I. Carlos V: estructura territorial y política
I.1. La idea imperial.
El relevo generacional en las coronas de las principales monarquías europeas tuvo como consecuencia una inusitada concentración de reinos y de poder en la figura de “Carlos de Gante”:
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Francisco I sucedió a Luis XII en Francia.
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Enrique VIII a Enrique VII en Inglaterra.
- Manuel I el Afortunado sucedió a Juan II en Portugal.
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Y Carlos centralizó los reinos de Maximiliano I. María de Borgoña y los Reyes Católicos.
El poder y el propio carácter de Carlos le llevaron a promover la “idea imperial”, procurando primero la elección y reforzando después la figura del emperador. Carlos fue un hombre profundamente religioso, que ejerció su cargo con modestia y sentido de la responsabilidad. Esa actitud y su concepción providencialista del poder contribuyeron a reavivar el respeto hacia la dimensión religiosa de la dignidad imperial.
La cuestión de la “idea imperial” de Carlos V ha sido un tema recurrente en la historiografía carolina. Los historiadores han debatido sobre sus orígenes medievales, las personas que la alimentaron, sus bases ideológicas y las causas de su fracaso.
Los orígenes medievales hemos de buscarlos en el pensamiento filosófico, político y teológico de San Agustín y en la restauración del Imperio Romano de Occidente:
- De Civitate Dei contra paganos. Agustín de Hipona (354-430) escribió esta síntesis de su pensamiento tras la caída de Roma en manos del visigodo Alarico I. La entrada de los bárbaros en la capital de la Cristiandad le hizo temer por la desaparición de la civilización cristiano-romana, lo que le llevó a contraponer dos modelos sociopolíticos: la Civitas Dei y la Civitas Terrena. La Ciudad de Dios es su modelo ideal, una sociedad guiada por Dios y la Iglesia cristiana. La Ciudad Terrena representa a una sociedad pagana, incapaz de restablecer el orden. En el modelo de S. Agustín, el Papa, como cabeza de la Ciudad de Dios, era quien había de restaurar el Imperio, un Imperio Cristianizado, cuyo emperador había de defender la “Civitas Dei” y de expandir la fe cristiana.
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La teoría del llamado Padre de la Iglesia se hizo realidad siglos más tarde en la figura de Carlomagno. Tras la deposición del último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo, en 476, el Imperio resurgió con la coronación de Carlomagno por el papa León III en la Navidad del año 800. El Imperio renovado fue considerado como el verdadero Imperio Romano y Carlomagno fue considerado como el monarca universal del mundo.
- Tras la muerte de Luis el Piadoso, hijo de Carlomagno, el Imperio Carolingio se dividió entre sus tres sucesores (Tratado de Verdún, 843). La parte este del Imperio le correspondió a Luis el Germánico. Estos territorios serían el germen histórico del Sacro Imperio Germánico. Con el tiempo, el Imperio evolucionó y se convirtió en una estructura política formada por numerosos territorios gobernados por príncipes seculares y eclesiásticos, y por ciudades libres.
- Otro tratado que tuvo influencia en la idea imperial de Carlos V fue De Monarchia, de Dante Alighieri. En él, Dante proponía que al igual que Dios gobernaba el Universo, un solo gobernante debía liderar una monarquía cristiana universal. Así mismo, justificaba la necesidad de la existencia del Sacro Imperio Romano.
Entre las personas que alimentaron el proyecto imperial de Carlos, podemos citar a los siguientes:
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El canciller italiano Mercurino Gattinara, influenciado por Dante.
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Su preceptor flamenco Adriano de Utrecht (el papa Adriano VI), de perfil humanista cristiano (educado en la devotio moderna).
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Pedro Ruiz de la Mota (obispo de Badajoz, conocido como doctor Mota); discurso de las Cortes de La Coruña en 1520.
- Fray Antonio de Guevara, autor de El reloj de príncipes, compara a Carlos con Marco Aurelio (Tiziano retrató al emperador en Mühlberg siguiendo el modelo de la estatua ecuestre de Marco Aurelio).
- Alfonso de Valdés, autor del Coloquio de las cosas ocurridas en Roma, tras el Saco de 1527.
Las bases ideológicas de la idea imperial fueron las siguientes:
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Base política: la concentración del poder.
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Base religiosa: la defensa de la fe católica, de los infieles, de los protestantes y de la corrupción interna de la Iglesia.
El proyecto de Carlos V fue la última manifestación del ideal medieval de la restauración del Imperio cristiano. Entre las oposiciones que provocaron el fracaso final de la idea imperial, podemos señalar las siguientes:
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Políticas: el auge de los Estados nacionales europeos y la falta de autoridad efectiva en la Cristiandad.
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Religiosas: el cisma protestante y la necesidad de reforma de la Iglesia Católica.
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Ideológicas: los particularismos nacionalistas de Petrarca, Maquiavelo y Erasmo.
I.2. La herencia.
Carlos V gobernó territorios muy diversos, cuyo vínculo de unión era únicamente la persona del Príncipe. De sus padres Felipe y Juana heredó (aun en vida de esta, por causa de su reconocida incapacidad y confinamiento) los territorios que a estos les legaron sus abuelos:
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De Fernando el Católico: la Corona de Aragón (los Reinos de Catalunya, Aragón y Valencia) y los territorios de Italia (Nápoles, Cerdeña y Milán –desde 1525-).
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De Isabel la Católica: la Corona de Castilla (que incluía las recientes conquistas: Granada, Navarra y las Indias).
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De María de Borgoña: los Países Bajos (Holanda), Artois (zona de Calais) y Flandes (Bélgica).
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De Maximiliano de Habsburgo: Austria, Carniola (Eslovenia), Alsacia y el Franco-Condado (Francia), y (a partir de 1526) Bohemia, Moravia y Silesia (Rep. Checa).
Carlos fue proclamado rey de España en 1516 y electo emperador en 1519, frente a otros candidatos como Francisco I de Francia, Enrique VIII de Inglaterra y Federico III de Sajonia. En 1520 fue coronado Rey de Romanos en Aquisgrán (título previo al de emperador, dependiente del reconocimiento pontificio). Y finalmente fue coronado emperador en Bolonia en 1530.
La autoridad efectiva del emperador quedaba circunscrita únicamente a sus territorios patrimoniales. En el resto del Imperio, su autoridad era más teórica que real, pues eran las distintas casas principescas las que, de hecho, gobernaban sus territorios. Pese a esta circunstancia, los dominios de los que era “señor natural” tenían tal extensión y tantas peculiaridades administrativas que el monarca había de confiar el gobierno a terceros en los reinos en que no residía:
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Nombró virreyes en Aragón, Catalunya, Valencia, Sicilia, Nápoles, Cerdeña, Navarra, Nueva España (México) y Perú.
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Su hermano Fernando fue rey de Bohemia y Hungría desde 1526.
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Los Países Bajos fueron confiados a gobernadores de sangre real (su tía Margarita de Austria –que fue casada con el heredero Juan, fallecido en 1497- y su hermana María –esposa de Luis II de Hungría-).
El hecho de que todos los dominios de Carlos tuviesen a su frente a un personaje de rango elevado, capaz de tomar decisiones importantes, era crucial. Las enormes distancias existentes entre los reinos y las dificultades de las rutas a realizar hacían que el flujo de información fuese muy complicado:
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Los correos tardaban 8 días entre Burgos y Bruselas.
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5 días de Bruselas a Innsbruck.
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Entre 24 y 27 días de Roma a Madrid.
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Y entre España y las Indias no había más que dos intercambios de información al año.
El gobierno de los reinos era complicado, pero peor era la situación para Francia, que estaba rodeada casi por completo por territorios que dependían más o menos directamente de la autoridad del emperador.
II. Los reinos españoles
El emperador Carlos gobernó la Monarquía Hispánica, como Carlos I, desde su llegada a la Península en 1517 hasta su abdicación en enero de 1556. De esos 40 años de reinado, solo pasó 16 en territorio español. Su absentismo fue motivado por la extensión de sus dominios y sus múltiples compromisos. Pero, si bien la llegada de Carlos creó tensiones, que desembocaron en los conflictos de las Comunidades en Castilla y las Germanías en el Reino de Valencia y en Mallorca, fue experimentando un proceso de hispanización que conllevó un notable fortalecimiento de las instituciones en Castilla y Aragón.
