Lutero como supuesto precursor de la modernidad

Una de las cuestiones más debatidas por teólogos e historiadores ha sido la relación entre Lutero y la modernidad. Nipperdey sostiene que Lutero es hijo de la Edad Media en comparación con los humanistas o la burguesía del siglo XVI. De hecho, retrasó una tendencia hacia la modernidad existente en 1500 al revalorizar cuestiones como la gracia o la salvación frente a otras corrientes más racionalistas, humanistas o secularizadoras. No obstante, dio origen a un “potencial de modernización”: una mentalidad que favoreció desde fines del siglo XVII el triunfo del mundo moderno cuando se combinó con unos nuevos condicionantes económicos, políticos y religiosos. Algunos principios rectores de la cultura moderna tienen un origen religioso y, en su desarrollo, las aportaciones luteranas fueron fundamentales.

La primera clave del mundo moderno es el individualismo y el subjetivismo. Para el luteranismo, el individuo estaba aislado ante Dios y no contaba con las garantías de una tradición, una Iglesia visible, una naturaleza o unas obras: no tenía nada objetivo a lo que acogerse. Su vida estaba basada en la conciencia del individuo y sus obras estaban guiadas por su propia conciencia. Este personalismo conllevaba la libertad (y la responsabilidad) de leer la Biblia y de relativizar la autoridad de la Iglesia. En Alemania ese personalismo ha dado lugar a la “interioridad” luterana debido a que los temas centrales para Lutero eran Dios y el alma, desvinculados del mundo. De ahí derivaron el secular ideal de vida alemán de la “cultura” como autoformación y autorrealización; y la propensión a la resignación, al sufrimiento y a la pasividad política de los alemanes.

El siguiente principio es la reflexión y el saber. La Iglesia de Lutero era una Iglesia de la Palabra y no una Iglesia sacramental, porque sólo la Palabra transfiere el sentido del mundo. Ello conlleva un ejercicio de la actividad intelectual y de la reflexión. Así el individuo distancia el Yo del mundo y ello le hace más independiente respecto a la tradición y más reflexivo. De esta forma, la fe queda ligada con el impulso básico del saber, que es la duda: la duda de si se interpreta correctamente la Biblia. Así, esa continua reinterpretación de las Escrituras lleva a cierta relativización del mundo que favorece la crítica científica. No obstante, también el luteranismo se encuentra en la raíz de esa facilidad con la que los adeptos de la ciencia acaban defendiendo con excesiva convicción pseudociencias o ideologías políticas. La imposibilidad de conocer a Dios conlleva que los individuos se centren más en el estudio del mundo, el relevo de la teología por la metafísica, la distinción entre orden salvífico y orden natural, entre fe y saber, la crítica de la tradición, la libertad de la fe y la inmediatez en la relación con Dios: todo esto deja más espacios a la explicación científica del mundo.

El tercer punto de la modernidad es el trabajo como valor moral. Lutero estableció que Dios exigía de los fieles no realizaciones piadosas excepcionales sino una labor cotidiana. Para Lutero, el trabajo es una parcela de culto divino laico y de servicio al prójimo. A diferencia del catolicismo, el luteranismo no ensalza la vida contemplativa o la pobreza y condena la ociosidad de la nobleza. Sin embargo, a diferencia del calvinismo, el trabajo según Lutero no está ligado al rendimiento o al éxito porque todo trabajo realizado con fe y al servicio del prójimo tiene el mismo mérito. Otro fundamento de la modernidad potenciado con el luteranismo es el dinamismo y la inquietud protestante que genera en los fieles, la cual tiene dos vertientes. Primero, Lutero se oponía a todo sistema dado que, en cuestiones de fe, siempre estaba presente la duda y la provisionalidad, y la Biblia era siempre reinterpretable. Esa sensación de que no había nada fijo o seguro hacía surgir esa inquietud que se tornaba existencial, pues surge de la permanente incertidumbre del hombre respecto a su salvación, porque la fe o la gracia eran valores subjetivos, que dependían de Dios y de la conciencia del individuo. Segundo, Lutero consideraba que la justificación por la fe del creyente nunca estaba acabada sino que era repetida continuamente porque el hombre era siempre justo y pecador a un tiempo. El hombre debía obrar de forma interiorizada y libre, y ello conllevaba una responsabilidad y una falta de seguridad notables que agravaban esa inseguridad interior.

El último pilar ideológico del mundo moderno es la secularización. Es Lutero el que disuelve la unión constantiniana entre Iglesia y Estado en el sentido de la Iglesia actúe a favor del orden político de dominio, y también se opone a la clericalización del mundo ya que ello supone a la larga el aseglaramiento de la Iglesia y la propensión a la teocracia. Ahí radica una de las raíces de la emancipación moderna del hombre racional en su trato utilitarista del mundo. Ello ha conducido a dos actitudes políticas contrapuestas. Por un lado, al realismo: al no poder identificar la fe cristiana con un programa político, no existen doctrinas políticas salvíficas o cristianas sino sólo hombres cristianos que intervienen en política. Por el otro, si deja de existir una esfera religiosa al margen del mundo, las cosas temporales pueden adquirir un valor sagrado. De ahí que los protestantes tiendan a defender corrientes políticas o culturales con fervor como el nacionalismo o el socialismo, modernas religiones sociales que actúan como religiones sustitutivas.

Como conclusión, Nipperdey considera que la modernidad sufre de una inseguridad y de una angustia que también están vinculados con la religión luterana. También afirma que Lutero, históricamente visto, fue mucho más revulsivo y anticipador que los modernistas de su época precisamente por remontarse a los orígenes del cristianismo. La defensa de la fe frente a la razón, el uso de la teología en vez de la ciencia, la observancia de las Sagradas Escrituras en lugar de la observación empírica del mundo, el exclusivismo dogmático contra la tolerancia y la libertad individuales, no son elementos muy modernos. No obstante, es evidente que Lutero dejó una serie de principios que revalorizaban el gran descubrimiento del Renacimiento: la recuperación del sujeto, del Yo que se atreve a conocer el mundo. Esta opinión también es compartida por Febvre, que considera que su obra ensalzaba, sin proponérselo, el valor del Yo, defendía el modelo de Cristo, valoraba la conciencia como regla inmediata de nuestras acciones y la imposibilidad del hombre caído de la perfección natural adquirida sin la gracia de Cristo. Ahí aparece el principio de los errores modernos. No obstante, el autor apunta también la gran consecuencia negativa del luteranismo: al liberar a las comunidades cristianas de la tiranía temporal y espiritual romana las confinaba en el cuerpo temporal de la comunidad política o nacional, sometiéndose al poder de los príncipes. Surgía así un factor importante de la modernidad destinado a causar importantes males, especialmente en el siglo XX.

Imagen: Ilustración de Lutero colgando Las 95 Tesis. Página Biografías y vidas: http://www.biografiasyvidas.com/monografia/lutero/


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