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2. Estructura y organizacion interna

Cargos militares y administrativos

Como toda unidad militar, el Tercio tenía una serie de rangos y cargos que facilitaban su organización:

-El maestre de campo

Era un capitán designado por el rey al cargo su compañía y de todo el Tercio. Podemos decir que era el mayor rango dentro del Tercio y por ello, era el único que contaba con una guardia personal de 8 alabarderos. Su función era el mano, impartir justicia, administración y asegurarse de que el aprovisionamiento de las tropas fuera el correcto.

Para lograr este distinguido cargo, era necesario haber cumplido una larga carrera militar, habiendo logrado en ella fama y reconocimiento, llegando su nombre a oidos del rey. En principio, solían ponerlos al cargo de una unidad formada por tropas extrangeras, y cuando demostraba su valía, se le daba un tercio de españoles.

Muchos tercios tenían el nombre de sus lugares de origen, pero había un número considerable de ellos que adoptaban el nombre y apelllidos de sus mestres de campo, como puede ser el Tercio Lope de Figeroa.

El sargento mayor

Era el ayudante principal del maestre de campo, el segundo al mando. No tenía una compañía propia como el maestre, pero sí tenía potestad sobre el resto de capitanes. Se encargaba de transmitir las órdenes del maestre, esablecer la formación del Tercio en el campo de batalla, el lugar de alojamiento de la tropa,… por lo que era un trabajo de gran responsabilidad. Por ello, contaban con un ayudante que solía ser el alférez de su antigua unidad.

Los tambores y pífanos

En principio eran 3, y constituían la segunda preocupación de un alférez después de la bandera, ya que eran los encargados de transmitir las órdenes del capitán en el combate utilizando sus  instrumentos, ya que era imposible llevarlas a viva voz en medio de la batalla. Además, con su música, subían la moral de los hombres. Había diversos toques, siendo los más básicos el de marchar, parar, retirada,…

El furriel mayor

Era el encargado de alojar a los soldados, de los almacenes y las pagas, así como también de la logística. Cada compañía contaba, además, con un furriel secundario encargado de llevar a cabo las órdenes del mayor. Cada furriel llevaba las cuentas de la compañía, la lista de soldados, así como preveía las armas y munición que necesitarían los soldados.

Para poder aspirar a este cargo, era necesario saber leer, escribir y tener conocimientos mínimos sobre matemáticas.

– El capitán

Era designado por el rey para mandar una compañía. Debía informar de cualquier inicidencia a sus superiores, pero no tenía la capacidad para castigar a sus soldados, y en caso de herirlos, no debía atacar ningún miembro de estos que fuera útil para la guerra. Tenía la potestad para dar licencia a un soldado y permitirle ir de una compañía a otra, pero jamás para abandonar el Tercio, pues era algo que únicamente podía autorizar el maestre de campo o el rey.

Solían tener un paje de rodela, que se encargaba de protegerlo con ella, por lo que normalmente salían mal parado de los combates.

– El alférez

Era el segundo del capitán, su brazo derecho. Un oficial de confianza, puesto que podía encargarse de dirigir la compañía en ausencia del capitán si este así lo requería. En las marchas, contaba con otro ayudante llamado sotaalférez o abanderado, que llevaba la bandera cuando no hubiese combate.

Su propósito era llevar y defender la bandera de la compañía en el combate, llegando en algunos casos a perder ambos brazos con tal de evitar que la bandera callera al suelo. Si esta llegaba al suelo, significaba que la compañía había perdido el combate, por lo que incluso llegaban a sujetarla con la boca, algo complicado, ya que pesaba 5 kg. La bandera siempre debía llevarse de forma vertical, nunca al hombro, pues si caía lo más mínimo, bajaría la moral.

– El sargento

Cada compañía tenía uno, y se encargaba de transmitir las órdenes de los capitanes a los soldados, de que las tropas estuvieran bien preparadas para combatir y que fueran ordenadas. Era el oficial con más especialidad en el cuidado de la disciplina y en la ejecución de cuanto se ordenara. En los servicios nocturnos, se encargaba establecer las guardias y supervisarlas. Podía castigar a los soldados con una alabarda especial que solo llevaban los sargentos, siempre y cuando no los incapacitara para el combate.