II.1. Las tensiones a la llegada de Carlos V
Tras la muerte de Fernando el Católico a principios de 1516, su nieto Carlos heredó las coronas de Castilla y Aragón, en calidad de gobernador y administrador, en nombre de su madre Juana, legítima heredera, pero reconocida por las Cortes como incapaz para el gobierno. Y en espera de la llegada del nuevo rey, el Cardenal Cisneros y el arzobispo de Zaragoza, Alfonso de Aragón (hijo ilegítimo de Fernando con la noble catalana Aldonza Ruiz de Ivorra), fueron nombrados regente de Castilla y Lugarteniente General de Aragón, respectivamente.
Pronto se extendió cierta inquietud en Castilla por diversos motivos:
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La proclamación de Carlos como rey de Castilla y Aragón en marzo de 1516, en Bruselas, recién cumplidos los 16 años, no sentó bien en Castilla, ya que en vida de su madre, solo era gobernador general de sus reinos y, además, había de ser reconocido como heredero por las Cortes.
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El envío a Flandes de una fuerte cantidad de dinero con el objeto de financiar el viaje del rey y su corte.
- La posible influencia en la nueva corte de los flamencos o de los nobles castellanos partidarios de Felipe el Hermoso y contrarios a Fernando inquietaba a los nobles y eclesiásticos bien colocados hasta la muerte del Rey Católico.
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Las ciudades estaban dispuestas para tomar las armas, en caso de necesidad, para defender sus privilegios.
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Y había en España muchos que preferían al hermano menor de Carlos, el infante Fernando, criado en España y que gozaba de cierta popularidad.
Finalmente, Carlos I, acompañado por su corte flamenca, emprendió el viaje hacia España, con dirección a Santander. No obstante, el mal tiempo y el estado del mar le hicieron desembarcar en un pequeño pueblo pesquero de Asturias, llamado Tazones de Villaviciosa, el 17 de septiembre de 1517, donde no era esperado y fue recibido con frialdad. Carlos marchó hacia Tordesillas, con la intención de ver a su madre. La presencia de los cortesanos flamencos, ávidos de rentas, incrementó los recelos de los nobles castellanos (Adriano de Utrecht, Guillermo de Croy –señor de Chievres-, Jean le Sauvage, Mercurino Gattinara, entre otros). Carlos no llegó a encontrarse con el Cardenal Cisneros, ya que este murió el 8 de noviembre de 1517.
Las primeras Cortes castellanas del reinado de Carlos I, celebradas en Valladolid a principios de 1518, dieron cabida a las primeras manifestaciones públicas de rechazo contra la presencia de los extranjeros en las deliberaciones. La asamblea estamental exigió al rey que respetara las leyes de Castilla, que despidiera a los extranjeros que tuviera a su servicio, y que aprendiera y hablara castellano. Carlos juró respeto a las leyes castellanas y, a cambio, fue reconocido rey, junto a su madre, recibió un ingreso de 600.000 ducados y consiguió la extensión de la alcabala a los estamentos inmunes (lo que generó un gran descontento entre los afectados).
En Aragón, Carlos experimentó presiones más complejas. La corte permaneció 9 meses en Zaragoza. Finalmente, a principios de 1519, Carlos fue reconocido como rey y consiguió una donación de 200.000 ducados que no llegaron a pagar los gastos de la estancia. En Catalunya aún encontró más dificultades. Las negociaciones duraron un año. Por ello, Carlos conoció en Barcelona la noticia de la muerte de su abuelo Maximiliano y que había sido había sido elegido emperador el 28 de junio de 1519 (gracias a las diligencias de Chievres y a la inversión de 850.000 de florines de oro, en gran medida, prestados por los banqueros Fugger, Welser, Gualterotti, Fornari y Vivaldi). La elección imperial no impresionó a los súbditos españoles, que deseaban tener un rey propio y no un emperador ausente.
Las aspiraciones imperiales de Francisco I de Francia le obligaron a Carlos a asegurar la elección. Por ello, volvió de Barcelona a Castilla y convocó Cortes en Santiago para marzo de 1520. La oposición a la solicitud económica del emperador (pues no habían pasado tres años desde la anterior petición de 1518 y, además, el dinero iba a dedicarse a asuntos ajenos a los intereses castellanos) propició que la reunión estamental fuese prorrogada y llevada a La Coruña. De poco sirvieron las palabras del obispo de Badajoz, Pedro Ruiz de la Mota, promocionando el nombramiento imperial. Las presiones, amenazas y sobornos a los procuradores de las ciudades para lograr la concesión del subsidio no hicieron más que incrementar el malestar. Y el nombramiento de Adriano de Utrecht como regente, durante la ausencia del monarca, en contra de las promesas de las Cortes de 1518, refrendadas también en A Coruña, acrecentó aún más el descontento hacia el rey.
Cuando Carlos V salió de España, el 20 de mayo de 1520, la agitación ya se había convertido en rebelión.
II.2. El conflicto de las Comunidades
Los incidentes comenzaron en la ciudad de Toledo, que ni siquiera había querido participar en las Cortes. Los regidores, encabezados por Juan de Padilla, tomaron el alcázar, expulsaron al corregidor “en nombre de la Comunidad y de los señores reyes de Castilla” y constituyeron una Junta.
Los procuradores que habían votado a favor de la concesión del préstamo, en contra de los mandatos de sus ciudades, fueron acusados de traición y sufrieron crueles represalias (especialmente en Zamora y Segovia). Toro, Madrid, Guadalajara, Alcalá, Soria, Ávila, Cuenca, Burgos, Salamanca, León, Murcia, Mula e incluso Alicante constituyeron sus propias comunidades.
La oleada de disturbios culminó en la formación, por iniciativa de la ciudad de Toledo, de la “Junta Santa” en Ávila. La situación de revuelta se generalizó cuando las tropas reales enviadas por Adriano de Utrecht para reprimir la protesta de Segovia incendiaron Medina del Campo, que se había negado a hacerles entrega de su artillería. La rebelión se extendió a nuevas poblaciones, como Palencia, Cáceres, Badajoz, Sevilla, Jaén, Úbeda y Baeza…
A fines de agosto de 1520 las ciudades rebeldes castellanas habían formado un ejército dirigido por el toledano Juan de Padilla, que decidió trasladarse a Tordesillas, donde estaba recluida Juana la Loca, con el objetivo de que esta diera legitimidad a la rebelión. La reina decidió no apoyar a ninguna de las partes.
Hasta ese momento, la revuelta se sustentó en componentes de la baja nobleza y de las oligarquías urbanas, con el apoyo del bajo clero. El incremento de poder los extranjeros, el uso de dinero para causas externas y la corrupción fueron motivos suficientes para lograr la adhesión de los habitantes de las ciudades. La alta nobleza se mantuvo al margen de la rebelión. No obstante, dos hechos propiciaron su alineamiento final en el bando real:
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El nombramiento real de dos corregentes castellanos (sin cesar a Adriano): el Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, y el Condestable, Iñigo de Velasco.
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La extensión de la rebelión al campo en los feudos de algunos grandes señores.
La participación de la aristocracia fue decisiva para el final de la revuelta comunera. También lo fueron otras medidas adoptadas desde la distancia por el monarca:
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La suspensión de la recaudación del servicio “votado” en las Cortes de Santiago-A Coruña.
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La aceptación de no volver a otorgar cargos públicos de Castilla a extranjeros.
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La prohibición de salida de moneda castellana del Reino.
Junto a estas medidas, Carlos I ordenó a los regentes la firme represión de la rebelión y la disolución de la Junta Santa. La derrota de Villalar el 23 de abril de 1521 y la posterior ejecución de los principales líderes comuneros (Padilla, Bravo y Maldonado), apresados en la batalla, conllevó la rendición de las ciudades castellanas (salvo Toledo que resistiría bajo el mando de María Pacheco, viuda de Padilla, hasta 1522).
II.3. Las Germanías
Las Germanías de Valencia y Mallorca coincidieron en el tiempo con las Comunidades castellanas. No obstante, ambos movimientos tuvieron características distintas y no hubo ningún intento de contacto o coordinación entre ellos. Mientras la revuelta comunera tuvo un trasfondo fundamentalmente político, los alzamientos de las Germanías en Valencia y Mallorca fueron esencialmente conflictos de clase y pusieron de manifiesto la oposición popular al poder de la aristocracia (y no al del rey).
