El comienzo del siglo XVII supuso el fin del crecimiento demográfico que se observa desde hacía dos centurias, en parte por causa de la expulsión definitiva de los moriscos en 1609. Pero no fue éste el único factor de debilidad social: lo cierto es que el reino de Valencia cada vez tenía más un carácter periférico con la centralización de la monarquía que, a su vez, estaba cada vez más y más debilitada.
1609 supuso la culminación de la limpieza étnica iniciada hacía tres siglos y medio atrás pero también fue un mazazo para el índice poblacional, viéndose bruscamente reducido (de 400.000 a 275.000 habitantes en pocos días). En consecuencia, la expulsión de los moriscos supuso la pérdida de una considerable parte de la población activa ya que no había ni nobles, ni soldados, ni clérigos ni marginados en este sector. Una población activa que hubo que recuperar con la fomentación de las condiciones para atraer a nuevos emigrantes.
No fue hasta la segunda mitad del siglo XVII cuando el reino consiguió recuperar los niveles poblacionales que tenía antes de 1609, aunque con un crecimiento muy desigual que, sin embargo, no se vio afectado por las diversas calamidades – principalmente la peste -. En este sentido la inmigración fue esencial para la recuperación demográfica, pero el cambio de mentalidad de los colonos también fue un factor condicionante: los repobladores que llegaron al territorio se caracterizaban por una nupcialidad precoz y, en consecuencia, una elevada fecundidad.
Los datos encontrados acerca de Jijona para este siglo son precisamente del final de la centuria. De ellos se concluye que la villa era una población dedicada prácticamente a la agricultura, con un número aproximado se setenta labradores/agricultores que trabajaban de forma autónoma. Sí parece que había también una pequeña parte de la población dedicada a la elaboración y venta del turrón pero a juzgar por la falta de información en los documentos no parece que fuera una actividad importante.
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