(Zaragoza, 1564 – 1591). Justicia mayor de Aragón. Poco antes de morir su padre, Juan de Lanuza IV, ya Felipe II le había confirmado -como venía haciéndose desde hacía siglo y medio con la misma familia- como Justicia de Aragón, es decir, como supremo defensor de los fueros aragoneses. Llevaba muy poco tiempo en el cargo y era por ello bastante inexperto para hacer frente a los turbulentos hechos provocados por la detención de Antonio Pérez. De hecho, a los dos días de su promoción como Justicia Mayor se volvieron a reproducir en Zaragoza los graves tumultos que había estallado, por vez primera, el 24 de mayo originado por la resistencia fuerista a que el famoso ex secretario fuese devuelto otra vez a la cárcel de la Manifestación, de la que había sido arrebatado el 24 de mayo para ser trasladado, por orden real, a la de la Inquisición. Aquel primer motín no sólo había «liberado» a Antonio Pérez de la prisión inquisitorial, sino que había producido importantes heridas al mismísimo virrey de Aragón, Don Íñigo de Mendoza, quien fallecería a causa de las mismas doce días después.
Lanuza se vio casi inconscientemente colocado al frente de la resistencia aragonesa de los «caballeros de la libertad» y pretendió detener la invasión de las tropas reales -cuya acción declaró «contrafuero»- buscando el apoyo de Valencia y de Cataluña, como partes integrantes de la Corona de Aragón. Fracasó en ese propósito, así como también en organizar un «ejército foral» cuyas desorganizadas huestes hubo de abandonar. Lanuza regreso de nuevo a Zaragoza creyendo que la victoria de Felipe II había pacificado el ambiente y que él, a pesar de su imprudente actitud, se hallaba libre de todo cargo; pero el deseo de castigo a los rebeldes y de lograr pleno restablecimiento de la autoridad hicieron que Felipe II ordenará la ejecución de los cabecillas de la rebelión. Juan de Lanuza fue ejecutado sin proceso previo (según la propuesta que hizo al rey la Junta nombrada para el castigo). Lanuza exclamó ante el cadalso, al oír que el pregón de la sentencia lo calificaba de traidor: «Traidor no, mal aconsejado sí». La sentencia se ejecutó en la plaza del Mercado de Zaragoza el 20-XII-1591, y su cadáver fue enterrado en el monasterio de San Francisco y llevado a la tumba con plenos honores a la dignidad de su cargo. Tras las Cortes de Tarazona de 1592 el cargo de Justicia Mayor de Aragón continuó existiendo, pero se prefirió otorgarlo desde entonces a personas destacadas por su experiencia o preparación jurídica.