Precedentes. Los gremios de la ciudad de Valencia consiguieron de Fernando el Católico un privilegio que les autorizaba a armarse y organizarse militarmente en hermandades o germanies en el caso de que hubiesen de hacer frente a ataques berberiscos. Carlos I ratificó dicha autorización estando en Barcelona, buscando el apoyo de los gremios con el propósito de neutralizar el poder del brazo militar o nobiliario.
Por otra parte, los estamentos privilegiados del Reino de Valencia se molestaron porque Carlos I no se personó en la ciudad del Turia para jurar los fueros del Reino y ser proclamado rey (más pendiente de iniciar la defensa de la idea imperial). Por ello, en el verano de 1519, pese a la inminente llegada del representante del rey, Adriano de Utrecht, ante la amenaza de un brote de peste, la nobleza urbana salió de la ciudad y se refugió en las tierras del interior, abandonando sus tradicionales funciones defensivas. La presencia en la costa de una flota corsaria berberisca movió a los gremios valencianos a asumir la defensa de la ciudad, organizándose militarmente en hermandades o germanies.
Adriano de Utrecht entró en Valencia a principios de 1520. En ella, se encontró con el vacío nobiliario y con la presencia de un gran contingente armado (compuesto por 8.000 infantes) organizado por los gremios. Tanto Adriano como Carlos aprobaron la iniciativa de los agermanados, al tiempo que fue nombrado virrey del Reino Diego Hurtado de Mendoza, conde de Mélito. La nobleza alertó al monarca de los peligros que podrían derivarse del poder creciente de los agermanados. Por su parte, estos intentaron consolidar su poder tratando de acceder al gobierno municipal de Valencia, que hasta entonces era ejercido por seis jurats nobles (2 caballeros y 4 ciudadanos). Los agermanats solo tenían representación en el Consell General, un organismo puramente consultivo, formado por 117 consellers, de los que 80 eran representantes de los gremios. Los agermanados hallaron la oposición del virrey y del propio rey, pero finalmente lograron el nombramiento de dos jurados agermanados. La oposición popular a las actuaciones de los jurados nobles provocó una ruptura de tal magnitud que el virrey tuvo que huir y hubo de refugiarse en Denia.
La Germania se extendió por todo el Reino (Xàtiva, Elche, Alzira, Orihuela, San Mateo o Benicarló, entre otras), llegando incluso hasta Palma de Mallorca. En las poblaciones interiores, el movimiento adoptó formas violentas de carácter antifeudal y antimorisco (bautizos colectivos forzados).
La nobleza valenciana tuvo que refugiarse en las villas del norte del Reino (como Peñíscola o Morella). Carlos V ordenó negociar una solución pacífica, ya que el alzamiento de las Comunidades tenía inmovilizada toda su capacidad de respuesta: revocación de los jurados, disolución de Germanías y respeto a la autoridad virreinal. Los agermanados respondieron secuestrando las rentas reales y preparándose para la guerra contra los nobles y el virrey.
Las hostilidades entre los dos bandos comenzaron en junio de 1521 (una vez reprimidas las Comunidades). La guerra tuvo dos frentes. En el norte, las tropas reales vencieron a las agermanadas en Oropesa y Almenara. Pero en el sur, fueron vencidas en Gandía. La intervención del Marqués de los Vélez desde Murcia y el saqueo de Orihuela invirtieron la situación y los agermanados fueron perdiendo poder y adeptos.
En el otoño de 1521, la oligarquía urbana de Valencia promovió la constitución de un nuevo ayuntamiento sin jurados artesanos. Solo quedaron algunos focos de resistencia en Xàtiva y Alzira gracias, en parte, a la aparición del Encobert, que decía ser hijo del príncipe Juan y nieto de los RRCC, lo que le convertía en legítimo sucesor de estos. Murió asesinado en Burjassot en mayo de 1522. La represión fue encomendada a la nueva virreina, D.ª Germana de Foix, viuda de Fernando el Católico. La participación de las distintas poblaciones en la Germanía les generó la antipatía de Carlos I, un sentimiento que perduró durante décadas…
La Germania mallorquina fue muy similar a la valenciana, aunque de desarrollo más tardío. Fue sofocada en marzo de 1523 después del desembarco de un pequeño ejército imperial (800 soldados) en Mallorca, que tomaron la isla sin grandes dificultades.
II.4. Las instituciones en Castilla
Acabada la rebelión comunera, Carlos I regresó a España en 1522. Permaneció en ella siete años y durante ese tiempo se convirtió en un rey español y consolidó su gobierno. El monarca comenzó a hablar castellano. Su boda en 1526 con su prima, Isabel de Portugal, agradó a sus súbditos españoles y, aún más, el nacimiento en 1527 de su primer hijo, el futuro Felipe II. Los españoles empezaron a apreciar las cualidades humanas y religiosas del rey, a reconocer su autoridad y a agradecerle con simpatía el hecho de que comenzase a nombrar a hispanos en los cargos más importantes de España y de otras partes del Imperio.
En todos sus reinos, el gobierno de Carlos V se basó en el apoyo de un gran número de funcionarios y en la existencia de una serie de órganos consultivos, los consejos (el llamado régimen polisinodial).
Carlos V partió de la labor de los RRCC, quienes reorganizaron su gobierno sobre la base de los consejos, asignándoles funciones especializadas, fijando el número de miembros e introduciendo en ellos a burócratas profesionales. Carlos continuó estas reformas y convirtió los consejos en juntas compuestas en su mayoría por juristas. En su administración, podemos distinguir dos tipos de consejos:
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Los consejos “temáticos”, que trataban temas determinados:
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El Consejo Supremo de la Santa Inquisición (temas religiosos).
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El Consejo de Hacienda (temas fiscales).
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El Consejo de Estado (política exterior).
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Los consejos “territoriales”, que trataban temas relacionados con la administración de ciertos territorios de la Monarquía:
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El Consejo Real o Consejo de Castilla.
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El Consejo de Indias.
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De todo el sistema polisinodial destacan por su importancia cinco consejos, que podríamos llamar “consejos mayores”: el Real o de Castilla, el de Estado, el de Indias, el de Hacienda y el de la Inquisición.
II.4.1. El Consejo Real o de Castilla
Carlos V culminó el proceso de modernización del Consejo de Castilla, iniciado por los RRCC, reduciendo aún más la presencia de la nobleza, incrementando la de los juristas y limitando el número de consejeros (de 16 a unos 12). Fue presidido habitualmente por un prelado. Los letrados solían proceder de las universidades más prestigiosas (Salamanca, Valladolid, Alcalá) y culminaban su carrera burocrática en este organismo superior. Tenía distintas funciones:
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Administrativas: trataba la mayoría de los asuntos internos de Castilla.
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Judiciales: determinaba las apelaciones a las resoluciones de las audiencias y chancillerías, lo que causó múltiples retrasos (“las cosas de palacio van despacio”).
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Legislativas: promulgaba leyes nuevas e interpretaba las antiguas, en temas sobre los que hubiese dudas.
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Institucionales: resolvía conflictos suscitados entre los demás Consejos.
II.4.2. El Consejo de la Suprema y General Inquisición
El Consejo de la Inquisición tenía jurisdicción en los territorios de las coronas de Castilla y Aragón. Trataba todo tipo de asuntos eclesiásticos. Era presidido por el Inquisidor General (de nombramiento pontificio a propuesta real), que era el cargo administrativo más importante de la Monarquía (incluso por delante del puesto de presidente del Consejo Real). Contaba con 5 ó 6 consejeros (entre los que solía haber numerosos dominicos). Del Consejo dependían los tribunales permanentes, distribuidos por la geografía de ambas coronas (10 en Castilla y 4 en Aragón). Entre los asuntos eclesiásticos que trataba podemos destacar los relacionados con la defensa de la fe católica (lucha contra las desviaciones heréticas de los judaizantes, los moriscos, los protestantes, los alumbrados), las manifestaciones supersticiosas (brujería), las conductas inmorales (sodomía, bigamia, bestialismo, solicitación) y las ofensas al Santo Oficio.
