Jesuitas en el Nuevo Mundo

La Compañía de Jesús tuvo una influencia innegable en algunas colonias españolas casi desde los primeros años de conquista del llamado Nuevo Mundo. Se fueron estableciendo en zonas de América del Sur que parecían un tanto inhóspitas, donde el carácter indígena era muy fuerte (sin olvidar que en América del Norte, sobre todo en zonas como Canadá, las misiones jesuíticas fueron también de vital importancia). Los lugares geográficos más importantes donde se hicieron reducciones jesuíticas fueron, sobre todo, en el corazón de América Latina: en parte de Argentina, Paraguay y Brasil. En una zona de las cataratas del Iguazú, fronteriza entre Brasil y Paraguay existiría un conflicto diplomático entre los reinos de Portugal y España que quedaría plasmado con más o menos rigor en el filme de Roland Joffé The Mission (La Misión, 1986).

Existen algunos puntos importantes que señalar en relación a la labor de la Compañía de Jesús en las poblaciones indígenas. El fin oficial de estas misiones, que tenían validez en tanto que la ortodoxia católica y el Imperio Español estaban de acuerdo con algunos objetivos comunes, fue evangelizar una zona geográfica de América con un arraigo cultural entre sus gentes muy consolidado y diferente a la cultura cristiana europea. Entonces, evangelizar estas tierras suponía la existencia de un motor económico homologable con la situación política y económica de Europa, y más concretamente, homologable con España. La evangelización conllevaba cambiar el sistema político, económico y social, haciendo útiles y provechosos a aquellas gentes poniéndose al servicio de los imperios. Los jesuitas iban en esta dirección no por todos los objetivos que pudieran interesar a los estados, sino que estaban de acuerdo con la evangelización porque el pensamiento jesuita era el de realizar buenas acciones, entre las que se encuentra ayudar a progresar en un modo de vida donde la Fe en Jesucristo y la ética y moral cristiana es algo capital. De paso y no por ello menos importante, les interesaba crear un sistema político y económico favorable, con más orden y justicia, más civilizado. Pero para que la Compañía de Jesús tuviera esta forma de actuar unificada hubieron tres personalidades claras y decisivas: Luis de Molina, Francisco Suárez y Juan de Mariana.

Luis de Molina, Francisco Suárez y Juan de Mariana

Luis de Molina propuso la salvación por la realización de buenas obras contrariamente a lo que exponían los protestantes, con lo que supuso una gran revolución teológica dentro del contexto de la contrarreforma. Durante buena parte del S. XVI el pensamiento de este intelectual jesuita fue calando en la Compañía de Jesús y pronto se convertiría en base ideológica. Algo decisivo en el pensamiento de Luis de Molina es la valoración del individuo, ya que frente a la tradición escolástica que arengaba que el bien común era la suma de los bienes particulares, su pensamiento contemplaba que cada individuo consiga su propio bien. El individuo no debe estar al servicio de la sociedad, sino que la sociedad debe estar al servicio del individuo. Eso sí, Molina creía que como el poder no puede ejecutarlo toda la sociedad, este debe recaer en un solo gobernante. Pero esto es una transmisión de la soberanía, el pueblo delega en un gobernante.

Francisco de Suárez fue importantísimo tanto para la filosofía en general como para la Compañía de Jesús. Sirvió de puente entre la escolástica y una visión que se adecuara a los tiempos. En la línea de Molina, Suárez creía que el bien común es esencial en la sociedad, y pensaba que la sociedad debía ser activa políticamente y participar de los asuntos que afectaban a los ciudadanos. Como Molina, creía que el poder debía recaer en un gobernante y, en este sentido defiende la monarquía absoluta como régimen político. Seguramente esta clara defensa se deba al contexto histórico de contrarreforma en el que la iglesia necesitaba del apoyo político del estado. Algo que es muy interesante en el pensamiento de Suárez es lo que respecta al derecho internacional, ya que piensa que el gobernante no puede proporcionar los medios necesarios para que se llegue a la perfección social. Por ello Suárez defiende la existencia de una comunidad internacional superior a las sociedades de cada estado.

De Juan de Mariana es muy importante el pensamiento político que se destila de su obra De rege et regis institutione, donde en la primera parte y más importante habla de los principios filosóficos del estado, refiriéndose, por ejemplo, a la sumisión de los gobernantes a la comunidad. El poder del gobernante es superior al de los individuos, sin embargo no lo es al de la comunidad, que sigue teniendo la posibilidad de decidir sobre la continuidad del gobernante en casos extraordinarios como la tiranía. El pensador valora la existencia de instituciones representativas de la comunidad por su función limitadora del poder real. Además, defiende que el rey está sometido a las leyes, cuyo origen está en la comunidad.

También es importante la figura de José de Acosta, misionero jesuita español que estuvo en América desde que en el año 1574 llegara al Perú. Hizo grandes observaciones por su condición de antropólogo, como que los indígenas americanos habían cruzado a América a través de Siberia. José de Acosta fue citado por Locke en su obra Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, en la que se refiere a la Historia Natural y Moral de las Indias (Sevilla, 1590), de la que es autor Acosta.

En el siguiente artículo de esta serie se abordará el recelo que existía hacia la Compañía de Jesús en la corte española, el sistema impositivo jesuita en sus misiones y la polémica posición de Paul Groussac, relacionando esto último con alguna parte del filme La Misión de Roland Joffé.

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