En el caso de Jijona intervienen diversos factores en el acto festivo. En primer lugar la economía, que se manifiesta con la necesidad de realizar dos tandas festeras para contentar a toda la población. En siguiente lugar la cultura, destaca el componente histórico de la fiesta. Y por último, aunque no menos importante, lo social, representado por el acto de “La señal”.
Hay que mencionar la realización de actos festivos en los que se utiliza venado para la diversión del personal jijonenco, a modo de “vaquillas”. La cita se debe a un bando en el que el alcalde, en 1525, anuncia el traslado de un cargamento de venado por la villa. A través del bando quiere, el alcalde, quitarse la responsabilidad de los daños que puedan causar los animales. Se trata de soltar a los animales como si fuera de manera no intencionada, pero claramente preparado. Pasaremos por alto esta mención debido a que las referencias son escasas y no muy descriptivas.
El acto de La Señal, que en la actualidad consiste en la aportación de los jijonencos de la cantidad monetaria que puedan con el fin de contribuir con los organizadores de la fiesta, remonta sus orígenes a 1600, año en que San Sebastián obró el milagro de mantener a la población a salvo de la peste. Este acto se celebra cada sábado más cercano al 24 de julio y los organizadores se pasean por la localidad, casa por casa, recogiendo las aportaciones.
Las fiestas de Moros y Cristianos de la ciudad de Jijona se celebran en dos épocas: al acabar la temporada de producción y comercio del turrón, en febrero y al acabar la temporada heladera, en otoño.
El inicio de la celebración oficial de las fiestas debemos buscarlo en 1791, momento en el que se expende un Acta Capitular a través de la cual se pide permiso para realizar el festejo de San Sebastián, celebrada el 20 de enero, aunque posiblemente ya se realizaban actos con anterioridad sin permisos oficiales.
Con todo, se puede destacar que la fiesta de la población se desarrolla con reminiscencias de diferentes épocas históricas: medievales (el combate a las tropas musulmanas), la adoración a los santos Sebastián y Bartolomé, que responde a la sacralización durante el SXVI de la mayoría de las fiestas populares del territorio cristiano, y el económico con la articulación de las fiestas en torno a la producción del turrón y del helado.
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