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Antonio Pérez

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La revuelta de Aragón

La revuelta de Aragón en defensa de sus fueros indica hasta qué punto estaba poco unida la Monarquía católica a finales del XVI. Aquí, lo político predominó sobre lo social y, en realidad, reflejó la desarticulación de la propia Monarquía, la falta de un sentimiento de unidad nacional entre sus distintos componentes.

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Les Germanies. El saqueo de Orihuela

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“A la nobleza cristina de la nación alemana”

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El conflicto de las Comunidades

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Las primeras Cortes castellanas de Carlos I

Las primeras Cortes castellanas del reinado de Carlos I, celebradas en Valladolid a principios de 1518, dieron cabida a las primeras manifestaciones públicas de rechazo contra la presencia de extranjeros en las deliberaciones. La asamblea estamental exigió al rey que respetara las leyes de Castilla, que despidiera a los extranjeros que tuviera a su servicio, y que aprendiera y hablara castellano. Carlos juró respeto a las leyes castellanas y, a cambio, fue reconocido rey junto a su madre. Recibió un ingreso de 600.000 ducados y consguió la extensión de la alcabala a los estamentos inmunes.

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Mercurino Gattinara

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Guillermo de Croy -señor de Chievres-

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Adriano de Utrecht

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La hispanización de Carlos I

Acabada la rebelión comunera, Carlos I regresó a España en 1522. Permaneció en ella siete años y durante ese tiempo se convirtió en un rey español y consolidó su gobierno. El monarca comenzó a hablar castellano. Su boda en 1526 con su prima, Isabel de Portugal, agradó a sus súbditos españoles y, aún más, el nacimiento en 1527 de su primer hijo, el futuro Felipe II. Los españoles empezaron a apreciar las cualidades humanas y religiosas del rey, a reconocer su autoridad y a agradecerle con simpatía el hecho de que comenzase a nombrar a hispanos en los cargos más importantes de España y de otras partes del Imperio.

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Los particularismos nacionalistas de Petrarca, Maquiavelo y Erasmo

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El incipiente nacionalismo alemán frente a la idea imperial

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La formación de Rusia

Iván III

Moscú es  la capital de un pequeño principado eslavo y ortodoxo, consolidado a fines del siglo XV en la frontera con los pueblos mongoles, nómadas de las estepas euroasiáticas. Es la avanzadilla más oriental de la cristiandad y de la romanidad. Consciente de tal vinculación religiosa y cultural, después de la caída de Constantinopla, Moscú se considera una tercera Roma, un epígono del Imperio romano-bizantino. Por ello, desde 1547, sus príncipes toman el título de césar o zar.

Entre 1462 y 1585, las tierras bajo dominio ruso se cuadriplican, y lo hacen en todas sus direcciones, sobre un espacio poco poblado y mal definido. Ivan II, en la segunda mitad del siglo XV, somete la república comercial de Nóvgorod, que centraliza el comercio con Occidente, por el Báltico, desde el puerto de Narva. Por el este, Iván IV el Terrible (1533-1584) llega hasta el Volga y los Urales e incorpora los khanatos, o <<reinos>>, de Kazán y Astraján en los años 1552 y 1556. En 1584 se funda el puerto de Arkangels, en el mar Blanco, para comerciar  directamente con Occidente, porque la salida tradicional desde el golfo de Finlandia es disputada por los rusos, suecos y polacos. Algunas de las nuevas tierras rusas precisan una repoblación, y otras están ocupadas por grupos tribales seminómadas. La falta de mano de obra campesina invita a reforzar una estructura social rígidamente feudal dominada por los <<boyardos>> (alta nobleza).

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La formación de Suecia

La península escandinava es un territorio muy poco poblado, de estructura económica, social y política muy sencilla, y de reciente y superficial cristianización. Desde la Unión de Kalmar (1397), Noruega, Suecia y Dinamarca comparten un mismo soberano hasta principios del siglo XVI, pero se trata de una monarquía muy débil: sigue siendo electiva y la nobleza goza de amplísimas prerrogativas, y de una gran autonomía en Suecia y en Noruega.

Cristian II de Dinamarca (1513-1523) aspira a incrementar su poder y a controlar el comercio del Báltico por los estrechos del Sund. Las ciudades costeras del Imperio alemán, federadas en una hansa o liga comercial, no están dispuestas a tolerar algo que supondría su ruina, y apoyan a cualquier brote de disidencia contra el rey. El brutal sometimiento de la nobleza sueca en 1520 (<<baño de sangre de Estocolmo>>) propicia una reacción nacional y el derrocamiento del monarca. En 1523, la nobleza sueca elige rey a uno de sus miembros, Gustavo Vasa, con lo que Suecia se separa de la Unión. Ese mismo año, la nobleza danesa aprovecha también la ocasión, derroca a Cristian II y corona a un noble alemán como Federico I.

