La mano invisible

Uno de los conceptos de mayor trascendencia de la teoría económica de Adam Smith es el de “la mano invisible”. Mediante esta metáfora, el economista escocés nos explica lo que, para muchos, es el núcleo central de su pensamiento: la creencia de que la intervención del Estado en la economía más allá de un mínimo necesario (asegurar la propiedad, mantener el orden, etc.) es innecesaria para su buen funcionamiento y únicamente redunda en ineficiencias.
Este concepto se justifica mediante una concepción individualista, egoísta y racional del ser humano: ¨No esperamos nuestro sustento de la generosidad del carnicero, del cervecero o del panadero; lo esperamos del cuidado que ellos tienen en su propio interés”-. Es decir, nos encontramos ante una teoría económica sustentada en una determinada manera de concebir la naturaleza humana. Dado que el conocimiento de la naturaleza humana es muy complicado, cualquier argumentación que la toma como punto de partida se blinda automáticamente contra las réplicas. Sin embargo, no deja de ser extraño que Adam Smith obvie la solidaridad y la colaboración como factores inherentes a los animales gregarios que somos.
En cualquier caso, a partir de esta premisa, Smith afirma que los diferentes impulsos egoístas de cada individuo se compensan mutuamente y redundan, merced a la labor de esta mano invisible, en el bien común. Esta armonía natural se ve alterada cuando una fuerza externa –el Estado, pero también los monopolios- irrumpe y descompensa el equilibrio. Así, se sublima la búsqueda del beneficio individual hasta convertirla en virtud, al tiempo que la acción encaminada a lograr mejoras colectivas deviene perjudicial e ineficaz.


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