La nación alemana en 1517

Como explica Lucien Febvre, en 1517 Alemania era un país sin unidad. Los alemanes tenían una cultura, unos usos y costumbres; una manera de ser y de pensar comunes; y hablaban dialectos parecidos. Formaban una “nación” en un sentido medieval, es decir, muy distinta de la noción contemporánea del término vinculado con un fuerte Estado-nación centralizador. Alemania no tenía ni soberanía nacional, ni Rey. Había un Imperio y un Emperador, cuyo cargo era electivo, por lo que su poder estaba sujeto a los votos de los distintos príncipes y ciudades alemanes (y a las transacciones monetarias con los sobornos correspondientes). Los auténticos señores de Alemania eran los Estados y las ciudades libres. De hecho, desde fines del siglo XV y principios del XVI, los príncipes reforzaron una tendencia de concentración política y territorial, consolidando y fortaleciendo sus Estados. Las ciudades alemanas se hallaban en pleno esplendor. En capitales como Augsburgo, Nuremberg, Hamburgo, Lübeck, Dantzig, Colonia o Leipzig aumentó el desarrollo urbano a raíz de la expansión económica y comercial. Una emergente burguesía se enriquecía y reinviertía continuamente en empresas vinculadas tanto con Oriente como con el recién descubierto Nuevo Mundo. Pero estas ciudades libres, pese al enorme poder económico que poseían, adolecían de una importante falta de poder político. Vivían aisladas, rodeadas por un campo dominado por los señores y a merced de las envidias de los príncipes de los Estados o de las rivalidades con ciudades vecinas. A diferencia de otros reinos, en Alemania las ciudades no apoyaban al Emperador en momentos de crisis sino que tan solo velaban por sus propios intereses.

Por tanto, Alemania era un país dividido política y moralmente. El Emperador carecía de poder efectivo y los príncipes y las ciudades se preocupaban únicamente de salvaguardar su independencia y acrecentar su poder particular, desdeñando los problemas generales del Imperio. Cabe recordar que, especialmente en la primera etapa de su reinado, el ideal de Carlos V respecto al Imperio no se limitaba al territorio alemán sino que pretendía materializar el sueño erasmista de unificar Europa políticamente bajo la soberanía de un Emperador y religiosamente mediante la expansión del cristianismo. Este ideal alejaba aún más a los distintos Estados de un hipotético proyecto común alemán liderado por el Emperador. Además, los príncipes protagonizaban continuas disputas políticas y diplomáticas entre sí que, muchas veces, desembocaban en un serio peligro de guerra por intereses políticos, económicos o territoriales. En este marco, surgieron muchos proyectos de Reforma en el plano político para remediar dicha situación pero parecía imposible llevar a cabo dicha empresa.

Ante la imposibilidad aparente de llevar a cabo una reforma política, comenzó a tomar protagonismo la cuestión de la reforma religiosa como un modo de facilitar el entendimiento entre los múltiples poderes del Imperio. Febvre ensalza esta evidente vinculación entre política y religión, que será una cuestión central en el desarrollo de la Reforma protestante y que influirá poderosamente en el pensamiento del propio Lutero. El Emperador, los burgueses, los campesinos, las ciudades y los príncipes tenían intereses enfrentados con la Iglesia o con las órdenes religiosas. Las quejas iban desde la injerencia en asuntos de alta política y la explotación económica de Alemania, hasta la envidia de ricas propiedades y la práctica de abusos con la servidumbre alemana. Y este malestar político respecto a Roma se fue tornando en xenofobia. A la mala imagen de los alemanes en Roma había que añadir los vicios y las corruptelas del clero romano, que además gustaba de ir dando lecciones religiosas y morales a los seglares alemanes.

Además, el desarrollo económico y social conllevó un desarrollo moral de los distintos grupos sociales. La enriquecida burguesía de las ciudades estaba gestando una nueva ética basada en la ruptura con la arcaica tradición medieval y en el incremento de la confianza en sí misma. Una moral que alababa el enriquecimiento mercantil y no condenaba prácticas como la usura o la obtención de beneficios. Una moral basada en una mentalidad centrada en la obtención y reinversión de capitales, profundamente egoísta respecto a otros grupos sociales más desfavorecidos. Y esa tradición medieval estaba representada y defendida principalmente por la Iglesia. La nueva burguesía se sentía agraviada con la Iglesia, no sólo por esa mala opinión que se había forjado de ella, sino porque consideraba a los sacerdotes unos parásitos que vivían de las cargas que imponían a los fieles y, además, sentía que el papel de clérigo como mediador entre Dios y los hombres no es necesario. Este nuevo hombre que se caracterizaba por el optimismo y la confianza en sí mismo, y que era capaz de hablar con Dios directamente, era el germen del redescubrimiento del individuo en el Renacimiento, síntoma evidente de la génesis de la modernidad. Pese a que el pensamiento luterano no era, ni mucho menos, favorable respecto a la burguesía, este poderoso colectivo decidirá apoyarle frente a Roma para, tras la muerte del reformador, imprimir un cambio importante a la doctrina luterana.

Todo lo anterior daría pie a un movimiento político de afirmación alemana en oposición frente a injerencias políticas extranjeras, fundamentalmente romanas. Un movimiento, encabezado por Ulrich de Hutten y Francisco von Sickingen, y defendido por varios príncipes y ciudades, que tratará de captar a un Lutero, cuya preocupación inicial era religiosa y universal, y no política y alemana. La desmedida animadversión vaticana contra las doctrinas luteranas y su tratamiento como un problema más político que religioso, harán que Lutero tome partido por la causa “nacionalista” huttenista. No obstante, la pretensión luterana iba más allá, dado que su Reforma abarcaba toda la cristiandad, y el separatismo religioso no entraba en sus planes, si bien su intransigencia doctrinal y su rechazo de cualquier autoridad religiosa exterior lo hacían prácticamente imposible.

Imagen: Mapa del Sacro Imperio Romano Germánico. Página Epistemowikia: http://campusvirtual.unex.es/cala/epistemowikia/index.php?title=Sacro_Imperio_Romano_Germ%C3%A1nico


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