Hoy trataremos la problemática que surgía al querer realizar una de las fiestas favoritas del país, las corridas de toros.
La fiesta de los toros era sin duda una de las distracciones favoritas del común, durante el siglo XVIII, a pesar de la actitud crítica que muchos regidores mantenían frente a este tipo de espectáculos.
El lugar generalmente escogido para llevar a cabo las corridas era la plaza de las Barcas, recinto en el que se disponían los tablados para que el público pudiera contemplarlas.
Organizar y llevar a cabo una corrida de toros en 1765 no era tarea fácil, el 24 de mayo se presentó una propuesta al cabildo. Se acordó pedir al Consejo un permiso para llevar a cabo 10 corridas de toros de 3 días cada una y en distintos años, con el fin de realizar una fuente en la Plaza del Mar, y el resto utilizarlo para los enfermos del Hospital de S. Juan de Dios. Ante la negativa del Consejo, todos los representantes capitulares estuvieron de acuerdo en que la fiesta pudiera celebrarse.
La intervención del prior del Convento Hospital de San Juan de Dios, consiguió por fin que el mismo conde de Aranda diese el permiso. Los capitulares se sintieron molestos pues se les había mantenido al margen de las negociaciones. El cuerpo capitular al completo se manifestó en contra de la celebración y con la autoridad suficiente para desconvocarla.
Finalmente el Ayuntamiento consintió que la fiesta se celebrara, no sin antes fijar sus condiciones hasta en los mínimos detalles.
La impresión que tenemos a través de las actas capitulares es de que la fiesta de toros fue adquiriendo poco a poco un marco más propicio y en 1767 se programaron las siguientes corridas de toros: Santa Faz: días 6,7 y 8 de julio, Virgen del Remedio: 17,18, 19 y 20 de agosto, especificándose que en cada función los primeros toros fueran de muerte y los siguiente de capeo.
Una vez más, en 1771 la fiesta de toros supuso una fuente de ingresos para acometer alguna obra pública. En esta ocasión, el cabildo decidió emplear el producto de la corrida para costear el paseo y alamedas proyectados en tornos a la plaza de Santa Teresa.
Sin embargo, a partir de 1775 el mayor control experimentado sobre los espectáculos de todo tipo, afectó también a los toros: mediante un Real Acuerdo se prohibían las funciones con vacas, novillos, comedias, máscaras, etc.
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