¡Quién pudiera tener veinte abriles!
¿Qué le sucede a la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana? ¿En qué
siglo creen los pastores de almas que vivimos? Ni haciendo resucitar -como parece que lo están intentando- el creacionismo podrá evitar nadie que la sexualidad avance, y no creo que por el camino equivocado. Pese a los excesos, que también son necesarios para experimentar, el ser humano, como parte consustancial de la creación, modifica los dictados de la Naturaleza que, valiéndose de los tanteos del hombre (hombre y mujer, por supuesto), ajusta cualquier desviación al respecto. ¿Nos imaginamos una Naturaleza estática? Eso no es posible. La variedad es indispensable para que el orden universal progrese. De dicha multiplicidad, como sucede en la realidad biológica, madre Natura selecciona lo mejor para la evolución, y lo que es malo lo desecha. En este aspecto, los mitrados tratan de perpetuar un error milenario que frena todo intento evolutivo. Los eclesiásticos, considerándose poseedores de los dones divinos, interpretan las intenciones del Creador a su modo, que no es sino una manera de tener sojuzgados a los pueblos bajo el yugo del sofisma. Luego, como han hecho con la Inquisición, el Cielo, el Infierno, el Purgatorio y el seno de Abraham, nos volverán a pedir perdón. Será cuando, imposibilitados de poder sostener por más tiempo la falsedad, no les quede más remedio que aceptar el cambio. Imaginemos cómo sería el mundo de hoy si la Iglesia no hubiese interferido en el desarrollo humano. Porque si ahora nos vienen con peticiones de disculpa, ¿de qué ha servido tanta falacia medieval, creando terror ante la imagen de un infierno que, aunque tarde, dicen no existir?
Mantener la idea de que el sexo es un instrumento de exclusiva necesidad reproductora, significa limitar la naturaleza humana y encarcelar la evolución. El placer sexual dignifica al ser humano y genera salud. No en vano ciertos monjes orientales practican y recomiendan el tantra como medio artístico para alcanzar la plenitud. ¿Cuántas mujeres solteras que no han tenido pareja (el varón es mucho más libre en este aspecto) han degenerado su psiquismo hasta el extremo de caer en la histeria, cuando no en la depresión? ¿Qué sucede en los conventos con las monjas y los frailes? Sucede que, quien realmente desea servir a Dios en la abstinencia, precisa del cilicio para mortificar el cuerpo. Mortificación del espíritu y la carne, ¡qué pena! Algo sagrado como es el sexo, queda maldecido por abrazar el dogma hasta llegar al fanatismo.
Cuando yo era un adolescente (follar fuera del matrimonio estaba considerado pecado mortal), mi director espiritual me tenía frito:
– A ver, dime: ¿qué cosas feas has hecho esta semana?
Yo no podía decirle que me la meneaba, porque no conocía la palabra “masturbación”.
– Padre, he pecado gravemente contra el sexto mandamiento.
– ¿Tú solo?
Hoy le hubiera respondido: “No, padre, con la burra”; pero entonces era un chaval y sentía un miedo espantoso cuando pensaba en la caldera de Pedro Botero.
– Sí, padre, yo solo.
– Veinte avemarías y cuarenta credos. “Ego te absolvo a peccatis tuis”.
Sin embargo, como la testosterona me apremiaba nada más dejar el confesonario, cuando encontraba un retrete desocupado volvía a las andadas. Después, temeroso, doblaba por mi cuenta la penitencia impuesta. De tal modo es como digo que a la semana siguiente, cuando tenía que confesarme, había recitado de carrerilla más de mil avemarías y no sé cuantos centenares de jaculatorias. Hasta que cierto día, cuando me aseguraron que el capellán de la cárcel se lo hacía con un preso político, cambié de confesor (porque estaba obligado a confesar y comulgar al menos una vez por semana) y me dediqué a mentir a todo dios.
Hoy ya no me confieso ni comulgo ni me masturbo. Lo primero y lo segundo, por convicción; lo tercero, porque me parece una ridiculez perder el tiempo con sacudidas teniendo a mi alcance, de largo en largo (debo decir la verdad), la posibilidad de aullar en la cama, ¡anda ya!
Para concluir, queridas amigas y estimados amigos: haced el amor y que no os preocupe el demonio. Follar es mucho más placentero que pelear por el Estatut.
Augustus.