II.4.3. El Consejo de Estado
El Consejo de Estado estaba compuesto por una docena de integrantes, fundamentalmente nobles de alta alcurnia (con experiencia en la alta administración, la diplomacia o la guerra, como Nicolás Perrenot de Granvela, Mercurino de Gattinara o el Duque de Alba), eclesiásticos (como el Cardenal Tavera), personal de la Casa Real (como Juan de Zúñiga, preceptor de Felipe II) y en casos excepcionales, funcionarios (como Francisco de los Cobos). Todos los consejeros tenían el mismo rango y no había presidente (porque ejercía como tal el propio Emperador). Para la alta nobleza era la cumbre del cursus honorum. También formaban parte del Consejo de Estado el Presidente del Consejo Real y el Inquisidor General.
Su función consistía en aconsejar al monarca en asuntos de política exterior (decisiones relacionadas con las guerras; nombramiento de embajadores, virreyes y gobernadores; alianzas matrimoniales). Fue segregado del Consejo Real para tratar los crecientes asuntos relacionados con la política internacional imperial. No obstante, Carlos I no lo consultó con mucha frecuencia, ya que prefirió tomar las decisiones por sí mismo, con la ayuda de sus principales secretarios (entre los que podemos destacar a Francisco de los Cobos y a Gonzalo Pérez). Ello menguó considerablemente su influencia política y su importancia administrativa. En ocasiones, quedó reducido a un Consejo de Guerra especializado en temas puramente militares.
III.4.4. Los restantes Consejos
Los restantes consejos tuvieron un papel secundario en el gobierno de la Monarquía Hispánica, siendo casi todos filiales de los tres antes descritos.
El Consejo de Hacienda. Fue segregado del Consejo de Castilla en 1523. Sustituyó a la Contaduría Menor de Cuentas. Se ocupó de la administración de los recursos estatales de Castilla (tanto ordinarios, como extraordinarios) y fue el que proporcionó al monarca la mayor parte del dinero con que sufragó sus campañas internacionales.
El Consejo de Indias. Fundado en 1511, fue estructurado en 1524, como consecuencia del extraordinario volumen que alcanzaron los asuntos relacionados con las Indias. Tenía competencia sobre asuntos militares, políticos y judiciales relacionados con el Nuevo Mundo. Supervisaba el funcionamiento de la Casa de Contratación de Indias, en Sevilla. Proponía a los virreyes, a los generales de flotas y ejércitos de tierra, y a los obispos y arzobispos de las diócesis indianas.
Junto a estos consejos, también existieron otros de menor importancia, como el Consejo de Órdenes (para la gestión de temas relacionados con las Órdenes Militares) y el Consejo de Cruzada (encargado de la recaudación y administración de los ingresos conseguidos gracias a las bulas pontificias que encomendaban a la Iglesia castellana colaborar en la extensión de la fe y en la lucha contra los infieles).
Por otra parte, los “consejos territoriales” de Aragón, Navarra y Flandes tenían competencias para resolver los conflictos suscitados en los reinos correspondientes entre el representante de la Corona (los virreyes o los gobernadores) y las instituciones regnícolas o sus propios fueros y privilegios. Su modelo de funcionamiento se basaba en el de Aragón, fundado por los RRCC en 1493, y que durante el reinado de Carlos V tuvo como ámbito todas las tierras de la Corona de Aragón y sus expansiones italianas: Aragón, Valencia, Cataluña, Mallorca, Nápoles, Sicilia y Cerdeña. De él se desgajaría en 1555 el Consejo de Italia, con iguales atribuciones para los territorios italianos, incluido el ducado de Milán.
III.4.5. Las Cortes de Castilla
Las Cortes eran una asamblea que reunía al monarca con los representantes de los tres brazos: militar (nobleza titulada), clerical (dignidades eclesiásticas) y real (burguesía y nobles no titulados de las ciudades).
Las principales funciones de las Cortes eran las siguientes:
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Tenían un papel financiero importante porque votaban los servicios solicitados por el soberano y porque elaboraban los reglamentos y las modalidades de la alcabala, el principal impuesto del reino.
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También tenían una función legislativa, ya que en ellas los representantes de los estamentos presentaban peticiones, que podían acabar convirtiéndose en leyes (ordenanzas, cédulas y provisiones).
Las Cortes de Castilla eran convocadas a decisión del monarca. Carlos I las convocó en 15 ocasiones de su reinado, movido fundamentalmente por la necesidad de obtener ingresos para sufragar los gastos derivados de sus múltiples compromisos tanto nacionales como internacionales. El monarca tenía el derecho de aprobar o denegar las peticiones de los brazos, aunque negarse a ellas le solía suponer un trastorno importante (en tiempo y en dinero gastado), ya que las Cortes podían alargase mucho con las discusiones.
El carácter fiscal de las Cortes hizo que los nobles y el clero tendiesen a rehusar acudir a las reuniones. De hecho, no fueron convocados a partir de 1539. Durante el reinado de Carlos I prefirieron participar en el gobierno integrándose en los distintos consejos o instituciones judiciales. Por ello, las Cortes se redujeron progresivamente a la participación del brazo real. Solo 18 ciudades castellanas estaban representadas en las Cortes, a razón de dos procuradores o síndicos por ciudad: Burgos, León, Zamora, Toro, Salamanca, Segovia, Ávila, Valladolid, Soria, Toledo, Córdoba, Murcia, Jaén, Cuenca, Madrid, Guadalajara, Sevilla y Granada. Su distribución geográfica era muy desequilibrada. La mitad de las ciudades se hallaba en Castilla-León. Regiones como Galicia, Asturias o Extremadura no contaban con ninguna representación y se veían obligadas a presentar sus peticiones por medio de diputados de ciudades cuyos intereses eran completamente diferentes (Zamora “hablaba” por Galicia, León por Asturias y Salamanca por Extremadura). Los problemas de representatividad del tejido urbano castellano debilitaron las Cortes, que se convirtieron progresivamente en un medio de comunicación de las oligarquías urbanas de las poblaciones representadas. Las excluidas dirigieron sus comunicaciones por la vía de los distintos consejos.
En general, las Cortes fueron dóciles al monarca tras el fracaso del movimiento comunero. A esa docilidad contribuyeron los corregidores, designados por la Corona y primera autoridad en los municipios, quienes velaron para que los procuradores designados fueran personas que no se excedieran en sus reivindicaciones ni obstaculizaran el voto de los servicios solicitados por el rey.
III.4.6. La administración de justicia y el gobierno local
En el gobierno local existían tres tipos de jurisdicción:
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La real o realenga (la más extendida y la preferida por el pueblo, porque era la menos opresora).
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La eclesiástica o abadenga.
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La señorial.
En los dominios reales, el poder era ejercido por funcionarios con formación universitaria, nombrados y revocados por el rey: los corregidores. Presidían las sesiones de los concejos municipales, tenían atribuciones judiciales y policiales (en sentido amplio: mantenimiento del orden, abastecimiento de bienes de primera necesidad, higiene pública, etc.). En las 18 ciudades con representación en Cortes (que podían ser consideradas capitales de provincia) había un corregidor. No obstante, también los había en otras poblaciones extensas y muy habitadas, con esta denominación o con la de alcalde mayor (Bilbao, Cáceres, Plasencia, Trujillo o Aranda de Duero, entre otras). En ocasiones, el corregidor tenía a su cargo varias ciudades próximas y sus territorios.
Junto a los corregidores, también hubo otros magistrados urbanos y rurales de carácter local (alcaldes y merinos, entre otros), que constituían la primera instancia judicial. Los corregidores o alcaldes mayores eran la segunda instancia. Por encima, se encontraban los dos grandes tribunales de apelación, las Chancillerías. En el Reino de Castilla había dos chancillerías:
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La de Valladolid, que tenía jurisdicción al norte del Tajo.
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Y la de Granada, que determinaba los casos ocurridos al sur de dicho río.
La actividad de ambas se veía complementada por tres Audiencias, ubicadas en Galicia, Sevilla y Canarias.
Los eclesiásticos y los estudiantes dependían de jurisdicciones especiales, incluso en el caso de delitos graves. El Consejo de la Inquisición se atribuía todos los asuntos concernientes a la religión y algunos asuntos de costumbres. Finalmente, El Consejo Real era la jurisdicción suprema de apelación.
II.5. Las instituciones de Aragón
La Corona de Aragón tenía una estructura institucional diferente de la castellana.
