Categories
8. Poemas épicos, anécdotas y legado

Poemas sobre los Tercios

Además de Calderón de la Barca o Ángel de Saavedra, otros autores, que nacieron en los siglos que estuvieron activos los tercios o autores nacidos en el siglo XX también escribieron poemas sobre esta unidad militar del ejército español, alabando su poderío sobre los demás ejércitos europeos, su organización, victorias y logros militares.

España mi natura,
Italia mi ventura,
¡Flandes mi sepultura!

Esta estrofa anónima de tres versos, aunque corta, se hizo muy popular entre los soldados españoles en la segunda mitad del siglo XVI. “Flandes era su sepultura, pero seguían yendo, porque así se lo pedía su honor”.

Allende nuestros mares,
allende nuestras olas:
¡El mundo fue una selva
de lanzas españolas!

Esta cuarteta, anónima, resume el espíritu de los españoles de los siglos XVI y XVII, que quisieron revivir, salvando el tiempo y el espacio, nuestros divisionarios.

En este fragmento del poema “En Flandes se ha puesto el sol”, Eduardo Marquina, poeta nacido en 1879 y muerto en 1946, cuenta como una pequeña unidad española de infantería intenta ayudar a los habitantes de una aldea a huir, que está siendo atacada por el enemigo.

Capitán y español, no está avezado
a curarse de herida que ha dejado
intacto el corazón dentro del pecho.
Ello, ocurrió de suerte
que a los favores de un azar villano,
pudo llegar el hierro hasta esa mano,
que tuvo siempre en hierros a la muerte.

Y fue que apenas roto
por nuestro esfuerzo el muro,
salieron de la aldea en alboroto
sus gentes, escapándose a seguro.
Niños, mozos y ancianos,
en pelotón revuelto, altas las manos
como a esquivar la muerte, que les llega
envuelta en el fragor de la refriega,
a derramarse van por los caminos
y los campos vecinos…
Y va su frente y clama
que les tengan piedad en tanta ruina,
dando al aire sus tocas, una dama
que pone, ante la turba que la aclama,
la impavidez triunfal de una heroína.
Corriendo a hacer botín de su hermosura,
la rufa soldadesca se amotina,
y en vano ella procura,
en súplicas, en lágrimas deshecha,
acosada y rendida,
entregando su vida
triunfar de la deshonra que la acecha.
Va a sucumbir; pero en el mismo instante,
una mano de hierro abre a empeñones
el cerco jadente
de suizos y walones,
y el capitán ofrece a la hermosura
la hidalga proteccion de su bravura…
Domeñado y sujeto
queda el tercio a distancia; ella respira:
‘Pasad, señora que por mi os admira
y por mi os tiene España por su respeto’,
dice, y levanta el capitán ardido
la dura mano al fieltro retorcido.
Y en este punto, el hierro de un villano
parte su vena a la indefensa mano.
No se contrae su rostro de granito
ni la villana acción le arranca un grito;
inclina el porte, tiende a la cuitada
la mano ensangrentada
y vuelve a pronunciar: ‘Gracias señores;
que si sólo he querido
a la dama y su honor hacer honores,
ahora, con esta herida, habré podido
ofrecerle en mi mano rojas flores.
Ceremoniosamente
pasó la dama, él inclinó la frente,
y en la diestra leal que le tendía
la sangre a borbotones florecía.

Miguel de Cervantes. Juan de Jáuregui. 1600

Miguel de Cervantes Saavedra, que sirvió en el tercio de don Miguel de Moncada como un simple soldado, también aportó a la poesía sobre estas unidades militares. Se inspiró, tras los hechos que acontecieron su vida, como los años que estuvo alistado en los tercios,  para realizar la obra literaria española más famosa mundialmente, El Quijote. En este fragmento del capítulo 40, donde se prosigue la historia del cautivo, Cervantes se basó en los años que estuvo cautivo en Argel, pero el soneto está basado en los tercios de infantería española:

–Desa mesma manera le sé yo –dijo el cautivo.
–Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo –dijo el caballero–, dice así:

Soneto
De entre esta tierra estéril, derribada,
destos terrones por el suelo echados,
las almas santas de tres mil soldados
subieron vivas a mejor morada,
siendo primero, en vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos esforzados,
hasta que, al fin, de pocos y cansados,
dieron la vida al filo de la espada.
Y éste es el suelo que continuo ha sido
de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.
Mas no más justas de su duro seno
habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes.

