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El aborto y la Genética
La aparición de la denominada declaración de Madrid en contra de la iniciativa de una ley de plazos para el aborto ha traído de nuevo a la Genética a la palestra. El que la firmen numerosos catedráticos y profesores de Genética me ha llevado a considerar traer este polémico asunto a discusión, básicamente porque la citada declaración consta también de un manifiesto en contra, firmado también por un abundante grupo de profesores de Genética e invetigadores diversos.
Mientras que la primera declaración se manifiesta definitivamente en contra del aborto, hay que dejar claro que el contra-manifiesto no se declara ni a favor ni en contra del aborto. La frase siguiente, con la que no podemos dejar de estar de acuerdo, lo resume muy claramente:
El momento en que puede considerarse humano un ser no puede establecerse mediante criterios científicos
Mientras se supone que la Ciencia, con mayúsculas, es indiscutible, en realidad no es así. La discusisón y el debate, apoyada por datos empíricos, es la base de la ciencia moderna. La discusión parece acabarse cuando esos datos son confirmados repetidamente, modificados o rechazados, y llegando a una conclusión que podríamos llamar realidad científica, que como tal es cambiante y nunca definitiva. Una nueva observación y nuevos datos pueden alterar esta realidad científica o confirmarla.
A pesar de transcurrir años y años de acumulación de pruebas y datos a favor de una realidad científica, los descubrmientos científicos pueden tener facetas oscuras y desconocidas, y sin embargo presentar facetas con amplio consenso entre los científicos.
Por ejemplo, una de las realidades científicas más conocidas de la Biología es la evolución. Ningún biólogo en sus cabales puede negar la existencia de la evolución mediante selección natural, llamada también darwiniana. Se sigue investigando y discutiendo sobre muchos aspectos de la evolución, tal y como debe ser, y hay discusiones, discrepancias y debate. Pero esas discrepancias no invalidan el hecho de quela selección natural sea el principal motor de evolución de los seres vivos.
El problema es que en la declaración de Madrid se afirma categóricamente:
Existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento de la fecundación.
Esta afirmación es bastante polémica, puesto que los científicos no disponemos de ningún artefacto capaz de detectar la vida (se refiere a la humana). Desde el punto de vista fisiológico, tan vivo está un zigoto como un gameto. Y sin embargo, nadie afirma que los espermatozoides contengan vida humana. Así que para justificar esta afirmación, hay que recurrir a la Genética. Sigue la declaración:
la Genética señala que la fecundación es el momento en que se constituye la identidad Genética singular
Esta afirmación no es exacta. Los gametos también tienen una identidad genética propia y singular, diferente a la de los padres, y no se les considera humanos. Podría arguirse que los gametos de por sí, solos, no pueden dar lugar a un ser humano. Pero es que un zigoto, de por sí, solo, tampoco puede dar lugar a un ser humano: necesita de un lugar adecuado, el útero, para producir un ser humano. Y si un zigoto o un gameto, dependiendo de donde vaya a estar, va a poder ser un ser humano o no, entra dentro de la filosofía, no de la realidad científica.
Seguimos con la declaración:
El cigoto es la primera realidad corporal del ser humano. Tras la constitución del material genético del zigoto, procedente de los núcleos gaméticos materno y paterno, el núcleo resultante es el centro coordinador del desarrollo, que reside en las moléculas de ADN, resultado de la adición de los genes paternos y maternos en una combinación nueva y singular.
Aunque todo ser humano nace de un zigoto, no todos los zigotos dan lugar a seres humanos. Llamar a un zigoto un ser humano únicamente por su constitución genética singular es como decir que una célula de mi cuerpo, que tiene una constitución genética igual a la del zigoto que me originó, también es un ser humano.
