La revolución “moderna”, frente a los dogmas que configuraban la visión cósmica medieval, escolástica y por tanto aristotélica ya se había iniciado, como hemos visto con Giordano Bruno, Copérnico, Galileo y los movimientos político-religiosos producidos por el luteranismo, los posicionamientos equidistantes como el de Erasmo y los contrariamente radicales como las doctrinas emanantes de Trento y sus huestes jesuíticas.
Pero será en el siglo XVII cuando la revolución del pensamiento tome carta de naturaleza.
El Universos comienza a ser visto como un fenómeno”impersonal” regido por leyes naturales de forma regular, que podemos comprender en términos físicos y matemáticos. Dios sigue siendo su creador, pero ese universo de leyes físicas y matemáticas ha dejado de estar gobernado por un Dios personal, como dice Walter Schulz,” el dios de los filósofos modernos ya no hace milagros” (J. Quesada, Otra Historia de la Filosofía).
Es desde estos momentos históricos donde la Filosofía deja de ser la ancilla de la Teología y comenzará el desgarro entre la fe y la razón, que en el último comentario señalábamo. Estamos asistiendo al alumbramiento de un nuevo movimiento filosófico y con él a un nuevo tipo de espiritualidad: el Racionalismo.
La razón autosuficiente, que explica la realidad, el conocimiento sensible, la experiencia, las ideas innatas, el modelo matemático, todo ello nos lo trae el nuevo movimiento, pero ya dentro de éste, no es el mismo racionalismo el de Descartes, que el de Leibnitz.