Valencia (II) – Viajar al 1600: colegio del Patriarca San Juan de Ribera

Interior de la iglesia de San Juan de la Ribera

Jueves a las ocho de la tarde. Entro en la iglesia de San Juan de Ribera, el Patriarca; del colegio-seminario del Corpus Christi. La nube de incienso es tan densa que parece la espesa niebla londinense; se debe a que es jueves y, durante todo el día, ha estado expuesto en adoración el Santísimo Sacramento, y en el colegio del Patriarca no se escatima en pompa.

La misa no ha terminado, por lo que mi amigo Pablo y yo esperamos sentados en el último banco. Mientras los asistentes al oficio (más bien pocos para un templo de esta categoría) comulgan, yo me entretengo en contemplar los grandiosos frescos del genovés Bartolomé Matarana (h.1550-h.1625), pintados entre 1597 y 1605, que decoran las paredes de la iglesia y le dan una espacialidad tan curiosa y tan propia. No sé si es el mareillo del incienso, pero al final parece que los frescos hasta toman vida y alguno de los personajes que los conforman me mira con cara inquisitiva.

Frontal de altar del colegio del Patriarca

Termina el oficio y nos dirigimos a la sacristía. En el pasillo que la une con la nave, nos detenemos para sorprendernos ante los impresionantes frontales de altar bordados que ahí se exponen; resulta increíble que esas piezas no sean más que hilos de plata, oro y sedas, cuando parecen piezas fundidas o repujadas en metal precioso.

Nos asomamos a la sacristía por fin, en la que hay cuadros de Ribalta o Vicente López, y Pablo llama a su amigo Vicente, el sacristán, con voz susurrante. Vicente responde en voz alta y jovialmente a la llamada, se acerca y nos saluda.

-“Vicente, este es mi amigo Carlos, que estudia arte y está muy interesado en…”

-“¡Claro! No se hable más, espera que ahora os abro.”

Mientras Vicente termina de recoger, Pablo me explica que nos va a abrir la capilla de las reliquias y, con suerte, alguna de las dependencias del colegio. Y no se equivoca. Enseguida el sacristán nos conduce a una sala a medida que va hablando. “A mí es que me gusta guiar a la gente, enseñarle las cosas; yo no voy a abriros y a deciros: ‘ahí tenéis‘, porque entonces os vais igual que vinisteis…”

La Virgen y San Juan (originales), de Luis de Morales

Después de abrir varios cerrojos, entramos en la capilla de las reliquias. De planta cuadrada, frente al acceso hay un altar en que se encuentra una pintura de Luis de Morales en la que se representa al Patriarca en el juicio de su alma; a los lados, la Virgen María y San Juan, que son dos copias. “Los originales ya los veréis mañana si venís al museo”.

En la pared derecha hay un gran armario con dos enormes puertas que Vicente comienza a abrir; es necesario retroceder unos metros para no ser arrollado por una de ellas. Aparecen ante nuestros ojos decenas, no sé si cientos, de relicarios: bustos, ostensorios, cofres, bandejas… todo tiene el brillo de la plata, aunque Vicente se apresura a explicar: “Los relicarios de plata no son originales. Cuando la invasión napoleónica, los franceses se llevaron toda la plata para acuñar monedas.” En cuanto a las reliquias, muchas catedrales, e incluso diócesis, quisieran para sí tal repertorio, aunque algunas resultan difíciles de asimilar.

Echamos un buen rato en este curioso lugar, de una unción especial, hasta que Vicente comienza a cerrar las puertas y nos indica que volvamos a la nave. Una débil luz ilumina el altar. Pablo me indica que mire la Santa Cena de Ribalta que ocupa el retablo mayor, y de repente el cuadro se desliza hacia abajo; desaparece. Las luces se apagan, se descorre una cortina allí donde estaba el lienzo y aparece un crucificado alemán del 1500. Sigo alucinado cuando me dicen que esta maravilla, tan propia de la contrarreforma, de los principios del barroco, se sucede todos los viernes del año. “¡¿Pero cómo es posible que esto no se conozca?!“. “La gente, que ya no viene a las iglesias…”

