La lucha constante contra la mortalidad

Una de las características más innegable de la historia de la humanidad es la lucha sin tregua por mantenerse a sí misma con vida. Siempre se ha temido con el temor a la llegada de “los cuatro jinetes”, pues la guerra desarticulaba la economía y traía el hambre, por las destrucciones que acarreaba y porque los ejércitos ocupaban el terreno (y los campamentos de los mismos) se convertían en foco de enfermedades infecciosas.

Pero centrémonos ahora en nuestra Alicante del XVIII. El primer punto del que es ineludible hablar es la guerra de sucesión, entre los años de 1707 y 1708 en número de defunciones supera al de bautizados, datos evidentes en todas las series parroquiales. Pese a esto lo más posible es que los datos no fueran completos, pues ni mucho menos fueron anotados todos los fallecidos en estos años.

Ahora, no pensemos que la causa básica del aumento de las defunciones en los años críticos de la guerra de sucesión fue el factor bélico. Los puntos álgidos de mortalidad hay que buscarlos en otras causas; podría plantearse entre las mismas la incidencia del hambre o las distintas epidemias, estrechamente relacionadas con los estados de desnutrición. En los años críticos de 1707 y 1708 el vecindario de Alicante sufrió los efectos de una enfermedad contagiosa producida por la aglomeración de los soldados ingleses y portugueses. En los diez meses de duración las cifras de fallecidos son impresionantes, con unos 3.500 civiles y 6.000 soldados ingleses. Posiblemente se trate de tifus, enfermedad que sabemos que también afectó a otras muchas localidades alicantinas.

Pero no se ha de atribuir al tifus toda la culpa. La incidencia de la guerra de sucesión no solo se medirá por el número de muertos, sino también por el de no nacidos, al ser pospuesta la celebración de muchos matrimonios, verse familias rotas por la muerte de alguno de los cónyuges, etc…

Otra de las causas es la peste, o mejor dicho la pestilencia, término que para los contemporáneos incluía cualquier enfermedad endémica. Desde luego, entre ellas, la peste es la que tiene el dudoso honor de ser la más importante. Las más graves fueron las pestes del Seiscientos, y no fueron desproporcionadamente graves. La importancia demográfica de la peste deriva realmente en la concentración de sus víctimas en el tiempo, que lastran la población de los años venideros, y por sus consecuencias sociales y económica, como el miedo, la suspensión de ferias y mercados, cierre de caminos, destrucción de mercancías sospechosas, etc…

Como ya hemos dicho la peste no es ni mucho menos la única de las enfermedades infecto-contagiosas que se sufrieron, si bien se ha destacar también la importancia que tuvo en las costas del Mediterráneo el paludismo, una enfermedad endémica centralizada en las zonas con un drenaje insuficiente. La preocupación por esta enfermedad está muy presente en la documentación del siglo XVIII, tanto por el alejamiento del temor hacia la peste como la mayor atención prestada por las autoridades y la sociedad a la misma. Generalmente tenía una incidencia localizada. La principal pega de esta enfermedad era su estacionalidad, pues casi todos los veranos, cuando más trabajo había, se registraban brotes de este mal. Las décadas de 1760 y 1780 muestran especiales dificultades, con la confluencia añadida de fiebres tifoideas.

El hambre, pese a tratarla en último momento, no significa que no tenga importancia, sino que se trata de un temor omnipresente durante toda la Edad Moderna. La documentación permite mostrar múltiples referencias sobre daños en las cosechas, necesidades de cereales para la siembra, del endeudamiento municipal con el fin de dar subsistencia a sus vecinos, etc…

Podemos llegar, después de todo lo mostrado, a plantearnos la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto condiciona la mortalidad el crecimiento de la población alicantina? si bien en el siglo XVII la situación es medianamente favorable, en el s. XVIII la situación va deteriorándose, pues el incremento de la población no puede verse acompañado de una evolución paralela en las disponibilidades de subsistencias. La creciente presión sobre los recursos conduce a un aumento de la mortalidad, evidente en la primera mitad del s. XVIII y que alcanza en la segunda mitad tasas de mortalidad un 10% superiores a las de 100 años antes. Factor agravante del aumento de la mortalidad general es la incidencia de la misma en un grupo de edad concreto: los niños entre 1 y 4 años, lo que diezmara a las sucesivas generaciones y condiciona las posibilidades de crecimiento de la población de la ciudad de Alicante.


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