2) La cultura mexicana.

Hay mucho que decir sobre la cultura azteca. Podemos distinguir varios puntos para resumirla: la afición por la guerra, los sacrificios, el desarrollo del matrimonio, el juego de la pelota y el arte.

Primero, la guerra había un gran importancia en la cultura azteca ya que estaba vinculada con una concepción mesiánica. Es decir que los aztecas se consideraban como el pueblo elegido para mantener el Sol en vida. Para eso, había que alimentarlo con la sangre que podía proceder de las madres muertas en el parto, de los guerreros muertos en combate y de los prisioneros sacrificados en el altar mayor. En breve, el carácter bélico de los aztecas se justificaba por creencias religiosas. Es de notar lo que dijo el historiador Victor W. von Hagen: “La guerra y la religión, al menos para los aztecas, eran inseparables. Pertenecía la una a la otra. . . . Con el fin de obtener apropiados prisioneros-víctimas que sacrificar a los dioses, había incesantes guerras pequeñas.”

Segundo, esas creencias explican así la amplitud de los sacrificios humanos en los aztecas. Conseguimos enterarnos de estos sacrificios gracias a los frailes españoles que les describieron al llegar en tierra mexicana para evangelizar a los aztecas. Esos sacrificios eran un culto religioso que servía de pago o compensación que los aztecas tenían que dar a los dioses. Había, sobre todo, que hacer ofrendas al dios de la guerra Huchilopochi cuyo nacimiento se consideraba como una manifestación del sol.

Los sacrificios se organizaban alrededor de un ritual especifico en la “Piedra de los Sacrificios” del templo. Había diferentes maneras muy crueles para hacer una ofrenda al dios; por ejemplo, sacerdotes se encargaban de extraer el corazón del prisionero y cortarle su cabeza, otros prisioneros se fueron asaetados hasta la muerte y su sangre corría hasta la tierra para fertilizarla. Cada ocasión tenía una manera específica de sacrificio; durante la fiesta en honor a Xiutecuchtlil, dios del Fuego, la víctima era arrojada con intervalos sobre un montón de brasas. Además, en honor a la tierra y el dios Xipe, a la víctima se la desollaba después de matarla y el sacerdote se vestía con la piel de aquella. En la fiesta del Toxcatl se sacrificaba a un mozo a quien durante todo un año se le agasajaba con fiestas y regalos, preparándosele para la muerte. Por fin, incluso los animales, las mujeres y los niños podrían ser sacrificados, como por ejemplo cuando había los meses consagrados al sacrificio de niños por la inmolación. Se trataba de llevar los niños a las cumbres de los montes, adornados con plumajes, donde sus sacrificadores les acompañaban tañendo instrumentos musicales, cantando y bailando. Si los niños lloraban era un buen signo, y al final del acto, el corazón les era arrancado.

Hay que añadir que los ritos exigían también oraciones, y que las calaveras de los sacrificados se conservaban en el Tzompantli, como un templo de piedra.

Tercero, la cultura matrimonial azteca tenía sus propias especificidades. Una familia se formaba primero por una boda, con autorización de los padres de los novios respetivos, en el cual el varón sólo podía tener una esposa legítima llamada “Cihuatlantli”. No obstante, al lado del matrimonio, podía tener tantas concubinas con quien no se realizaba el ritual matrimonial.

La edad ordinaria para contraer matrimonio era entre los 20 y los 22 años más o menos, y no podían casarse padres con hijos, ni padrastros con hijastros, ni hermanos entre sí.

Las solas relaciones permitidas eran las dentro del matrimonio, salvo para los de los guerreros solteros con sacerdotisas dedicadas a la prostitución ritual. Estas últimas estaban protegidas por la diosa Xochiquétzal, se presentaban adornadas y maquilladas al hombre con afrodisiacos que estimulasen su apetito sexual. Esas relaciones tenían lugar antes de las batallas. El adulterio, sin embargo era severamente castigado (cf: las leyes). Cada aspecto de la vida sexual estaba asociado a un dios diferente, por ejemplo Xochipilli el dios del amor, de la fertilidad y de las relaciones sexuales ilícitas, o su esposa la diosa Xochiquétzal ya citada, o Tlazoltéotl diosa del placer y de la fecundidad.

Luego, había un juego famoso, el de la “pelota” (tlachtli) que se jugaba en un patio que tenía forma de “i” mayúscula, a ambos lados se extendían los muros y en el medio de cada uno se insertaba verticalmente un anillo de piedra o de madera. El objetivo era el mismo: conseguir que la pelota atravesara el orificio del círculo de piedra y, al mismo tiempo, impedir que el adversario lo lograra antes. Sólo podían pegar el anillo con los codos, las caderas o las piernas. Practicaban este deporte con gran violencia, y se iba transformándose en todo un ritual.

Por fin, el arte azteca se manifestaba sobre todo de manera oral, por música, canto y danzas en los patios de los templos que acompañaban a todas las ceremonias de carácter religioso, matrimonial, funerales, de sacrificios, las de carácter guerrero o político como la ascensión de un nuevo dirigente e incluso las festividades relacionadas con los ciclos calendáricos.

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