El empleo de sargento fue creado tras la Guerra de Granada, a finales del siglo XV, a petición de los capitanes. El soldado elegido para sargento, normalmente un cabo, debía ser apto, hábil, razonable y valeroso. Un joven recluta no podía ser sargento, pues era preferible que tuviese algunos años de antigüedad como cabo. Lo que no era un factor excluyente, ya que también podía ascender un soldado raso, pero siempre con experiencia.

En lo referente a la disciplina, no admitía réplicas de los soldados en cuanto a lo que concerniese al servicio del Rey. Debía mostrarse firme ante los cabos, estudiaba siempre las órdenes que recibía y las que daba. Fuera cual fuese la situación, ejecutaría las órdenes de sus mandos, y si recibía instrucciones de varios mandos sobre un mismo aspecto, acataría las del que tuviera mayor graduación.

– El cabo

Era un soldado veterano que tenía bajo su mando a 25 hombres. Se encargaban de alojar a los soldados en camaraderías, grupos más reducidos. Debían adiestrar a los soldados, asegurarse de que se cumplieran las órdenes del capitán y mantener el orden. De producirse algún desorden, no tenía poder para castigar a los soldados, por lo que debía limitarse a informar al capitán.

Debía vigilar especialmente las buenas relaciones entre los soldados que tenía bajo su mando. Para ello, se preocupaba por instalarlos en alojamientos por grupos con caracteres afines, para que no se produjeran enfrentamientos. Eran frecuentes las visitas a los alojamientos. Además, se ocupaba muy especialmente de los enfermos, transmitiendo al capitán las peticiones de hospitalización o convalecencia, aportando su opinión.

Aunque tenía un alojamiento separado de su cuerpo de guardia, debía ser soltero para estar el mayor tiempo posible con sus hombres. Su escuadra era su familia. Para cumplir mejor su función, debía llevar una vida honesta y de buenas costumbres, evitando el chismorreo o el bandolerismo con sus oficiales. De cumplir bien con las funciones de mando en su pequeña unidad, el cabo podía ascender en la escala de mando.

Además de los combatientes, el Tercio contaba también con otros miembros:

El cuerpo sanitario

No existía un cuerpo sanitario como puede haber en la actualidad. Cada compañía contaba con un solo médico profesional y un cirujano. Los camilleros solían ser los mozos que acompañaban a los soldados al combate o los propios soldados que cargaban con sus compañeros.

– Capellán

Cada compañía contaba con uno, y su función era dar fe a los soldados, enseñar el evangelio, ofrecer la santa misa y dar la extremaunción a los heridos de muerte. Era un trabajo arduo, ya que debían moverse por todo el campo de batalla para dar la extremaunción, y solían ser objeto del odio de los enemigos contrarios a la iglesia (protestantes u otomanos).

En 1587 es la orden de los jesuitas la que asume esta función, pero con la ordenanza de 1632 se crea el puesto de capellán mayor, encargado de elegir a los capellanes de las compaías, así como también ejercía de capellán en la compañía del maestre de campo.

– El cuerpo judicial

Estaba formado por un oidor, escribano, dos alguaciles, el carcelero y el verdugo. Se encargaban de llevar a término los procesos judiciales internos del Tercio, como si fuera un tribunal militar. También se encargaban de los testamentos de los soldados.

Un apunte que al menos a mi me ha resultado curioso, es la existencia de un cuerpo de Policía Militar, mandado por el barrahel. Se encargaba del orden en la tropa, la higiene en los campamentos, seguridad de los edificios y de evitar que los soldados se dispersaran durante las marchas.

