La sociedad azteca evolucionó en el transcurso de la construcción del imperio, siguiendo las ciudades un proceso más acelerado. En líneas generales, los mexica pueden ser divididos en dos grandes grupos: poseedores y desposeídos. El factor diferenciador es la posesión de la tierra, teóricamente reservada a los señores, guerreros y comerciantes. Otros factores, como la riqueza y el prestigio, fueron ganando importancia, sobre todo en Tenochtitlán, ayudando al surgimiento de clases intermedias que suavizaban las diferencias. Así, hubo artesanos que llegaron a poseer tierras y macehualtín (gente común) exentos del pago de tributos. Dentro de cada grupo había divisiones que escalonaban la pirámide social.
Teóricamente había movilidad en la sociedad azteca, pero la práctica era complicada. Un individuo podía progresar destacando en la guerra, el sacerdocio o el comercio. La guerra era considerada la actividad por excelencia del azteca y en ella refrendaban los hijos de los nobles el prestigio que habían heredado. La gente común podía encumbrarse a la nobleza capturando enemigos en el combate, principalmente guerreros de Huexotzinco, Tlaxcala o Atlixco. La captura de cuatro de ellos daba rango, pero los hijos de los nobles, con una superior preparación para el combate y ocupando los puestos claves en el campo de batalla, gozaban de mayores posibilidades.
Los comerciantes labraban su ascenso ofreciendo costosas fiestas en las que intercambiaban riquezas por prestigio. El ascenso en la escala social les permitía hacer negocios cada vez más pingües. El grado más alto lo obtenían sacrificando esclavos comprados. Cualquiera que pudiera costear el sacrificio ritual de un esclavo elevaba su estatus, pero los altos costos restringían mucho las posibilidades de conseguir ese honor.
En lo alto de la pirámide social se encontraba el tlatoani (“orador”). Había uno en cada ciudad principal, con poder militar, civil y religioso. Un tlatoani podía estar sujeto a otro más importante, como ocurrió antes de la conquista con el tlatoani de Tenochtitlán, llamado Huey tlatoani (“Gran orador”), que era la más alta autoridad del imperio. Siempre recibía tributo y sumisión de sus dominios. Eran frecuentes los vínculos familiares entre los señores de diferentes ciudades, sobre todo después de la activa política matrimonial desplegada por Tenochtitlán. El título se heredaba dentro de un linaje, con ligeras variaciones de una localidad a otra: de padres a hijos, de hermano a hermano, etc. En Tenochtitlán había preferencia por un hermano, pero había un consejo de electores que decidía quien era el más idóneo. En el caso de las ciudades sometidas, el huey tlatoani debía sancionar la elección, lo que le permitía ejercer un fuerte control político.
Por debajo de los tlatoque (plural de tlatoani) se situaban los tetecuhtin (singular: tecuhtli) o señores. Este título se otorgaba como recompensa a acciones sobresalientes y estaba dotado de tierras y servidores. Muchos tetecuhtin ejercían cargos administrativos o eran jueces. Aparte de estos cargos, tenían como misión administrar sus dominios y la gente que residía en ellos, sirviendo a su tlatoani cuando estos lo demandaron. No era un título hereditario, aunque en la sucesión se prefiriera a un hijo del fallecido, si reunía suficientes méritos.
Los hijos de los tlatoque y tetecuhtin recibían la categoría de pipiltin (singular: pilli), que literalmente significa “hijos”. Tenían tierras en el interior de las propiedades de su tecuhtli y actuaban como embajadores, administradores de justicia y recaudadores de tributo. Mientras que el número de tetecuhtin y tlatoque estaba limitado por el número de plazas disponibles, podía ser pilli todo el que nacía dentro de una familia noble.
La posesión de tierras cultivadas por renteros daba a los nobles independencia para dedicarse a la guerra y ocupar cargos públicos. Tenían tribunales particulares, escuelas exclusivas y prerrogativas como la de poder ser polígamos o lucir ciertos distintivos del estatus en sus atuendos.
Los recién llegados a la nobleza, o gente común que lograba el ascenso, tenían un lugar de reunión separado del resto de los nobles. Eran llamados nobles -águila- o nobles- tigre y estaban exentos del pago del tributo. Siempre se les recordaba su origen humilde, pero sus hijos eran pipiltin desde el nacimiento. Tenían otras limitaciones, como no poder usar en sus trajes guerreros ciertas plumas e insignias, reservadas a los nobles de cuna, o no poder tener renteros.
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