución colonial o americana del aguardiente (hacia 1770), de la cerámica (hacia 1774) o del papel blanco de alta calidad (hacia 1790), las fuerzas productivas segorbinas se habían concentrado en el tremendo esfuerzo de incrementar en más de una tercera parte su población en el breve espacio de tiempo comprendido entre 1747 y 1768. Esta circunstancia, además, había provocado una fuerte ruralización de la economía y del espectro sociológico segorbino, una circunstancia que el llamado Censo de Floridablanca (1787) constatará de manera inequívoca.

Sólo a partir del último tercio del siglo XVIII, una parte de la producción local pudo comenzar a ser atraída hacia el comercio ultramarino. Sin embargo, en aquel momento, la competencia de otras muchas ciudades valencianas, especialmente las meridionales, como Monforte, Novelda, Alicante, Alcoi, Bocairent y Ontinyent, y del resto de España era tan intensa que las posibilidades de expansión a la economía segorbina se hallaban muy comprometidas.

Segorbe había experimentado un crecimiento demográfico cercano al 30 % en tan solo veinte años. Semejante aumento hubiera sido imposible sin una ampliación paralela de la superficie cultivada, sin la substitución de los leñosos por los cereales y, por supuesto, sin el recurso a las compras dentro de un mercado regional de trigo que comenzaba a ser, objeto de las ansias liberalizadoras de los gobiernos borbónicos.

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Segorbe en el siglo XVII: Desequilibrio social.

Hacia finales del año 1609, la ciudad de Segorbe había perdido la misma proporción de habitantes que el conjunto del reino de Valencia, es decir, una tercera parte. Los cálculos más optimistas cifran la población del reino en las postrimerías del siglo XVI en 350 ó 375.000 personas, mientras que el número de moriscos expulsados, huidos y fallecidos ha sido evaluado en unos 112 a 125.000 individuos. Pues bien, según los recuentos y registros de embarque del virrey, el marqués de Caracena, Segorbe contaba con un vecindario de unos 1.050 hogares, 350 de los cuales eran moriscos.

Para poder formar una idea cabal sobre las consecuencias de la expulsión tendríamos que comparar los efectos de aquella orden con el impacto de una gran epidemia. Como el contagio, tampoco la expulsión distinguió entre niños y adultos, hombres y mujeres, campesinos y artesanos, pobres y ricos. Con muy pequeños matices que apenas vienen al caso, todos ellos estaban comprendidos en el decreto firmado por el rey Felipe III (1598-1621).

El impacto de la expulsión en los dominios del Ducado de Segorbe fue, pues, muy elevado. La orden de destierro no sólo hizo desaparecer un elevadísimo contingente demográfico. Con ella se desvaneció uno de los principales motores de la riqueza de la comarca, así como el conjunto de actividades productivas tradicionales y de redes de intercambio consolidadas resultantes de la adaptación secular a aquella específica realidad socio-económica.

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La población morisca en la ciudad de Segobe (1550-1609).

Son muchos los tópicos sobre la minoría morisca que la investigación histórica ha conseguido arrinconar por completo.

Hoy sabemos, por ejemplo, que los moriscos no eran una minoría miserable y oprimida por sus señores o -al menos- no lo era con carácter general. Sabemos también que no forzosamente existía una relación de antagonismo entre moriscos y cristianos viejos. Algunos historiadores, incluso, han llegado a plantear que su expulsión pudo ser beneficiosa para la modernización de la economía agraria valenciana. Intentaremos repasar estas y otras cuestiones desde el privilegiado punto de observación que nos proporciona la capital del Palancia.

Segorbe poseía una de las más importantes morerías del reino de Valencia y, en su conjunto, el Ducado agrupaba a la población morisca valenciana seguramente menos contaminada culturalmente por influencias externas gracias a los especiales privilegios otorgados por el rey Jaime I. Los datos demográficos que se han conseguido reunir, se estaría hablando de unas 229 familias moriscas en Segorbe hacia 1563, de unas sospechosamente reducidas 116 en 1572, de unas 262 en 1602 y de unas 350 en 1609 según el recuento del marqués de Caracena, que sin embargo, el obispo Aguilar rebaja a unas 260. No debemos otorgar a estos datos más que un valor indicativo, con la excepción, tal vez, del registro virreinal de 1609. Una reducción tan notable de la población morisca entre 1563 y 1572, por ejemplo, es sencillamente inverosímil y solo atribuible a la falta de habilidad del contador. Sea como fuere, entre 250 y 350 hogares moriscos pudo haber en la ciudad de Segorbe entre 1550 y 1609, cifra que vendría a representar, pues, entre 1.000 y 1.400 cristianos nuevos.