Claustro del colegio del Patriarca

Tras contemplar unos minutos el soberbio crucificado en la más absoluta oscuridad, Vicente nos muestra el mecanismo que hace posible el artificio, y después nos conduce a las dependencias del colegio. Vamos pasando por pasillos que parecen los de un viejo castillo pero en los que la pulcritud es tremenda. En el refectorio todavía huele a comida, en las cocinas hay luz y movimiento, y en el Aula Magna parece que ha habido alguna actividad recientemente. Lo único que se muestra totalmente solitario, absolutamente monumental en la noche, es el claustro. “Si venís por la mañana lo veréis mejor, pero las columnas son de mármol de Carrara. Todo eso está arriba firmado por él mismo, las facturas, cómo llegó todo… fijaos en los escalones de la escalera principal: son piezas completas. Esto debió costarle una fortuna, pero claro, tenía la herencia que le dejó su padre, y quiso el gastarla toda aquí…”

Al oír estas últimas palabras me extrañé. No tuve muy claro si me había perdido alguna parte de la explicación de Vicente, pero el personaje del que hablaba no podía tratarse del Santo fundador, el del cuerpo incorrupto de la iglesia. “Él, ¿quién?”, pregunto. “El patriarca, ¡quién va a ser!“.

Con la sensación de haber sido irreverente, sigo a Vicente y a mi amigo hasta la salida. Miro fascinado alrededor. Es realmente sorprendente cómo San Juan de Ribera pudo reunir bajo este magnífico edificio tal cantidad de patrimonio, y que haya llegado al presente tan íntegro pero sobre todo, conservándose con tal reverencia hacia el fundador. Porque aquí, si algo se conserva intacto, es el recuerdo de un Patriarca que parece que te saldrá al encuentro en uno de los pasillos del colegio.

Nos despedimos, absolutamente agradecidos, de Vicente, que nos insta a que volvamos más días: “¡Aquí hay mucho que ver! Volved pronto y cuando queráis”.

Algunas pinturas del museo
Adoración de los reyes, de Juanes

Viernes a las once de la mañana. Llegamos de nuevo al Patriarca, con la intención de visitar el museo. El museo del Colegio del Patriarca lo conforman cinco pequeñas salas en las que se exponen obras de importantes autores, algunas de las cuales pueden considerarse como obras maestras de su producción. Las salas de pintura del XVI albergan pinturas de Nicolás Borrás, Juan de Juanes y Yáñez de la Almedina, por ejemplo. Se trata de una sala donde contemplar la dimensión del renacimiento en el foco valenciano a través de la Adoración de los Reyes, de Juanes; o la Anunciación, de Yáñez.

En la sala siguiente, contemplamos obras de Luis de Morales y de El Greco. Del primero, destaca sin duda su Jesús Nazareno o con la cruz a cuestas, una de sus obras maestras; mientras que de El Greco cuelga de las paredes una de las revisiones de San Francisco y fray León meditando sobre la muerte.

Anunciación, de Yáñez

La pintura española del XVI que alberga el museo termina en esa sala. En la siguiente se expone pintura italiana: dos copias de La crucifixión de San Pedro y el Beso de Judas de Caravaggio, que los rótulos atribuyen directa y erróneamente al maestro del barroco, centran la atención. La sala siguiente, una pequeña rotonda, alberga dos pinturas flamencas, una de las cuales se atribuye a Van der Weyden; y en la última sala, se hace un recorrido por las obras artísticas que llegaron al Patriarca tras la muerte de San Juan.

El museo del Patriarca cuenta con unos fondos expuestos escuetos -gran parte de la colección permanece en dependencias privadas– pero notables; sin embargo, el proyecto museístico deja mucho, muchísimo que desear. La celebración del año de San Juan de Ribera, en 2011, tan sólo dejó en las instalaciones una serie de letreros que nadie se molesta en leer. ¿Cómo es posible que, con el fantástico patrimonio que alberga el conjunto de colegio, iglesia y museo, nadie sea capaz de plantear un discurso expositivo guiado que devuelva las obras del museo a su contexto original y permita a los visitantes una contemplación de toda la dimensión de semejante complejo patrimonial? ¿Por qué la institución no cuenta ni con una simple y llana página web propia donde hacer una relación de la colección?

El Colegio del Patriarca está condenado, hoy por hoy, a su más profundo desconocimiento por el público general.

(Es imposible abarcar todo lo que alberga el colegio del Patriarca sin extendernos más de la cuenta, cuestión en la que ya hemos incurrido, de manera obvia. Para más información, consulta esta página)

Esta entrada fue publicada el día 14 de enero de 2013, día de San Juan de Ribera.

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