Los aztecas contaban con dos grupos de escuelas: el telpuchcalli u hogar de los jóvenes, y el calmécac, en el que se formaba a los futuros sacerdotes. La primera entrenaba en el uso de las armas, adiestraba sobre algún oficio o una de las artes, en el caso de que el chico mostrase buenas aptitudes para desarrollar alguna de ellas, y se enseñaban las reglas sociales, la historia del pueblo azteca, las tradiciones y la religión; mientras que la segunda puede ser considerada una especie de seminario, en el que se preparaban a los futuros sacerdotes y jefes de la comunidad. Este grupo de elegidos tenían sus aulas en los mismos templos, de donde pocas veces saldrían.
Las chicas tanbién contaban con dos tipos de escuelas muy distintas: en una podían convertirse en sacerdotisas; y en la otra, en tejedoras, hilanderas o en hábiles artesanas, capaces de preparar las delicadas plumas y las ricas vestimentas ceremoniales de los jefes y sacerdotes.
Lo que ha podido ser comprobado es que la disciplina que se imponía en cada una de estas escuelas, tanto las correspondientes a los chicos como a las chicas, eran muy duras. No se consentía el menor error, siendo castigadas severamente las faltas por distracción o por no tomarse en serio las enseñanzas. Otra de las normas sagradas era considerar al maestro como un padre, al que se debía un respeto absoluto, una obediencia inmediata y un amor sincero. Cualquier falta se castigaba con golpes, días de ayuno y largos encierros en habitaciones especiales. La reiteración en las faltas, traía consigo la expulsión, lo que la familia del culpable consideraba como una especie de exilio o el repudio total.
Con este proceder se perseguía formar guerreros disciplinados, obreros hábiles a los que sólo preocupara el trabajo bien sacerdotes capaces de ver en las estrellas o en la interpretación de los sucesos naturales lo que nunca pudieron descubrir sus maestros.