Benito de Spinoza, un libertario

   El retorno de la estupidez que en la actualidad sufrimos: fundamentalismos, nacionalismos, positivismos suicidas y un largo etc., nos recuerda a un personaje que se vió obligado a elegir entre la superstición, la intolerancia, la irracionalidad de su fe religiosa, no menos importante que otras, y la razón.

   Spinoza (1632-1677), nacido en Holanda es hijo de judíos españoles, burgaleses, que ya habían tenido que refugiarse en Portugal, desde donde emigran. Es expulsado de la sinagoga, donde destacaba por su brillantez, a los 24 años de edad por blasfemo. Decide, a partir de este hecho, defender la causa de “los amigos de la libertad del pensamiento”, como él mismo señala en el prefacio de su obra fundamental “Tratado teológico político“.

    Spinoza elige el camino de la Filosofía fundamentándose en la comunidad de individuos que tiene la capacidad de pensar y juzgar por sí mismos y la lectura de sus obras da luz a planteamientos muy de actualidad. Su “Tratado sobre Dios, el hombre y su felicidad”, es muestra de ello.

     Nuestro filósofo se propone, ante todo “… buscar en la filosofía el bien supremo que temple el ánimo y proporcione una serena y eterna bienaventuranza. Este bien supremo es producto del conocimiento de Dios como unidad del conjunto del universo” (Ferrater Mora “Diccionario de Filosofía). ¡Que barbaridad!, dirá con seguridad algún “progre intelectual” de hoy.

   El pensamiento moderno de nuestro filósofo señala la distinción entre piedad e impiedad por nuestras acciones, distingue entre Teología y Filosofía y la obligación política del ciudadano a obedecer la Ley del Estado distinguiéndola de la autoridad religiosa y los dogmas. Según Benito de Spinoza, la libertad de pensamiento quiere decir que “en una sociedad libre debería ser lícito a cada uno pensar lo que quiere y decir lo que piensa”. Nada más y nada menos.

spinoza[1]

 

 


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