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Watson, el ADN y el racismo

Las políticas [en África fracasan porque] están basadas en la creencia errónea de que nuestra inteligencia es igual

Existe un deseo de igualdad, pero quienes tienen empleados negros saben que no es así

17/10/2007

James D. Watson

Hubo una vez un tiempo en la ciencia de la Genética donde el racismo estaba de moda. Si las características de los seres vivos se heredan, la inteligencia, la moral y otras cualidades intelectuales y éticas también podrían hacerlo. Así, desde sus inicios como ciencia establecida a principios del siglo XX, el racismo genético estaba bien visto. No hay que decir que no había ninguna prueba científica que lo demostrara, ni siquiera existía una hipótesis ni línea de trabajo que apoyara tales afirmaciones. Simplemente, era una observación de la realidad social, que ignoraba voluntariamente el efecto del ambiente sobre estas características.

 

En Estados Unidos, donde el racismo ha estado institucionalizado hasta hace unos pocos decenios, y donde aún hoy persiste una base de sociedad racista en muchos lugares, existieron grandes genéticos dispuestos a defender estas ideas. Por poner un único ejemplo, Charles Davenport, profesor en la Universidad de Harvard, director del Cold Spring Harbor Laboratory, miembro de la Academia Nacional de Ciencias, fue un defensor a ultranza de la eugenesia, es decir, la mejora genética de la raza humana. Tuvo además importantes conexiones con instituciones y publicaciones de la Alemania nazi antes de la segunda guerra mundial.

El determinismo biológico y genético (todo está en nuestros genes y poco podemos hacer para cambiar) favoreció una teoría científica para el racismo. Todo ello se desmoronó cuando basados en estos principios, se descubrió el terrible plan de los nazis para mejorar la raza humana. Muchos científicos se avergonzaron de sus posiciones anteriores, y todo esto fue cayendo paulatinamente en el olvido, más por motivos políticos que científicos.

Tras unos cuantos años, el determinismo genético está volviendo, probablemente de la mano de los descubrimientos en genómica y de la promesa de algunos científicos de identificar todos los posibles factores hereditarios de todas las características humanas. Paradójicamente, la acumulación del conocimiento sobre el genoma está provocando una vuelta a las antiguas hipótesis eugenésicas de mejora de nuestros genes. Y con ésto, se vuelve a considerar los genes como la consecuencia de las diferencias entre diferentes grupos sociales, o razas.

Por ello, no me sorprenden an absoluto las declaraciones racistas de James Watson sobre la deficiencia de inteligencia de los negros. Watson es un científico de prestigio, co-descubridor de la estructura del ADN, por lo que recibió el premio Nobel en 1962, fue profesor de la Universidad de Harvard, presidente del Cold Spring Harbor Laboratory (se puede acceder a su depósito de información sobre eugenesia), director del Proyecto del Genoma Humano… un currículo superior al de Davenport. Sin embargo, su mentalidad racista es más fuerte que la sensatez que tanto cargo a lo largo de su vida le haya podido aportar o superior a cualquier evidencia científica. Más bien, falta de evidencia científica.

Se puede decir mucho para desmontar la teoría de Watson. Las “razas” humanas son sólo producto de un puñado de genes, entre los que se encuentran los del color de la piel; las diferencias genéticas entre “razas” son mínimas y realmente no existe motivo genético para su existencia. La especie humana es relativamente moderna y bastante homogénea desde el punto de vista genético. Aunque la mayoría de los genéticos estaremos dispuestos a afirmar que la inteligencia depende de genes y que tiene seguramente un cierto componente hereditario, es probablemente la característica humana más moldeable que existe, y que depende fuertemente del medio ambiente (en particular, de la educación durante la infancia). Las diferencias de inteligencia entre clases sociales, “razas” o grupos humanos de cualquier índole, que pueden existir, son seguramente más debidas a infinidad de causas socioeconómicas, de posible solución, que a razones genéticas. Eso sin entrar a debatir sobre qué es lo que consideramos inteligencia y cómo la medimos.

No existen pruebas ni indicios científicos que demuestren lo contrario. Prueben a leer el magnífico ensayo “No está en los genes“, de Lewontin, Rose y Kamin (ISBN 978-84-8432-442-3). Mucho me temo que Watson está buscando publicidad gratuita para su último libro, a punto de editarse en Gran Bretaña, negocio que le ha aportado pingües beneficios (veáse Honest Jim) . Yo no lo compraré.

El redescubrimiento de Mendel

Gregor_MendelGregor Johann Mendel, el descubridor de los genes, es considerado como el padre de la Genética. Este aplicado monje agustino estableció el modo de herencia de siete caracteres en la planta del guisante. Su trabajo fue publicado en 1866 por la Asociación para la Historia Natural de Brno, actual República Checa, el Imperio Austrohúngaro entonces. Pero Mendel murió sin recibir ningún reconocimiento por sus descubrimientos. No fueron entendidos por los científicos de la época, en especial por Anton Kerner von Marilaun y Karl Wilhem von Nägeli, con quien Mendel mantuvo correspondencia. Nägeli era uno de los botánicos más importantes de su tiempo, y también estaba interesado en la herencia. Incapaz de comprender la importancia de los descubrimientos de Mendel, le sugirió trabajar con Hieracium, una planta de la familia de las compuestas. Desgraciadamente, más tarde supimos que Hieracium presenta apomixis parcial, es decir, parte de sus semillas son únicamente de origen materno y no contienen aporte ninguno del polen. La pesadilla de un genético.

Mendel tuvo que esperar hasta 16 años después de su muerte para que tres investigadores, de forma independiente, comprobaran en sus trabajos que las llamadas “leyes de Mendel” representaban la primera luz en el descubrimiento de las unidades de la herencia biológica: los genes. Fueron destacados botánicos de principios del siglo XX: Hugo de Vries (Holanda), Carl Correns (Alemania) y Erich von Tschermak-Seysenegg (Austria). Es discutible si hubiera sido posible que comprendieran sus propios resultados sin haber leído con anterioridad el trabajo de Mendel. Paradójicamente, Correns fue estudiante de Nägeli, y Tschermak era nieto de un profesor de Botánica de Mendel, durante sus estudios en Viena.

Mendel quizá nunca pensó en la importancia de sus descubrimientos, ni que fueran universalmente extendidos a todos los organismos con reproducción sexual. Mendel estableció sus principios en el guisante y en la judía. Tschermak y Correns los confirmaron también en el guisante, y de Vires lo hizo en una docena de plantas, incluido el maíz, también corroborado por Correns. Que los principios mendelianos eran aplicables a animales lo demostraron en 1902 Lucien Cuénot (ratón) y William Bateson (aves). Se hizo evidente la universalidad de estos principos. Así nació la Genética, tal y como bautizó Bateson a esta nueva ciencia (del griego genno, γεννώ; nacer).