Las cunetas de Camps y su cajita
JOSÉ RAMÓN SOLANO RODRÍGUEZ
Y en efecto, eso hice, y muchos lustros han pasado desde que guardé el mueble de la historia pensando que nunca más lo volvería a abrir y que se consumiría con mi vida, al igual que miles de leyendas personales, íntimas, que no se desvelan y que de forma anónima nos acompañan como ángeles de la guardia de las ideas que queremos conservar y perpetuar.
Hasta ayer, jueves, 12 de noviembre de 2009, en que el presidente de la Generalitat Valenciana, Camps, ha abierto su particular cajita del pasado, y me he apresurado a abrir mi cofre y que me contara qué poso quedó entonces que me ayudara a entender la exhumación de la maldad, ¿y saben ustedes qué me ha contestado? Pues que menos lo entiende, porque si llevaba allí encerrado desde hace más de treinta años, al menos esperaba que la evolución del intelecto humano hubiera cubierto con toneladas de hormigón el leviatán del pasado, vamos, que casi me gano un chorreo encima por preguntar.
Y como no podía ser menos del cofre de mis recuerdos, me dio un consejo, como siempre sabio, de alguien que sólo tiene el cometido solitario del pensamiento no compartido, y que hoy, después de muchos años reencontrados, me ha hecho ver que los que guardaron cajitas emponzoñadas sólo encontrarán veneno más concentrado que cuando las dejaron, y me dijo con un poco de pena, ¿sabes?, es que nunca las llegaron a cerrar y no dejaron que el odio se consumiera en el interior sino que a través de las rendijas sólo ha entrado más rencor.
Y ahora, una confesión, me he sentado a escribir con dolor y termino de escribir muy sosegado, porque me he dado cuenta treinta años después que mi cofre estaba bien sellado, y al abrirlo no huele a muerte, sino a bonhomía y esperanza en el futuro, y pensar que el resto de las cajitas se irán descomponiendo conforme se vayan abriendo, me devuelve al mismo espíritu de hace treinta años.
Posdata: Obsceno es decirle al señor Luna que muerde la mano del que le ha dado de comer, porque el hambre no convierte a los hombres en esclavos vitalicios, que esto no es el Coliseum romano en el que sólo se llegaba a la libertad por la muerte.