Si en la Edad Media fue propio de la ciudad agrupar las profesiones por barrios y zonas, en el interludio de los siglos XVI y XVII, la ciudad rompe ese molde para crear otro más propio de los tiempos modernos: la gente se agrupa por el estatus social, lo que quiere decir que no sólo cuentan los dineros, también factores de valoración social. Perdura, no obstante, cierta territorialización de fácil pervivencia: que el clero se localice próximo a las iglesias, no tiene nada de extraño; que las adoberías se lleven río abajo, entra dentro de la lógica; que la carretería y paradores se instalen en zonas amplias y plazas, a ser posible sin traspasar la muralla, corresponde a la lógica de policía urbanística; como que las casas de meretrices se ubiquen a las afueras y no a la entrada.
Sin embargo, la territorialización más llamativa es la del privilegio, la del prestigio, la que configura una ciudad dividida por el poder económico y el estamento. Incluso, si hubiera que definirla con brevedad ésta sería: territorialización oligárquico-estamental. Territorialización compleja, nada rígida, pues los componentes clasificatorios se imbrican, profesión, dinero y estatus no siempre van unidos, mas las excepciones no marcan la regla, ésta viene dada por la media, por la dominancia, por la generalidad. Atendiendo a este principio, se observa:
1º. Territorialización espacial: centro frente a arrabales. El crecimiento poblacional a lo largo de los siglos XVI y XVII, especialmente en la última mitad de este siglo, ha superado todas las previsiones. La ciudad se derrama, supera las murallas de la madina, y los arrabales crecerán por encima del centro. Incluso uno de ellos, el arrabal de San Juan, asumirá el liderazgo demográfico, alrededor de un 30%.
2º. Territorialización clerical: tres parroquias, tres arrabales, tres collaciones. Desde el punto de vista del clero, la ciudad se agrupa –o divide- en torno a tres parroquias –San Salvador, Santas Justa y Rufina y San Jaume- cada una con su espacio en la madina, y cada una en su espacio en los arrabales. Tres parroquias desiguales en prestigio, feligresía y marco urbano. Ésta es la nota discordante más significativa, porque los arrabales no son exclusivos de cada parroquia, ya que la de San Salvador acoge en su seno la collación respectiva, el arrabal de San Juan –el más poblado y extenso- y la zona oriental del arrabal de San Agustín. Con tan amplio espacio y feligresía, la parroquia de San Salvador –sita en la catedral- destaca, por encima de las de Santa Justa y Rufina, con su pequeña collación y su menor porción de arrabal de San Agustín, y la de Sant Jaume, con un arrabal –Raval Roig– en ciernes.
3º. Territorialización social. La ciudad nuevamente delimita espacios según el nivel de riqueza. Dicho llanamente, existe la ciudad de los pobres y la ciudad de los ricos, y aún una tercera, la de los medianos. Los impuestos lo dicen claramente: los mayores contribuyentes muestran sus preferencias por intramuros. Concretamente, por los entornos próximos a santas Justa y Rufina y la catedral, y en menor medida próximos a Santiago. Se puede comprobar en planos cómo los poderosos prefieren las parroquias, los pobres ocupan los arrabales; en el segundo, se comparan los casos extremos, aquí las desigualdades se notan más, ricos y poderosos tienen su residencia al lado de la Catedral, los desheredados, al Raval Roig.
4º. Territorialización profesional. Sin ser determinante, las profesiones, especialmente aquéllas que llevan adscritas un prestigio social, marcan también una cierta territorialización. Así, aunque no sea tan claro como al parecer se dio en la Edad Media, se observa cómo los vecinos con prestigio social se agrupan en zonas diferentes al resto. Al modo de clases sociales, la ciudad delimita zonas de residencia que pueden bien clasificarse de zonas de primera, de segunda y de tercer orden. Los precios de las casas lo certifican en la praxis, pues no se paga igual –o no se vende- un edificio próximo a Santas Justa y Rufina que en el Raval Roig.
Atendiendo pues, más que a la profesión al prestigio, a la categoría… a la clase social suma (aunque con las reservas de la época), es posible diferenciar la zona de prestigio, la antigua madina, espacio triangular delimitado por las tres parroquias y el entorno que les rodea, la zona media, arrabales de San Agustín y San Juan, y la zona relegada a la pobreza, periferia de la ciudad y el citado arrabal Roig. De cómo esto es visible, basta con contabilizar el lugar de residencia de quienes pagan más y menos impuestos; pero también de esas profesiones de mayor o menos prestigio, donde están representados los lugares de residencia de cuatro profesiones, en dos grupos, y con características bien diferentes:
– Labradores y trabajadores
*Parroquia San Salvador: 0—10.
*Parroquia Santas Justa y Rufina: 0—5.
*Parroquia Santiago: 0—45.
*Arrabal San Juan: 0—65.
*Arrabal San Agustín: 0—70.
– Escribanos y mercaderes
*Parroquia San Salvador: 10—95.
*Parroquia Santas Justa y Rufina: 5—105.
*Parroquia Santiago: 45—55.
*Arrabal San Juan: sin existencia de grupos.
*Arrabal San Agustín: 70—75.
Incluso, a riesgo de simplificar, se podría decir que los caballeros y oligarcas viven alrededor de Santas Justa y Rufina y San Salvador; los hortelanos residen en el arrabal de San Agustín; los labradores y jornaleros prefieren el arrabal de San Juan; los mercaderes y profesiones liberales eligen la parroquia de San Salvador; y los pobres y advenedizos han de buscar sitio en la periferia y el Raval Roig.
En resumen, socialmente Orihuela no es una ciudad homogénea; bien al contrario, las diferencias se palpan tanto cuantitativa como cualitativamente. Las divergencias y las disimilitudes perfilan una ciudad compleja, caracterizada por las diferencias estamentales en lo político, heterogéneas en lo profesional, clasistas en lo económico, polarizadas en la propiedad, territorializadas en lo urbanístico, así como en levítica, conventual y de servicios en la oferta.
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