Cortés se negó a volver a pensar en la ciudad de México-Tenochtitlán, porque se hallaba en un inmenso territorio que debía conquistar. Lo hizo firmando alianzas, derrotando a los pocos rebeldes y asegurándose de que no dejaba enemigos a sus espaldas. Como disponía de un ejército poderoso, donde los indígenas aliados multiplicaban por más de cien el número de los españoles, la mayoría de sus operaciones supusieron una especie de fatigoso paseo, con unas largas o cortas etapas de diplomacia, en las que intervino Marina como la más eficaz embajadora por su condición de hija de uno de los jefes mexicanos más importantes.
Dado que el héroe extremeño no dejaba de esta informado de lo que ocurría en aquel enorme país, cuando conoció el resentimiento nacido en Texcoco al haber elegido los aztecas un jefe guerrero, lo que consideraron una amenaza, supo obtener partido. Ya había vencido a una parte de estos guerreros en la batalla de Otumba, a pesar de lo cual pudo convertir a todo el pueblo en su aliado. Y esto le proporcionó una situación privilegiada, al establecer su campamento en las proximidades del lago de México-Tenochtitlán.
Los españoles habían dispuesto de muchos meses para preparar su plan de asedio. Entre las variadas técnicas que estaban creando para adaptarse a las dificultades del lugar, hemos de destacar la de construir pequeñas galeras, que al ser desmontadas fueron llevadas desde los bosques a las alturas del lago, donde pudieron ser ensambladas en pocos días. Entre el gran número de carpinteros destacaron infinidad de indígenas amigos. Cuando se echaron al agua estos barcos, se pudo comprobar el gran poder destructivo de los cañones instalados en las cubiertas, a la vez que la gran maniobrabilidad de las embarcaciones, ya que consiguieron destruir centenares de falúas y otros pequeños botes aztecas y, luego, cercar las grandes calzadas.
Pero los habitantes de la ciudad se defendieron con tenacidad, hasta el punto de que las paredes destruidas por el día eran reforzadas al llegar la noche. También se cuidaron de quemar los puentes que habían instalado los españoles. Esto se fue repitiendo durante varias semanas.
En vista de que el sistema de asedio no resultaba efectivo, Cortés dio la orden de que sus aliados asaltaran la ciudad, para destruir la mayor cantidad de casas posibles. Con la nueva estrategia logró rellenar de cascotes algunos de los canales, lo que permitió que se pudieran utilizar los caballos. Ésta había sido la principal dificultad; y al solucionarla, facilitó la creación de unas cabezas de puente, las cuales los aztecas se vieron incapaces de destruir en su totalidad.