La expulsión

La expulsión

 

 

Así pues, la única medida que cabía a los monarcas Católicos era la expulsión general, aunque ellos no desearan ver triunfar soluciones tan radicales. Esta es la conclusión a que han llegado varios historiadores actuales. Expulsión, tratando de hacer justicia en todo momento y de serenar los ánimos de las masas populares.

 

Pero el rechazo de los judíos por parte de los cristianos era lago generalizado. Se trataba de un rechazo de tipo religiosos por una parte, y otro rechazo económico-comercial, agudizado por el problema de la usura en los préstamos. 

 

Pero, someter a los judíos al poder de la Inquisición significaba tanto como declarar que la fe mosaica era intrínsecamente dañina para la sociedad cristiana. A eso se había llegado como “solución última”. Pero es muy posible que el deliberado propósito de suprimir el judaísmo mediante la expulsión de sus fieles, haya aguardado para su ejecución, al final de la Guerra de Granada, y no sólo por razones fiscales. Los Reyes Católicos, que se mostraron sumamente cuidadosos en la conservación de su imagen de soberanos justos, establecieron tres condiciones previas

                         Edicto de Granada 1492 

 

al poder alegar que se observaban los preceptos del Derecho Común: en primer lugar, la comprobación de la existencia de delitos, cuyo origen se hallaba precisamente en la presencia de una comunidad judía y cuyo daño exigía una medida radical. Se trataba de causar un mal menor para evitar otros males incomparablemente mayores. En segundo término, la concesión de una plazo suficiente para que los afectados pudiesen rectificar, abandonando su perniciosa fe y acogiéndose a la salvación que les brindaba el cristianismo. Y, por último, otorgar a los afectados la libre disposición de sus bienes, de acuerdo con las Leyes del Reino. Estos tres requisitos fueron efectivamente contemplados en el Decreto de 31 de marzo de 1492.

 

Los motivos de la decisión real se exponen en la primera parte del famoso texto, donde se establece una secuencia lógica de hechos y razones, aunque el tema religiosos y la Inquisición son, en definitiva, los únicos protagonistas. Las Cortes de Toledo decidieron apartar a los judíos de los cristianos, para evitar que algunos de estos apostatasen, pues los inquisidores habían explicado a los reyes cómo la diaria convivencia era causa de todos los males.

 

Establecida de este modo la culpabilidad judía, se hacía la defensa de las medidas tomadas, en especial la anterior expulsión de Andalucía que, se pensaba, resolvería los males. Pero he aquí, argumentan ellos, que esta medida fracasó y de ahí la consecuencia lógica: la expulsión general de toda España. No se trataba de castigar personas y hechos concretos sino de extirpar de raíz el judaísmo, que era la causa última del problema.

 

Una vez declarado el problema, se entraba en el modo de llevarlo acabo sin recurrir en injusticia. Los judíos disponían de cuatro mese para tomar la más terrible decisión de su vida: abandonar su fe o tomar el camino del destierro. Durante esos meses quedaban protegidos por un Seguro Real. Se les concedía la libre disposición de sus bienes, que podían vender o transferir a apoderados cristianos para que ellos los vendiesen. Estaban autorizados a llevarse consigo toda su fortuna pero sujetándose en todo a las Leyes del Reino, que prohibían sacar oro, plata, joyas, moneda acuñada, armas y caballos. Expresamente se reconocía el derecho a convertirlo todo en Letras de Cambio.

 

Quedaba claro que el objetivo de la medida era terminar con el judaísmo en España, que no hubiese individuos en el territorio con posibilidad de sustraerse a la Inquisición. Los que desearan permanecer en suelo hispánico podían hacerlo, pero recibiendo el bautismo, y los que después de haber salido, se arrepintiesen, podían volver, pero previamente bautizados y con una certificación que lo atestiguase. En ese caso recobrarían todos sus bienes, aún los vendidos pagando, claro está, la misma cantidad que percibieron al venderlos.

 

De modo que el Decreto de 1492 provocó la Diáspora sefardí. La orden de destierro no produjo entre los judíos una depresión sino más bien una especie de exaltación religiosa.


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