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8. Poemas épicos, anécdotas y legado

Poemas sobre los Tercios

Además de Calderón de la Barca o Ángel de Saavedra, otros autores, que nacieron en los siglos que estuvieron activos los tercios o autores nacidos en el siglo XX también escribieron poemas sobre esta unidad militar del ejército español, alabando su poderío sobre los demás ejércitos europeos, su organización, victorias y logros militares.

España mi natura,
Italia mi ventura,
¡Flandes mi sepultura!

Esta estrofa anónima de tres versos, aunque corta, se hizo muy popular entre los soldados españoles en la segunda mitad del siglo XVI. “Flandes era su sepultura, pero seguían yendo, porque así se lo pedía su honor”.

Allende nuestros mares,
allende nuestras olas:
¡El mundo fue una selva
de lanzas españolas!

Esta cuarteta, anónima, resume el espíritu de los españoles de los siglos XVI y XVII, que quisieron revivir, salvando el tiempo y el espacio, nuestros divisionarios.

En este fragmento del poema “En Flandes se ha puesto el sol”, Eduardo Marquina, poeta nacido en 1879 y muerto en 1946, cuenta como una pequeña unidad española de infantería intenta ayudar a los habitantes de una aldea a huir, que está siendo atacada por el enemigo.

Capitán y español, no está avezado
a curarse de herida que ha dejado
intacto el corazón dentro del pecho.
Ello, ocurrió de suerte
que a los favores de un azar villano,
pudo llegar el hierro hasta esa mano,
que tuvo siempre en hierros a la muerte.

Y fue que apenas roto
por nuestro esfuerzo el muro,
salieron de la aldea en alboroto
sus gentes, escapándose a seguro.
Niños, mozos y ancianos,
en pelotón revuelto, altas las manos
como a esquivar la muerte, que les llega
envuelta en el fragor de la refriega,
a derramarse van por los caminos
y los campos vecinos…
Y va su frente y clama
que les tengan piedad en tanta ruina,
dando al aire sus tocas, una dama
que pone, ante la turba que la aclama,
la impavidez triunfal de una heroína.
Corriendo a hacer botín de su hermosura,
la rufa soldadesca se amotina,
y en vano ella procura,
en súplicas, en lágrimas deshecha,
acosada y rendida,
entregando su vida
triunfar de la deshonra que la acecha.
Va a sucumbir; pero en el mismo instante,
una mano de hierro abre a empeñones
el cerco jadente
de suizos y walones,
y el capitán ofrece a la hermosura
la hidalga proteccion de su bravura…
Domeñado y sujeto
queda el tercio a distancia; ella respira:
‘Pasad, señora que por mi os admira
y por mi os tiene España por su respeto’,
dice, y levanta el capitán ardido
la dura mano al fieltro retorcido.
Y en este punto, el hierro de un villano
parte su vena a la indefensa mano.
No se contrae su rostro de granito
ni la villana acción le arranca un grito;
inclina el porte, tiende a la cuitada
la mano ensangrentada
y vuelve a pronunciar: ‘Gracias señores;
que si sólo he querido
a la dama y su honor hacer honores,
ahora, con esta herida, habré podido
ofrecerle en mi mano rojas flores.
Ceremoniosamente
pasó la dama, él inclinó la frente,
y en la diestra leal que le tendía
la sangre a borbotones florecía.

Miguel de Cervantes. Juan de Jáuregui. 1600

Miguel de Cervantes Saavedra, que sirvió en el tercio de don Miguel de Moncada como un simple soldado, también aportó a la poesía sobre estas unidades militares. Se inspiró, tras los hechos que acontecieron su vida, como los años que estuvo alistado en los tercios,  para realizar la obra literaria española más famosa mundialmente, El Quijote. En este fragmento del capítulo 40, donde se prosigue la historia del cautivo, Cervantes se basó en los años que estuvo cautivo en Argel, pero el soneto está basado en los tercios de infantería española:

–Desa mesma manera le sé yo –dijo el cautivo.
–Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo –dijo el caballero–, dice así:

Soneto
De entre esta tierra estéril, derribada,
destos terrones por el suelo echados,
las almas santas de tres mil soldados
subieron vivas a mejor morada,
siendo primero, en vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos esforzados,
hasta que, al fin, de pocos y cansados,
dieron la vida al filo de la espada.
Y éste es el suelo que continuo ha sido
de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.
Mas no más justas de su duro seno
habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes.

