Jesús Alejandro Godoy
Había un hombre que era malo.
No era malo por que no compartía sus cosas.
Era malo por que todos decían que no compartía lo mejor que tenía.
Era malo por que a todos les había dado sus posesiones, pero no la voluntad de obtenerlas.
Era malo por que a todos les había otorgado su tiempo, pero no las vivencias que se encerraba en él.
Era malo, por que a todos les había regalado el arte que hacía con sus manos, pero no les había dado el don que poseía.
Era malo por que les había otorgado los castillos que había construido piedra por piedra, pero no, el conocimiento para erigirlos.
Era malo por que les había regalado varias fotografías donde se lo veía en todas las partes del mundo por donde había viajado, pero no les había dado la pasión por hacer cosas.
Era malo, por que les había mostrado a uno y a varios maestros sabios, pero no les había dado la comprensión para llegar a sus palabras.
Era malo, por que les había regalado sus inventos, pero no la curiosidad para generar nuevos sueños.
Era malo, por que les había regalado la forma de morir en paz, pero no les había explicado como hacerlo.
Un día conocí a un hombre que era malo.
En su tumba dejé una rosa y hablé con él.
Y supe por qué era malo.
Por que en silencio y luego de visitarlo miles de veces, me había regalado el secreto de la inmortalidad; pero no me había dado, la forma de llegar a ella.