México-Tenochtitlán había quedado al mando de Alvarado, que sólo era un buen soldado, pero no un diplomático. Además, en ningún momento se había molestado en informarse sobre las costumbres de los indígenas. Por todos estos motivos, al conocer que aquellos se hallaban reunidos en el tiempo, sólo consideró el gran número de los mismos. Y en lugar de intentar averiguar que estaban celebrando una fiesta pacífica en honor del Dios Huitzilopochtli, asaltó el lugar con casi todas sus fuerzas y no dejó a nadie vivo. Las víctimas debieron sumar más de un millar.
Esto desencadenó una feroz represalia por parte de los aztecas, los cuales consiguieron que los españoles y sus aliados tlaxcaltecas retrocedieran. Ellos perdieron a muchos de sus hombres; sin embargo, causaron importantes bajas en sus enemigos, lo mismo que cientos de prisioneros, la mayoría indígenas muy asustados.
Como no formaban un ejército organizado, ni contaban con alguien que supiera dirigirlos, en lugar de perseguir a los que retrocedían, cometieron el error de pararse a cortar las cabezas de los cadáveres y, más tarde, a someter a sacrificios humanos a los que acababan de apresar. Una pérdida de tiempo, que permitió a los extranjeros rehacerse y, lo mejor para ellos, encontrar unos lugares donde fortificarse. Mientras, los aztecas estaban convencidos de que era suya la victoria, por el simple hecho de que estaban colocando en sus templos las primeras cabezas de los <<hombres blancos>>, a los que ya considerarían <<vulnerables>>.
Celebrando todas estas ceremonias, que resultaban imprescindibles para ganarse el favor de sus dioses, continuaron cometiendo grandes errores. El más importante fue que permitieron el regreso de Cortés en cabeza de un gran ejercito. Durante los primeros días la batalla adquirió un tono favorable a los recién llegados, hasta que el excesivo número de aztecas dio la vuelta a los resultados. Y mal lo hubiera pasado Cortes de no haberse podido encerrar en palacio de Axayácatl, donde quedó cercado por decenas de miles de indígenas, que no cesaban de gritar y de arrojarles piedras.