Francisco de Quevedo, que también sirvió en los tercios de infantería, se inspiró también en estas unidades para realizar una serie de poemas en las que alababa el poderío de los tercios. En este poema, llamado “Al rey Felipe III”, sin embargo, engrandece el poderío del monarca y alaba sus ordenes y actuaciones en cuanto al tercio:

Escondida debajo de tu armada,
Gime la mar, la vela llama al viento,
Y a las Lunas del Turco el firmamento
Eclipse les promete en tu jornada.

Quiere en las venas del Inglés tu espada
Matar la sed al Español sediento,
Y en tus armas el Sol desde su asiento
Mira su lumbre en rayos aumentada.

Por ventura la Tierra de envidiosa
Contra ti arma ejércitos triunfantes,
En sus monstruos soberbios poderosa;

Que viendo armar de rayos fulminantes,
O Júpiter, tu diestra valerosa,
Pienso que han vuelto al mundo los Gigantes.

En la Egloga II de Garcilaso de la Vega, nacido entre 1498 y 1503 y muerto en 1536, se inspiró en el poderío de los tercios y en el temor que provocaban a los ejércitos enemigos, como puede verse, por ejemplo, en los versos 1639 a 1674:

El temor enajena al otro bando;
el sentido, volando de uno en uno,
entrábase importuno por la puerta
de la opinión incierta, y siendo dentro,
en el íntimo centro allá del pecho
les dejaba deshecho un hielo frío,
el cual, como un gran río en flujos gruesos,
por medulas y huesos discurría.
Todo el campo se vía conturbado
y con arrebatado movimiento;
sólo del salvamento platicaban.
Luego se levantaban con desorden;
confusos y sin orden caminando,
atrás iban dejando con recelo,
tendida por el suelo, su riqueza.
Las tiendas do pereza y do fornicio,
con todo bruto vicio obrar solían,
sin ellas se partían; así armadas,
eran desamparadas de sus dueños.
A grandes y pequeños juntamente
era el temor presente por testigo,
y el áspero enemigo a las espaldas,
que les iba las faldas ya mordiendo.
César estar teniendo allí se vía
a Fernando, que ardía sin tardanza
por colorar su lanza en turca sangre.
Con animosa hambre y con denuedo
forceja con quien quedo estar le manda.
Como lebrel de Irlanda generoso
que el jabalí cerdoso y fiero mira,
rebátese, sospira, fuerza y riñe,
y apenas le costriñe el atadura,
que el dueño con cordura más aprieta;
así estaba perfeta y bien labrada
la imagen figurada de Fernando,
de quien allí mirándolo estuviera,
que era desta manera bien juzgara.

No tan épico es este poema del capitán Francisco de Aldana , nacido entre 1537 a 1540 y muerto en 1578, llamado “Pocos tercetos escritos a un amigo”, escribe desde su Tercio en Flandes a un amigo  de la Corte, narrando la vida de su amigo, tranquila y apacible, comparándola con la suya, siempre ataviado con la armadura y portando las armas en caso de combate:

Mientras estáis allá con tierno celo,
de oro, de seda y púrpura cubriendo
el de vuestra alma vil terrestre velo,

sayo de hierro acá yo estoy vistiendo,
cota de acero, arnés, yelmo luciente,
que un claro espejo al sol voy pareciendo.

Mientras andáis allá lascivamente,
con flores de azahar, con agua clara,
los pulsos refrescando, ojos y frente,

yo de honroso sudor cubro mi cara,
y de sangre enemiga el brazo tiño
cuando con más furor muerte dispara.

Mientras que a cada cual, con su desiño,
urdiendo andáis allá mil trampantojos,
manchada el alma más que el piel de armiño,

yo voy acá y allá, puestos los ojos
en muerte dar al que tener se gloria
del ibero valor ricos despojos.

