Con la recuperación cristiana del territorio peninsular se fue creando una nueva sociedad diferente a la musulmana precedente, con una estructura típica feudal donde el campo mantenía la clásica dinámica de señores y campesinos mientras que las ciudades estaban controladas por mercaderes y artesanos.
Así, en el campo las condiciones de los campesinos no eran tan desfavorables como cabría pensar sino más bien al contrario puesto que, con la necesidad de repoblar las tierras abandonadas por la emigración musulmana ante el avance cristiano, los señores feudales que se establecieron en las mismas favorecieron considerablemente las condiciones de los futuros colonos. Es decir, los campesino se convirtieron en un bien especialmente valorado. Por otra parte, por lo que respecta a los señores feudales, a pesar de todo el control que ejercían dentro de sus tierras, su debilidad estructural sólo les hacía vulnerables frente a la supremacía que la Corona adquirió durante el avance cristiano.
Pero la emigración musulmana en medio del avance cristiano no fue generalizada, sino que un buen número de población permaneció en el territorio ahora controlado por la nobleza cristiana. Es consecuencia, las principales etnias de la Península Ibérica – musulmanes, cristianos y judíos – convivieron día a día. Pese a todo, la tensión entre ellos era latente:
.- por un lado contra los musulmanes, a los que se culpaba de las incursiones berberiscas, las razias procedentes de Granada y las revueltas mudéjares.
.- por otro, contra los judíos por su evidente protagonismo económico.
Finalmente hay que destacar el papel de la Iglesia, que mantuvo una participación activa durante todo el avance cristiano mediante instituciones políticas como las Corts, el Consejo Real o la Cancillería, pero también a nivel ideológico desde el púlpito de las iglesias como guía espiritual de la sociedad.
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