Al frente del gobierno, en ausencia del monarca, se hallaba un Lugarteniente General del Reino, un virrey, escogido entre miembros de la nobleza muy próximos a la Corona. El virrey tenía responsabilidades gubernativas y militares, pues de él dependía la defensa del reino y el mantenimiento del orden público (moriscos, bandolerismo, ataques corsarios). No obstante, en la Corona de Aragón la autoridad de los virreyes se encontraba muy limitada por la importancia de las Cortes, los fueros y el poder de las ciudades.
II.5.1. Las Cortes y el poder de los fueros
Las Cortes en la Corona de Aragón mantuvieron sus rasgos medievales. Los tres reinos (Aragón, Catalunya y Valencia) mantuvieron sus propias Cortes separadas. De hecho, en cuatro ocasiones fueron celebradas en lugares diferentes (Zaragoza, Barcelona y Valencia, respectivamente) hasta que en 1528 Carlos I decidió organizarlas en Monzón, que se encontraba en la frontera de los tres reinos. Carlos I convocó Cortes “Generales” en 1528, 1533, 1537, 1542 y 1552.
En las Cortes se hallaban presentes los tres brazos (incluidos nobles y eclesiásticos). En ellas, se discutía (y a menudo reducía) la cantidad del servicio reclamado por el monarca. Tenían una función legislativa auténtica, ya que votaban las leyes. Velaban por la legitimidad del acceso a la corona (jurando a los príncipes herederos y a los nuevos monarcas). Eran más celosas en la defensa de los privilegios, derechos y fueros propios de los reinos. Por ello, el poder real estuvo más limitado que en las castellanas y la presión fiscal fue más moderada.
En los intervalos de tiempo en que las Cortes no estaban reunidas, existía la Diputación o Generalitat (con dos representantes de cada estamento), con la misión de vigilar la observancia por el rey o por su representante, el virrey, de los fueros o constituciones.
II.5.2. Las ciudades
El gobierno local también mantuvo en la Corona de Aragón sus características bajomedievales. Al tratar de las Germanías ya comentamos el modelo de gobierno municipal en el Reino de Valencia; este se puede generalizar a Zaragoza o Barcelona: un pequeño órgano ejecutivo, que se llaman Consellers en Barcelona y Jurats en Valencia o Zaragoza, asesorados por un amplio órgano consultivo (Consell de Cent en Barcelona; Consejo municipal de 24 miembros en Zaragoza; Consell General de 142 consellers en Valencia), en los que tenía representación no solo el patriciado urbano (caballeros y ciudadanos), sino también sectores del artesanado.
III. La política imperial
III.1. Planteamiento general
La suprema misión que asumió Carlos V tenía relación con el ideal medieval de Cruzada: promover la unidad de la Cristiandad bajo el gobierno imperial y su defensa contra los musulmanes: “un monarca, un imperio y una espada”, en palabras del poeta Hernando de Acuña. No obstante, no llevó a cabo su ideal imperial por completo. En la mayoría de las ocasiones, actuó en defensa de las partes integrantes de su herencia.
En su lucha por alcanzar sus objetivos, el emperador católico se apoyó en ciertas ventajas y hubo de afrontar unas cuantas desventajas:
Ventajas:
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Contaba con una red diplomática permanente, heredada de Fernando el Católico.
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Tenía a su disposición el mejor ejército de Europa, gracias a los siguientes factores: el predominio de la infantería (los tercios), las mejoras tácticas, la experiencia acumulada en las guerras de Granada e Italia, y el prestigio y la rentabilidad de la carrera militar.
Desventajas:
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La enorme extensión de sus dominios.
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La lentitud y la dificultad de los desplazamientos y las comunicaciones.
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La debilidad de la armada naval, provocada por la fortaleza de las flotas turca y berberisca, y la falta de marinos preparados, de reservas madereras y de industria naval.
Carlos V apenas tuvo aliados desde el punto de vista de la política exterior. Solo Inglaterra y Persia le apoyaron de forma puntual, para oponerse a Francia y al Imperio Otomano, respectivamente.
En cambio, los enemigos no fueron pocos:
- Francia. La rivalidad franco-hispana ya existía antes de la llegada al trono de Carlos V, ya que la idea de un asedio diplomático a Francia ya la había promovido Fernando el Católico, al forjar la alianza hispano-germano-inglesa. Carlos V reforzó esta línea diplomática porque los Valois tenían aspiraciones dinásticas similares a las de los Habsburgo. Francisco I pretendió el trono imperial y siempre mantuvo una actitud de constante hostilidad respecto a Carlos V. Esta posición era una reacción defensiva de un estado emergente, que se hallaba rodeado por el poder del emperador. Al norte, Carlos V dominaba Flandes y el Artois. Al sur, reinaba en las Coronas de Castilla y Aragón. Y al este el Franco-Condado. Por ello, el objetivo principal de la política francesa fue resistir el enorme poder de los Habsburgo, aliándose a sus enemigos: los príncipes protestantes alemanes, el Reino de Dinamarca, el Papado, algunos príncipes italianos e, incluso, los turcos.
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El Imperio Otomano. Carlos V encontró en el Turco a un gran rival, tanto por tierra como por mar. Los turcos orientaron sus objetivos hacia tres zonas: la Europa Oriental, el Mediterráneo e incluso algunos puntos de España. Mientras por tierra pudo frenar -con cierta dificultad- sus acometidas, por mar tuvo más problemas. La captura de Constantinopla permitió al Imperio Otomano mejorar su infraestructura naval, gracias al uso de sus muelles y arsenales, y al acceso a la madera de las selvas de las tierras bañadas por el Mar Negro, y se convirtió en una potencia naval de primer orden. Los turcos dificultaron el comercio con el Mediterráneo Oriental y atacaron las posesiones italianas de Carlos. No obstante, no hubo un riesgo real de invasión de las costas españolas, ya que para ello los turcos necesitaban grandes inversiones y bases para realizar escalas, bien en la costa sur francesa, bien en la costa berberisca norteafricana. La amenaza fue latente durante todo el reinado. Franceses y berberiscos eran aliados de los turcos y la posibilidad de que los moriscos españoles les ayudasen desde dentro generaba mucha inquietud.
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Los príncipes alemanes y la Reforma Protestante. Pese al título imperial, fuera de sus territorios patrimoniales, Carlos V tenía poco margen de maniobra para contrarrestar el particularismo de los príncipes alemanes. Aunque nombró Archiduque de Austria a su hermano Fernando y le encomendó el tratamiento de los asuntos derivados del trato con estos gobernantes, la distancia y la extensión del protestantismo hicieron que los estados alemanes se alejasen progresivamente de la autoridad imperial. Su política respecto al Luteranismo fluctuó entre el deseo de terminar con la Reforma y el deseo de evitar su extensión por medio de la negociación (lo que le enfrentó con la Santa Sede).
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El Papado no promovió los objetivos internacionales del emperador, pese que Carlos creía tener derecho a contar con dicho apoyo. Igual que otros gobernantes en Europa, el papa sentía cierto recelo del poder territorial del emperador (especialmente en Italia, donde poseía Milán y el Reino de Nápoles). Y junto a los motivos políticos, tampoco estaba muy contento con ciertas prerrogativas religiosas adquiridas o asumidas por Carlos. Por una parte, en 1523, Carlos V consiguió de Adriano VI (Adriano de Utrecht) la concesión perpetua del derecho de presentación de los obispados españoles (incrementando así su influencia sobre el alto clero). Y por otra, la Santa Sede tampoco vio con buenos ojos el interés del emperador por convocar un Concilio general para tratar temas como la decadencia moral de la Curia o el cisma protestante.
Por último, cabe destacar la importancia que Carlos V le concedió a la extensión de los territorios conquistados en el Nuevo Mundo, ya que los veía como una fuente de ingresos necesaria para acometer los gastos de sus múltiples compromisos.
III.2. Las guerras con Francia
El enfrentamiento entre Carlos V y Francisco I tiene su origen en la posesión de Borgoña por la corona francesa y en las aspiraciones de ambos monarcas por dominar Italia. Comenzó en 1521 y se prolongó hasta la firma de la Paz de Cateau-Cambrésis en 1559.
III.2.1. Primera etapa.
Tras el forcejeo por la elección imperial, la corona francesa trató de reforzar su posición atacando las debilidades de Carlos V. Al tiempo que había de hacer frente a las rebeliones de las Comunidades y las Germanías, en abril de 1521 Francisco I le declaró la guerra. El ejército francés invadió Navarra pero los rebeldes hicieron frente común con las tropas reales para evitar que Navarra restableciese su independencia bajo protectorado francés.
