Juan Andrés, historiador de la filosofía

  • RIVERA GARCÍA, Antonio. Juan Andrés y la Historia del Derecho Natural: una aproximación a la heterodoxia jesuítica. En: Juan Andrés y la teoría comparatista [en línea]. Valencia: Biblioteca Valenciana, 2002, pp. 85-112 [consulta: 18 de enero de 2013]. Disponible en: http://saavedrafajardo.um.es/WEB/archivos/…/Doc014.pdf

Imagen extraída del libro “La España de la Ilustración (1700-1833)” de Jean-Pierre Almaric y Lucienne Domergue. Fe de errata: donde pone 1787, léase 1767.

El padre Juan Andrés (1740-1817), nacido en el pequeño municipio de Planes y expulsado de España a los 27 años en la llamada «expulsión de los jesuitas», fue un conocido historiador de la filosofía, amén de otras ocupaciones. Su enfoque filosófico, como se puede deducir a partir del título del capítulo que hemos referenciado en este post, era el iusnaturalismo, teoría ética que mantiene que el bien y el mal, lo que es bueno y lo que es malo para las personas, no son meras convenciones o «inventos» humanos, como defiende el iuspositivismo, sino hechos morales inherentes a la naturaleza humana, es decir, hechos que existen independientemente de nuestras creencias particulares; hechos que, como los de las ciencias naturales, están ahí y pueden ser descubiertos, pero no inventados arbitrariamente.

En su “magna obra” Origen, progresos y estado actual de toda la literatura (1782-1799) -así la califica Antonio Rivera García (p. 112), profesor de Filosofía Política en la Universidad de Murcia-, el heterodoxo P. Juan Andrés “nos proporciona (…) una de las historias más neutrales que podemos encontrar dentro del catolicismo dieciochesco”, que no es poco. A fin de cuentas, y esto es lo que importa, siempre trató de encontrar la verdad de la cosas, a pesar de sus propios condicionantes, de los que ni él ni nadie se puede librar enteramente.

Cerdá y Rico, el erudito de Castalla

Erudito no es, a mi juicio, un sinónimo exacto de ilustrado, aunque no hay duda de que ambos conceptos están relacionados. Francisco Cerdá y Rico (1739-1800) no fue un ilustrado a lo Rousseau. No destacó por su pensamiento filosófico, político o científico, como se suele esperar de un ilustrado propiamente dicho. Fue más bien un humanista, un historiador, un latinista, un paleógrafo, en fin, un hombre de letras, mas no un revolucionario. Pero su labor como editor de libros, amén de otras labores, no fue menos importante que la labor de esos otros intelectuales. La cultura con mayúsculas, cimiento necesario de cualquier revolución (tanto interior como exterior) merecedora de tal nombre, se debe nutrir también de la poesía y de la literatura, no solo porque proporcionen por sí mismas experiencias que no se encuentran en otros lugares, sino también porque tienden a hacer a las personas más sensibles y reflexivas.

En el libro Humanismo y crítica histórica en los ilustrados alicantinos de Antonio Mestre, libro que primero fue charla inaugural del curso 1980-1981 de la Universidad de Alicante, se evidencia ese gran interés que el alicantino tuvo por tales materias de estudio (p. 147):

Cerdá no era hombre que centrara su atención en una sola actividad intelectual. Se le ve siempre atosigado por múltiples trabajos, pues, al mismo tiempo que busca manuscritos, coteja y corrige textos de varios autores, redacta prólogos, corrige pruebas de imprenta… Así, mientras publica las obras de Lope de Vega (1776-1779) con la enorme fatiga de comparar los diversos textos conservados y corrige las pruebas de veintiún volúmenes, edita Expedición de los catalanes de Moncada, Memorias de Alfonso X el Sabio de Mondéjar, La Mosquea de Villaviciosa, Nueva idea de la tragedia antigua de González de Salas, Diana enamorada de Gil Polo, Ocios del conde Bernardino de Rebolledo, Coplas de don Jorge Manrique … con las glosas en verso, Tablas poéticas y Tablas filológicas de Cascales

Antonio Bernabeu, un clérigo anticlerical

  • MOLINA MARTÍNEZ, José Luis. Anticlericalismo y literatura en el siglo XIX. Murcia: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1998. ISBN: 84-8371-041-2.

Hablar de la Ilustración es hablar, en parte, de anticlericalismo y de laicismo. La liberación de la persona no pasa solamente por la superación de las monarquías absolutas, sino también por la liberación de los poderes despóticos de la Iglesia. No se trata de renunciar a los dogmas centrales del cristianismo libremente aceptados (que también, dado el caso), sino de renunciar al autoritarismo religioso, esto es, a la elitización y estatalización de la religión que se viene produciendo, al menos, desde el neolítico. Hasta aquí, desde luego, la teoría del anticlericalismo. En la práctica, este sirvió muchas veces de disfraz y de coartada a aquellos que, en el fondo, iban detrás de más poder y de más riqueza. En nombre del individuo y de la libertad, le arrebataron gran parte de su poder y de sus propiedades a la Iglesia («quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón») para dárselo después al Estado y al Capital, es decir, a ellos mismos. No otra cosa fue, en esencia, la desamortización de los bienes eclesiásticos.