Hagamos una especie de reducción al absurdo. Supongamos que un embrión de 18 células es un ser humano. ¿Qué pasa cuando uno de estos embriones se divide? ¿Hay dos seres humanos? ¿Pero no era la constitución genética singular lo determinante de un ser humano? Ya tenemos dos seres humanos con la misma constitución genética. Esto ocurre muy amenudo, de hecho en el 3.5% de embarazos. Les llamamos hermanos gemelos, y nadie discute que no sean seres humanos independientes.
Imaginemos ahora dos embriones, producidos por dos hechos diferentes de fecundación. Normalmente darían lugar al nacimiento de mellizos, hermanos dizigóticos. Pero ¿qué pasa si esos embriones se fusionan en las fases tempranas del desarrollo? Acaba naciendo una persona perfectamente normal, llamado quimera, que contiene células de dos constitucions genéticas diferentes ¿Hemos perdido un ser humano? No, no se ha perdido ninguna célula ni ninguna constitución genética singular, no ha habido aborto espontáneo. ¿Como hemos pasado de dos seres humanos a uno solo? Esta persona contiene dos constituciones genéticas únicas en diferentes células de su cuerpo, es decir, presenta quimerismo genético. ¿Podemos entonces decir que una persona que sea una quimera genética es en realidad dos personas en una?
Por estos motivos, la Genética no ayuda en nada al dilema. Como tampoco hay ningún paso visible o detectable donde se compruebe la humanidad, los científicos no podemos saber cuando un embrión alcanza la naturaleza de persona. Eso es totalmente independiente de que estemos a favor o en contra del aborto, es decir, el que pensemos que no tenemos derecho moral de interrumpir el desarrollo normal de un embrión en el útero materno. Se trata única y exclusivamente de una cuestión moral, ética y religiosa, y no de una cuestión científica.
Por supuesto, los científicos tenemos derecho de tener una opinión sobre las cosas “no científicas”, y tenemos derecho tanto de estar a favor como en contra del aborto. Pero esgrimir razones científicas para ello no tiene ningún sentido.
Curiosamente, la postura tradicional de la Iglesia Católica ha sido la siguiente: como no podemos saber cuándo llega la naturaleza humana a un embrión, lo mejor es no altear el proceso natural de ninguna forma. Es una postura moral perfectamente válida que justifica suficientemente su postura anti-abortista, y los científicos tienen derecho a creer igual. No hay que mezclar esta postura moral con la ciencia ni con la genética. El que la Iglesia actualmente esté tomando actitudes más conservadoras y reaccionarias al respecto no es, desde luego, tema de conversación en un blog como éste. Sin embargo, el que se utilicen argumentos supuestamente científicos con la Genética como excusa para justificar una postura antiabortistas, sí que no tiene sentido.
El mito de Anastasia
Tras el éxito de la revolución bolchevique, el zar Nicolás II de Rusia abdicó en 1917. Él y su familia fueron conducidos a Ekaterinburgo, donde fueron mantenidos presos junto con algunos leales sirvientes. El 17 de julio de 1918 el zar, la zarina Alejandra, sus hijas Olga, María, Anastasia y Tatiana, y su hijo Alejandro fueron ejecutados por un pelotón de fusilamiento, bajo las órdenes expresas de Lenin. Sus cuerpos fueron enterrados, junto con los de los criados, en una fosa común, y olvidados durante decenios.
Numerosas personas pretendieron ser los hijos del zar Nicolás, supuestamente huídos de su prisión y milagrosamente salvados del ejército rojo. Tras la caída del régimen soviético, se procedió a buscar los cadáveres de la familia imperial rusa, con la intención de desvelar de una vez por todas uno de los grandes misterios de la historia moderna europea: cuál fue el destino de los Romanov.
En 1991 se produjo en Ekaterinburgo el descubrimiento oficial de una fosa común que contenía restos de nueve personas. Aparte de otras evidencias, al análisis de ADN fue una parte decisiva en el estalecimiento de la identidad de esas personas, en el que participan miembros actuales de la nobleza europea y famosos estafadores e impostores.
