Algunos historiadores han señalado al secretario real Antonio Pérez como uno de los fundadores de la “leyenda negra” en torno al reinado de Felipe II. Este blog tiene como objetivo analizar la época en la que vivió este controvertido personaje y presentar los hechos, en los que Pérez fue sin duda un protagonista destacado, como parte de una serie de procesos históricos que trascienden las posibles influencias este alto funcionario. En concreto, presentaremos brevemente los siguientes aspectos de la España de Felipe II en los que Antonio Pérez jugó un papel destacado:
- El cometido de los secretarios reales.
- Los partidos dentro de la corte.
- Las revueltas en el Reino de Aragón.
1. Ni siquiera un monarca de tipo absolutista como Felipe II podía prescindir de las instituciones. El consejo de Estado era el órgano esencial en la administración de los Austrias y, aunque nominalmente el rey era su presidente, éste apenas asistía a sus reuniones, comunicándose con los consejeros – un reducido grupo de nobles y eclesiásticos – por medio de los secretarios. Éstos eran letrados con título universitario provenientes de la pequeña nobleza o incluso de clases más humildes. Así, Gonzalo Pérez, un jurista de posible origen judío, pudo ascender en la administración civil hasta convertirse en secretario de Estado, cargo que a su muerte ocuparía su hijo Antonio – no por herencia sino fruto de su valía personal.
De igual forma que no había un único consejo con potestad en todo el reino, no había un único secretariado; además, el espectácular aumento de la burocracia durante el reinado de Felipe II aumentó la importancia de los secretarios, responsables últimos del buen funcionamiento de la administración del Estado: los secretarios ordinarios trataban los asuntos rutinarios pero el rey y su secretario privado se ocupaban de los temas de alta política. Este contacto cada vez más estrecho despertaba el recelo de los consejeros, sobre todo si tenemos en cuenta los prejuicios de la alta nobleza hacia personajes de origen oscuro como el aragonés Gonzalo Pérez, verdadero hombre de confianza de Felipe II hasta su muerte en 1566. Su hijo Antonio ocupó su puesto y durante casi diez años ejerció sobre el monarca una influencia impensable en alguien de su origen. Sólo cuando se extralimitó en sus funciones y quiso actuar más como un ministro que como un alto funcionario cayó en desgracia al ser descubierto su peligroso doble juego de espionaje e intrigas con algunos de los personajes más influyentes de la corte, entre ellos el mismo Don Juan de Austria.
2. Incluso en una atmósfera absolutista como era la de la corte de Felipe II era imposible que no se formaran facciones rivales, no tanto para hacer política como para disputarse el favor real – y las riquezas que ello conllevaba. En los dos primeros decenios del reinado de Felipe II había dos partidos en torno a los cuales se agrupaban todos aquellos que querían medrar en la corte.
Uno de los grupos estaba liderado por el portugués Ruy Gómez da Silva, Príncipe de Éboli, mientras que la facción enemiga estaba encabezada por el poderoso Duque de Alba. Las intenciones de ambas partes a la hora de influir en el rey se centraban en la política internacional; así, la casa de Éboli era partidaria de pacificar las relaciones con los Países Bajos y centrar el esfuerzo militar en una invasión de Inglaterra, mientras que la casa de Alba buscaba la guerra total con Flandes y un pacto diplomático con el trono inglés.
El Príncipe de Éboli contaba con el apoyo de un importante grupo de nobles como el Marqués de Vélez, la casa de los Mendoza y el Cardenal Quiroga entre otros, así como de destacados funcionarios, en especial de Antonio Pérez, educado de niño en el palacio de los Éboli. Por su parte el Duque de Alba tenía de su parte a aristócratas de alto linaje como los Toledo y a personas de confianza del rey como su confesor personal Diego de Chaves o su secretario Vázquez de Leca. Tras fracasar en 1570 sus campañas militares en Flandes, el Duque de Alba perdió el favor real. Pérez vio en ésto su gran oportunidad pero se excedió al querer interferir sin autorización en asuntos de Estado, lo que vino a demostrar que cualquier personaje de la corte, por influyente que fuera, corría el riesgo de caer en desgracia si intentaba actuar como un político, papel reservado en exclusiva para sí mismo por Felipe II.
3. El poder real tenía restricciones notables en Aragón. El monarca gobernaba por medio de un virrey y con la ayuda del Consejo de Aragón y, aunque los cargos de ambas instituciones eran nombrados por la corona, una interpretación restrictiva de los fueros imponía el nombramiento de aragoneses en detrimento de los nobles castellanos. La otra gran limitación del poder del rey residía en la justicia. La Audiencia de Zaragoza estaba en manos de los oficiales reales pero el Tribunal del Justicia actuaba como un eficiente contrapoder (de sus 21 miembros sólo 5 eran designados por el rey mientras que las Cortes de Aragón nombraban al resto). El Justicia ejercía la jurisdicción en caso de conflicto entre el monarca y la nobleza aragonesa y podía intervenir en los procesos de la justicia real mediante el lamado “derecho de manifestación”, que protegía a cualquier aragonés que acusara a los funcionarios reales de amenazarlo con violencia, ofreciendo al acusador inmunidad frente a la corona.
En teoría los fueros amparaban a los súbditos aragoneses ante los abusos reales pero, en la práctica, este sistema de libertades forales servía para sustentar una estructura social de tipo feudal que ya no existía en ningún otro país de Europa. La mayoría de la población era campesina y tenía una relación de vasallaje con los señores, de quienes dependían política y económicamente.
Cuando en 1590 Antonio Pérez llegó a Aragón huyendo de la justicia real, su causa fue apoyada por muchos de estos señores, resentidos por la política de integración entre nobles castellanos y aragoneses que Felipe II promovía. Además, el reciente nombramiento como nuevo virrey del Marqués de Almenara – destacado miembro de la casa castellana de los Mendoza – fue vista por una parte de la nobleza aragonesa como una provocación contra los fueros del reino. La situación desembocó en una revuelta que fracasó al no contar con el apoyo de los grandes magnates de Aragón,como los Condes de Sástago y de Fuentes, movidos más por ambiciones personales que por una verdadera lealtad al rey. Cuando en 1592 fueron vencidos los últimos rebeldes, con Diego de Heredia a la cabeza, Felipe II convocó a las Cortes de Aragón en la villa de Tarazona. Las instituciones aragonesas no fueron suprimidas pero sí remodeladas a la medida del poder real, el Reino de Aragón se situó en un plano de igualdad legal con los demás territorios de la corona y muchos de los anacronismos sustentados por los fueros desaparecieron (como el derecho del señor a dar garrote a su vasallo).
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