En agosto vuelve Eva a Alicante. Ella y María Pagés. Reproduzco aquí el texto que publiqué en el diario “INFORMACION” (2 febrero 2008).
El sistema de signos de naturaleza estética se nutre especialmente de la carga subjetiva que el creador incorpora a su obra y la acción repercutida en las percepciones de quien se aviene al diálogo con la obra. Los significados direccionales de la expresión artística pueden saturar las capacidades cognitivas de quien, repito, se aviene al diálogo con la obra.
Pues bien, la escritura músico-plástica ofrecida por Eva Yerbabuena la pasada semana en San Vicente del Raspeig, dentro de la Semana Musical Vicente Lillo, me ha colocado nuevamente al borde del precipicio. Ya lo hizo con “5 mujeres”, en el 2000 y merced a un baile por soleá que me arrancó adjetivos que no debo transcribir. La conciencia de felicidad me liberó de la dimensión físico-dependiente, de la afirmación de que quien toma conciencia de la felicidad es porque ha dejado de ser feliz: el fondo del precipicio lo ocupa un magma que sólo el flamenco sabe llenar en su tiempo del orden en la sucesión de los significados, en su negación de la indiferencia, en la sumatoria de sensaciones provocadoras del poliedrismo constitutivo del gozo y del padecimiento.
Eva Yerbabuena señala los tiempos de la disposición y la predisposición en su praxis del baile y la coreografía, en cómo resuelve la crisis del espacio de representación y en el infinito abecedario de su cuerpo transido de seductora gestualidad. Quien llega dispuesto al espectáculo cristaliza su intuición; quien llega predispuesto se entrega. (Que se lo pregunten si no a la formidable cantidad de espectadores en la sala La Esperanza de San Vicente).
Pero no agoto ahí las señales proporcionadas por la representación coreográfica de “Santo y Seña” (título del espectáculo ofrecido); puesto que el movimiento, su marco visual y el concepto a que responde su comprensión del flamenco afianzan la gramática y vocabulario del baile. Eva y Paco Jarana liberan de trampas acomodadas lo que se muestra en escena. No hay concesiones al cliché del fotomatón o a la gracia barata adherida durante demasiado tiempo a lo flamenco y que hoy siguen abonando aquellos infectados por la vulgaridad y el gusto anorexizado. Se avanza en la conciliación del lenguaje atrevido del presente y la continuidad de lo aceptado como signo distintivo del baile flamenco: el registro plástico exhibido tiene carnet de transculturalidad, tanto que los estados de ánimo de los espectadores ya no están secuestrados por la seña cultural de procedencia, por el color que pudieran tener en foto fija estereotipada del flamenco. La narración interpretada (sea por soleá, por bulerías, por mirabrás, por farruca, por seguiriya); rezuma conciencia de la medida y el ritmo, del rigor en la disposición y distribución de cuerpos y espacio. La “decoración de la escena” bebe en una reconstrucción del pasado colocada en la atalaya frontera del futuro.
Si desgrano la totalidad del espectáculo veo detalles: la jerarquía perceptiva del cuerpo de Eva ataviada con bata de cola y mantón en una escala de difícil superación; las secuencias protagonizadas por los cuatro bailaores en laberinto milimétricamente organizado como espejos sin ninguna concesión a lo fácil y una especial ósmosis entre guitarra y mensajes argüidos por los sucesivos registros de los pasos de baile. Si resumo mi vivencia : hermosura.
El baile de Eva la Yerbabuena
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