Desde la mitad del siglo XVI, hasta el ocaso del siglo XVIII, se aprecia una evolución en las cofradías oriolanas con respecto a las calidades materiales de sus miembros, en el sentido de una mayor heterogeneidad laboral y social. En esta etapa histórica perviven algunas cofradías vinculadas a profesiones u oficios, aunque sin el empuje que habían tenido en época medieval. Ahora, sus miembros comienzan a participar en las nuevas cofradías que surgen tras el Concilio de Trento.
En Orihuela, grupos profesionales como el de los mercaderes decidían fundar sin carácter gremial una Cofradía del Santo Cristo en la catedral, en 1646. Para ello solicitaban al Cabildo Catedralicio autorización para entronizar en la capilla de Santa Ana al Santo Cristo que portaban en la procesión de Viernes Santo. Con ello, este grupo profesional sólo buscaba el aspecto cultual y el asistencial, en cuanto a asegurarse un lugar de enterramiento en el vaso de esa capilla de la catedral.
Es el momento en que algunas cofradías que podemos denominar de “clase” surgen en el panorama asociativo religioso en la Orihuela de la Edad Moderna. La Cofradía de la Madre de Dios o de los Caballeros acogía a nobles, caballeros, militares y ciudadanos honrados de mano mayor. A la cofradía del Nombre de Jesús pertenecían los jurados, doctores y notarios.
En la Cofradía de San Salvador de la Catedral, desde sus inicios la fusión de artesanos con personajes de la nobleza local está presente. De hecho, en la relación de cofrades de 1574, junto a un buen número de ciudadanos figuran algún labrador, un panadero, un mercader, un sastre y un calderero. Con ellos, funcionarios civiles y militares, como un alguacil y un capitán de S.M., completándose la nómina con varios eclesiásticos. Sin embargo, a mitad del siglo XVII, tras producirse un decaimiento en esta cofradía y al no incorporarse cofrades, el Cabildo Catedral ordenaba al presidente de la misma que se formase una nueva y que se designaran mayordomos27.
En la Escuela de Cristo, sus estatutos limitaban el número de hermanos a 72, de los cuales 24 debían ser eclesiásticos y el resto seglar. De los 518 hermanos que la integran, desde su fundación en 1665 hasta 1809, la proporción entre clérigos y laicos se mantiene. De manera que entre los primeros se contabilizan 155 que corresponden a un 29,92%, mientras que los segundos que son 363, representan el 70,08% del total. Los hermanos del clero regular pertenecían, sobre todo, a la orden carmelita y los eclesiásticos seculares procedían de la ciudad y de otras localidades cercanas, existiendo algunos miembros del Cabildo Catedral. Los seglares que se incorporan a la Escuela de Cristo oriolana nos ponen de manifiesto la variedad estamental de los mismos, no apreciándose ninguna limitación. De esta manera, en la misma se veían representados la pequeña nobleza, los burócratas locales, los ciudadanos vinculados a la regiduría de la Ciudad, abogados, médicos, doctores y todo un repertorio de artesanos, oficios y comerciantes.
Todos estos aspectos nos plantean el estudio de la incorporación de los oriolanos a las diferentes cofradías. En ellas comprobamos que, si bien en algunas predomina la clase social media y alta, en otras, como en la Escuela de Cristo, la fusión de clases se da en plenitud, mostrándonos a estas instituciones en su seno como un vehículo catalizador social.
Para corroborar esto, baste con apreciar la confluencia de clases en la Cofradía de Nuestra Señora de la Concepción de la parroquia de Santiago, entre 1692-1795 y el mosaico laboral entre los años 1660-1669 en la Cofradía de San Miguel de la Peña tutelada por el Cabildo Catedral. Analizando la aportación porcentual en la Cofradía de San Miguel de la Peña, vemos que en el Sector Primario, la agricultura y la ganadería eran predominantes con un 50% sobre el total, siendo tras él en importancia el Sector Secundario con un 37,80%, quedando el Sector Terciario representado por el 12,20%.
Respecto a la Cofradía de Nuestra Señora de la Concepción de la parroquia de Santiago, al establecer una división en subclases sociales, comprobamos que las profesiones manuales, no artesanales u oficios aportaban el 34,15%, los eclesiásticos el 29,97% y las profesiones liberales y los funcionarios, el 21,95%. Así misma, la incorporación de religiosos es menor que el total de laicos, que era del 70,73%.
En la Cofradía de los Esclavos de Jesús, María y José de la parroquia de las Santas Justa y Rufina, podemos comprobar la fusión de las clases sociales en su seno. En el periodo de 1665 y 1800, entre los cofrades varones existen 13 individuos de la nobleza, algunos con título de marqués, como los de Rafal, Arneva y Campo Salinas, junto con regidores, funcionarios, militares, escribanos y notarios. Dentro de los eclesiásticos, entre los seculares se inscriben 8 canónigos y 58 presbíteros, además de otro personal dependiente o al servicio de la catedral (el maestro de capilla y varios músicos) y del obispo (paje, mayordomo y secretario). Entre los eclesiásticos regulares localizamos a individuos de las órdenes carmelitas, franciscanos, alcantarinos, jesuitas, agustinos, mercedarios, capuchinos y antonianos.
Las profesiones liberales están representadas por algunos médicos, cirujanos y farmacéuticos. Se relacionan también a comerciantes, mercaderes y libreros. De entre los artistas y artesanos aparecen: el pintor José Soler y los plateros, Bernabé Gil, José Martínez Pacheco, José Montero y Martín Farizes. Junto a todos estos, la nómina se completa con representantes de oficios tales como: labradores, horneros, polvoristas, chocolateros, arrieros, sastres, tejedores, carpinteros, alarifes y albañiles, cereros, roperos, herreros, escopeteros, cerrajeros, fidegueros, confiteros y pasteleros, alpargateros y zapateros. Además se incluye a un estudiante y a dos ciegos.
Con respecto a las mujeres que se relacionan como esclavas en dicha cofradía, también se aprecia la fusión de clases sociales en ella, aunque apenas aparecen citadas las profesiones. Vemos junto a las marquesas de Rafal y de Arneva y a la condesa de Peñalver, a la gitana Juana Vargas y a ocho religiosas agustinas, siete dominicas, tres clarisas y ocho pertenecientes al convento de la Sangre de Alicante. Entre ellas, aparece la beata Antonia Carrover que “murió en buena opinión el 30 de junio de 1761, a los 77 años”.
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