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El dúo dinámico.


Aznar y Rouco, el

dúo dinámico

EMILIO SOLER (*)

Prepárense para este verano. Unos simpáticos intérpretes van a intentar rememorar en los escenarios los éxitos multitudinarios de Ramon Arcusa y Manuel de la Calva, más conocidos como el Dúo Dinámico, mitos de aquellos nuestros años jóvenes en la década prodigiosa de los sesenta. Cuarenta años después, con lo que ha llovido en este país desde entonces, este nuevo dúo desafinado y bronco se va a pasear por la geografía española tal y como ya lo vienen haciendo en este mes de noviembre que se nos acaba. Uno de ellos, Aznar, con melena al viento y lanzado como Miguel Ríos en su vuelta a los ruedos, aunque sea como presidente del Realísimo madrileño, interpreta un éxito de antaño de Manolo y Ramón. La canción, “Perdóname”, va dirigida a su electorado y en ella el presidente de la FAES hace voto de rectificación y pide perdón a su modo por haber elegido como heredero al que no debía. En este fin de semana donde el orgullo patrio ha alcanzado límites insospechados por ganar la famosa ensaladera de plata a unos rioplatenses que esperaban mucho más de sus colores, y donde en el último partido entre Verdasco y Acasuso los telespectadores éramos incapaces de descubrir cuál de los dos jugadores era el menos malo, han brillado las palabras del sutil Aznar dirigidas al dubitativo Rajoy ante un público juvenil presidido por una sonriente Esperanza Aguirre. Don José María, completamente arrepentido de su decisión hereditaria, no ha dejado títere con cabeza y en forma demodé total ha interpretado en el congreso de los jóvenes peperos aquel viejo éxito del Dúo Dinámico: “Te perdí, por culpa de un error, te perdí y destrocé mi corazón. Y ahora yo, vuelvo a ti, a rogar, y a suplicar…”.

Rouco Varela, con menos pelo pero compañero de Aznar en sus galas malsonantes, tampoco desea quedarse atrás y ha recomendado reconciliación y solidaridad frente al revanchismo de la Memoria Histórica. Este cantarín purpurado, hijo putativo de los que brazo en alto cobijaban al dictador asesino bajo palio o los que le suministraban el brazo incorrupto de Santa Teresa para que las tétricas pesadillas del general golpista no le impidieran dormir, mientras predica el caritativo olvido, apadrina afanosamente y con auténtico entusiasmo la beatificación de quinientas personas que murieron en la Guerra Civil. Aunque ninguna de ellos, claro está, se encuentra entre las decenas de miles que todavía esperan en las cunetas de nuestro país con el cráneo agujereado por el tiro de gracia. Gracia de Dios, naturalmente.

Por si faltara algo, el arzobispo de Toledo Antonio Cañizares, otro que también podría agregarse a la troupe veraniega como corista o corifeo ya que méritos no le faltan, arremete contra los sacrílegos socialistas (progres de pacotilla o algo así nos llamó Aznar, que no damos abasto) incapaces de reconocer las bondades de sor Maravillas, esa santa canonizada por el mismísimo Papa Juan Pablo II y cuyo principal milagro para merecer tamaño honor postrero fue enfrentarse a los malvados republicanos que pretendían volar el monumento madrileño del Sagrado Corazón de Jesús. O resucitar a un niño de seis años que se ahogó en una balsa de agua putrefacta y volvió a la vida una vez que su mamá, dev

ota de la sor, se encomendase a la santa madre priora, María Maravillas Pidal para los amigos.

Sobre María Maravillas, que se sentía orgullosa de no haber pisado nunca una escuela y que hizo voto de virginidad cuando contaba cinco años de edad, ninguna persona sensata en este país aconfesional debería recordar su nombre y su santificación debido a ese motivo tan pueril como resucitar a un niño. Pero su fama ha saltado de nuevo a la palestra gracias a la pía intervención de ese socialista tan bien disfrazado que se llama José Bono, presidente de las Cortes Españolas, nada más y nada menos. Curioso personaje éste que se hace el gracioso con sus amigos de la derecha merced a un cultivado lenguaje hacia sus propios compañeros de partido. Yo, si me dedicara a esto del espectáculo con el éxito de estos tipos, propondría a Aznar y a Rouco que en lugar de un dúo montaran un trío y ficharan para sus esperpénticas actuaciones por la piel de toro al ex presidente de Castilla-La Mancha. Imagínense lo que daría de sí el show: un ex presidente del Gobierno, arrepentido; el capo de los obispos y cardenal romano, preocupado; y la tercera autoridad en rango de la Democracia española, encantado.

Las palabras de Aznar arremetiendo contra su heredero Rajoy han hecho recapacitar al líder de la derecha española y ha decidido, por fin, dos cosas: la primera, ordenar a los suyos que nadie ose replicar las palabras de ánimo que le dedica el presidente de la FAES ya que el horno no está para bollos. La segunda, que también tiene su miga y está plenamente justificada por la anterior decisión, ha sido la de adoptar plenamente el ideario de la Santa de las Maravillas, maravillosa representante y símbolo del integrismo católico que nos inunda ya que la susodicha encabezó una escisión de las Carmelitas como reacción (nunca mejor dicho) al Concilio Vaticano II. Y, en estas fechas contra la violencia de género, memorable autora de una guía era que indicaba, nada más y nada menos: “Déjate mandar, déjate sujetar y despreciar. Y serás perfecta”, perfecto en el caso de don Mariano. Sor Maravillas fue beatificada en 1998 y hecha santa en 2003, mientras tanto, Rajoy sigue a la espera tras sus continuas derrotas y los amables comentarios que le dedica el ala más ultra de su partido, aunque, como buen gallego, no desespera. Sinceramente, creo que el hombre se lo merece. La santificación.

(*) Emilio Soler es profesor de Historia Moderna de la Universidad de Alicante.