El Edicto de Granada

Torquemada ofrece a los reyes el decreto de expulsión de los judíos para su firma.
Torquemada ofrece a los reyes el decreto de expulsión de los judíos para su firma.

Uno de los hechos más importantes que se le atribuyen a Tomas de Torquemada es la creación de llamado “Edicto de Granada” del año 1492, el cual establecía que los judíos debían abandonar la Península en un plazo de tres meses o bien convertirse a la fe cristiana. Para ello Torquemada realizó dos borradores: uno que establecía la expulsión de los judíos de la Corona de Castilla y otro que hacía lo mismo pero en la Corona de Aragón, siendo firmado por Fernando el Católico.

Fue el inquisidor general quien maquinó, estructuró y propició la orden de expulsión, algo que tampoco tiene porque sorprendernos si tenemos en cuenta el gran ascendiente de fray Tomás sobre los Reyes, de los que era, nada más y nada menos, que confesor. Otra cosa seria llegar a determinar hasta qué punto esta decisión conculcaba la legalidad, porque la Inquisición de herética pravedad carecía de jurisdicción sobre los judíos. Tal vez por eso, para reforzar el decreto del inquisidor o porque la monarquía consideraba que no podía permanecer al margen en un asunto tan trascendental, el 31 de Marzo de ese año se dieron otros dos decretos, valedero uno para la Corona de Castilla y otro para la Corona de Aragón.

En las dos órdenes de expulsión emitidas se observan indudablemente similitudes:

  • Las dos están datadas en Granada el 31 de Marzo de 1492.
  • En las dos, el principal móvil de la expulsión de los judíos es la exaltación de la fe católica, mediante la supresión del grupo que interfería y lo obstaculizaba.

Pero también encontramos diferencias:

  • Además de las ya expuestas respecto del tipo documental y la firma de los otorgantes, está el lema de la usura, que solo aparece en el edicto del rey Fernando.

Y no solo eso, sino que en el documento aragonés se pone de manifiesto, y se resalta, la ingratitud para con el rey de los judíos que, siendo sus siervos, y en correspondencia a la generosidad de su señor que les había permitido habitar en sus territorios, habían actuado de forma desagradecida e incluso inicua, al haber arruinado la economía de sus vecinos cristianos y haber tratado de seducir a sus otrora correligionarios para que dejaran de comportarse como buenos cristianos y volvieran a las practicas judaicas. Por eso, tras incidir en la precariedad de la situación de los judíos de sus territorios y reconocer que, como dueño y señor que de ellos era el soberano podía infringirles toda clase de castigos, el monarca declaraba su voluntad irrevocable de enviarlos al exilio, con lo que asumía que la orden de expulsión era suya. Sorprende sobremanera la insistencia del soberano en poner de manifiesto la perfidia y la maldad del pueblo judío.[1]

Alejandro García Moreno-Arrones


[1] Asunción Blasco Martínez: “Razones y consecuencias  de una decisión controvertida: La expulsión de los judíos de España en 1492”. PP. 9-36.


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