El nazi de Llombai

En el Vall de Gallinera, concretamente en el Llombai alicantino, apenas resiste en pie el lateral de una calle. Aunque ahora se haya rehabilitado una de sus casas y alguna otra conozca vecino, hace muchas décadas que el pueblo fue abandonado a su suerte. Fue a finales de los 40, cuando la soledad se le presentaba como el mejor refugio, cuando Stefan Gregor llegó a Llombai despertando la curiosidad en los alrededores. Hombre de actitudes poco corrientes, Don Estéfano, españolizado ya su nombre, gustaba de apropiarse de huertos ajenos y, por vaya usted a saber qué motivo, dio sepultura a su automóvil  en un corral. Habitante único de Llombai, parece que Stefan intentaba dejar atrás un pasado reciente de esvásticas y brazos en alto; de desesperación, dolor y muerte que él mismo podría haber provocado. O intentaba redimir sus pecados o, lo más probable, huir de quienes lo perseguían para hacer justicia. ¿Criminal de guerra? Según la revista Spiegel, Gregor era austriaco y había sido jefe de uno de los crematorios de un campo de concentración nazi. Aún así, al día de hoy no se puede confirmar que esto sea cierto, pero su comportamiento, aunque quizás de orate, apuntaba a ello. Vivió en Llombai, pero se construyó una casa en lo alto de la atalaya rocosa de Penya Grossa, al lado de los restos del castillo de Benissili, un lugar privilegiado para vigilar los caminos y quitarle las ganas a quien pudiera querer apresarle, cosa que ya se había intentado infructuosamente. Con burros, nos cuentan, solían subirle los enseres a esa casucha, hoy convertida en refugio de montañeros. «El nazi de Llombai», como se le llama popularmente, murió sin aspavientos, pero su sombra creció aún más al hallarse en su casa unos jeroglíficos indescifrables y un manuscrito en el que se leían las palabras Kremlin y Rasputín. ¿Quién era este hombre?


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