Mientras andáis allá con la memoria
llena de las blanduras de Cupido,
publicando de vos llorosa historia,

yo voy acá de furia combatido,
de aspereza y desdén, lleno de gana
que Ludovico al fin quede vencido.

Mientras, cual nuevo sol por la mañana,
todo compuesto, andáis ventaneando
en haca, sin parar, lucia y galana,

yo voy sobre un jinete acá saltando
el andén, el barranco, el foso, el lodo,
al cercano enemigo amenazando.

Mientras andáis allá metido todo
en conocer la dama, o linda o fea,
buscando introducción por diestro modo,

yo conozco el sitio y la trinchera
deste profano a Dios vil enemigo,
sin que la muerte al ojo estorbo sea.

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8. Poemas épicos, anécdotas y legado

Anécdotas de los Tercios

Desde su creación en 1534 hasta su disolución en 1704, los tercios españoles, como consecuencia de las largas campañas militares por los diferentes países a través del Camino Español, desde la batalla de Pavía hasta la batalla de Rocroi, se produjeron una serie de anécdotas curiosas a la par que interesantes sobre diferentes hechos acaecidos durante el combate y el día a día en el frente.

Una bicoca

En abril de 1522, en Bicoca, al oeste de Milán, los tercios se enfrentaron contra los franceses, suizos y venecianos. El ejército francés contaba con 15.000 piqueros mercenarios suizos, conocidos como esguízaros, y por parte de los españoles, el general Próspero Colona contaba con 4.000 arcabuceros.
Los arcabuceros se colocaron al lado de una carretera, apoyados por la artillería, detrás de un terraplén protegido por una empalizada. Los piqueros suizos avanzaron contra los arcabuceros atravesando la carretera, pero durante la subida del terraplén que los separaba, los arcabuceros dispararon sin cesar abatiendo a sus enemigos.
Los suizos se retiraron con 3.000 bajas, mientras que los españoles no tuvieron ninguna. Esta batalla comenzó a mostrar la eficiencia del arcabuz frente a las armas de entonces.
A raíz del éxito español en esta batalla nació la expresión “ser una bicoca” para expresar que algo es muy fácil o barato.

Los 12 apóstoles de los tercios

Cuando se hablaba de los apóstoles en el lenguaje típico de los tercios no se hacía referencia a aquellos que acompañaron a Cristo, por mucho que la religión católica fuera uno de los motivos que los llevaban al combate. “Los 12 apóstoles” eran como se denominaba a las cargas de arcabuz que colgaban en bandolera sobre el pecho del soldado y que este usaba en cada disparo. Se llaman así porque 12 solía ser su número.
Para preparar un disparo, el arcabucero debía verter pólvora en el ánima (el cañón) del arcabuz. Inicialmente esto se hacía usando un cuerno en el que se almacenaba la misma y se echaba una cantidad a ojo desde el cuerno al arma. Método un poco lento y variable en la cantidad de pólvora usada en la carga, con el peligro que ello conllevaba. Más adelante, se comenzaron a usar unos pequeños tubos que ya contenían la pólvora adecuada para un disparo. De este modo, la carga era mucho más rápida y la cantidad de pólvora más controlada y segura.

Ejemplo de arcabucero portando “los doce apóstoles” en la bandolera. Alatriste. 2006

Engaño en las pagas de los tercios

Muchos contadores y capitanes de los tercios exageraban el número de efectivos de sus unidades, para así aumentar los ingresos. Era común no dar de baja a soldados muertos o a los desertores y quedarse con las pagas que se entregaban a la unidad para estos soldados inexistentes.
Esto suponía un problema puesto que los cálculos de los estrategas y máximos mandatarios a la hora de proponer y planificar una batalla contaban con un número de soldados más alto de lo que realmente era.

Los Bisoños de los Tercios

Los tercios españoles eran conocidos en Italia como bisoños, porque era la primera palabra que pronunciaban en italiano. Bisogno significa necesito.