En ambos casos, los nuevos reyes de Suecia y de Dinamarca se consolidan en el trono gracias a la Reforma protestante. La secularización de los bienes eclesiásticos permite a Gustavo I Vasa (1523-1560) comprar el apoyo de la nobleza, que sigue participando en el gobierno desde el Consejo de Estado. Vence además la resistencia de los católicos, con el obispo de Uppsal al frente, y derrota a los daneses cuando pretenden recobrar el control de Suecia. Y, en 1544, obtiene el reconocimiento de la dieta −formada por nobles, eclesiásticos, burguesía y campesinado− de que la corona será hereditaria en su linaje.

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Nacionalismo

La enemistad capital entre las poblaciones de Orihuela y Murcia dentro del marco del Pleito del Obispado en los albores del siglo XVI

El memorial confeccionado por el primero de los doctores reseñados, que datamos a finales de la década de los ’20 del siglo XVI, comenzaba muy significativamente afirmando, por encima de todo, la existencia de una discordia perpetua entre las ciudades de Orihuela y de Murcia, y los lugares de su distrito o territorio, siendo como habían sido “de reynos estranyos y en frontera y limittes de los reynos y tan notorios enemigos“. Proseguía destacando la necesidad de segregar las tierras de la gobernación oriolana del dominio eclesiástico murciano, pues no cabía “dubda sino que las voluntades estan tan danyadas entre ellos que toda comunion ha de ser danyosa y aparejada a discordia e iniquidad asi para las almas como para los cuerpos“.

Y dividía esta historia de enfrentamientos y tensiones en tres tiempos. El primero y más antiguo hacía referencia a “quando estos Reynos de Castilla y de Aragon eran de diversos reyes y tenian guerras abiertas entre si y estas ciudades como fronteras y differentes en lengua en fueros y en leyes y costumbres emplearon las armas cada una en servicio de su rey y en deffenssion de su reyno contra la otra“, produciéndose muchas “batallas estrages muertes y robos y otros grandes males“, (…) “porque ay memoria de batallas muy crueles que oy en dia los campos y lugares donde fueron retienen el nombre de la matança y crueldad que alli passo“. Y los otros dos tiempos los hacía coincidir con los reinados de Fernando el Católico y de Carlos I, cuando ambas ciudades ya no tenían reyes diferentes y enfrentados, sino un mismo monarca y señor y, pese a ello, ese odio y enemistad perpetua subsistían “oy mas que nunca“.

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El concepto de “España”

Unidad con los Reyes Católicos

La mayoría de los historiadores coinciden en que España aún no existe como Estado a finales de la Edad Media. Sánchez Albornoz en España, un enigma histórico puso de manifiesto que la invasión musulmana del 711 destruyó la unidad de la Península Ibérica. La Reconquista fue obra de grupos de españoles divididos: asturianos, vascos, navarros y aragoneses, entre otros. No obstante, pese a esta división, entre las distintas comunidades subsistió a lo largo de la Reconquista un sentimiento solidario, una voluntad común. La lucha contra el Islam unió a los distintos grupos por encima de las barreras políticas o geográficas. Todos se sentían fundamentalmente “españoles” y en el siglo XV se utilizaba la palabra España para designar a toda la Península, aunque España fuera una realidad compuesta por varios reinos.

Esta nostalgia por la unidad perdida debía contar, sin embargo, con las estructuras heredadas. En el curso de los siglos, intereses humanos y políticos diferentes y a menudo opuestos, debilitaron los lazos comunitarios de los pueblos de la Península. Un paso decisivo para la unidad y la constitución de España como Estado-Nación lo constituyó el matrimonio de Fernando de Aragón con Isabel de Castilla. Se trató únicamente de una unión personal, en la que cada reino conservó sus propias instituciones, sus leyes, su administración, sus aduanas, su moneda, pero que fue capaz de acometer empresas comunes, como la conquista de Granada o una política exterior expansiva.

Sin embargo la unidad era frágil, como muestran las amenazas de ruptura que aparecieron tras la muerte de Isabel en 1504, y que Manuel Fernández Álvarez ha estudiado en La España de los Reyes Católicos. Fernando tuvo que ceder el gobierno de Castilla a Felipe el Hermoso, y muerto este, Fernando regresó a Castilla en calidad de Regente, cargo que desempeñó hasta 1516, año en que las coronas de Castilla y Aragón fueron reunidas de nuevo bajo el mismo cetro con la llegada a España de Carlos de Gante (hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso). En la práctica, los dos territorios coexistieron sin llegar a fundirse verdaderamente. La crisis de los años 1520-21 evidencia claramente el carácter personal de la unión. Las Comunidades de Castilla y las Germanías del Reino de Valencia fueron movimientos contemporáneos, tuvieron numerosos puntos en común, y, sin embargo, como han puesto de relieve tanto Joseph Pérez en Las Comunidades de Castilla, como Ricardo García Cárcel en Las Germanías de Valencia, ambos procesos se ignoraron mutuamente y no tuvieron relación alguna.