Los moriscos de Segorbe constituían, pues, una comunidad prospera, con un fuerte grado de compromiso interno, excelentemente relacionada con las grandes aljamas del centro y norte de Valencia y aparentemente ajena a todo trato, que no fuese el crédito o la mercadería, con la comunidad cristiana. Habían aceptado el bautismo impuesto en 1526, pero continuaban manteniendo su tradicional identidad grupal gracias a la ausencia de una verdadera integración, voluntaria o forzosa, con los cristianos. Incluso desde un punto de vista socio-urbano, los moriscos no convivían con los cristianos más que en el arrabal: la ciudad amurallada era un coto cristiano-viejo y la almunia era, aparentemente, una reserva morisca.

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La economía manufacturera y mercantil segorbina durante el siglo XV.

La manufactura y la mercaduría segorbinas habían atravesado una etapa de prosperidad durante el último tercio del siglo XIV y el primero del XV. Sin embargo, la crisis mercantil abierta por la supresión, en 1426, de las antiguas franquicias comerciales, el retroceso económico general del segundo tercio de siglo y la conmoción social provocada por la política de mercaderes territoriales de una nueva dinastía, habían contribuido a desvitalizar los sectores secundario y terciario de Segorbe. En la otra cara de la moneda, Valencia iba configurándose paulatinamente como el gran emporio económico de la Corona de Aragón. Su crecimiento no tardaría en atraer a los cada vez más empobrecidos artesanos y comerciantes segorbinos.

Este éxodo no solo produjo una merma cualitativa muy importante en la economía y en la sociedad de Segorbe durante los últimos años del Cuatrocientos, sino que dejo el control del mercado local en manos de productores y mercaderes foráneos. El arrendamiento de monopolios y derechos privativos hacia mediados del siglo XV demuestra sin ningún atisbo de duda la progresiva infiltración del capital foráneo en la capital del Palancia.

El Cuatrocientos debe ser contemplado, pues, como una centuria de transición entre la consolidadación urbana de Segorbe durante los siglos XIII y XIV y la creciente ruralización de su economía durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Los estímulos productivos y mercantiles no desaparecieron a lo largo de tan dilatada cronología. Pero nunca fueron lo suficientemente fuertes como para romper el techo de crecimiento potencial alcanzado a mediados del XVI, ni tan débiles como para facilitar el definitivo giro ruralizador de Segorbe hasta finales del siglo XVIII.

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Las actividades agropecuarias en la ciudad de Segorbe durante el siglo XV.

Segorbe seguía manteniendo en el siglo XV un muy equilibrado sector primario. Una proporcionada combinación de regadío altamente productivo y muy incentivado mediante las obras hidráulicas acometidas en tiempos de Dª. María de Luna, una avanzada agricultura de secano, grandes superficies para pasto, reconocidas en los privilegios de 1256 y 1321, y los ricos recursos forestales de las serraladas circundantes constituían sus notas características. Aunque su estructura de la propiedad agraria seguía dominada por pequeños y medianos patrimonios libres o alodios, la creciente pobreza del campesinado a lo largo de la centuria y la presión del primer duque de Segorbe pronto debieron suponer la ampliación del dominio censido. Este fenómeno, apenas relevante durante los dos primeros tercios de la centuria, parece haber afectado más a la propiedad urbana que a la rústica.

Gracias al dinamismo económico y demográfico de los últimos años del siglo XIV y a la orientación comercial de la agricultura segorbina, la capital de Palancia había conseguido incrementar la superficie de tierra irrigada, sobre todo gracias al esfuerzo del campesinado mudéjar. Los musulmanes continuaban siendo los grandes responsables del crecimiento del regadío en Segorbe a lo largo del siglo XV y serían los protagonistas de una profunda reforma de la administración del riego en 1430.

En Segorbe la ganadería no era un mero complemento de la agricultura sino una actividad económica muy especializada y diversificada. En principio, habría que distinguir entre el ganado autóctono y el trashumante. Éste último solía bajar desde Teruel para efectuar el pasto de invernada en el término de Segorbe. La cabaña local estaba formada por dos grandes bloques. El primero comprendía, básicamente, aves de corral, conejos, cerdos, vacas, bueyes y toros, mulas y caballos destinados a labores del campo y a la economía doméstica. El segundo, integrado por cabras y ovejas, constituía el eje de la ganadería comercial segorbina.