La Inmaculada Concepción y la infantería española

En 1585 el tercio de Juan de Águila estaba acampado en la isla de Bommel, en la desembocadura del Escalda. Los holandeses provocaron una inundación y los tercios tuvieron que refugiarse en el dique de Empel, no muy lejos de allí. En esta situación, el tercio estaba en una situación en la que eran una presa fácil y se pusieron a excavar para fortificarse.
Mientras excavaban encontraron una tabla con una Inmaculada, precisamente la noche del 7 de Diciembre, día de la Inmaculada. Esa misma noche, una tremenda helada inmovilizó los buques holandeses e hizo posible una gran hazaña española. Los tercios asaltaron a pie a la flota holandesa, que gritaban: “Dios se ha hecho español”. Desde entonces, la infantería española adoptó como patrona a la Inmaculada Concepción.

La defenestración de Praga

En mayo de 1618, tres hombres saltaban desde una ventana del Castillo de Hradcany en Praga. Tuvieron suerte y cayeron sobre un montón de estiércol que amortiguó la caída. No fue una salida muy digna, pero salvaron la vida.
Estos hombres eran representantes del Emperador Católico de los Habsburgo y un grupo de nobles protestantes los había lanzado por la ventana, para protestar por el cierre de algunas iglesias protestantes. Este acto acabó provocando una guerra.
De esta manera, con una caída sobre un montón de estiércol, comenzó una guerra que acabó involucrando a un montón de países (Polonia, Francia, Holanda…). La Guerra de los 30 Años.
La gota que colmó el vaso fue la “Defenestración de Praga”, que es como se conoce este hecho.

Defenestración de Praga. 1618

Las prostitutas y los soldados

A mediados del siglo XVI el Duque de Alba organizó una de sus escapadas de guerra. Partió de Cartagena con 40 galeras rumbo a Italia y desde allí siguió hacia el norte por el famoso “Camino español”. Eran cerca de 11.000 hombres, divididos en cuatro tercios.
Les acompañaban unas 2.000 prostitutas italianas. Cinco soldados y medio por moza. Tal era la organización y efectividad de los tercios españoles que hasta las meretrices estaban organizadas en compañías.
El Duque de Alba contaba con que esto evitaría numerosos problemas con la población civil durante su viaje. El duque sostenía que para evitar problemas y para que la tropa estuviera “satisfecha”, era que por cada ocho soldados hubiera una prostituta en el ejército.

El puente Farnesio y la toma de Amberes

En febrero de 1585 el puente Farnesio fue concluido. Este puente en el ancho río Escalda era el pilar de la estrategia de Alejandro Farnesio para conquistar Amberes. La ciudad estaba en las orillas del caudaloso Escalda y este mismo río permitía a Flandes auxiliar a la ciudad en el asedio español. También estaban en contra de los españoles los castillos de Lillou y Lieskensek, que ayudaban en su protección.
Antes de rendirse en su objetivo, Farnesio puso en marcha la construcción de un puente y por supuesto, de todas las fortalezas y elementos de defensa del mismo. También se usaron barcas para proteger el puente desde el agua. Cuando el puente fue concluido, Alejandro de Farnesio, Duque de Parma, capturó un espía y le dijo: “Anda y di a los que te enviaron que este puente, o ha de ser sepulcro de Alejandro Farnesio, o ha de ser su paso a Amberes”.
Finalmente, Amberes no hizo honor a su fama de inexpugnable y los 800 metros de largo por 4 de ancho del puente sirvieron para tomar Amberes por parte de los Tercios Españoles. Esta campaña sirvió para que Felipe II le otorgara el Toisón de Oro a Alejandro Farnesio por su fidelidad y valor.

Las encamisadas

Los tercios españoles recurrían en ocasiones a las “operaciones especiales” nocturnas, llamadas encamisadas. Los soldados se ponían la camisa sobre el resto de la ropa para poder reconocerse entre sí.
Las encamisadas eran comunes para sabotear algún punto del enemigo o sorprenderle con un golpe de mano, se hacían de noche y cualquier soldado con una camisa clara sobre el resto de la ropa era claramente identificable.

