Alejandro es mi hijo de 12 años, ciego y estudiante de violonchelo en Calahorra, La Rioja. Viaja cada mes a esta ciudad desde Madrid y lo hace acompañado de algún compañero de estudios adulto, pero el sábado 9 de febrero, día en el que no existe servicio directo entre Calahorra y Madrid, su compañero adulto estaba enfermo; tendría que viajar solo. Yo, su madre -ciega también-, solicité telefónicamente asistencia en la estación de Zaragoza-Delicias, para que le ayudaran a hacer el transbordo entre el tren procedente de Calahorra y el de Zaragoza-Madrid. El departamento de Renfe para acompañamiento a personas discapacitadas sólo supo darme la solución de que mi hijo con sus 12 años, su discapacidad visual y su instrumento y maleta llegara hasta la oficina de atención al cliente en la estación de Zaragoza-Delicias, es decir, que descendiera solo del tren de Calahorra, atravesara la estación por primera vez con sus circunstancias, buscara la oficina mencionada y entonces, sólo entonces, una persona le acompañaría al tren de Madrid. Le pregunto a Renfe y a su competente servicio de asistencia, ¿es que mi hijo se convierte en adulto y vidente desde el tren de Calahorra hasta la oficina de atención al cliente en Zaragoza y luego ya es susceptible de ser ayudado? ¿El servicio es para ayudar al que lo necesita o es sólo para hacer publicidad en los medios de comunicación? Los discapacitados, ¿necesitamos la ayuda y la falsa solidaridad de los demás sólo en determinados trayectos o determinados trenes? ¿En los AVE sí y en los talgos Calahorra-Zaragoza no? Para ofrecer un servicio así es mejor no ofrecer nada, al menos, nos ahorraríamos la indignación, los malos tragos y las llamadas interminables y carísimas a servicios inútiles como el de asistencia a discapacitados, que por el momento sólo tiene la rimbombancia de su nombre.