También resulta verosímil que la mayor parte de la misma estuviese compuesta por ganado ovino, dada la ubicación estratégica de Segorbe dentro del área de influencia del cuadrilátero lanero formado por Valencia, Tortosa, Zaragoza y Cuenca. Aunque su centro económico era la ciudad de Morella, Segorbe parece haber sido uno de los grandes puntos de aprovisionamiento de lana cruda, en parte debido a su condición de centro productor, y en parte también al hecho de ser núcleo del pasto de invierno de la cabaña turolense y punto de paso del ganado lanar y cabrío hacia Valencia. De la importancia del comercio de la lana segorbina, autóctona o foránea, no cabe duda. De hecho se trata de la única actividad mercantil no monopolizada por los comerciantes segorbinos y capaz de atraer grandes capitales y empresas, como la florentina firma Datini de Prato.

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Los tres ritmos de la demografía segorbina cuatrocentista: estabilidad, retroceso y recuperación.

Aunque incompleta y muy fragmentada, la información que poseemos sobre la población segorbina cuatrocentista parece avalar el sombrío diagnostico avanzado por Fernando Arroyo hace ya unos años. Salvo su primer cuarto de siglo, el siglo XV no fue una etapa brillante en la historia de Segorbe.

Antes al contrario, la centuria se caracterizó por un claro retroceso económico, por una marcada ruralización de su estructura productiva, por el empobrecimiento de una porción destacada de sus habitantes, por un notable avance del dominio señorial censatario y por una neta despoblación. En esto Segorbe compartió la trayectoria de los territorios de la Corona de Aragón, excepción hecha de la ciudad de Valencia. Pero si la capital del Turia pudo convertirse entonces en un verdadero emporio no sólo fue como consecuencia del conflicto civil catalán (1462-1472), sino también, y entre otras muchas razones, a costa de la crisis mercantil segorbina (1420-1426).

De manera sintética y con todas las reservas que impone una documentación tan lagunar, podría afirmarse que la demografía segorbina cuatrocentista estuvo sometida, pues, a tres grandes ritmos. Tras la culminación del crecimiento que siguió a la guerra con Casilla, Segorbe se mantuvo demográficamente estable entre 1401 y 1430 con un contingente demográfico cercano a los 2.700-2.800 habitantes. A partir de entonces, su población comenzó a disminuir: en 1439 debía poseer unos 2.500 habitantes y hacia 1470/75 en torno a los 2.100. El proceso de recuperación subsiguiente fue lento. Hacia 1510, Segorbe había conseguido remontar ya el bache del segundo tercio del siglo XV. Su población, unos 2.500 habitantes, estaba mucho más cercana, sin embargo, a las cifras de 1439 que a las de 1401.

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Ruralización del complejo productivo segorbino durante el siglo XV.

La referencia a 32 oficios y profesiones diferentes en los morabatíes de las cuatro primeras décadas del siglo XV nos indica que Segorbe no era, pues, una localidad monótona, integrada exclusivamente por labradores y ganaderos, sino una sociedad plural y diversificada: un verdadero microcosmos urbano que no sólo no había perdido un ápice de su vieja impronta, sino que había conquistado nuevos galones en el escalafón de las ciudades valencianas. En cualquier caso, los datos del morabatí segorbino no es una fuente muy indicada para el estudio socio-profesional.

Si así lo hiciéramos resultaría que Segorbe disponía de un desmedido haz de población dedicado a la agricultura, la ganadería y la silvicultura (88 % de sus habitantes) y de un sector típicamente urbano raquítico, con un 7 % de artesanos y un 5 % de comerciantes y profesionales. Sin duda, la mayor parte de los segorbinos estaban dedicados al cultivo de la tierra, la crianza del ganado y la explotación de los recursos forestales. El problema radica en determinar su proporción exacta y en establecer su evolución a lo largo de la centuria.

Hoy es posible afirmar que la pujanza de las actividades manufactureras y de servicios durante el primer tercio del siglo XV no era un simple reflejo de la capacidad de consumo de las cortes condal y ducal o de los grandes monasterios, como el de Valdecristo, sino también de la propia estabilidad económica de la sociedad segorbina. En contraste, también es posible señalar que la crisis de la manufactura y del comercio local durante el segundo tercio -y, probablemente, el tercero- de la centuria, debió provocar un movimiento de realce relativo del sector primario segorbino. Todavía estamos lejos, pues, de un verdadero proceso de ruralización del tejido social segorbino que -en todo caso- será mucho más tardío. Sus primeros síntomas datan de comienzos del siglo XVII y su culminación constituye uno de los rasgos más sobresalientes de la historia segorbina durante el siglo XVIII. Consecuentemente, la creciente ruralización de la estructura productiva y social del Segorbe cuatrocentista obedece más al hundimiento de los sectores secundario y terciario que a una verdadera apuesta económica a favor de las actividades agrícolas, ganaderas y forestales.

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