Con el conflicto bélico de la guerra de sucesión las consecuencias típicas de la guerra hicieron mella en Alicante. Las exportaciones autóctonas, que en nuestra ciudad suponían una actividad importantísima, descendieron de forma drástica. Productos como el vino, el esparto, las almendras o el regaliz, típicos de la zona, vieron cada día más dificultades para lograr salir del país. Factor agravante fue que se concedieron muchos monopolios a comerciantes adinerados (y en muchos casos extranjeros) que produjo como consecuencia el aumento del precio de las importaciones y el descenso del precio de las exportaciones.
Ante este panorama se tuvieron que enfrentar los alicantinos de principios del siglo XVIII, a un ambiente en el que la obtención de productos alimenticios era cada vez más dificultoso.
El déficit del cereal, constante en el Antiguo Régimen, se vio empeorado por unas condiciones climatológicas adversas manifestadas en largos periodos de sequías. A la ausencia de lluvia se unió el descenso de la llegada de barcos extranjeros cargados de cereal, pues ahora barcos ingleses y holandeses (que habían jugado un papel fundamental en el abastecimiento de cereal en los años anteriores) ya no aportaban sus mercancías.
Ante esta situación cada vez más desesperada los Síndicos de Alicante llevaron a cabo en 1703 una petición al gobierno explicando “el gran perjuicio de sus naturales por carecer de algunos géneros y el subido de precio que tienen los necesarios“. Un año más tarde, en 1704, la ciudad se vio obligada a solicitar una licencia especial para poder traer desde 30.000 fanegas de trigo desde La Mancha para el abastecimiento cotidiano. Esta petición hubo de hacerse porque Cerdeña, uno de los puntos desde los que se seguía trayendo trigo sufrió en ese año una cosecha particularmente mala.
Pero la población no podría subsistir únicamente a base de cereal. Otro de los alimentos fundamentales para la nutrición de la ciudadanía eran los salazones, pero que también se vieron reducidos de forma exponencial, llegando al punto de que en 1702 solo llegó al puerto de Alicante un barco ingles cargado de bacalao, bacalao que lógicamente se vendió a un precio desproporcionado. A raíz de este año las autoridades locales y el virrey centraron sus esfuerzos en lograr la moderación de estos precios.
Cuando Felipe V llegó al trono español accedió finalmente a autorizar la entrada de barcos ingleses a faenar en las costas levantinas, pero solo a aquellos navíos considerados “amigos”, o lo que es lo mismo, franceses. También se extendería esta condición a barcos neutrales, y en 1705 llegarían a ser barcos “amigos” aquellos que acreditasen que procedía de países no beligerantes. No obstante las dificultades continuaron siendo grandes, entre otras cosas por las actividades de los corsarios franceses, que atacaban incluso a los barcos neutrales.
Uno de los grupos que salió beneficiado de las carencias alimenticias fueron las firmas comerciales. Entre las mismas se encontraban seis compañías comerciales inglesas, a las que se les permitió, por diversas razones, seguir trabajando. Generalmente las disputas no habían sido demasiado graves, sin embargo el motín antifrancés y el bombardeo de la ciudad de 1691 permanecían frescos en la memoria colectiva, memoria que junto con el aumento de los precios y los sospechosos negocios realizados por los franceses contribuyeron a aumentar gravemente los sentimientos xenófobos de la población alicantina.
La ciudad manifestó estas quejas de nuevo en 1705 al Consejo de Aragón, afirmando que los franceses no dudaban en aprovechar la situación para obtener beneficios, pagando precios ridículos por los productos que compraban y obteniendo inmensas ganancias a costa de los alicantinos. Las soluciones que se ofrecieron a estas quejas fueron siempre parciales, temporales y no contentaron a nadie totalmente.
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