3. Barroco e Iglesia

Algunos estudiosos de la Historia del Arte afirman que la evolución artística sigue siempre dos fases contrapuestas, que se alternan de manera periódica. Un periodo clásico, en este caso el Renacimiento, relacionado normalmente con periodos de prosperidad, en el que el arte suele unificarse y seguir estilos fijos; y un periodo más caótico, en el que las perspectivas y tendencias de la etapa anterior se ponen en cuestión, apareciendo nuevos estilos divergentes como es el caso del Barroco. Este último se desarrolla en el mundo cambiante del siglo XVII y principios del XVIII, caracterizado por los descubrimientos ultramarinos, la puesta en duda de los fundamentos cristianos (asentamiento del Protestantismo), la lucha de las monarquías para centralizar los poderes estatales, las grandes campañas militares por la hegemonía en Europa, el desarrollo de la burguesía comerciante, el abandono de las concepciones medievales entorno al ser humano y al mundo, entre otros muchos acontecimientos. Estos cambios (sociales, políticos, religiosos y culturales) van de forma inherente acompañados de un cambio artístico, plasmado en el Barroco.

El barroco no es sólo un concepto artístico, sino también la definición cultural de la época, que se extendió a lo largo del siglo XVII hasta mediados del siglo XVIII. La desintegración y las dudas surgidas con motivo de la Reforma en Europa al final del siglo XVI, hacen surgir nuevos planteamientos ideológicos que hicieron necesario una renovada cultura que sirviera como instrumento integrador y ofreciera al ser humano un fundamento seguro de existencia. Había desaparecido el universo renacentista único y había sido sustituido por un pluralismo religioso, económico y político. Esta pluralidad hace que, por primera vez, la opinión pública despierte interés en las autoridades religiosas y civiles, que comprometieron el arte en defensa de sus intereses e ideas, para influir en el pueblo. Al barroco se le exige comunicar y persuadir, actuar sobre el ámbito de la gente para consolidar la Contrarreforma y la monarquía absoluta.

Para el crítico de arte italiano Carlo Argan, el Barroco fue una revolución cultural en nombre de la ideología católica. La Iglesia de Roma pasa a ser un medio de propaganda al servicio de la causa católica, y en el Concilio de Trento se habla de que “el artista” debe instruir al pueblo, recordándole los artículos de la fe, impulsándole a adorar e incluso a amar la figura de Dios. Para cumplir esta misión, el arte debía poseer fuerza de atracción sobre los sentidos y poder de penetración en el espíritu, es decir, debía ser seductor y didáctico para mostrar el camino de la salvación.

Al referirnos al Barroco, no hablamos de un mero concepto o movimiento artístico representativo del siglo XVII y parte del siglo XVIII, sino también de un movimiento cultural. En esta época de cambios, el barroco nace como contraposición al Renacimiento, y va ligado de una forma u otra en sus variadas expresiones artísticas a la Iglesia católica, concretamente al movimiento Contrarreformista, siendo la temática predominante la religiosa.

El Barroco fue una consecuencia de la lucha religiosa que tuvo lugar en Europa a causa de la Reforma protestante, siendo la respuesta la Contrarreforma católica. El enfrentamiento religioso provocó un cambio de mentalidad que afectó a todos los aspectos de la cultura, el arte y la sociedad.

El Barroco significó el triunfo de los sentimientos exaltados. La serenidad y la fe que habían caracterizado en el Renacimiento al ser humano, fueron sustituidas por una visión de la vida más mística, muy influida por la religión, menos optimista.


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