Un estudio de una serie de polimorfismos cortos en tándem (STR) del ADN extraído de los nueve esqueletos, estableció que dos de las personas eran los padres de los tres niños, mientras que los dos restantes no estaban emparentados biológicamente con ellos. Es decir, faltaban dos de los hijos del zar y de la zarina, confirmándose los testimonios que afirmaban que fueron enterrados separadamente. Alternativamente, también apoyaban la creencia de que Alejandro y Anastasia sobrevivieron a la masacre. Los restos no emparentados corresponderían a un sirviente y al médico imperial, Eugeny Botkin.
Varios porlimorfismos del ADN mitocondrial de la zarina Alejandra coincidía con el de las niñas, confirmando que era su madre, pero también con un pariente vivo, bis-sobrino de Alejandra, el príncipe Felipe, duque de Edinburgo y esposo de Isabel II de Inglaterra. Las mitocondrias solo se heredan por vía materna, los hombres no aportan ADN mitocondrial a sus hijos, por lo que es necesario que el parentesco se establezco por vía materna o entre hermanas. La abuela materna del príncipe, Victoria de Hesse y del Rhin, era hermana de Alejandra.
El ADN mitocondrial de Nicolás segundo también iba a dar una pista sobre su parentesco con algunos descendientes vivos de su abuela, Luisa de Hesse-Cassel. Pero además guardaba una sorpresa: el ADN mitocondrial del zar presentana un fenómeno raro de heteroplasmia: existían en sus mitocondrias dos secuencias diferentes de ADN, originadas posiblemente por mutación. Ya que las mitocondrias no se separan tan precisamente como los cromosomas en la formación de los gametos, es posible que esta heteroplasmia la presentaran también algunos de sus parientes. En 1996 se determinó que el hermano del zar, Jorge Romanov, enterrado en la catedral de San Petersburgo, contenía la misma variante de heteroplasmia, perdida paulatinamente por segregación en su pariente por vía materna aún viva, la condesa Xenia Cheremeteff-Sfiri, sobrina-nieta de Nicolás II.
La historia de los príncipes perdidos ha llenado páginas y páginas de periódicos, creado literatura e incluso películas de cine. También ha dado lugar a varios falsos pretendientes al trono. El caso más famoso fue el de Anna Anderson, que pretendió ser la princesa Anastasia. A pesar de que hubo testigos que afirmaban que toda la famila Romanov fue ejecutada, otros testimonios sembraron la duda sobre la posible fuga de Anastasia, que pudo haberse librado de la ejecución protegida por su madre y hermanas. Anderson fue rescatada como herida de guerra durante el primer conficto mundial e ingresada en un hospital de Alemania con transtornos de memoria, donde anunció ser la gran duquesa Anastasia en 1921.
Una serie de confusas entrevistas con personas que conocieron a Anastasia Romanov emitieron una serie de informes contradictorios e inconcluyentes. Anderson empezó una larga batalla legal para el reconocimiento de sus derechos como heredera de los Romanov. No fue hasta 1970 cuando finalmente se determinó judicialmente que no existían pruebas concluyentes para afirmar que Anderson era Anastasia. Tras el descubrimiento de la tumba del zar en 1991, se comprobó que el ADN de unas muestras de tejido de Anderson, que guardaba el hospital Martha Jefferson de Charlottesville (donde murió Anna Anderson en 1984), no coincidía en absoluto con el ADN rescatado ni con el del príncipe Felipe. El fraude había sido definitivamente descubierto.
La historia acaba en el año 2007, cuando unos arqueólogos aficionados interesados en el esclarecimiento de las tumbas de los Romanov, descubre una segunda sepultura. Recientemente en 2009, se ha demostrado empleando polimorfismos STR, ADN mitocondrial y análisis del cromosoma Y que en esa tumba se hallaban los restos de la hija y el hijo de Nicolás y Alejandra que faltaban.
Debido a su edad muy similar, ha sido imposible diferenciar los restos de María y Anastasia, pero indudablemente ambas fueron enterradas en Ekaterinburgo.