El principal escenario de la guerra fue Italia. Muerto Chièvres, la influencia de Gattinara propició que la Península Itálica se convirtiese en el centro de los intereses del emperador. A finales de 1521, Carlos conquistó Milán, un territorio de gran importancia estratégica ya que facilitaba la comunicación desde España con el Franco-Condado y con el Tirol (pasando por Génova).
Carlos buscó la alianza con Venecia, Florencia, el Papado (tras la coronación de Adriano VI –de Utrecht-) e Inglaterra. Con Enrique VIII firmó en 1522 el Tratado de Windsor, pactando la conquista de Francia, que le permitiría recuperar la Borgoña y anexionar otros territorios del este (Languedoc, Provenza y el valle del Ródano), y apalabrando su propia boda con María Tudor, que curiosamente acabaría siendo esposa de Felipe II.
No obstante, la muerte de Adriano VI y su sucesión por Clemente VII, un papa italiano preocupado por mantener el equilibrio entre las dos potencias, modificaron las alianzas. Francia recuperó Milán a finales de 1524 y se alió con Venecia y el Papado. Los franceses intentaron dominar los restantes reductos imperiales en Italia y a principios de 1525 sitiaron Pavía. Las tropas imperiales pasaron a la ofensiva y vencieron al ejército francés en campo abierto, llegando a apresar al propio Francisco I de Francia.
Tras conocer la noticia, Carlos abandonó su proyecto de boda con María Tudor y decidió casarse con su prima carnal, Isabel de Portugal, quien, además traer una dote considerablemente superior (era hija de Manuel el Afortunado, el monarca más rico de la Cristiandad), era del agrado de las Cortes castellanas y podía ocuparse de la regencia estando ausente.
El monarca francés fue llevado a Madrid y tratado como rey. Carlos le exigió el ducado de Borgoña a cambio de la libertad, pero Francisco se negó y las negociaciones se retrasaron. Finalmente, en enero de 1526, ambos monarcas firmaron el Tratado de Madrid, por el que, a cambio de la libertad, Francisco juró entregar la Borgoña y renunciar a sus aspiraciones en Italia y Flandes (dejando a dos hijos como rehenes hasta el cumplimiento de su promesa).
III.2.2. Segunda etapa.
Tras recuperar la libertad, Francisco incumplió el Tratado de Madrid. Consciente de su debilidad, recurrió a la diplomacia y convenció a varios Estados (Venecia, Florencia, el Papado e incluso Inglaterra) para formar la Liga de Cognac o Liga Clementina (por el nombre del papa, Clemente VII), alertándoles del peligro que conllevaba el creciente poder imperial. También solicitó la ayuda de Solimán el Magnífico.
Los turcos invadieron Hungría y la conquistaron tras la victoria de Mohács (1526), en la que pereció el rey Luis II (marido de su hermana María). Los turcos estaban apenas a 250 Km de Viena, la cuna de los Habsburgo…
Este suceso y el comportamiento de Francisco I y Clemente VII enturbiaron la luna de miel granadina del emperador, quien hubo de convocar Cortes en Valladolid para pedir dinero con el que ayudar a su hermano Fernando, gobernador de Austria, ante la amenaza de los otomanos. Durante la estancia en Valladolid, nació el infante Felipe (21-05-1527). Y durante los festejos llegó a la corte la sorprendente noticia del Saco de Roma por las tropas imperiales.
En 1527, los turcos frenaron sus avances y las tropas imperiales, comandadas por el Duque de Borbón, tuvieron ocasión de recuperar Milán. Y a continuación decidieron presionar a Clemente VII para que abandonase la Liga de Cognac. Marcharon hacia el sur y asaltaron Roma. La falta de pago dificultó el control de los soldados y la muerte del Duque dejó la Ciudad Eterna a merced de las tropas. El papa permaneció cercado en el castillo de Sant’ Angelo. Durante siete días se sucedieron las profanaciones de templos, las violaciones, las matanzas indiscriminadas, los incendios y el pillaje. El Saco de Roma quedó en el recuerdo como uno de los episodios más sangrientos del Renacimiento.
Con el apoyo de Alfonso de Valdés, Carlos V trató de justificar el Saco y de exculparse ante los demás príncipes europeos, mostrando a su vez su pesar por el acontecimiento. Francia, Inglaterra y Venecia declararon la guerra formalmente a Carlos, poniendo como condiciones la liberación del papa y de los hijos de Francisco I. En 1528, los franceses, aliados con Génova, atacaron sin éxito el Milanesado y se dirigieron a Nápoles. Las negociaciones con el papa fructificaron en el Tratado de Barcelona y el pontífice fue liberado a cambio de una compensación económica y varias plazas (Ostia y Civitavecchia). Una epidemia de peste diezmó las tropas francesas, que tuvieron que alzar el cerco de la capital napolitana. Y Génova (con la poderosa flota de Andrea D’Oria) cambió de bando y se alió a las tropas imperiales. En esta situación de equilibrio y agotamiento económico, comenzaron las negociaciones. Margarita de Austria (tía de Carlos, esposa del Príncipe de Asturias, Juan, hijo de los RRCC; gobernadora de Flandes) y Luisa de Saboya (madre de Francisco I) firmaron la Paz de Cambrai o de las Damas en 1529. Carlos renunció al ducado de Borgoña y Francisco a Milán, Génova, Nápoles, Artois y Flandes; y los dos príncipes rehenes fueron liberados a cambio de una gran suma (2 millones de ducados).
Tras ese éxito y reconciliado con el papa, Carlos viajó a Italia dejando como regente de Castilla a su esposa Isabel. Tras desembarcar en Génova, emprendió la tarea de pacificar Italia, llegando a acuerdos con la Santa Sede y con Venecia. Después, marchó a Bolonia donde Clemente VII le coronó emperador con todo esplendor.
III.2.3. Tercera etapa.
Tras la paz de Cambrai y la coronación, Carlos dedicó sus esfuerzos a combatir al Turco en la Europa Oriental (Viena) y en el Mediterráneo (Túnez). Francisco I aprovechó los años siguientes para reorganizar el ejército y promover alianzas con Inglaterra y los príncipes alemanes. En 1535, la muerte del duque de Milán, Francisco II Sforza, dio pie a Francisco I a postular a un candidato francés para el trono del Milanesado. Con los ojos puestos en Milán, a principios de 1536, invadió el Ducado de Saboya (aliado de Carlos V) y el Piamonte. Carlos V interrumpió su viaje por el Reino de Nápoles para ir a Roma, donde el papa Paulo III medió sin éxito entre los dos monarcas para evitar la guerra.
Carlos aplazó sus planes de atacar Argel. Se planteó la invasión de Francia desde el norte y desde el sur, pero la falta de dinero le frenó. Durante el verano de 1536 se internó por la Provenza para tratar de disminuir la presión sobre Milán, pero la campaña fue un desastre y Carlos hubo de marchar a Génova más endeudado que nunca y con una fuerza militar muy debilitada. Para Francia, la guerra fue también muy costosa. El agotamiento mutuo detuvo los enfrentamientos. Paulo III promovió una nueva negociación, que se tradujo en la firma de la Tregua de Niza en 1538; un acuerdo que había de durar 10 años y que partía de las siguientes bases: alianza contra el Turco, guerra contra los príncipes alemanes y colaboración en un Concilio general.
III.2.4. Cuarta etapa.
Francisco I no respetó la Tregua de Niza. Aprovechando el agotamiento del emperador tras la desastrosa campaña de Argel (1541), en 1542 el rey francés invadió los Países Bajos, donde la situación de Carlos era complicada ante el avance de la herejía y la presión tributaria.
Tras detener el ataque a Flandes, el emperador reaccionó sellando una alianza con Inglaterra en 1543 y realizando un gran esfuerzo fiscal y logístico para organizar el ataque directo contra Francia. Las tropas inglesas invadieron Normandía y el ejército imperial entró por la Champaña, acercándose a París. En situación de ventaja, pero con prisas por terminar la operación para ocuparse de los luteranos alemanes, Carlos y Francisco negociaron la Paz de Crépy, en 1544, comprometiéndose ambos de nuevo a respetar los dominios rivales.
