Quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija

Tras el conflicto armado de la guerra de sucesión llegó a Alicante la nueva realidad administrativa que se estaba imponiendo, y con ello la toma de posesión de nuevos individuos como representantes de la ciudad.

La nueva cámara estaba compuesta por un total de doce regidores, de los cuales seis eran caballeros y seis ciudadanos, eso sí, miembros todos ellos de las más altas casas de la ciudad. Todos los nuevos miembros se caracterizaban por haberse distinguido como baluartes de la causa borbónica durante la contienda. De esta nueva ornada de dirigentes se destacó como regidor decano a Pedro Burgunyo, de una familia tremendamente poderosa y con una red familiar nada despreciable en política internacional. Pedro Borgunyo poseía una gran extensión de tierra fértil, diferentes propiedades urbanas y un gran número de rentas suntuosas.

Este ejemplo se podría aplicar de forma clara a todo el resto de magistrados del grupo de los caballeros: Antonio Rotlá Canicia, caballero de la orden de Montesa y gran propietario, José Fernández de Mesa, nuevo cabildo municipal de de importante familia noble, Fernando Salafranca, cuñado del anterior y del también regidor Esteban Rovira, ambos con múltiples heredades. Por último, componente del grupo de regidores nobles, tomó posesión José Paravecino, emparentado en matrimonio con Antonio Rotlá Canicia, cuya familia había ocupado el cargo de Justicia de la ciudad durante el siglo XVII.

Las restantes seis regidurías correspondían al estamento ciudadano, lo que manifiesta la permanencia de la división existente en la época foral. Pese a esta división, a nivel práctico, los individuos que ocupaban estos cargos pertenecían a la nobleza alicantino no titulada, ya que la condiciones exigidas a un regidor ciudadano se caracterizaban por que dicho individuo viviera de las rentas de su hacienda o bien de una profesión liberal, o que sus ascendientes hubieran estado insaculados en el municipio foral. Entre los nuevos regidores ciudadanos se encontraban: Luis Boyer y José Milot, ambos abogados, y los hacendados Francisco Colomina, Juan Bautista Bihar y Benito Arques. Sus patrimonios eran modestos, comparados con los de sus compañeros caballeros, pero desde luego nada despreciables.

Como podemos ver los hombres designados para regentar el primer ayuntamiento borbónico alicantino tenían, como rasgo común, además de una lealtad sin sombras hacia la nueva dinastía gobernante, una categoría social de propietarios, ya fuera agrarios o urbanos, y una red de parentescos comunes muy acusada entre sí y que además perpetúa a las familias aristocráticas de la ciudad en el poder que tuvieran en el siglo XVII, lo que manifiesta como pudieron usar sus cartas de la forma más conveniente durante la guerra para poder conservar sus rentas y propiedades durante todo el proceso armado y alzarse en el poder al finalizar el mismo. Entre los regidores la red de hermanos, cuñados y sobrinos era una práctica muy extendida. Otra costumbre muy extendida era la de dar la regiduría vacante en el hijo, o en este caso sobrino, del que la ocupaba, con el fin de perpetuar el poder en las mismas familias alicantinas, acentuando el carácter oligárquico del municipio borbónico e imposibilitando el acceso a individuos ajenos a estas familias.

Por último decir que este primer ayuntamiento pasaba a estar presidido por la figura del corregidor, inaudita en la tradición municipal valenciana. En este puesto Felipe V designo a mediados de mayo de 1709 al coronel Patricio Miset, antiguo gobernador militar. Pese a que Miset no estuvo en el cargo más que un par de meses la designación de militares de alto rango, que a la vez ejercían gobierno militar y civil de la plaza, supondrá unas líneas de estilo que marcará la configuración de los ayuntamientos alicantinos a lo largo de todo el siglo XVIII.


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