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Bibliografía

En cuanto a la bibliografía me he centrado en dos libros sobre las cuestiones del ejército de Flandes:

GEOFFREY PARKER, EL EJÉRCITO DE FLANDES Y EL CAMINO ESPAÑOL 1567-1659.

– JULIO ALBI DE LA CUESTA, DE PAVIA A ROCROI: LOS TERCIOS DE INFANTERIA ESPAÑOLA EN LOS SIGLOS XVI Y XVII.


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Conclusión

Se puede resumir la trayectoria de los tercios en estos puntos: hasta 1600, constituye la mejor infantería de Europa. A mediados de XVII, el sistema militar español muestra claros síntomas de agotamiento. Al final de este periodo España deja de ser una potencia hegemónica. Lógicamente los tercios también pierden ese potencial. La decadencia de los tercios no hizo sino reflejar la del país que los creo. Europa entera copio el sistema de tropas ligeras de Austria. El modelo español, fue en su día el más eficiente que existía y por lo tanto emitido por los otros países.

Los problemas del ejército era una cierta escasez de generales brillantes. Importantes derrotas se debieron a las deficiencias de la caballería. La decadencia militar también se debió a los asuntos económicos. La política de los Austrias y el propio poder de España generaron un número tal de enemigos que llego a ser imposible batirlos a todos. Los tercios asi se fueron desangrando en una lucha eterna contra una sucesión de rivales, que en ocasiones, parecían que se iban relevando en su enfrentamiento contra España.

España sencillamente, era incapaz de asumir la carga que suponía la defensa de sus territorios y el papel que se había impuesto. Esto le llevo a una bancarrota y la oleada de motines. La falta de fondos hizo que desde fechas muy tempranas, los tercios estuvieron mal pagados. Ante ello las tropas se rebelaban. Si financiar las unidades existentes era una cuestión ardua, reclutar otras nuevas resultaba aun más difícil.

Como se puede resumir, no había dinero ni para mantener a estas tropas y para tenerlos completos. La combinación de estos factores llevo a la decadencia de los tercios.

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LOS CORREDORES MILITARES


El enemigo público número uno de los españoles era la distancia. Las tardanzas y las separaciones ocasionadas por la distancia complicaron todos los actos de gobierno, desde la transmisión continua de órdenes y noticias hasta el despacho de metal precioso y el movimiento continuo de tropas. A mayor distancia, mayor la separación y mayor la demora.

La necesidad de hacer frente al desafío de la distancia dio lugar a un número de importantes respuestas administrativas. Un ordenado sistema de correos con sus estaciones se extendió por el continente, uniendo las capitales con los centros comerciales, transmitiendo cartas, llevando noticias. Para el transporte de metales preciosos y de mercancías se organizó un servicio regular de carreteros y convoyes, entre los centros comerciales se movían continuamente caravanas de mulas o de largas carretas. Sin embargo, el traslado de un ejército presentaba problemas de muy diversa magnitud. Mientras que los correos pasaban de uno en uno o de dos en dos, y mientras que las mulas o carretas cargadas de mercancías lo hacían de cien en cien como mucho, las tropas viajaban por millares. Su paso a través de territorios en paz era lento, irregular; necesitaban alojamiento y víveres.

Estos movimientos de masas plantearon muchos y difíciles problemas de naturaleza puramente técnica. Los soldados necesitaban protección política contra el peligro de ataque mientras se dirigían al frente. Había que conjugar la rapidez con la seguridad. En consecuencia los diferentes estados europeos crearon una red de lo que podríamos llamar «corredores militares»: itinerarios reconocidos que conectaban a un ejército en servicio activo con las lejanas tierras donde había sido reclutado. Los corredores militares significaron un paso importante hacia la solución de los dos problemas, el técnico y el político, que implicaban los movimientos militares en tiempos de paz, ya que regularon el desplazamiento de tropas, haciendo posible la preparación por adelantado de los servicios básicos bajo garantía de protección diplomática permanente.

Debido a que el Ejército de Flandes reclutaba la mayor parte de sus tropas en el extranjero, muy lejos de los Países Bajos, dependía exclusivamente de sus corredores militares. Existía cuatro arterias por las que llegaban al Ejército sus recursos humanos, dos por mar y otras dos por tierra.

