La fuente de estudio principal de Lutero fueron siempre las Sagradas Escrituras. Según Ramón Conde, la Biblia era para Lutero la Palabra viva de Dios, una guía infalible para regular las relaciones entre Dios y los hombres. Por ello, el reformador creía sinceramente que había que leerla y estudiarla en profundidad para conocer la voluntad de Dios y lograr la salvación. La estudiaba con “una pasión absorbente que excluía cualquier otra vía de razonamiento”. Para poder leerla en sus idiomas clásicos aprendió griego y hebreo, y utilizó la traducción del Nuevo Testamento realizada por Erasmo. Más aún, a partir de la publicación de su propia traducción del Nuevo Testamento escrita en Wartburg, dedicó los años siguientes a traducir otros libros como el Pentateuco (1523), el de Job, los Proverbios, el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares (1524), hasta que terminó la Biblia completa en 1534. Posteriormente siguió publicando más traducciones hasta que en 1545 publicó la edición definitiva de la Biblia. Sus traducciones pretendían tener un gran respeto por los textos originales, si bien Lutero se veía obligado a adaptar diversos términos para que fueran comprensibles en su época.
Evidentemente, su Biblia fue profusamente editada por toda Alemania. El anhelo de poder leer los Textos Sagrados directamente era uno de los grandes atractivos de la causa reformista. Para salir al paso de las críticas filológicas, especialmente formuladas por los expertos católicos, escribió Carta sobre el arte de traducir. Su objetivo último era promover la lectura de la Biblia entre todos los alemanes y por ello el lenguaje empleado tenía que ser accesible y comprensible para todos. El propio Lutero dejó escrito: “Hay que preguntar a la madre en casa, a los niños en la calle y ver en su jeta cómo hablan y traducir de acuerdo con ello. Así entenderán y comprenderán que se está hablando con ellos en alemán”. Su impacto fue tal que, además de ser la obra más leída, Lutero impuso, sin pretenderlo, el dialecto de Sajonia como lengua uniformada de Alemania. Esta circunstancia ha reforzado el vínculo existente entre nacionalismo alemán y Reforma religiosa a ojos de muchos investigadores. Sin embargo, la defensa de la lectura privada de la Biblia por diversas tendencias religiosas y la proliferación de traducciones en diversos idiomas fueron las causas de las controversias más violentas entre luteranos y católicos, y entre los primeros frente al resto de movimientos reformistas.
Sin embargo, la defensa de la libre interpretación de las Escrituras no se correspondía con una auténtica tolerancia frente a otras opiniones teológicas, como ya hemos visto. Febvre considera que Lutero se sentía inspirado por el mismísimo Dios. El reformador creía que el resto de intérpretes de la Biblia tan solo exponían opiniones individuales erradas y por ello se sentía legitimado para condenarles. En cambio, Lutero no exponía sus doctrinas sino que ahondaba de tal modo en las Escrituras que era capaz de extraer parte de la Palabra de Dios revelada. Para el profesor, tan solo podía haber una verdad: la de Dios, y únicamente el propio Lutero había sido capaz de descubrirla. Consecuentemente, el reformador se mostraba muy intolerante respecto al pensamiento de todos aquellos que pensaban de forma distinta, a los que insultaba gravemente e identificaba con el Anticristo. Lutero pensaba que siempre iba un paso adelante respecto de sus detractores porque, a diferencia de ellos, él no se sentía como un teólogo o un simple doctor, sino como un profeta, aunque no lo reconociera abiertamente. El fanatismo y la audacia fueron, sin duda, las claves de su éxito ya que le permitieron encabezar un amplio movimiento en una Alemania que se encontraba dividida por completo.
Por otra parte, Lutero solía distinguir claramente entre lo que eran las Escrituras de las interpretaciones llevadas a cabo por los escoláticos. En este sentido llegó a decir: “Todo lo añadido a la fe es, sin ninguna duda, mera especulación fantástica” que carece de fundamento, por lo que tenía ser incierta e imaginada. Como explica Oberman, Lutero defendía que las cuestiones de fe únicamente podían ser explicadas por la Palabra de Dios y que, en caso de que no hubiera referencias divinas, debían dejarse sin explicación. La tentación de santificar las palabras humanas, erigiendo falsos dogmas y argumentos religiosos, era satánica. Si Dios callaba, el ser humano no tenía derecho a hablar. Otra vez, Lutero separaba el mundo religioso del mundo temporal al afirmar que aquello que era propio de Dios debía quedar en sus manos, sin injerencias humanas de ningún tipo. La consecuencia extraída por Lutero era clara: todo aquello que superara la percepción de la realidad empírica tendría que fundarse en la Palabra de Dios o sería pura fantasía. De este modo, Lutero planteaba la distinción entre el conocimiento del mundo y la fe en Dios, siguiendo las pautas nominalistas aprendidas en su juventud. No obstante, san Agustín la había abierto los ojos para hacerle ver que dicha escuela se había quedado por detrás de un principio básico: las Escrituras eran violadas continuamente por la filosofía. Por tanto, las interpretaciones de Lutero pretendían ser una traducción lo más ajustada posible de lo que Dios permitía a los hombres conocer de su Palabra, desmarcándose así de las especulaciones escolásticas que sustituían la voluntad de Dios por sus propias construcciones intelectuales.
Por último, Oberman explica que Lutero distinguía también entre Dios y las Escrituras. Lutero dejó constancia de esta idea en De servo arbritrio: “Dios y las Escrituras son dos cosas diferentes, lo mismo que lo son el Creador y sus criaturas”. Esta noción daba origen a una nueva concepción crítica de la teología alejada del biblicismo previo y posterior a su época. Lutero consideraba que sólo mediante la fe podían interpretarse correctamente las Escrituras pero que, para hacerlo efectivamente, era preciso utilizar la investigación filológica y tener una base teológica. Es decir, Lutero no se contaba con seguir al pie de la letra los postulados de las Escrituras porque era consciente que habían sido redactadas por seres humanos. Consideraba fundamental recurrir a las ciencias y a los saberes de su tiempo para desentrañar qué era lo que Dios realmente trataba de transmitir a los fieles. Durante la edad media y moderna, todos los intentos de Reforma estuvieron inspirados en las Escrituras y pretendieron implantar lo que sus líderes entendían por Derecho Divino en la Iglesia y en la sociedad. Por su parte, Lutero, al distinguir entre Creador y criatura, consideraba que las Escrituras no permitían desvelar al hombre el plan divino para el mundo, por lo que la Biblia no podía servir como guía para regir los asuntos temporales. Éstos eran una tarea de los seres humanos.
Imagen: Portada de la Biblia de Lutero. Página Artehistoria: http://www.artehistoria.jcyl.es/civilizaciones/obras/10910.htm