El libro de José Luis Molina que encabeza este post y que da pie a esta reflexión personal, repasa la historia de la literatura anticlerical decimonónica en España, entendiendo «literatura» en sentido amplio. Véase, a modo de introducción, su índice y algunas páginas de acceso libre. Por buscarle algún defecto, podría decirse que aunque es un libro introductorio y recopilador de gran utilidad, a veces se le echa en falta un lenguaje más fluido y menos esquemático.

En cualquier caso, reproduzco un pequeño fragmento sobre el alicantino y anticlerical Antonio Bernabeu, de quien no sabemos tanto como nos gustaría (pp. 93-94):

Antes y después del Trienio [1820-1823] es importante la actividad del alicantino Antonio Bernabeu (1761-1825), clérigo jansenista (…). «Bernabeu fue anticlerical en cuanto preconizó la reducción de la esfera de la influencia eclesiástica a los asuntos específicamente espirituales» y porque quiso efectuar una reforma en la Iglesia española que «confluía en la laicización de la sociedad» (La Parra, 1984, 124). Pensamos que la continuidad de esta idea hubiera permitido plasmar en la realidad un catolicismo liberal.

Revista de Historia Moderna

  • Revista de Historia Moderna: Anales de la Universidad de Alicante [en línea]. Alicante: Departamento de Historia Medieval, Historia Moderna y Ciencias y Técnicas Historiográficas de la Universidad de Alicante, 1981-   [consulta: 2 de enero de 2013]. Anual. Dialnet. ISSN: 0212-5862. Disponible en: http://dialnet.unirioja.es/servlet/revista?codigo=1181

En 1981 comenzó a publicarse la Revista de Historia Moderna: Anales de la Universidad de Alicante, y una década después se asoció a la Fundación Española de Historia Moderna. Desde entonces la revista ha publicado más de 30 números, lo que hace un total de al menos 300 artículos originales de acceso libre.

Por poner solamente algunos ejemplos que vienen al caso, en 2002 se publicó el artículo “Pedagogía y moral en el Siglo de las Luces: las escritoras francesas y su recepción en España” de Mónica Bolufer Peruga. En 1984, “Francisco Manuel de Mena: la ascensión social de un mercader de libros proveedor de la élite ilustrada” de Antonio Mestre Sanchís, quien en otra entrada del blog nos contó quién fue Manuel Martí. Y en 1981, año en que se inicia la revista, “Un testimonio desconocido del Deán Martí sobre el pantano de Tibi” de Enrique Giménez López, quien ya en una de las primeras entradas nos introdujo en la economía alicantina del siglo XVIII, la cual fue revitalizada, en parte, por la reparación y puesta en marcha del embalse de Tibi.

El arqueólogo Conde de Lumiares

  • ABASCAL, Juan Manuel; DIE, Rosario; CEBRIÁN, Rosario. Antonio Valcárcel Pío de Saboya, Conde de Lumiares (1748-1808): apuntes biográficos y escritos inéditos. Madrid: Real Academia de la Historia; Alicante: Instituto Alicantino de Cultura «Juan Gil-Albert», 2009. ISBN: 978-84-96849-54-9.

No es mera casualidad que Antonio Valcárcel Pío de Saboya, quien llegó a ser un arqueólogo consumado, naciera en 1748, año en que los primeros arqueólogos modernos redescubrieron y excavaron la antigua ciudad romana de Pompeya, sepultada hasta entonces bajo las cenizas expulsadas por el monte Vesubio en el verano del 79 d.C. Prueba más que suficiente de que la nueva corriente arqueológica de la Ilustración influyó fuertemente en él, es su libro recopilatorio Inscripciones y antigüedades del reino de Valencia, terminado pocos años antes de morir.

La obra que da origen a este post, del catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Alicante Juan Manuel Abascal, Rosario Die y Rosario Cebrián, es el mayor y mejor compendio realizado hasta la fecha sobre la figura del Conde de Lumiares. Habría mucho y bueno que reseñar sobre un trabajo como ese, pero seguramente no lo haríamos tan bien como María del Rosario Hernando. Lo que sí que podemos hacer, acción esta mucho más modesta, es reproducir un pequeño aunque significativo y curioso fragmento del libro (p. 36) para inducir a su lectura:

Imagen extraída del libro “Una historia con Luces y Sombras: Seminario Permanente de Historia de Alicante”, de Armando Alberola y Ramiro Cristobal

Según Sempere Guarinos, contemporáneo de Lumiares (…): “El Señor Conde de Lumiares debió a una desgracia su afición a la literatura, porque habiéndole encerrado sus padres por ciertas travesuras, quando joven, en el castillo de Alicante, al tiempo que tambien lo estaba en él el Marqués de Valdeflores [sic], conociendo éste su talento, procuró estimularlo a la lectura, exhortándolo y aún rogándole con la mayor ternura que se aprovechara de aquel infortunio, empleando bien el tiempo (…). El estudio que más lo aficionó fue el de la Numismática, precediendo a él como parte muy esencial el de las lenguas y el de las antigüedades. Fue tal la afición que adquirió el señor Conde a la lectura que hubo día de estarse quince horas leyendo continuamente, sin levantar cabeza.”