Acabamos de ver a Hume y es precisamente su escepticismo lo que se podría denominar la forma de vida laica, civil, propia de la Ilustración, aunque este concepto no es aceptado por el dogmatismo religioso, a pesar de que sería una buena fórmula de convivencia para los que discrepan en tan altas disquisiciones, creo yo.
La Ilustración, fenómeno europeo con proyección intercontinental, es una oposición entre lo que el hombre y su razón “alumbra” y las luces tradicionales que la Iglesia interpreta de forma única e irrebatible, fuente oscurantismos e intolerancia.
La nueva filosofía que nace en esta época entre los siglos XVII y XVIII, era expresada desde un laicismo que permitía liberar las ideas sumisas a un catolicismo esgrimido por el Antiguo régimen y el contra reformismo centro europeo, igual de férreo e intolerante; la razón y el naturalismo la concibieron.
Pero no nos engañemos aunque muchos lo intenten, se trata de anticlericalismo no de ateísmo. Los ilustrados se enfrentan en toda Europa al dogmatismo político y religioso que unía la religión con la moralidad. Fueron precisamente los dogmáticos junto con los ignorantes, los que fomentaron la intolerancia, peligraban sus modelos culturales y educativos.
Aunque ateos hubo entre los Ilustrados, la creencia era el deísmo, un Dios único al que la conciencia individual hace suyo transformándolo en experiencia personal. Se tenía la visión de un Dios, racional por una parte, pero dotado de afecto y sensibilidad y se primaba la experiencia religiosa personal frente al ecumenismo eclesiástico. El denostado libertinaje en la moral que algunos le atribuían, es más una moral hedonista que nace de la libertad del hombre y su posibilidad de gozar. Yo, lo asocio a una especie de nuevo epicureísmo.
El deseo de la Ilustración se define en lo político y social por el Despotismo Ilustrado; científicamente es el conocimiento de la Naturaleza a la que se trata de dominar y que a su vez sirve de base a la filosofía de la época y en el ámbito moral y religioso, el deseo de aclarar dogmas y leyes en su origen, con el fin de llegar a una religión natural, un deísmo que sitúa Dios como creador y primer motor de la existencia, sin negarlo.