Disparar con pólvora del rey

En los tercios españoles cada soldado recibía una paga en la cual se contemplaban sus necesidades. Así, un piquero cobraba menos que un arcabucero, la caballería tenía que mantener sus monturas… Por lo tanto, la pólvora la solía pagar el soldado de su propio bolsillo.
Pero en ocasiones, como en caso de asedio, se podía obtener pólvora de almacenes o polvorines de artillería y entonces se tiraba con “pólvora del rey” y por lo tanto no se tenía tanto cuidado y se disparaba más alegremente.
Esta expresión ha llegado hasta nuestros días, y se dice que se dispara con pólvora del rey cuando no se tienen en cuenta los gastos o esfuerzos, porque corren por cuenta de otro.

Pizarro y la ambición

Francisco de Pizarro, el gran conquistador español nacido en Trujillo, que luchó contra el Imperio Inca, trazó una raya en el suelo con la punta de su espada y comentó a sus soldados para animarles a la aventura y a la batalla: “Por allá se va a Panamá a ser pobres, por aquí, a conquistar un Imperio”.
Esta frase y esta actitud fue famosa durante años, y en la época gloriosa de los tercios españoles, se recurría a esta frase para animar a los nuevos soldados.

La perra de Guillermo de Orange

En 1572, los tercios españoles llevaron a cabo una de sus conocidas encamisadas durante los combates por la ciudad de Mons. En aquel lance estuvo a punto de morir Guillermo de Orange. Era la noche que unía el día 11 de septiembre con el 12. Las tropas españolas, al mando de Julián Romero asaltaron el campamento enemigo. El príncipe de Orange estaba dormido y no se había percatado en un primer momento del riesgo que corría y de lo que estaba pasando a su alrededor.
Fue su perra, de raza spaniel y llamada Kuntze, la que le despertó con sus ladridos. Dormía a su lado y gracias a ella pudo reaccionar y salvar su vida. Desde aquel día siempre durmió con un perro a sus pies. Kuntze le había salvado la vida y no sabía cuándo podría presentarse otra ocasión similar. Esta es también la causa de que Guillermo de Orange fuera retratado en no pocas ocasiones con un perro a su lado.

El Gran Duque de Alba y su hijo Don Fadrique

Estaba Don Fadrique asediando Haarlen a finales de 1572 y comienzos de 1573, cuando la situación llegó a extremos desesperanzadores. En los constantes intentos de asalto de la ciudad morían cada vez más españoles y no eran pocos los que abogaban por una retirada a tiempo. Varios capitanes tenían esta misma idea y se la transmitieron a Don Fadrique, haciéndole también pensar en el abandono del asedio.
El Gran Duque de Alba se enteró de estos hechos y de los pensamientos de su hijo y le envío una carta diciendo que “si alzaba el campo sin rendir la plaza, no le tendría por hijo; si moría en el asedio, él iría en persona a reemplazarle, aunque estaba enfermo y en cama; que si faltaban los dos, iría desde España su madre a hacer en la guerra lo que no había tenido valor o paciencia para hacer su hijo”.
Sus “dulces” palabras obligaron al hijo a persistir en el empeño, hasta que, finalmente, Haarlem cayó rendida.

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8. Poemas épicos, anécdotas y legado

El legado de los Tercios en el ejército actual

Pese a que el cuerpo de los Tercios fue disuelto por Felipe V en su reforma de 1704, su nombre perdura en algunos cuerpos de la Legión española (regimientos) y en el cuerpo de Infantería de Marina, heredera de los viejos tercios del mar. Pese a que fueron sustituidos por regimientos al mando de coroneles siguiendo el modelo francés y prusiano, la vieja cruz de borgoña o de San Andrés sigue siendo la insignia de la mayoría de unidades de la infantería española actual.