La menos importante de estas arterias era la ruta marítima desde las islas Británicas. En primer lugar, los primeros contingentes de soldados ingleses, irlandeses y escoceses que se incorporaron al Ejército de Flandes estaban ya en los Países Bajos. Muchos de los refuerzos que llegaron a estas unidades eran ingleses inconformistas que organizaron por su cuenta la travesía. El reclutamiento directo para el Ejército de Flandes no comenzó hasta la paz anglo-española de 1604. Casi inmediatamente un regimiento entero fue reclutado en Inglaterra por Thomas, lord Arundel, y otro en Irlanda por Henry O’Neill. Este repentino éxodo alarmó a la Inglaterra protestante. En mayo de 1606 el Parlamento declaró culpables de felonía a los ingleses que sirviesen a un príncipe extranjero, a no ser que antes prestaran juramento de adhesión a Jaime I y ofrecieran garantías de no reconciliarse con la Iglesia de Roma. En realidad, esta restricción apenas surtió efecto antes de abril de 1607, fecha en que cesaron las hostilidades declaradas en los Países Bajos y fecha a partir de la cual ya no fueron necesarios más reclutamientos en Inglaterra. Al expirar la Tregua de los Doce Años en 1621, la situación de Inglaterra era mucho más desfavorable para España, e intensos reclutamientos para el Ejército de Flandes elevaron el contingente de británicos a 4.000 para 1623. Este número bajó durante la guerra hispano-inglesa (1625-1630), pero volvió a aumentar poco después de la Paz de Londres: a lo largo de los años treinta sirvieron en el Ejército de Flandes unos 4.000 soldados británicos. La situación se modificó de nuevo en la década de los cuarenta cuando la Confederación de Kilkenny en Irlanda y el estallido de la Guerra Civil (1641-1642) redujeron las disponibilidades de potencial humano británico para las guerras de los Países Bajos. No volvieron a llegar más tropas de aquella procedencia hasta que la victoria del Parlamento, primero en Inglaterra y después en Irlanda, ocasionó la migración de muchos grupos de realistas y católicos derrotados, de la cual se beneficiaron España, Francia y los Países Bajos españoles. Después de 1605 todos los contingentes de tropas británicas se reclutaron mediante asiento o contrato, y el transporte de las tropas corrió a cargo del gobierno inglés o bien de los asentistas. En realidad, una parte del dinero que se pagaba a los asentistas por cada hombre que traían a Flandes era para cubrir los costes y riesgos del transporte. Sólo en raras ocasiones se emplearon los barcos de la armada de los Países Bajos. Los barcos de cabotaje solían transportar a los reclutas desde Waterford, Southampton o desde algún otro puerto directamente hasta Dunquerque u otro puerto del norte de Francia (Calais, por ejemplo), dejando que los soldados hicieran el resto del viaje a pie —procedimiento bien acogido, sin duda, por los propios viajeros, muchos de los cuales no volvían a recobrarse de las horribles condiciones en que viajaban en aquellos superpoblados transportes.

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EL EJERCITO PERMAMENTE

El rápido aumento en la escala de las operaciones militares en Europa después de 1530, transformo el tamaño y la composición de los ejércitos y obligo a todos los gobiernos que se hallaban en guerra reclutar el doble de hombres que antes. Una respuesta al problema era mantener un ejército permanente. En los Países Bajos de los Habsburgo prestaban servicio permanente en las fortalezas que hay a lo largo de la frontera francesa 3.200 hombres, apoyados por 15 bandes d´ordennance (compañías de caballería pesada, integradas exclusivamente por caballeros y nobles, a los que estaban adscritos soldados de a pie y escuderos. Estas bandes eran de una dudosa utilidad militar a finales del siglo XVI, pero representaban una pequeña ayuda adicional y ofrecían un empleo tranquilo y honorable a la nobleza de los Países Bajos.  El remedio a estas deficiencias fue una de las primeras preocupaciones del duque de Alba a su llegada a los Países Bajos.

Salvo 1577, en que el Ejército de Flandes fue desmovilizado totalmente, siempre hubo un servicio en los Países Bajos españoles un ejército permanente de entre trece y quince mil soldados.

El número total de tropas que podían ser movilizadas en un momento dado, y la duración de los trámites estaban en función de tres factores variables: la extensión de la zona en que se autorizaba el reclutamiento, las disponibilidades de hombres en aquel momento en estas zonas, y el mínimo aceptable de edad y cualidades de recluta. En el siglo XVI era frecuente que los gobiernos reclutasen parte de sus soldados en el extranjero. Las tropas extranjeras formaban preferentemente la elite, sirviendo en la vanguardia de todas las acciones de  guerra. El Ejército de Flandes estaba integrado por tropas de hasta seis “naciones” diferentes: españoles, italianos, borgoñas, alemanes y británicos.  Rara vez las tropas extranjeras el Ejercito de Flandes eran simples mercenarios como las tropas auxiliares españolas. La inmensa mayoría eran a la vez súbditos y soldados del rey de España. El interés de todos los gobiernos por reclutar hombres que hayan de servir no solo como soldados sino también como vasallos en donde se les ordena. Esas tropas eran más de fiar, más comprometidas. Era una fuerza de unión que las tropas fueran de distintas regiones. En cambio el reclutamiento de la población nativa era reducido ya que no se concedía un gran valor militar y era fácil desertar.

Para encontrar armas y armaduras para los reclutas del Ejército de Flandes no hacía falta tanto ingenio. Muchas de las tropas extranjeras ya estaban perfectamente equipadas cuando llegaban a los Países Bajos. Las españolas e italianas recibían sus armas de los depósitos del gobierno en Milán; las tropas alemanas eran armadas bien por los asentistas que las reclutaban o por las armerías de Innsbruck  u otra ciudad. Los armeros de los Países Bajos, podían proporcionar sin dificultades todo el equipo militar que necesitaría el Ejército. Pero había que pagarlo. La gran limitación experimentada por el Ejército de Flandes en el siglo XVI en punto a equitación fue financiera: una pica y una armadura costaban 30 florines en los años de 1590, un mosquete costaba 10 florines, un cañón de 24 onzas costaba 1.000 florines. Con precios así, nunca había dinero suficiente para armar a todos los soldados de una vez.