A las mujeres aztecas se les alentaba a ser discretas y recatadas tanto en sus modales como en el vestir, y aprendían, como no, todos los quehaceres domésticos. Su principal labor era criar a sus hijos hasta que éstos dejaban la vivienda familiar. A los varones se les inculcaba la vocación guerrera y así se les educaba desde niños.
Un joven era apto para el matrimonio a los 20 años, mientras una joven se consideraba madura aproximadamente a los 16 años. Antes del matrimonio, se consultaba a un sacerdote para que decidiera si los destinos de la pareja eran armoniosos. De ser así, el padre del novio enviaba dos ancianas de la tribu con obsequios para los padres de la muchacha, quienes de acuerdo con la costumbre, desechaban la petición. Las ancianas regresaban otra vez, por la respuesta definitiva. Si se aceptaba el matrimonio, una de las casamenteras llevaba a la novia en sus espaldas hasta pasar por la puerta de la casa del futuro marido y después se ataban los mantos de los novios para simbolizar su unión. Se celebraba una fiesta y los desposados hacían penitencia durante cuatro días, pasados los cuales consumaban su matrimonio.
Existía la poligamia, sin embargo, la primera mujer tenía prioridad sobre las otras. El divorcio era considerado: un hombre podía repudiar a su mujer en caso de esterilidad o si descuidaba sus deberes. La mujer podía hacerlo de su marido cuando éste no podía sostener la familia o cuando la maltratara físicamente. Una divorciada podía casarse con cualquiera, pero una viuda tenía que hacerlo con un hermano de su difunto marido.