Dentro de los “tercios” de la Legión encontramos el Tercio «Juan de Austria», el Tercio «Alejandro Farnesio», el Tercio «Gran Capitán» (con base en Melilla) y el Tercio «Duque de Alba» (con base en Ceuta).

Hablando ya de la Infantería de Marina, vemos que también se organiza en tercios. Su unidad expedicionaria principal es el Tercio de la Armada, heredero directo de los Tercios Viejos de Armada, conocidos también como Tercios del Mar de Nápoles. El resto de la Infantería de Marina se organiza en otros tres Tercios de guarnición denominados Tercio del Sur (San Fernando), Tercio del Norte (Ferrol) y Tercio de Levante (Cartagena). Estos tres tercios forman junto a las Agrupaciones de Canarias y Madrid las Fuerzas de Protección.

A-05 El Camino Español

Luego también tenemos un guiño a los Tercios y a la guerra de Flandes dentro de la Armada, que posee un buque de transporte ligero cuyo nombre es “(A-05) El Camino Español”, en memoria de aquella famosa ruta de aprovisionamiento de la guerra de Flandes.

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3. Técnicas y táctica de combate

Los sitios en Flandes

La guerra de Flandes no fue una guerra cualquiera, pues se desarrolló en medio de una amplia red de plazas fuertes de gran tradición militar. El éxito del sitiador dependía en gran medida de la ciudad que se decidiera asediar. En ocasiones, se dividía el ejército en varios cuerpos, cada uno simuladamente dirigido hacia el asedio de otra plaza fuerte. Esto tranquilizaba a la que realmente iba a ser sitiada, cuyos preparativos para la defensa serían menos importantes.

El sitio ideal consistiría en asfixiar la plaza fuerte cerrándole las comunicaciones, edificando fortificaciones contra salidas o socorros, y al mismo tiempo, batirla antes del asalto con la esperanza de que se rindiera. Sin embargo, al ser muchas, las plazas solían apoyarse mutuamente, por lo que el sitiador se veía obligado a vivir en campamentos atrincherado. La táctica consistía en abrir brechas en la fortificación enemiga midiante artillería o minas, para poder así lanzar un asalto.

Antes de llegar a esto, había muchas dificultades, ya que pocas plazas se rendían al primer cañonazo.  Ante todo, se debía proteger el propio campamento, instalado en el máximo límite del alcance de las armas enemigas. También era necesario cuidarse de las pequeñas escaramuzas holandesas, que salían de las ciudades con la intención de “clavar los cañones”. Esto consistía en clavar un clavo en el orificio por el que se prendía la mecha, lo que inutilizaba la pieza de artillería. Debían asegurarse, además, de que había provisiones y agua suficientes en la zona, así como la libertad de sus comunicaciones e impedir o dificultar las del enemigo.

Era necesario disponer de una provisión de materiales y útiles, en previsión de que se produjeran combates durante el periodo que durara el asedio, que en ocasiones se contaba por meses. Luego se creaba una red de trincheras que permitiera circular sin peligro  entre los alojamientos y las baterías de ataque. Esta se instalaba frente al punto de la fortificación enemiga por el que se pensaba realizar el asalto. Normalmente, estas baterías contaban con cañones de gran calibre para derribar murallas, mientras que contaban con otros más pequeños para acabar con atalayas o parapetos.

Con frecuencia, los disparos de la batería se complementaban con zapadores y minas, que socavaban las defensas enemigas bajo tierra, resquebrajando las murallas. Con esto se lograba derribar sectores enteros de las murallas, dejando una gran brecha por la que era posible realizar el asalto.

Este asalto lo llevaban a cabo las mejores tropas, encabezadas por piqueros. Mientras tanto, el resto del campamento permanecía dispuesto para cualquier contraataque en caso de que el enemigo resistiera, con los mosquetes preparados tras los parapetos. Esta técnica era muy útil, ya que a pesar de la abnegación de los soldados, no siempre lograban atravesar la brecha y tenían que retirarse.