Tres años después, en 1547, falleció Francisco I. Ello no puso fin a la pugna entre Francia y el Imperio, pero sí a un enfrentamiento, que había durado casi un cuarto de siglo y que trascendió del ámbito puramente político al de la rivalidad personal.
III.3. La defensa contra el Turco: el Danubio y el Mediterráneo
Dado su perfil de emperador cristiano, la amenaza turca fue para Carlos V la más preocupante de todas. Además, esta se manifestó tanto por tierra (a lo largo del Danubio), como por mar (por todo el Mediterráneo), por lo que el monarca no pudo combatirla con la intensidad deseada.
En el frente terrestre de la Europa Oriental, Solimán el Magnífico tomó Belgrado en 1521 y en 1526 inició una gran campaña sobre Hungría, que culminó con la victoria de Mohács, en la que murió Luis II de Hungría y Bohemia. Los turcos llegaron a Buda(pest), a una mínima distancia de la frontera oriental de Austria. La aportación del emperador a la defensa del Danubio no fue muy grande, atado por sus guerras contra Francisco I. En 1529, el sultán comenzó una segunda invasión, llegando a asediar Viena. En 1532, el emperador acudió personalmente en defensa de Viena y los turcos tuvieron que retirarse a Buda, desde donde siguieron amenazando Hungría y Austria durante muchos años. Carlos manifestó claramente que solo pretendía defender la capital del Danubio, no la liquidación de la cuestión húngara, ya que tenía otros compromisos más acuciantes. No obstante, no abandonó totalmente a su hermano Fernando (archiduque de Austria y rey de Hungría y Bohemia), ya que al salir de Viena le dejó allá un contingente armado.
El principal escenario de la lucha imperial contra el Turco no fue la Europa Oriental, sino el Mediterráneo, ya que la amenaza naval otomana dificultaba el comercio y, sobre todo, las comunicaciones y los desplazamientos.
Solimán inició su ofensiva conquistando en 1522 la isla de Rodas. Así mismo, encontró otro punto de apoyo en Jeireddín Barbarroja, quien en 1518 se puso bajo la protección del sultán y desde Argel organizó numerosos ataques de corsarios berberiscos sobre las costas napolitanas, el Levante español y las islas Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia.
La posibilidad de que turcos y berberiscos contactasen con los musulmanes del sudeste peninsular inquietaba considerablemente a la Corona. Por ello, Carlos V ordenó en 1525 la extensión al Reino de Valencia del decreto castellano que obligaba a los musulmanes a elegir entre la conversión al cristianismo o el exilio. La medida provocó en 1526 una rebelión armada en la Sierra de Espadán, que fue sofocada por la fuerza.
Hasta 1532, las expediciones turcas y berberiscas causaron el temor en el Levante español. Se sucedieron los actos de piratería contra las embarcaciones hispánicas, así como los saqueos y los secuestros en las tierras costeras. Carlos V no fue capaz de organizar una fuerza naval suficiente para combatir al Turco por mar. No obstante, la alianza con Génova y la posibilidad de disponer de la flota de Andrea D’Oria le permitió ofrecer más oposición. Solimán disminuyó la presión sobre Austria para reforzar su posición en el Mediterráneo. Estrechó sus alianzas con Francia y con Barbarroja y conquistó Túnez al aliado morisco de España, Muley Hassan, en 1534.
Con el fin de romper el frente musulmán mediterráneo y poder establecer una base entre Argel y Constantinopla, Carlos V decidió tomar Túnez. Consiguió dinero de las Cortes y de las Indias y organizó una numerosa expedición que terminó conquistando La Goleta y Túnez en 1535. Barbarroja escapó y se refugió en Argel, desde donde continuó la lucha, organizando distintas expediciones de saqueo contra las Islas Baleares y el Reino de Valencia en 1537.
Tras la Tregua de Niza, Carlos V trató de organizar una nueva ofensiva contra el Turco, suscribiendo una alianza con Venecia y el Papado. La Liga sufrió en 1538 la derrota de Preveza y en 1540 se deshizo tras la firma entre Venecia y el Imperio Otomano de un tratado particular de paz.
Sin el apoyo de la flota veneciana, Carlos V fijó sus objetivos en el Mediterráneo occidental y se planteó la toma de Argel. En 1541 organizó una gran expedición que fue diezmada por una tormenta (perdió por este motivo 150 barcos). Y aunque acompañó personalmente a las tropas que atacaron la ciudad, hubo de retirarse, sufriendo una de las mayores derrotas de su carrera militar.
A partir de este momento, la posición de Carlos en el Mediterráneo empeoró progresivamente. Poco a poco, los turcos fueron tomando todas las plazas españolas del norte de África. No obstante, la guerra contra Persia distrajo la atención de Solimán. Además, en 1546 murió Barbarroja. No obstante, ello no frenó las acometidas berberiscas, dirigidas por Dragut. En los años siguientes, los corsarios berberiscos siguiendo amenazando la seguridad del Mediterráneo Occidental, entorpeciendo el comercio y las comunicaciones entre España e Italia. Hasta el reinado de Felipe II el Mediterráneo no volvió a ser el escenario de grandes enfrentamientos navales.
III.4. Carlos V y la Reforma
El problema del protestantismo fue el que acabó arruinando la política de Carlos V. El emperador era completamente contrario a la herejía, pero no pudo disponer de medios para acabar con ella, tal como hizo en España y en los Países Bajos.
El protestantismo tuvo su origen en la figura de Martín Lutero, teólogo alemán, estudioso de la Biblia y la Iglesia primitiva. Lutero enunció la doctrina de la justificación por la fe, que afirmaba que la salvación no dependía de las buenas obras, sino que era un regalo divino, procedente de la gracia de Dios, y que solo podían recibir los que tuviesen fe.
Lutero criticó duramente el tráfico abusivo de indulgencias. Las indulgencias eran documentos que vendían los eclesiásticos y que servían para conseguir el perdón de los castigos causados por la comisión de pecados. Lutero consideraba que la adquisición de indulgencias podía alejar al pueblo cristiano de la confesión y el arrepentimiento. Tras pronunciar varios sermones contra ellas, en 1517 publicó en la iglesia del palacio de Wittenberg un documento que contenía 95 Tesis que invitaban a debatir su licitud. Las 95 Tesis fueron traducidas al alemán y difundidas en formato impreso por toda Europa con gran rapidez.
En sus principales escritos (“A la nobleza cristiana de la nación alemana”, “De la cautividad babilónica de la Iglesia” y “De la libertad cristiana”), Lutero formuló un nuevo cristianismo, basado en la doctrina de la justificación por la fe, el sacerdocio universal, la lectura directa de la Biblia, la desvinculación de la Iglesia respecto al poder pontificio, bajo el poder de los príncipes, y la validez de solo tres sacramentos: bautismo, penitencia y eucaristía. Las opiniones de Lutero fueron interpretadas como un ataque a la Santa Sede y en 1520 fue excomulgado por León X.
Lutero encontró apoyos en Alemania por motivos de diversa índole:
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Políticos: el incipiente nacionalismo alemán frente a la idea imperial.
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Filosóficos: el humanismo laico frente a la cultura clerical.
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Religiosos: la necesidad de una vida religiosa más sincera, en contraposición con la corrupción de la curia romana y la jerarquía eclesiástica.
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Económicos: la oposición a que saliesen grandes sumas de dinero de Alemania para engordar las arcas de la Sede Apostólica.
Tras excomulgar a Lutero, León X presionó a Carlos V para que reprimiese por la fuerza la extensión de la herejía. Pero el joven emperador prefirió un procedimiento más pacífico: en 1521 convocó la Dieta de Worms y llamó a Lutero. El predicador agustino se personó en la reunión y ratificó sus maduros planteamientos teológicos. El joven Carlos V respondió declarando su intención de emprender la defensa de la Cristiandad y de las doctrinas de la Iglesia. Lutero fue proscrito por el Edicto de Worms. No obstante, protegido por el príncipe elector Federico de Sajonia, se convirtió en el catalizador de la Reforma y del nacionalismo alemán, contrario a un Imperio con poderes que fueran más allá de lo simplemente formal.
Los conflictos en España (las Comunidades y las Germanías) y las dos primeras guerras con Francia impidieron a Carlos V dedicar toda su atención a la cuestión protestante. En la Dieta de Espira de 1529 ratificó la postura de Worms contra el luteranismo. Esta decisión provocó las protestas de los príncipes luteranos, que empezaron a mejorar su organización política.