Francisco de Quevedo, que también sirvió en los tercios de infantería, se inspiró también en estas unidades para realizar una serie de poemas en las que alababa el poderío de los tercios. En este poema, llamado “Al rey Felipe III”, sin embargo, engrandece el poderío del monarca y alaba sus ordenes y actuaciones en cuanto al tercio:

Escondida debajo de tu armada,
Gime la mar, la vela llama al viento,
Y a las Lunas del Turco el firmamento
Eclipse les promete en tu jornada.

Quiere en las venas del Inglés tu espada
Matar la sed al Español sediento,
Y en tus armas el Sol desde su asiento
Mira su lumbre en rayos aumentada.

Por ventura la Tierra de envidiosa
Contra ti arma ejércitos triunfantes,
En sus monstruos soberbios poderosa;

Que viendo armar de rayos fulminantes,
O Júpiter, tu diestra valerosa,
Pienso que han vuelto al mundo los Gigantes.

En la Egloga II de Garcilaso de la Vega, nacido entre 1498 y 1503 y muerto en 1536, se inspiró en el poderío de los tercios y en el temor que provocaban a los ejércitos enemigos, como puede verse, por ejemplo, en los versos 1639 a 1674:

El temor enajena al otro bando;
el sentido, volando de uno en uno,
entrábase importuno por la puerta
de la opinión incierta, y siendo dentro,
en el íntimo centro allá del pecho
les dejaba deshecho un hielo frío,
el cual, como un gran río en flujos gruesos,
por medulas y huesos discurría.
Todo el campo se vía conturbado
y con arrebatado movimiento;
sólo del salvamento platicaban.
Luego se levantaban con desorden;
confusos y sin orden caminando,
atrás iban dejando con recelo,
tendida por el suelo, su riqueza.
Las tiendas do pereza y do fornicio,
con todo bruto vicio obrar solían,
sin ellas se partían; así armadas,
eran desamparadas de sus dueños.
A grandes y pequeños juntamente
era el temor presente por testigo,
y el áspero enemigo a las espaldas,
que les iba las faldas ya mordiendo.
César estar teniendo allí se vía
a Fernando, que ardía sin tardanza
por colorar su lanza en turca sangre.
Con animosa hambre y con denuedo
forceja con quien quedo estar le manda.
Como lebrel de Irlanda generoso
que el jabalí cerdoso y fiero mira,
rebátese, sospira, fuerza y riñe,
y apenas le costriñe el atadura,
que el dueño con cordura más aprieta;
así estaba perfeta y bien labrada
la imagen figurada de Fernando,
de quien allí mirándolo estuviera,
que era desta manera bien juzgara.

No tan épico es este poema del capitán Francisco de Aldana , nacido entre 1537 a 1540 y muerto en 1578, llamado “Pocos tercetos escritos a un amigo”, escribe desde su Tercio en Flandes a un amigo  de la Corte, narrando la vida de su amigo, tranquila y apacible, comparándola con la suya, siempre ataviado con la armadura y portando las armas en caso de combate:

Mientras estáis allá con tierno celo,
de oro, de seda y púrpura cubriendo
el de vuestra alma vil terrestre velo,

sayo de hierro acá yo estoy vistiendo,
cota de acero, arnés, yelmo luciente,
que un claro espejo al sol voy pareciendo.

Mientras andáis allá lascivamente,
con flores de azahar, con agua clara,
los pulsos refrescando, ojos y frente,

yo de honroso sudor cubro mi cara,
y de sangre enemiga el brazo tiño
cuando con más furor muerte dispara.

Mientras que a cada cual, con su desiño,
urdiendo andáis allá mil trampantojos,
manchada el alma más que el piel de armiño,

yo voy acá y allá, puestos los ojos
en muerte dar al que tener se gloria
del ibero valor ricos despojos.

Mientras andáis allá con la memoria
llena de las blanduras de Cupido,
publicando de vos llorosa historia,

yo voy acá de furia combatido,
de aspereza y desdén, lleno de gana
que Ludovico al fin quede vencido.

Mientras, cual nuevo sol por la mañana,
todo compuesto, andáis ventaneando
en haca, sin parar, lucia y galana,

yo voy sobre un jinete acá saltando
el andén, el barranco, el foso, el lodo,
al cercano enemigo amenazando.

Mientras andáis allá metido todo
en conocer la dama, o linda o fea,
buscando introducción por diestro modo,

yo conozco el sitio y la trinchera
deste profano a Dios vil enemigo,
sin que la muerte al ojo estorbo sea.