Los aztecas consideraban que antes habían existido varios soles. Habían sido el sol de la tierra, seguido de aquellos del viento, del fuego y del agua. Todos perecieron en un cataclismo. El quinto sol fue creado en Teotihuacan. Los dioses se reunieron para designar a quien tendría el honor de encarnar al nuevo astro. Este Sol era el del movimiento. Pero, como los precedentes, su destino era desaparecer también en un cataclismo. Es esta perspectiva pesimista el origen de la visión místico-guerrera de los aztecas. Tlacaelel logró persuadir a los sabios de que se podría evitar la muerte del Sol alimentándolo de agua preciosa. Este líquido era la sangre de seres humanos que habría que sacrificar para asegurar la supervivencia del astro solar. Para que no falte jamás el agua preciosa, Tlacaelel instaura el principio de las “guerras floridas” entre las ciudades de la Triple Alianza. El objetivo era de obtener suficientes prisioneros para los sacrificios. Para que el Sol viviera, la guerra se volvía indispensable. Los aztecas justificaban entonces sus conquistas por la misión suprema que debían cumplir.
En todo el valle de México los nuevos códigos ilustraron la potencia de Huitzilopochtli y la grandeza del pueblo mexica.
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