Otro aspecto interesante y polémico de Martín Lutero fue el evidente antisemitismo que irradiaba de algunas de sus obras. Tradicionalmente, se ha mantenido que el odio por el pueblo judío del reformador emergió especialmente en la última etapa de su vida, cuando era ya viejo y se encontraba enfermo y desencantado con el balance de la Reforma. Esta idea es cierta, si bien no debe olvidarse que hasta en las más tempranas obras del doctor se perciben claramente ataques o comparaciones maliciosas respecto a los judíos. En su escrito Disertaciones sobre los Salmos (1513-1515), realiza una crítica contra la Iglesia y el clero regular, condenando a los monjes como “judíos” y “herejes”. Por tanto, el reformador fue antisemita, al menos, desde el inicio de su carrera académica. No obstante, este prejuicio se fue agravando con la edad. Fue en 1544 cuando Lutero publicó las obras más significativas sobre esta cuestión: Los judíos y sus mentiras y Sobre Schem Amphoras.
Evidentemente, el antisemitismo era un sentimiento muy arraigado en la Europa de su tiempo. La intransigencia tradicional del cristianismo respecto a otras confesiones, la frecuentemente elevada posición social y económica de los judíos, muchos de ellos vinculados con el mal considerado oficio de prestamista, y la responsabilidad que, según la Biblia, tuvo su pueblo respecto a la ejecución de Cristo provocaban, entre otros factores, que el antisemitismo fuera algo corriente en todo el continente. Además, el carácter y la esencia de la doctrina de Lutero le hacían especialmente poco tolerante respecto a los no católicos. En este sentido, Lutero parece incurrir en cierta contradicción que, bien pensada, no lo es tanto. Por un lado, defendía cierta libertad de pensamiento para que el creyente, de forma individual, leyera e interpretara las Sagradas Escrituras. Por otra parte, todo aquel que estaba en contra de sus ideas era definido por Lutero con epítetos como “diablo” o “Anticristo”. Wesel explica esta actitud de Lutero. “Toda su vida está dedicada a separar el bien y el mal, a considerarlos como entidades absolutas y opuestas; y, sin embargo, su obra es la mezcla de lo bueno y lo malo. Lo mismo ocurre con la sociedad que funda”. En realidad, Lutero permitía cierta libertad de conciencia sólo a aquellos que simpatizaban y seguían sus doctrinas religiosas. Pero todo aquel que disentía de algún punto importante o, simplemente, tenía otra religión, era demonizado por el reformador. Oberman amplía esta cuestión al demostrar que la visión luterana del Diablo era mucho más amplia, ya que también incluía a romanistas, campesinos exaltados y reformistas no luteranos. Sus escritos no estaban pensados para convencer a quienes pensaban de forma distinta y su tono no entiende de reservas sino de seguridades respecto a sus opiniones. Aún así, el enemigo más fácil de identificar y que suscitaba menos apoyos en la población, el judío, era especialmente débil a los ataques y Lutero sabía como explotar esta situación.
La obra antisemita más interesante de Lutero fue Sobre los judíos y sus mentiras. Como indicamos antes, Lutero llama a los judíos “hijos del diablo”. En el escrito propone una serie de medidas para impedir que los hebreos destruyan a la sociedad cristiana y, concretamente, alemana. Defiende la quema de sus sinagogas y sus escuelas, cubriendo los restos que sobrevivan con tierra. También se deben destruir todas sus casas e instalarlos en cuadras como a los “gitanos”, dice textualmente. Después se les han de sustraer todos sus textos sagrados y libros religiosos donde se enseñan tantas “idolatrías, mentiras, blasfemias y calumnias”. Además, se tiene que prohibir a sus rabinos llevar a cabo cualquier actividad religiosa y, especialmente, docente. Los judíos perderán cualquier tipo de salvoconducto para que sus vidas estén constantemente amenazadas, “pues no tienen nada que hacer en el país”. Lutero también recurre al clásico tópico antisemita de la usura para sostener que se debe vetar dicha actividad y, como compensación y para evitar que vuelvan a incurrir en el mal, robarles todos sus bienes y riquezas en beneficio del Estado. En suma, para que no permanezcan ociosos, se les debe obligar a desempeñar un duro trabajo para que “se ganen el pan con el sudor de su frente”. Para concluir, reincide en el odio que el mismo Dios les tiene por su maldita naturaleza: “La cólera de Dios contra ellos es tan grande que con la compasión sólo se consigue que sean más y más malvados y con la dureza, un poco mejores. Por eso se ha de pensar siempre en alejarlos”. En definitiva, no hay posibilidad alguna de remisión del castigo porque no se les ataca por lo que han hecho, sino por lo que son. Es precisamente este rasgo lo que define fundamentalmente a un genocidio. Por otro lado, Oberman afirma que en la edición original se incluía una clara invitación al pogrom que sería retirada en ediciones modernas por su fanático contenido: “Debemos ejercer, con la oración y el temor de Dios, una dura compasión por ver si algunos pueden salvarse de las llamas y el fuego. No hemos de vengarnos. Ellos son quienes están dominados por la venganza, mil veces peor que la que nosotros podríamos desearles”. Vemos cómo Lutero vierte toda su cólera contra los judíos, aunque parece “conceder” a unos pocos una pequeña posibilidad de salvarse de la muerte. Todo el mal que se les aplique a ellos está más que legitimado por la voluntad divina y por su maligna naturaleza, que hace que estas medidas sean necesarias para la supervivencia de los alemanes y de los cristianos en general.
Sin embargo, como ya hemos dicho anteriormente, no debemos considerar la doctrina luterana como una suerte de protonazismo. El antisemitismo, por desgracia, era un mal que estaba muy extendido por una Europa mayoritariamente cristiana. Además, la libertad de conciencia y la tolerancia que había promocionado el Renacimiento y que trataba de defender el humanismo eran algo reciente, reducido y relativo. Aún así, es evidente que Lutero era mucho menos tolerante que Erasmo y que esta connotación antisemita de la religión luterana tuvo un peso notable en Alemania en un momento en el que comenzaba a emerger con fuerza una especie de “conciencia nacionalista”. No obstante, hemos de diferenciar entre el luteranismo como tal y la deformadora manipulación que de esta doctrina hizo el nacionalsocialismo. Es evidente que fue un precedente del nazismo, si bien no puede establecerse una relación causal de necesidad entre ambos fenómenos.
Imagen: Cuadro sobre una familia judía. Blog No lo sé ¿o sí?: http://noloseytu.blogspot.com/2009/01/la-familia-judia-en-la-edad-media.html