Tras la Paz de las Damas y la coronación imperial, en 1530 Carlos se dirigió a Alemania (tras ocho años de ausencia), con el fin de terminar con la cuestión protestante para poder centrarse en la lucha contra los turcos. Convocó la Dieta de Augsburgo. Se planteó tres opciones para resolver la controversia luterana:
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Buscar la solución en un Concilio General. La vía conciliar no dependía de él, sino del papa, y Clemente VII no estaba dispuesto a la convocatoria por temor a que sacasen a la luz la corrupción de la Curia pontificia y sus intereses “monárquicos”.
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Reprimir el cisma por la fuerza. La vía violenta tampoco era factible, dado el gran poderío militar de los príncipes alemanes protestantes.
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O procurar un arreglo pacífico por la vía de la negociación (complicado por el alejamiento progresivo de las posturas y los distintos intereses existentes –no solo espirituales-).
Tras analizar la situación, Carlos V optó en primer lugar por la vía de la concordia. Llamó a Augsburgo a los principales teólogos (Johann Eck, por la parte católica, y Philipp Melanchton, por la protestante, fueron los más destacados). Pero, como se esperaba, las negociaciones no pudieron concluir en acuerdo.
Ante un posible uso imperial de la fuerza, los protestantes reforzaron su posición política con la formación de la Liga de Schmalkalden. Carlos quiso evitar la violencia y le solicitó al papa la convocatoria del Concilio, pero Clemente VII se negó. Agotadas las dos vías pacíficas, Carlos V reconoció no tener fuerza para una represión violenta y aplazó la resolución del problema. Se limitó a conseguir la coronación de su hermano Fernando en Aquisgrán como Rey de Romanos, asegurando la continuidad dinástica al frente del Imperio, y una generosa ayuda para afrontar los gastos de la inminente campaña militar contra Solimán el Magnífico.
Clausurada la Dieta de Augsburgo, Carlos viajó a los Países Bajos para nombrar gobernadora a su hermana María (viuda de Luis II de Hungría), tras la reciente muerte de su tía Margarita de Austria (su antigua maestra). Tras estar prácticamente un año en los Países Bajos, en 1532 Carlos volvió a Alemania para organizar la defensa de Austria contra el Turco. Aceptó un arreglo provisional del tema protestante, la Paz de Nuremberg, que establecía que nadie podría ser condenado por herejía hasta la convocatoria de un concilio. La medida surtió efecto y con la ayuda protestante, Carlos liberó Austria e hizo retroceder a los otomanos.
Los acontecimientos políticos de la década siguiente y la delicada situación económica llevaron al emperador a proseguir su política de contemporización con los protestantes: el segundo cerco turco a Viena (1532), la conquista de Túnez (1535), la tercera guerra con Francia (1536-38) y el desastre de Argel (1541).
Por otra parte, Clemente VII fue sucedido en el solio pontificio por Paulo III (Alessandro Farnese), un papa reformista y partidario del concilio. En 1542, el pontífice convocó el Concilio de Trento. No obstante, Francisco I rompió la tregua de Niza e inició la cuarta guerra contra Carlos V. El conflicto impidió la reunión del concilio. Firmada la Paz de Crépy en 1544, el emperador pudo centrarse de nuevo en la cuestión protestante.
En 1545, Carlos V intentó sin éxito negociar un acuerdo en la Dieta de Worms. Allí, Carlos se convenció de la imposibilidad de solucionar la ruptura por las vías pacíficas y solicitó a la Santa Sede ayuda para enfrentarse militarme a la Liga de Schmalkalden. Paulo III aceptó la petición y le envió dinero y tropas. Poco después, a finales de ese mismo año 1545 comenzaron las sesiones del Concilio de Trento. En 1546, Carlos convocó una nueva Dieta en Ratisbona, pero las negociaciones fracasaron de nuevo al abandonar la ciudad los teólogos protestantes. Poco después, el emperador declaró proscritos a Juan Federico de Sajonia y Felipe de Hesse (dos de los príncipes luteranos más influyentes), lo que dio inicio a la guerra contra la Liga.
En 1546, Carlos consiguió distintos éxitos en la llamada campaña del Danubio, asegurándose el dominio del sur de Alemania. En 1547 falleció Francisco I, siendo sucedido por su hijo Enrique II (que durante bastantes años había sido rehén de Carlos). Ese mismo año, las tropas imperiales, dirigidas por el Duque de Alba y encabezadas por el propio Carlos V, atacaron el corazón de Alemania, logrando la victoria de Mühlberg. Muerto Francisco I y dominados los príncipes luteranos, Carlos se encontró con una ocasión excelente para lograr el control efectivo del Imperio y el fin del cisma protestante. No obstante, las medidas adoptadas por el emperador no tuvieron el éxito deseado.
En 1548, Carlos trató de solucionar el problema religioso con independencia del Papado, proponiendo un compromiso llamado Interim, en el que imponía a los protestantes el respeto a la doctrina católica y a la autoridad del papa, y les hacía determinadas concesiones en materias de disciplina y liturgia. El documento no satisfizo ni a los protestantes ni a la Iglesia Romana y quedó sin efecto.
Por otra parte, aprovechando su fortaleza en Alemania, entre 1549 y 1551 Carlos quiso asegurar los intereses políticos de su familia promoviendo el reconocimiento de su hijo Felipe como candidato a la sucesión imperial. No obstante, las resistencias de los príncipes alemanes y de su hermano Fernando impidieron el éxito de su idea. De poco sirvió la presencia de Felipe en Alemania.
En 1551, Francia volvió a cobrar protagonismo. Enrique II se alió con los príncipes protestantes a cambio de tres plazas de gran importancia estratégica (Metz, Toul y Verdún) y consiguió que Solimán abandonase su tregua, tomase Trípoli y se acercase a la frontera austriaca. Además, Mauricio de Sajonia abandonó las filas imperiales para aliarse a los protestantes. Acuciado por las amenazas y con grandes dificultades financieras, Carlos asistió al desmoronamiento de su idea imperial.
III.5. Fracaso y abdicación
A principios de 1552, Mauricio de Sajonia atacó a Carlos en Innsbruck, forzándole a huir atravesando los Alpes hacia Carintia (al sur de Austria). Esta huida en litera del gotoso Carlos puede simbolizar perfectamente el fracaso del gran experimento imperial. Tras esta derrota, en el mismo año 1552, Carlos y los príncipes protestantes firmaron el Tratado de Nassau, en el que se reconocía la licitud de la aceptación del protestantismo por cada Estado del Imperio.
Tras la derrota en Alemania, entre 1552 y 1553, Carlos intentó sin éxito reconquistar Metz para restablecer las comunicaciones entre los Países Bajos y el Franco-Condado. Finalmente tuvo que volver a los Países Bajos donde residió hasta su postrer viaje a España, en 1556.
El 25 de septiembre de 1555 firmó con los príncipes protestantes la Paz de Augsburgo reconociendo formalmente el principio “cuius regio, eius religio”. Un mes después, el 25 de octubre, ante los Estados Generales en Bruselas abdicó en su hijo Felipe la soberanía de los Países Bajos. El 16 de enero de 1556 le cedió a Felipe la soberanía sobre los reinos de España e Italia. El 5 de febrero de 1556 concertó una tregua con Enrique II de Francia. Y en septiembre de 1556 renunció a la corona imperial en favor de su hermano Fernando. Acto seguido, embarcó con dirección a España y en febrero de 1557 llegó a Yuste, desde donde se dedicó a ayudar a su hijo en las labores de gobierno. Allí murió el 21 de septiembre de 1558.
Mil gracias por su completo articulo mi hija verdaderamente lo ha leído con entusiasmo ahora esta mucho mas animada por que tenia que hacer un trabajo para el colegio sobre el tema y creo que ya lo tiene mucho mas claro. Estaba preocupada la pobre sobre el tema por que no sabia realmente bien como hacerlo. Desde aquí una madre agradecida.
Muchísimas gracias, sencillo, directo y completo. Incluso en niveles universitarios es muy útil para hacerse una idea global y muy centrada en el contexto peninsular. Muy claro y con muchos detalles y conceptos claves (como “sistema polisinodial, por ejemplo). De verdad! He apartado mis apuntes para hacerme los esquemas partiendo de esta página! Muchas gracias! 🙂